jueves, 18 de octubre de 2012

Londres. No, no nos cansamos. (días 16 y 17)

Salimos del hotel por la mañana tras haber descansado bastante bien y nos dirigimos al centro de Burdeos, buscando donde desayunar frugalmente para comer en horario local, que viene siendo de doce a dos. El tiempo estaba otoñal, muy cambiante. A ratos el sol asomaba entre las nubes y a ratos llovía, pero cuando salimios del hotel era realmente agradable. Así que cogimos el coche y nos plantamos en un parking cercano a la ópera.


Desde allí comenzamos a caminar. Primero buscamos algo de comida y tras el avituallamiento nos fuimos a pasear en dirección a la plaza de las Quinconces. Allí nos hicimos unas fotos en la bonita fuente que preside un extremo y nos paramos a ver los puestos de feria y la noria. En uno de los puestos Bea compró un chichi, que viene siendo un churro grande con un agujero en el medio, en este caso relleno de chocolate. Bajamos hacia el río. El Garona es un río realmente grande. Para que os hagáis una idea hay un puerto de cruceros (y no sólo fluviales) en el río. Caminamos pegados a su orilla hacia la plaza de la bolsa. La plaza es muy famosa, pero casi más que la plaza es el estanque que hay justo enfrente. Dicho estanque, que tiene muy muy poca profundidad, se desagua cada cierto tiempo, dejando un muy fina lámina de agua que funciona como un espejo. De ahí su nombre, el espejo de agua. Es un sitio muy frecuentado por los turistas porque se pueden hacer unas fotos chulísimas de la plaza de la bolsa, sus bonitos edificios y la persona que se ponga encima reflejados en él. Paramos un buen rato a hacer fotos y seguimos en dirección a la puerta de Cailhau, muy famoso símbolo de la ciudad y precioso monumento del siglo quince.


El hambre empezaba a apretar, así que subimos por la calle que continúa el puente de Pierre (precioso también) hacia la calle Saint Catherine, verdadera arteria comercial de la ciudad. Desde ahí nos fuimos en dirección a la plaza de la Victoria y paramos a comer en el café Auguste. La verdad es que teníamos hambre y tardaron bastante en servirnos la comida, pero fue estupenda y el local realmente bonito. Un pollo tandori, una ensalada césar espectacular, un calamar con puré y un combinado de antipasti de la casa en el que uno no sabía a qué atender de lo bueno que estaba todo nos llenaron el estómago. Aún hicimos el hueco para tres postres (Bea ya no podía con más comida) y nos lo tomamos con calma para descansar la comida mientras fuera llovía.  Cuando paró nos dedicamos a recorrer la calle St Catherine y las calles aledañas. Era realmente increíble la de gente que había por la calle. Una cosa que nos hemos dado cuenta de nuestros viajes a Francia es que casi no hay centros comerciales. Sí, efectivamente, hay cosas como las Galerías Lafayette, que son como el Corte Inglés a la francesa, pero no hay esos macrocentros en las afueras. En las afueras uno se encuentra un polígono con su Carrefour/Alcampo o similares, con sus naves de muebles o electrodomésticos. Pero uno no se encuentra el concepto de "mall" importado de los USA que hay en otros países de europa. La gente sigue yendo al centro de las ciudades a comprar y eso me encanta. La variedad de tiendas, el ambiente de la ciudad un sábado era maravilloso. Cansados y reventados de caminar hicimos una última compra de chocolate antes de dirigirnos a hacer, como en todos los viajes, una compra en un supermercado francés, ya fuera de la ciudad.



Como no, hicimos una compra de lo típico que nos traemos. Quesos, algo de frambre, galletas y bebidas son la compra habitual. Es tarde ya y el super cierra a las nueve menos cuarto. Entre unas cosas y otras se nos ha hecho tarde para cenar en un restaurante de la ciudad, así que, tras tantos años con la coña, cenamos en un Buffalo Grill, cadena de restaurantes famosísima en Francia. La verdad es que el sitio está llenísimo de gente. Nos sentamos y nos pedimos unos trozos de carne de búfalo, una brocheta de buey y una hamburguesa. La mejor palabra que describe todo es mediocre, pero al menos no es caro. Antes de irnos, Flo y yo nos echamos una partida a un pinball, que es algo que me encanta y me resultó sorprendente encontrarlo en un restaurante. Tarde ya, nos vamos de Francia con destino a Pamplona.



Despues de un estupendo desayuno dominguero nos despedimos de nuestros anfitriones, con ganas de volver pronto a verlos. Del último día de viaje muy poco que contar. Lluvia. Mucha lluvia en todo el camino. Siete horas y media donde paró muy pocas veces de llover. Paramos eso sí, gracias a la recomendación de Marta y Ángel, en el hotel/restauranate/bar de carretera/pastelería Royal III. Allí hicimos una buena compra de auténticas corbatas de Unquera y de sus mega palmeras. A eso de las nueve y media de la noche llegamos a Coruña, cansados y con ganas de sentarnos en nuestro sofá tras diecisiete días fuera de casa, donde tantas cosas hemos hecho y tantas cosas hemos dejado en el tintero para una futura ocasión, como siempre ¡Hasta la próxima!

Londres. No, no nos cansamos. (días 14 y 15)

El jueves salimos del apartamento muy pronto por la mañana. Era un bonito día, lo cual nos hizo sentirnos un poco más tristes por irnos de esta ciudad que tanto nos apasiona. Con las maletas hechas del día anterior, nos vestimos y cogimos un bus que nos llevó a St Pancras. Desayunamos algo allí y nos deshicimos de las últimas libras antes de coger el eurostar camino de París. El viaje fue un pelín más incómodo que a la ida, el tren se movía algo más cuando iba muy rápido (puede que hubiera algo de viento), pero nada de importancia. Nos pasamos el viaje leyendo y viendo el paisaje.

Llegamos a París y cogimos el metro para cambiar de estación. Cuarenta y cinco minutos más tarde estábamos deambulando por la estación de Montparnasse. Nos quedamos un poco alucinados porque en la estación había un piano a disposición del que lo quisiera usar y un tipo estaba tocándolo, no muy bien, pero daba ambiente. Buscamos donde comer en la estación y, la verdad, ni la Gare du Nord ni Montparnasse tienen nada que hacer con St Pancras. No hay ni un establecimiento con buena pinta para comer, pero nos resignamos y comemos una baguette con algo de fiambre y deambulamos media hora por la estación esperando a nuestro tren. Lo que sí hay que decir es que si bien las estaciones en Francia que conocemos son algo cutres, la verdad es que los trenes los usa todo el mundo. Van llenísimos y se ve muchísimo movimiento. Además no son nada caros, en eso los envidio.

Seis horas más tarde estábamos en la estación de Hendaya, cogiendo nuestro coche y camino de Pamplona, donde Flo y Carmen nos esperaban. La verdad es que llovía bastante por el camino, pero al llegar a Pamplona la cosa se había calmado. Como estábamos destrozados del viaje, simplemente bajamos a recoger unas pizzas y cenamos en su casa viendo la tv. Al día siguiente nos esperaba Francia de nuevo, nos íbamos los cuatro de viaje.


Salimos de Pamplona por la mañana, no demasiado pronto, camino de la duna del Pyla, al ladito de Arcachon, a unos treinta kilómetros de Burdeos. Por el camino nos tuvimos que tragar casi una hora de caravana porque un camión de gasoil volcó en la autopista. Como era ya bastante tarde decidimos parar en el Carrefour de Beziers a comprar algo para merendar y si se terciaba para comer. Al final comimos algo en un Paul (cadena de panaderías muy famosa en Francia) y seguir camino.


A eso de las cinco y media de la tarde llegamos a la duna. Si seguís el blog (y teneis mucha memoria) la recordaréis de nuestro primer viaje. Es alucinante. Enorme. Una locura. Si venís por la zona y no la visitáis no sabéis lo que os perdéis. El coche se aparca en un parking cercano (la primera media hora es gratis). Desde allí, una muy breve caminata os llevará hasta la ascensión a la cima de la duna, ayudados por una escalera de fibra. Y menos mal, porque sin ella subir a la duna sería un suplicio. La duna alcanza (agarraos) entre los 80 y los 107 metros. Una vez arriba el paisaje es increible. A un lado se puede ver la inmensidad de pinos de las landas. Al otro el mar, con los bancos de arena que ayudaron a formar la duna y la bahía de Arcachon. Increíble. Y más si se tiene en cuenta que se acercaba la puesta de sol y los tonos anaranjados hacían que la escena fuera todavía más bonita. Nos sentamos en la arena y contemplamos el espectáculo durante más de media hora. Cuando empezó a refrescar volvimos, bajando ya no por las escalerasa si no por la propia duna. Y no penséis que hemos hecho algo prohibido. A diferencia de otras dunas que están muy protegidas porque hay miedo a su desaparición (como la de Corrubedo) esta duna crece año a año, amenazando a las casas vecinas. Si te quieres tirar a rolos, estás en tu derecho.


Salimos de las dunas ya anocheciendo hacia Arcachon. La verdad es que fuera de verano es un pueblo algo muerto, así que aparcamos, dimos un paseo por el malecón y el centro y nos fuimos. Hay que decir que Arcachon y su bahía son muy bonitos. El pueblo está muy cuidado, con unos malecones y paseo que da gusto pasear por ellos. Pero como no teníamos referencia de ningún restaurante, pregunté si la gente se animaba a volver a uno que nos dejó marcado en nuestro primer viaje: Le resinier en el pueblo de Le Barp.

Le resinier fue el sitio donde yo había pedido caracoles para cenar (que me gustan mucho) y Bea, con muestro desconocimiento absoluto de francés había pedido mollejas. A pesar de lo desagradable de aquello para ella, hay que decir que nos dimos cuenta perfectamente de que el sitio era magnífico y que merecía volver seis años después.  Allí nos plantamos, a la peligrosa hora para la zona de las nueve de la noche, bordeando esos momentos en Francia donde puede que no te den de cenar y te veas avocado a Mc Donalds o similares. Por suerte para nosotros nos permitieron cenar y lo hicimos estupendamente. Por poco más de veinte euros por cabeza comimos dos platos y postre. Carnes, pescados, sopas, ostras, salmón ahumado casero, setas, y varias tartas fueron degustadas por cada uno de nosotros, con mayor o menos acierto en las elecciones debido al idioma pero sin errores graves como el de las mollejas. Contentos con la cena y satisfechos nos fuimos a nuestro hotel en Burdeos, el Kyriad Lormont. Situado en las afueras de Burdeos, en un polígono aunque con comunicación por bus y tranvía con la ciudad, es un hotel que repetimos mucho y nos gusta. Además resulta que acaban de reformar los baños (un punto flaco que tenía) y esta vez los de recepción si que sabían casatellano (el de la noche) e inglés (el de por la amañana) cuando las veces anteriores no sabían más que francés. Nos reunimos a compartir fotos y contar batallitas y nos despedimos hasta el día siguiente bien pasada la medianoche.

jueves, 11 de octubre de 2012

Londres. No, no nos cansamos. (día 13)

Hoy era el último día en la ciudad. Bueno, técnicamente nos queda mañana, pero nos vamos a las nueve y cuarto, realmente el último día era hoy. Así que, como comprenderéis teníamos mil planes e ideas para hacer cosas. Cosas que uno va posponiendo. Quizás mañana haga mejor tiempo, esperemos a que llueva porque hoy hace bueno, eso quizás otro día que hoy hay que cargar con las cosas... Esta ciudad nos apasiona y tiene cosas para hacer (mientras te quede dinero) para mucho mucho tiempo. Tras pensarlo un poco decidimos pasar la mañana paseando por la City.


Así que salimos del apartamento, hicimos una paradita en el puesto de fruta y cogimos el metro hasta nuestra primera parada, Barbican. Desde ahí, paramos en un Pret a Manger a por un sandwich y un croissant de chocolate y nos fuimos a tomarlo en nuestro primer objetivo: la iglesia de St Batolomew the Great. La iglesia es una de esas joyas escondidas. No está en ninguna calle principal y, de hecho, hay que sabere donde está exactamente para encontrarla. Delante de la puerta principal un pequeño parque con bancos y arboles. Desayunamos allí disfrutando del sol que hacía hoy por la mañana como algunos otros habitantes de la City. Una vez satisfechos entramos. Aviso a navegantes, en Londres se paga en las iglesias por todo lo que no sea entrar a rezar o a misa. En teoría el estado no suelta dinero a la iglesia anglicana, con lo que se financia a su manera y no me parece mal en absoluto. Lo jorobado es como cuando en España se cobra por entrar cuando pagamos y bien pagamos con nuestro dinero a la iglesia.

 
En fin, disertaciones a parte, aflojamos cuatro libras por cabeza por la entrada más una libra adicional por el permiso para hacer fotos. La iglesia es muy conocida porque ha salido en muchas películas. Por poner unos ejemplos concocidos Robin Hood (1991), Cuatro bodas y un funeral (1994), Shekespeare in love (1998), Sherlock Holmes (2009). El señor que nos cobró las entradas estaba muy orgulloso de ello y nos contó un poco por encima la historia del edificio y de las películas que se rodaron allí. De hecho en la propia iglesia tienen un listado de las películas con fotos de la localización en las mismas. Paseamos por la iglesia y es realmente bonita. Es, además, una reliquia. Casi todo el Londres medieval ardió en el gran incendio que asoló la ciudad en 1666. Sin embargo esta iglesia sobrevivió y fue fundada en 1123. Es realmente bonita y nos quedamos un rato paseando por ella. Tiene historias muy curiosas. En un ala de la iglesia tuvo durante un año su imprenta Benjamin Franklin. Además la luz del día acompañaba mucho a la visita del templo. Altamente recomendable, la verdad. Antes de irnos el señor de la entrada nos dijo si habíamos visto las fotos de las películas que tenía expuestas y nos dijo que se iban a estrenar dos películas más rodadas allí The Counselor (con Cameron Diaz y Ridley Scot) y el remake de Gambit.


De allí empezamos a caminar sin rumbo por la City. Es increible la cantidad de sitios sin turistas que tiene esta zona. Todo el mundo que viene aquí se concentra en Bank, Tower of London y St Paul y la City tiene mil zonas interesantes que ver. Nosotros dimos vueltas, nos metimos en pequeños parques, atravesamos callejones, encontramos estatuas y bustos en placitas delante de edificios de oficinas y observamos a la gente de la City. Es curioso que vimos muy pocas mujeres en la calle y los hombres de mediana edad parecían estar en muy buena forma. Dando vueltas encontramos el City Town Hall. Lo que viene siendo el ayuntamiento de la City, que no tienen nada que ver con el ayuntamiento de Londres (que es ese edificio moderno que hay cerca del puente de la Torre). La City es una ciudad dentro de la ciudad de Londres. De hecho la reina de Inglaterra tiene que pedir permiso al alcalde de la City para poder entrar en ella. Todo esto en una pomposa ceremonia. Recomiendo ver este video donde lo explican todo muy bien y podréis alucinar un poco (en inglés, aviso). El edificio, mezcla de modernidad y tradición, es muy muy bonito. Es increible para nuestro gusto como en la City han sabido conjugar lo viejo con lo moderno y como conjuga a las mil maravillas una iglesia medieval al lado de un edificio de cristal y hormigón. Nada de eso parece extraño aquí y resulta sorprendente. Seguimos andando y acabamos en Bank, donde nos quedamos un rato viendo la bolsa y el Bank of England. Allí ya algo cansados cogimos un bus, que nos llevó hasta el Temple.


El Temple es otro sitio un tanto alejado de las miradas de la mayor parte de los turistas. Es una zona, relativamente cercana a Trafalgar Square, que es privada y se cierra a partir de determinada hora de la tarde. Es una zona de pequeños edificios, jardines y hasta una iglesia que pertenece a uno de los mayores enemigos de la paz, la cordialidad y la buena fe de la raza humana: los abogados. Allí trabajan muchos abogados de Londres que ves ir de un despacho a otro cargados de documentos. La iglesia es famosa porque se habla de ellas en varias novelas sobre los templarios. La pena es que cierra al mediodía así que no pudimos entrar en ella y lo realmente interesante es el interior, por su simbología. En fin, para otro viaje será. De allí paseamos Strand abajo, alucinando con el edificio de los juzgados de Londres, Royal Courts of Justice. Acojonante. Desde allí ya giramos hasta Covent Garden para poder hacer compras de última hora.


En Covent Garden paramos a comer. Acabamos comiendo en un griego bastante decente. El restaurante tenía un menú estupendo de pequeños platos. A Bea no le apetecía pensar así que se pilló un menú de comida consistente en hummus, un dip de bacalao, un arroz y unas empanadillas de espinaca con queso feta. Yo no tenía mucha hambre así que tomé un poco de pulpo a la parrilla y un tabulé que tenía muchísimo más perejil que tomate, cosa curiosa. Llenos como ceporros salimos a caminar de pequeña tienda en pequeña tienda. es una zona muy muy agradable y la concentración de tiendas ayuda a no caminar mucho. Además no es Oxford St, donde uno casi no puede caminar sin chocar con la gente, si no que hay muchas pequeñas calles con no demasiada gente donde uno puede pasear y entrar a comprar sin sentirse agobiado. Eso sí, la zona del mercado está a rebosar, pero Covent Garden no es solo el mercado, hacedme caso. La gracia de Londres son las pequeñas tiendas y el ver hacia donde va la moda.


Desde allí cogimos un bus y nos fuimos a "saludar" al Big Ben, por aquello de no irnos de la ciudad sin haber pasado por el parlamento y aledaños. Tras la visita de rigor cogimos otro bus hacia Picadilly, para hacere un par de compras pendientes en Lylly Whites, la cual por cierto acabo de descubrir que hace envíos a España, así que os dejo la web aquí por si os interesa. Allí ya se acabaron finalmente las fuerzas, así que nos cogimos un bus y nos fuimos al apartamento a ver si sacábamos fuerzas para ir a cenar. La cuestión es que había que hacer las maletas y no apetecía mucho bajar así que decidimos dejar lo de la cena y bajé al Tesco a por un par de sandwiches, un smoothie y cenamos viendo la tele en el apartamento. En fin, la parte londinense del viaje se acaba, queda todavía la vuelta y un par de días de aventura francesa. ¡Buenas noches!


miércoles, 10 de octubre de 2012

Londres. No, no nos cansamos. (día 12)

Que bonita es esta ciudad cuando el tiempo acompaña. Nos levantamos con el sol en el cielo, solo alguna nube ocasional. Temperatura algo fresca pero agradable. Destino del día: Windsor.


Para llegar a nuestro destino, un bus y un par de trenes. Poca cosa. Menos de una hora desde la puerta del apartamento hasta la estación de tren de Windsor & Eton Central. Para coger el tren, por si os decidís a venir, se coge en Paddington y hay que hacer un trasbordo en la estación de Slough. Cuando uno va llegando a la estación, ya puede divisar entre los árboles el castillo, famoso por ser la una de las residencias reales favoritas de la reina de Inglaterra, y lugar donde pasa muchos fines de semana. En fin, que llegamos a la estación y esto ya no es Londdres, ni mucho menos. Las casas han cambiado y parece que estemos en un pueblo de la campiña. El castillo, en un estado formidable, llama a ser visitado. Así que, tras hacer una pequeña cola, coger la entrada y pasar un control de seguridad con rayos X y detector de metales incluido, entramos al interior de las murallas.


El castillo es formidable. Cuando vayáis a visitarlo mirad en la web oficial que estén los apartamentos reales abiertos. Nosotros menos mal que lo comprobamos porque pensamos en ir otro día que al mirar en la web estaban cerrados. La pena de ir en esta época es que no se puede subir a la torre redonda que tiene unas vistas fabulosas, allá en lo alto. Pero no pasa nada. Uno puede pasear por el patio, hacer mil fotos y, sobre todo, entrar en los apartamentos reales. Antes de entrar en ellos se puede ver la pedazo de casa de muñecas que es una gran afición de la reina, e incluso ver una colección de fotos de la reina (que como muy bien apuntó Bea sale con todo dios pero no con Diana), pero lo interesante de todo es ver los apartamentos. Nosotros hemos ido a grandes palacios e impresionantes castillos. Francia, Alemania, Dinamarca, Suiza, Austria... Pero lo realmente impresionante de este, es que está habitado. Cuando uno va a un palacio, ya sea francés, centroeuropeo, lo que queráis..., uno no deja de tener la impresión de estar viendo un museo. Un conjunto de cosas que muchas veces ni siquiera pertenecieron nunca a ese castillo, ya sea porque han desaparecido o ya sea porque fue saqueado en periodos convulsos de la historia de ese país. Pero Windsor, está habitado. Esas habitaciones, esas mesas y sillas... ¡se usan! Esa sala de escritura, con esos cuadros ¡de Rubens! es una sala donde el rey va a escribir sus cartas. Esa sala con armaduras medievales con lanzas de justa colgando de las paredes, es una sala donde se celebran comidas. Es realmente increible. Eso sí, las fotos están prohibidas y hay que hacerlas con muucho disimulo porque hay guardias en casi todos lados vigilando que no las hagas. Yo pude escaquearme un par de veces y Bea otras tantas...


De allí salimos hacia la St George Chapel, una capilla enorme situada dentro de las murallas del castillo. Asllí está enterrada una buena parte de la realeza del país. Entre los enterrados allí, el conocido Enrique VIII, famoso por su mala leche con sus mujeres (se cargó a seis esposas y dos amantes).  La capilla es realmente bonita y nos quedamos un buen rato paseando, viendo tumbas, fijándonos en los detalles del techo o observando las tallas de madera. Cansados de pasear buscamos donde comer.

 
A veces de viaje es complicado comer a las horas correctas. Hoy desayunamos tarde y dentro del Castillo no hay donde comer. Así que acabamos comiendo tarde, a eso de las tres y media. Sin buscar mucho esta vez acabamos comiendo en un pub estupendo, el Duchess of Cambridge. La decoración, con luz ténue, lamparitas y mezcla de mesas altas y bajas es muy acogedora. Estamos a deshora, así que comimos con toda tranquilidad. El pub da de comer hasta las seis de la tarde, así que sin problemas. Bea se tomó su deseado fish & chips (que tantas ganas tenía de comer de nuevo) y yo me tomé una hamburguesa de ternera con stilton y champiñones. De postre me tomé una especie de creme caramel con unas fresas con azucar de romero y unos shortbread. Todo ello con una buena cerveza inglesa y nada nada caro. Así que como estábamos muy bien decidimos comer con toda la calma del mundo y acabamos saliendo del sitio cerca de las cinco.

 
A esa hora lo que nos apeteció hacer fue caminar hacia la vecina localidad de Eton, que está completamente pegada a Windsor. Eton es poco más que una calle, pero es famosa por el colegio que es de los más prestigiosos de UK. Además de todo eso es un bonito y acogedor pueblo que apetecía caminar mientras hacíamos un poco la digestión. Así que caminamos ida y vuelta, cruzando dos veces el Tamesis por el camino, río que es mucho más pequeño y manejable a esta altura que cuando lo ves en Londres. A la vuelta paramos a dar de comer a unas docenas de cisnes y de vuelta a la estación camino de Londres, muy pero que muy contentos y satisfechos de haber venido hasta aquí.

En Londres a la vuelta poco hicimos, pasear otro rato... Cogimos un bus hacia Queensway, una calle que recorrí tantas veces la primera ocasión que estuve en Londres y que Bea no estaba. Es una calle con mucha vida. Restaurantes, tiendas... Lleno de turistas que están en los hoteles cercanos a Paddington pero también de muchísima gente de la zona que tiene esta calle como zona de esparcimiento. Cuando no pudimos más, cogimos un metro y de camino al apartamento. Bea decidió coger algo de cenar en un Wasabi cercano y yo me dí una vuelta hasta el super. De esta forma cenamos en casa y dedicamos el tiempo a planificar el día de mañana, el último en Londres de este viaje.

martes, 9 de octubre de 2012

Londres. No, no nos cansamos. (día 11)

Llueve. No mucho, pero toca las narices. Lo justo, pero nunca es agradable. Conste que estábamos esperando a que lloviese para ir a algunos museos, así que aprovechamos. Mientras Bea terminaba de arreglarse salí del apartamento hasta la cercana estación de tren de Euston. Allí cogí una travelcard de un día para poder aprovecharnos de los descuentos del 2x1. Os recuerdo que para que la travelcard os valga tenéis que pillarla en una estación de tren. En fin, que con la travelcard en la mano y con el tiempo muy muy justo nos fuimos al Science musseum.


La verdad es que corrimos bastante por el metro adelante para poder llegar a tiempo pero lo logramos. El objetivo era ver la película Imax 3D sobre el Hubble. La proyección cuesta diez libras por cabeza, así que imaginaos lo bien que sienta dar un cupón de 2x1 para pagar sólo una. Apuramos el paso por el museo (el Imax está al fondo) y conseguimos sentarnos en una sala que estaba repleta de excursiones de colegios (es lo que suele pasar por semana en los museos de Londres). La pantalla era gigante. Según ellos de las más grandes del mundo. Realmente merece muy mucho la pena la proyección, la verdad. Cuenta un poco la historia del Hubble, sus problemas y las misiones que se hicieron para repararlo. Todo ello mezclado con imágenes el propio Hubble explicadas. Todo ello narrado por Leonardo Di Caprio (y no lo digo de coña). Contentos salimos del museo camino del Natural History. Ya habíamos estado, pero que narices, ¡nos encanta!
 


Entramos en el museo, que estaba repleto de gente. Nos dirigimos primero a ver las gemas. A Bea le apetecía recrearse en la parte conocida como "The Vault". Es donde tienen los mejores meteoritos, los diamantes y las piedrasa preciosas. Nos quedamos un rato y nos fuimos a la cafetería. Es un lujazo tomarse algo allí, en un edificio que tiene detalles para parar un tren. A cada sitio que miras encuentras algo nuevo. Descansamos un rato y nos fuimos a Victoria & Albert, a ver una exposición de ropa de Hollywood. Allí, bajón. Pensábamos que la exposición ya estaba abierta pero no, no empezaba hasta el veinte de este mes. Es una pena, porque la exposición tenía vestuario de muchísimas películas famosas y nos apetecía muchísimo. Así que nada, otra vez será. Nos dimos un pequeño paseo por el museo y lo finalizamos en la tienda (a Bea realmente le apasionan las tiendas de los museos y siempre encuentra algo que le fascina).



Salimos del museo y nos pusimos a caminar en dirección a Knighstbridge. Por el camino encontramos una pastelería de Cocomaya (teníamos una al lado de apartamento del anterior viaje a Londres). Los pasteles de este sitio no son buenos, son lo siguiente.  Nos quedamos un rato allí tomando un café servido por dos camareros españoles. Todo el mundo aquí lo dice, hay una llegada masiva de españoles. No unos pocos para aprender el idioma, como hace unos años. Viene mucha genete a buscar trabajo de lo que sea. Un camarero le comentaba a una señora que vienen ingenieros, arquitectos... buscando trabajo de camarero, de limpieza o de lo que sea. Es la dura imagen de la crisis y que no se ve. Gente que le ha costado al estado una pasta formar y que tiene que irse muy lejos a buscar algo con lo que subsistir.




En fin, seguimos camino y acabamos entrando en Harrods (como os decía a Bea le gusta). Dimos un paseo y curioseamos por los zapatos y las cosas de cocina. La zona de tés y galletas como siempre atestada de turistas. Seguimos camino cogiendo un metro en dirección a Piccadilly Circus porque me apetecía ir hacia Carnaby Street. La calle, que fue una calle muy popular en la movida mod, está muy cerca de bullicio de Oxford St y Regent St, pero con la mitad de turismo. Está llena de pequeñas tiendas, boutiques y locales llenos de cosas extravagantes. Si queréis huir un poco del bullicio y las grandes cadenas de las grandes avenidas, esto, junto con Covent Garden, son las zonas de mayor concentración de esto que llaman moda alternativa.


Cuando empezó a cerrar esta zona (cierra casi todo una hora antes que las cadenas) nos dirigimos hacia Oxford St. Allí entré en un HMV a curiosear precios de videojuegos y acabé comprando el Max Payne 3 y el Strangehold ultra rebajados ambos. En la tienda tenían montado un torneo de Fifa 13, con ocho PS3 con televisiones de cuarenta y seis pulgadas. Eran dieciseis días seguidos de torneos de otras tantas personas. Cada día un ganador y, finalmente, una competición de los ganadores. El vencedor final ganaría una PSP vita. Y la inscripción gratuita, nada mal. En el HMV acabé jugando un rato al NBA 2K13 con un londinense que pasaba por allí. Salimos un buen rato después de la tienda y nos fuimos a cenar.

Cenamos en una cadena de dim sum muy conocida de Londres. Ya os había hablado otro día del Wagamama, que nos encanta. Pues el mismo dueño tiene una cadena de restaurantes llamada Ping Pong Dim Sum. En ella puedes comer escogiendo entre decenas de dim sum distintos. Como no queríamos pensar mucho pedimos un menú para dos. Debimos comer unos diez dim sum distintos (cada uno traía dos o tres unidades) y un pequeño postre. Muy rico todo. De allí nos dirigimos a finalizar el día a la parte de caballero del Top Shop. Top Shop es una cadena inglesa que suele ser considerada una cadena de moda de bajo coste. No es Zara, que suele tener muchas cosas básicas y algo de moda para atraer a la gente a las tiendas. Es una tienda llena de moda y aunque es algo más cara que la tienda tipo de Inditex sigue siendo una tienda que marca bastante tendencia a un precio bajo. Derrotados de nuevo salimos de allí camino del apartamento, pensando en que sólo nos quedan dos días para disfrutar de esta ciudad que tantas energías nos quita pero que tantas satisfacciones nos da.

Londres. No, no nos cansamos. (día 10)

Hoy es domingo. Nos lo tomamos con calma, a fin de cuentas ¡es domingo! Como ya os había comentado mi mercado favorito de domingo en Londres es Spitafields/Brick Lane, que bien pueden ser tomados por uno sólo porque la ruta comienza en uno y acaba en otro. Son mucho más de la gente de Londres y un poco menos turísiticos. Pero ya habíamos pasado la semana pasada por ellos y no era cuestión de repetirnos, así que nos dirigimos hacia el que quizás sea el más famoso y  más bullicioso mercado de Londres: Camdem Town Market.


Salimos del apartamenteo y cogimos un bus. La verdad es que desde nuestro apartamento nos plantamos en casi toda la zona dos en menos de media hora y estamos realmente cerca de Candem Town. En quince minutos escasos tras salir de la puerta estábamos caminando por las primeras estribaciones del mercado. Geeeeeeeeente. Gente por todas partes. Menos mal que han reformado la zona y desde hace unos años las aceras son enormes y al menos se puede caminar. Por el camino al mercado un auténtica mezcla de tiendas. Desde cadenas que puede uno encontrar en todos lados, pasando por tiendas realmente extravagantes y finalizando en tiendas de souvenirs en las que la moda de la temporada son las camisetas con motivos de Banksy. Por cierto, en las tiendas de Candem, salvo en las cadenas, tratad de regatear. Nosotros hemos visto rebajas de un setenta y cinco por ciento en algunas cosas.


Entramos en el primer mercado como tal y dimos una vuelta. Es un mercado de artesanía, con gente que hace su joyería, esculpe piedra o talla madera. Salimos de allí y cedimos a la tentación de un puesto de donuts caseros. De allí salimos a un patio cercano a un canal donde Bea comió una salchicha polaca con sus patatas y yo di buena cuenta de un sandwich de raclette, gruyere y salami en un pan aliñado con un poco de aceite de trufa. Nos sentamos pegados al canal. Eh, es la segunda vez que digo canal y esto es Londres, ¿no os suena raro? ¿Desde cuando hay canales en Londres? Pues sí, amigos, en Londres hay canales. De hecho hay bastantes, lo que pasa es que no son muy conocidos por el turista medio. Y no hay que irse muy lejos, desde Candem Town se puede uno ir por un canal hasta la estación de Paddington, por ejemplo. De hecho en Londres por haber hay hasta una Litte Venice.


Salimos de allí y nos fuimos a meternos por otro de los mercados. Camisetas por todos lados. Muchos estilos pero nada que nos termine de convencer así que seguimos camino. Ruido por todos lados. Altavoces con música a todo trapo tratan de atraer a los clientes. Entre el mercado, algunas tiendas establecidas y reconocidas, como Cyberdog, la cuna de la ropa clubber. Llevábamos ya un buen rato y a Bea se le había levantado una jaqueca bastante fuerte. Cualquiera que haya tenido una sabe lo desagradable que es y lo jodido que es llevarla cuando hay mucha luz y barullo. Así que nos dimos vuelta para el apartamento para que Bea pudiera cerrar los ojos y dormir un poco.

Mientras Bea dormitaba, me bajé a dar una vuelta y a buscar donde cenar. Acabé encontrando una pizzería llena de estudiantes y por lo que google decía era toda una institución en la zona. Así que entré y encargue una pizza para llevar. En Icco, que así se llamaba la pizzería, te dan un cacharro que vibra cuando la pizza está lista así que me di una vuelta hasta que estuvo lista y me volví al apartamento donde dimos buena cuenta de ella y nos acostamos viendo Top Gear. ¡Chao!

domingo, 7 de octubre de 2012

Londres. No, no nos cansamos. (día 9)

Sol. Que agradable es esta ciudad cuando el sol asoma entre las nubes, casi siempre presentes y muchas veces amenazantes. Pero el sol anima a una ciudad que un Sábado como hoy no necesita ser animada. Nos levantamos animados y con fuerzas. Con ganas de escapar un rato del bullicio de turistas que en estas épocas asolan la ciudad e invaden cada centímetro cuadrado de las zonas que rodean a Piccadilly. Destino de hoy: Chelsea.

Decidimos por variar desayunar en el apartamento con las compras que habíamos hecho ayer. Queso estupendo no, lo siguiente, de Neals Yard Diary. Tanto el queso de cabra que comió Bea como el de vaca que comí yo eran brutales. Para acompañarlos nada mejor que un pretzel y de postre una tarta de queso de cereza. Con grandes energías salimos a coger un bus hacia Knighstbridge, conocida zona de Londres por ser el emplazamiento de Harrods. Harrods, en mi opinión, merece muy poco la pena. Si venís a Londres con poco tiempo (mucha gente viene cuatro o cinco días) no perdáis el tiempo. Hay mil cosas mejores que hacer en la ciudad que ir a ver un sitio que yo calificaría como hortera y ostentoso. Mola por la curiosidad y hacer la gracia, pero para comprar cosas hay mil sitios mejores. En fin, tras esta pequeña disertación marca de la casa, contaros que nos bajamos del bus muy cerca de la puerta de Harrods. Entramos en un par de tiendas de la zona y bajamos hacia Chelsea por Sloane St, lugar donde se concentran la mayor parte de las boutiques más prestigiosas de la ciudad. Seguimos por ella hasta Sloane Square, lugar del que parte la calle comercial donde se concentra la vida del barrio, King's Road.



Lo que veréis muy frecuentemente en Londres es que los negocios en los barrios se concentram en muy pocas calles. En un barrio muchas veces hay dos o tres calles con comercios y el resto son completamente o casi completamente residenciales. Hoy, sábado, King's Road estaba atestada de gente, pero la mayor parte locales. Comenzamos a caminar entre gente de paseo con sus niños o buscando hacer las compras que el trabajo no permite hacer por semana. Al comenzar la calle nos encontramos un mercadillo de fin de semana. Lo típico en muchas zonas de esta ciudad. Puestos con comida de todo tipo. Ostras frescas, bocadillos de confit de pato, empanadillas argentinas, pasteles, comida brasileña... Una locura. Como habíamos desayunado hacía relativamente poco tiempo no teníamos mucha hambre. Un strudel de manzana, unas empanadillas argentinas y una especie de croqueta brasileña fueron nuestra dieta. Seguimos caminando por la calle, respirando el ambiente, hasta que nos cansamos, un kilómetro y medio después. Cogimos un bus para meternos en la marabunta, dirección a Piccadilly St.



Un rato después estábamos frente a Fortnum & Mason, lleno a rebosar en su planta baja, que es la que concentra la mayor parte de los turistas. La tienda, proveedor de la casa real, es ampliamente conocida por sus tés, de gran calidad. Además de eso uno puede encontrar, para llevarse de recuerdo, grandiosas galletas, caramelos, chutneys y hasta queso stilton (un queso azul muy famoso) muy bien preparado para llevarse a casa en un tarro de cerámica sellado con cera (por aquello de que no apeste la maleta). Siendo como es un sitio turístico preparaos para pagar un sobreprecio por las cosas, aunque reconozco que hay cosas que merecen mucho la pena. Nosotros siempre compramos algo de té y el chutney es algo grandioso. Otra cosa típica de Fortnum & Mason, si uno tiene dinero y le apetece un lujazo, es comprar una cesta de picnic (food hamper). Una barata contad que vale unas sesenta libras. Eso sí, uno se puede comprar una cesta de estas, con una buena selección de quesos, una botella de vino, unos crackers, su mantelito y platos e irse a Hyde Park para sentir aquella sensación de "feel like a sir". Que conste que nosotros no lo hemos hecho nunca, pero no ha sido por falta de ganas. Salimos de allí con unas cuantas cositas y nos dirigimos a sentarnos un rato en una cafetería cercana. Lo bueno de muchas cafeterías en Londres es que son caras pero a cambio uno se sienta en un butacón y se puede tirar mucho rato descansando las piernas y usando la conexión wifi.



Salimos con fuerzas renovadas y ya no pisamos Piccadilly Circus, si no que nos dirigimos a subir y bajar Regent St. Esta calle es preciosa, diría que para nosotros es LA CALLE, con mayúsculas, comercial de Londres. Quizás te den igual las tiendas que haya (a mi me dan bastante igual casi todas ellas), pero la calle es espectacular. No hay ni un edificio feo, son todos espectaculares. Las tiendas son todas imagen de sus marcas y están cuidadas hasta el último detalle. En fin, que merece mucho la pena pasear por ella. Cuando acabamos de pasearla nos dirigimos a la tienda de descuento de ropa deportiva de Londres. En pleno Piccadilly Circus, seis pisos de ropa con descuentos de hasta un 70%. Material de montaña, futbol, palos de golf, raquetas... lo que se te ocurra (o casi, porque cosas de pádel no hay porque en este país no se practica). Cansados y muertos decidimos parar a cenar, ya casi a las diez de la noche. Bea tenía muchas ganas y aunque a mi me da bastante repelús, nos fuimos a un KFC. En general sabéis que odio profundamente las cadenas de comida, y las de comida rápida más. Pero mira, un antojo es un antojo, así que fuimos a comer pollo rebozado con las manos mientras nos reíamos viendo las pintas y las actitudes de los adolescentes locales.

Si lo que veíamos en el KFC era gracioso y peculiar, la calle lo era más. Es realmente gracioso ver como adolescentes que no se han puesto unos tacones en su vida caminan con unos de doce centímetros mientras tratan de que sus faldas no se suban. Colas y más colas en los locales de marcha de la zona. Muertos como estábamos decidimos irnos al apartamento ya a las doce de la noche. Un bus y estábamos en casa descansado, que mañana espera un nuevo día.

sábado, 6 de octubre de 2012

Londres. No, no nos cansamos. (día 8)

Sol y nubes por las mañanas. Dos planes posibles en el día de hoy. Uno era ir a ver la exposición de ropa de Hollywood del Victoria & Albert y después ir a tomer nuestro primer té de la tarde y la segunda ir al mercado de Burough. La primera se nos torció porque no había sitio en el hotel donde íbamos a tomas el té con un descuento de 2x1 así que nos fuimos al mercado de Burough, que nos parecía un plan estupendo. Salimos de casa sin desayunar y corriendo para tomar el desayuno en la cafetería de la Tate Modern, famosa por sus vistas. Antes de coger el metro paramos a comprar algo de fruta para ir comiendo por el camino en un puesto callejero. Es curioso pero salvo dos piezas de fruta que uno puede encontrar en un supermercado, no encontrarás fruterías como tal en el centro de Londres. Lo que se ven son puestos callejeros que venden fruta y verduras en plena calle, llueva o nieve.



Decidimos que el mejor camino para llegar a la Tate sería coger el metro hasta St Paul. Ahí iríamos paseando, por segunda vez en este viaje, sobre la pasarela peatonal del Támesis. Hay que decir, con todos los problemas constructivos que tuvo, que la idea de la pasarela es magínifica. Une con mucha personalidad el clasicismo de St Paul con la modernidad de la Tate. A casi cualquier momento del día está llena de gente paseando, haciendo fotos o, simplemente, yendo de un sito a otro por el camino más corto posible (la distancia entre los puentes de coches a veces es grande en el Támesis. La caminata abrió todavía más el apetito que nos llevó a la Tate. Como comentario deciros que Bea y yo discrepamos profundamente sobre el edificio de la Tate. Para ella no es más que un edificio desolado, vacío y frío. Para mí es increible, un fiel reflejo del arte moderno y del minimalismo en diseño que tanto me gusta. Y que decir tiene que es una idea brutal de aprovechar un edificio que no era más que una central térmica en un sitio privilegiado. En fin, que no sin dar unas pocasa vueltas, y tras observar una performance en la planta abaja (un grupo de gente dando vueltas todos juntos de un lado a otro de la Tate sin oficio ni beneficio) nos subimos al último piso a tomar el café. La cafetería de la Tate es un secreto de esos secretos secretísimos que aparecen en todas las guías de viaje, no se si me entendéis. De todas formas, es una manera barata de tener una vista priviegiada sobre la City, de esas que suelen valer mucho dinero, y casi gratis. Además, he de decirlo, el café es de los mejores (si no el mejor) que he probado en Londres y el té lo sirven de una manera realmente profesional, dando el agua y el filtro con las hojas por separado, para que puedas saber cuanto tiempo lleva el te sumergido en el agua. Genial y muy recomendable, anotadlo para vuestros viajes. Antes de irnos de la Tate decidimos dar una vuelta por la tienda del museo, distinta y con muchas cosas curiosas.



De allí salimos hacia el mercado de Burough, uno de nuestros sitios favoritos de Londres, como buenos fans de la comida que somos. Que decir de este mercado que no haya contado ya. Comida de todos los lugares del mundo, y no cualquier cosa. Solo con mencionar la palabra Burough salivamos. Quesos increibles, fiambres, salmon ahumado, trufas frescas, panes, pasteles, confituras, especias... Todo de la máxima calidad y ofrecido siempre por adelantado para ser probado. Nunca comprarás al azar sin saber si la calidad es lo que parece. Dimos un buen paseo comprando algunas cosillas y probando de todo. Al cabo de un par de horas de paseo estábamos derrotados, así que decidimos darnos un lujazo y comimos en el Roast.



El Roast es un restaurante situado en lo alto del mercado de Burough. Es lo único que hay sobre el mercado, en un primer piso al que se accede en ascensor. El restaurante ya lo habíamos visitado en una anterior ocasión y sabíamos perfectamente lo que nos ofrecía, comida inglesa. Que sí, que tiene mala fama. ¡Pagar un buen dinero por comida inglesa, a quien se le ocure! ¡Meeeeeec! ¡Error! Repetid conmigo. La comida inglesa basura que podéis comer en Oxford Street o el Soho es generalmente mala. Como mala puede ser la comida española que se puede comer en un sitio turístico. Os podría poner ejemplos terroríficos, como un día en la calle del Franco de Santiago de Compostela, donde se nos vendío como tortilla de patatas unas patatas fritas congeladas mezcladas con un huevo de color sospechoso. Esa es la imagen que se ofrece de la cocina inglesa. Pero la cocina inglesa puede ser deliciosa, simplemente hay que dirigirse al lugar adecuado. Y el Roast es uno de esos sitios. Cocina muy cuidada, con buenos ingredientes (en UK e Irlanda hay carne magnífica), tratada con cariño y sabiendo asumir ciertas influencias extranjeras. Yo me apunté a un menú de dos platos y postre que consistió en una terrina de jamón asado, gelatina y perejil, barriga de cerdo asada y crumble de fresa y manzana con crema de vahinilla. Bea se tomó solomillo bien madurado asado con pudding de Yorkshire y patatas asadas y salsa de rábano picante. Brutal sería la palabra de como sabía todo esto. Todo esto mientras en la cristalera se puede ver el mercado y su bullicio.


Llenos llenísimos aún tuvimos tiempo para parar en un último sitio. En una calle aledaña al mercado hay una tienda llamada Neal's Yard Diary. La tienda es un compendio de los mejores quesos de las islas británicas, recogidos en pequeñas granjas y con un cartel explicando pormenorizadamente el origen, el tipo de leche, el tipo de cuajo y quien es el dueño de la granja. Le falta solo poner el nombre del animal/animales del que ha salido la leche. Además de quesos la oferta se complementa con mantequillas, requesones, yogures. Si sois aficionados a los quesos, haced el favor de pasar por el sitio aunque solo sea a probarlos y babear. Cansados y algo derrotados partimos hacia el apartamento a dejar las compras, coger un paraguas (estaba empezando a llover) y bajar hasta Oxford Street a hacer alguna comprilla.


Bajamos hasta Bond Street y entramos en unas cuentas tiendas antes de entrar en Selfridges, uno de los centros comerciales más chulosde Londres. La visita a Selfridges para nosotros es más un sitio para ver moda que otra cosa. Como ir a una pasarela a ver alta costura mientras paseas. A la puerta del establecimiento, más de media docena de chóferes y guardaspaldas esperan por sus adinerados clientes. Dimos un pequeño paseo y salimos hacia la calle otra vez. Paramos en un café a descansar y sentarnos en un sofá antes de seguir camino. Al cabo de unas cuántas tiendas más, muertos ya del todo, decidimos coger algo de comida para llevar (un sandwich de gambas y aguacate, una sopa de miso, un poco de pollo teriyaki con arroz y un mochi) e irnos al apartamento a descansar, tras otro largo día que hemos aprovechado mientras las fuerzas aguantaron.

viernes, 5 de octubre de 2012

Londres. No, no nos cansamos. (día 7)

Hoy el sol asomaba de nuevo entre las nubes. Las previsiones eran que esas condiciones meteorológicas se mantuvieran durante todo el día. Como ayer ya habíamos hecho algo típico, nos queríamos alejar un poco de todo eso, así que nuestro destino serían los Kew Gardens. Así salimos del apartamento, cogimos un par de cositas en el Cafe Nero de al lado de la estación y nos dirigimos en metro hasta Kew.



Cuarenta y cinco minutos después estábamos en Kew, situado en zona cuatro. Londres ya no era edificios y bullicio. A solo media hora de distancia de Trafalgar square estábamos en una tranquila zona residencial, de casitas victorianas y calles tranquilas flanqueadas por árboles. Un sitio que sería algo más que idílico para vivir si no fuera porque una de las configuraciones de aterrizaje de Heathrow pasa justo por encima. A ver, no es que esté tan cerca como para que el ruido sea terrible, pero vivir ahí y tener que aguantar el ruido de un avión cada minuto y poco no creo que sea lo mejor para estar tranquilo en tu jardín. A pesar de eso, curioseando los precios, una vivienda cutre en la zona cuesta seiscientas mil libras. Hay que decir que salvando el ruido de los aviones la zona es preciosa.



En fin, que a un par de manzanas de la estación de metro (de superficie) está la entrada de los Kew Gardens. Los jardines, patrimonio de la humanidad, es más que un típico jardín inglés, como atestiguan las dieciseis libras que hay que pagar de entrada. Y ese dinero es para conservar lo que es una amplia muestra de las especies vegetales que hay en este planeta en el que vivimos. Según su publicidad son los responsables de preservar un octavo de todas las especies vegetales conocidas en el mundo. ¡Y eso son muchas especies! Según entramos ya empezamos a alucinar con los árboles. El recinto es un parque con cientos de árboles distintos, alguno plantado hace casi trescientos años. Además hay un par de pavellones/invernaderos victorianos y algún que otro más moderno.



En fin, que empezamos a caminar y ya en el primer pavellón alucinamos. Especies sudamérica, áfrica y oceanía. El calor y la humedad son altísimos. Sensación de clima tropical dentro, acompañado por la sensación de estar en una selva. Salimos de allí con mucho calor para volver al clima otoñal exterior. De ahí seguimos a otro pavellón con plantas de climas desértico y con otro ejemplos de zonas húmedas. Seguimos otro rato caminando hacia el restaurante, donde paramos a comer. Nos sentamos en otro pabellón victoriano a comer un guiso de carne, un arroz y un par de tartas para coger fuerzas para seguir hasta la hora de cierre.



Caminamos por los senderos y entre ellos. En el parque nada impide ir por el cesped, y hasta se potencia. Por enmedio de los árboles hay aquí y allá, dispersos, bancos para sentarse. Nos aprovechamos de ellos de vez en cuando, pero lo que realmente apetece es tumbarse en el verde suelo y disfrutar de los rayos de sol cuando asoman. ¡Se está de maravilla y realmente apetece echar una cabezadita! Seguimos y nos subimos a una pasarela panorámica que hay sobre unos casataños enormes. A dieciocho metros de altura uno puede ver el parque en toda su extensión. Volvemos a bajar y nos vamos caminando hacia una pagoda y a un jardín japoneses. De ahí al último pabellón, donde podemos ver plantas americanas y europeas. Sólo nos quedó visitar la tienda para salir de los jardines, contentos y satisfechos, poco antes de que cerrasen. He de decir que estos jardines son una maravilla y hay tantas cosas que sorprenden... Yo realmente creo que estos fueron creados para conservar y estudir plantas a las que los ingleses sacaron rendimiento económico. Fueron ellos los que robaron las plantas de té de china y las llevaron a sus colonias de la India, por poner un ejemplo muy conocido. Pero verlos a día de hoy y ver el trabajo de conservación que hacen es magnífico y merece mucho la pena. Avisados de que si los queréis ver con calma hace falta todo el día. Nosotros llegamos a las doce menos cuarto y solo vimos medio parque (aunque vimos lo más importante. En fin, que una vez visto, nos cogimos de nuevo el metro y esta vez nos bajamos en Leicester Square, en pleno corazón de la zona de teatros de la ciudad.


La idea que teníamos para acabar el día de hoy era irnos a disfrutar de un musical. La última vez que estuvimos aquí vimos Grease y nos lo pasamos estupendamente. Queríamos repetir, así que nos bajamos del metro y fuimos directos a las taquillas de Tkts. Tras dudar un rato, acabamos eligiendo ir a ver The Jersey Boys, que lleva siendo un éxito muchísimo tiempo en el West End de Londres. Así que compramos unos buenos asíentos a mitad de precio para la sesión de las siete y media. Teníamos una hora para comer y estábamos en una zona no muy recomendable para comer rápido y bien. Así que ante la indecisión y la prisa que teníamos acabamos en el Burger King de la plaza. Comimos un par de menús y flipamos con la nueva máquina de bebida que tenían. Te daban el vaso y en vez de una hilera de pulsadores donde llenar la bebida había una única máquina con pantalla táctil. En ella podías escoger más de 100 bebidas distintas. Para que os hagáis una idea, de Sprite lo había clásico, de arándano, de cereza, de melocotón, de lima y de uva. En fin, que cenamos rápidamente viendo a la gente de la calle pasar y nos fuimos de cabeza al musical.



The Jersey Boys es un musical que lleva años triunfando en Broadway y en el West End. Cuenta la historia de The Four Seasons, un grupo muy famoso de los 60. La verdad es que nos lo pasamos muy bien. Típica historia de ascensión de un grupo, sus relaciones con la mafia local, las disensiones entre ellos... Buena música y muy muy buenas actuaciones y voces. Contentos y felices salimos del teatro camino de Picadilly para hacer un último paseo nocturno. Para finalizar nos dimos un paseo en bus por la ciudad y de vuelta al apartamento. ¿Que nos deparará mañana?


Londres. No, no nos cansamos. (día 6)

Hoy tocaba hacer un poco el guiri. De momento estamos teniendo suerte con el tiempo. Que sí, que vale, que todos los días llueve un poco, de madrugada!. Pero nada que nos fastidie los planes. Sol y nubes en el cielo y un tiempo agradable para pasear y hacer cosas. En fin, que el plan de hoy era pasear de arriba a abajo el Covent Garden. Zona conocida por el mercado del mismo nombre y los artistas callejeros que actúan delante de él. Pero también es una bulliciosa zona de compras, restaurantes y gente, mucha gente.



Bajamos hasta allí parte del camino en bus y después nos dedicamos a caminar y caminar y caminar... Entramos a curiosear en un montón de tiendas, a buscar cosas raras y curiosas. Cosas extravagantes y cosas chocantes. Lo que siempre se ha llevado en londres son las cosas que no cuadran. Jerseys de cuello vuelto sin mangas, pantalones cortos y sandalias con gorros de lana... La cuestión es tratar de llamar la atención. Llegamos al mercado y dimos una vuelta por él. Músicos tocando instrumentos de cuerda, gente comiendo en el interior y tiendas repletas de turistas es lo que uno puede esperar allí, pero haya que reconocer que el sitio tiene su encanto.



Tras pasear toda la mañana paramos en un Wagamama (cadena de comida oriental a la que ya hemos ido muchas veces) a comer. La del Covent Garden está en un sótano, pero hay sitio siempre, está al lado del mercado y es razonablemente barata. Yo tomé una ensalada estupenda con trozos de carne a la plancha y Bea un arroz con curry y pollo. De beber me pedí un zumo natural de zanahoria con gengibre que estaba delicioso. Satisfechos nos fuimos a seguir recorriendo la zona. Primero paseamos por la zona donde está la mayor concentración de tiendas de deportes de montaña de Londres. Unas diez tiendas en dos manzanas situadas al sur del mercado. De ahí nos fuimos a hacer la visita de rigor a Orc's Nest, una famosa tienda de material de rol y wargames. Quizás de las más veteranas de la ciudad y siempre bien surtida. Cansados ya de la caminata (parece que no pero en estas ciudades uno camina MUCHO sin darse cuenta) nos fuimos a descansar al apartamento antes de irnos a cenar.



Buscando buscando para cenar acabamos en la Trattoria Modello. El restaurante era un sitio clásico, de verdadera comida italiana y regentado por italianos desde hace ya más de cuarenta años. Yo me tomé unos calamares a la plancha  con una salsa de ajo, romero y vino blanco que daba gloria. Bea fue a lo clásico con la lasagna. Ambos platos deliciosos. De postre me tomé una especia de cañas rellenas de ricotta impresionantes. El sitio, además de todo, era barato. De esas joyas que hay en los barrios y que desde fuera como turista no creo que encontrases. Tras el postre, tuvimos una conversación de economía con uno de los camareros, portugués él. Nos preguntaba que tal las cosas por Galicia y él nos decía que por Portugal la cosa estaba muy mal. Que habían cerrado muchísimas fábricas de textil y que daba mucha pena. Nos dijo que se notaba mucho como había crecido el número de españoles en Londres. Que hace unos años había, pero que muchísimos menos. Además nos contó que se notaba que había muchos ya por el norte de Inglaterra. Que en zonas como Manchester o Liverpool se veían ya, cuando hace unos años era impensable. Nos contaba también como compatriotas suyos estaban yendo a vivir a Brasil. En fin, parece que los ciclos se repiten.



Tras la conversación decidimos bajar a dar un paseo a Piccadilly, que todavía no habíamos ido y nos parecía pecado. Cogimos el metro hasta Leicester Square y desde ahí bajamos dando un paseito. Nos sentamos un rato en la fuente, nunca lo habíamos hecho, y cogimos otro bus de vuelta para dormir ya hasta el día siguiente. Buenas noches!

miércoles, 3 de octubre de 2012

Londres. No, no nos cansamos. (día 5)

El tiempo amaneció hoy dispuesto a darnos una tregua. El sol asomaba entre las nubes. Las previsiones eran que lloviese a última hora de la tarde, así que trazamos el plan rápidamente. La noche pasada fue nuestra última noche en el Southbank. Esta noche ya dormíamos en otro sitio, un apartamento en el norte de Oxford St. Así que dejamos las maletas en el hotel y tomamos un desayuno rápido en un Pret a Manger. Un bocadillo de roast beef, una cookie, un smoothie, un café, un té y un croissant con jamon, queso, tomate y bacon nos dieron fuerzas de sobra para toda la mañana. Desayunamos corriendo porque el objetivo del día era Greenwich.


Para llegar hata allí podíamos ir en metro, en bus... ¡Pero no! Lo mas divertido es ir en barco, así que allá fuimos. Nada de barcos turísticos, cogimos lo que sería un bus acuático, que va a toda leche sobre el Támesis. Nada más llegar, dimos una vuelta por el mercado local, un mercadillo en el que hay desde pañuelos de seda tailandesa hasta botellas antiguas sacadas del fondo del río. Dimos un paseo y comenzamos a subir hacia el observatorio. La subida es realmente pronunciada, pero merece la pena. En la subida nos cruzamos con las obras de desamantelamiento del recinto de saltos equestres de los juegos olímpicos. Nos quedamos alucinados de que una obra al aire libre tuviera una zona para fumar consistente en una silla, un cubo de arena y ¡dos extintores! Una vez arriba, nos paramos un rato frente al conjunto de edificios que lo forman y decidimos no entrar todavía porque el tiempo aguantaba y el parque en el que está enclavado el observatorio es impresionante.



Abandonamos el observatorio hacia la izquierda y llegamos a un lugar repleto de castaños enormes y antiquísimos. El cesped daba ganas de tirarse sobre él o de dedicarse a perseguir ardillas corriendo por todo el lugar. Ardillas que se afanaban en localizar las casatañas caidas para ponerlas a buen recaudo. Nos sentamos al lado de un castaño un rato y seguimos hacia el norte buscando un lugar donde se pueden observar unos ciervos recluidos en una zona del parque. Seguimos jugando con las ardillas mientras nos rodeaban abetos que parecían llevar allí toda la vida. Llegamos finalmente a la zona de los ciervos y nos dedicamos a observarlos un buen rato. La manada de las crías se acercó a nosotros y pudimos verlos un buen rato. El macho dominante se mantuvo algo lejos y nos dio algo de pena no poder quedarnos un rato más a observarlo.



De allí nos fuimos ya al observatorio, temerosos de que el tiempo se pusiera peor y nos lloviera. Ya en el observatorio fuimos recorriendo los edificios. Lo más impresionante quizás es como explican todos los avances en la navegación y la importancia de medir el tiempo para poder posicionarse correctamente. En estos tiempos en los que hasta una cafetera tiene GPS, uno parece no darse cuenta de lo que suponía navegar hace tan solo doscientos años. La complejidad que tuvo crear un reloj que funcionase correctamente en el mar, la creación de los paralelos y los meridianos... En fin, es realmente impresionante. Cuando salimos de los edificios nos dedicamos a hacernos la foto de rigor en el meridiano y comenzamos el camino de vuelta.



Un poco tarde ya comimos en el Naval Musseum, que nos dio mucha pena no tener tiempo para visitar. Con el tiempo que hacía preferimos dedicar nuestro día a disfrutar del parque al aire libre y no hubo tiempo suficiente para los museos. Comimos un poco de dulce para coger fuerzas y seguimos camino, hacia la zona de la Tower of London. El camino lo hicimos en el DLR, un tren sin conductor hasta Bank. Ahí cogimos un metro y nos bajamos en la zona de la torre, justo al lado de un resto de la muralla de la ciudad. De ahí al motivo de nuestra visita, St Katherine Docks. Justo al lado del Tower Bridge, y sin que muchos turistas lo sepan, hay unos muelles deportivos rodeados de casas y restaurantes. El sueño de muchos ricachones de la City, supongo. Un sitio al lado del trabajo donde tener tu casa enfrente de tu yate. La cosa es que no solo íbamos por aquello de ver unos bonitos muelles, si no que la intención era tomar una cerveza en el Dickens Inn, un pub que lleva ahí unos cuantos (bastantes) años y que es especialmente bonito (por fuera y por dentro). Me cogí una cerveza y nos fuimos a descansar a un sofá en una esquina (el local es enorme) hasta que nos llegó la hora de ir a por las maletas y con ellas al apartamento.



Llegamos justo a la hora acordada y un amigo de la dueña nos dio las llaves y nos contó rápidamente donde estaban las cosas. Dejamos las maletas y un poco después nos fuimos a buscar donde cenar por la zona. Acabamos en un asiático llamado Mushu del que no mucho que contar, algo normal del todo. Me tomé un ramen y Bea un bento con un salmón rebozado que ni fu ni fa. Unos dumplings al vapor acabaron la faena que no pasará a los anales de la historia. ¡Buenas noches!