domingo, 6 de octubre de 2013

Tres en la carretera. Día 15. Vuelta a casa

Último día. Poco que contar. Nos levantamos y desayunamos en el jardín. Un zumo de naranja, unas tostadas, galletas, sobaos, café, té y fruta. Lo malo es que algo le sienta mal a Bea. Muy probablemente el zumo de naranja, que a veces le sienta mal tanta vitamina junta. Se pasa todo el día con el estómago revuelto. Sólo paramos un rato en Gijón, pero simplemente por coger algo de comer y hacer que Cloe descanse del coche. A eso de las siete llegamos ya a casa, tras haber hecho casi 4000 km en lo que ha sido nuestro primer viaje siendo tres. Ha sido bastante agotador, pero ha merecido muy mucho la pena. Creo que a la niña le ha venido tan bien como a nosotros. Ha estado fuera de casa todo el día, paseando, con sus padres. Ha disfrutado del buen tiempo, ha conocido a mucha gente nueva y la hemos visto tan feliz como a nosotros. Gran viaje y bonitas fotos para enseñarle cuando sea mayor. Con la ruta final, nos despedimos hasta el próximo viaje.


Tres en la carretera. Día 14. Zarautz

Nos despedimos de Carmen ya ayer por la noche. Sabíamos que no nos despertaríamos antes de que fuera ella a trabajar. Flo entra a las 12 y desayunamos con él. Dudamos si ir a Francia a hacer una comprita. El coche ya va muy cargado. No tenemos mucho sitio en él porque es un Civic y, aunque tiene un buen maletero, ya no da para más. Ya salimos de casa con una maleta grande, una de cabina, un carrito de los grandes con silla y capazo, una bolsa enorme para la niña y una mochila para la cámara. Ante la duda decidimos llamar a Chema, una amigo que se ha mudado hace poco a Bilbao para quedar para comer con él. Nos quedamos pues, esta vez, sin hacer compra francesa. Por el camino, cuando estábamos dando de comer a Cloe, Chema nos dice que le han puesto una reunión a las tres y no puede quedar. Ante la noticia no sabíamos que hacer. ¿Volver hacia Francia y hacer la compra? Era mucho tute, había que hacer un rodeo de dos horas. ¿Ir a Bilbao por nuestra cuenta? No nos apetecía mucho. De repente, una bombilla se me encendió, ¡Vamos a Zarautz!

Hacía ya 21 años que no iba a Zarautz. Tenía ganas de volver, el sitio me dejó una grata impresión y en su día hice bodyboard en sus aguas. Bea conducía y yo entretenía a la niña atrás por primera vez en el viaje. Por el camino me puse a buscar dónde comer. ¿Y si vamos al restaurante de Arguiñano? No tenía mala pinta y la gente lo ponía muy bien. Así que sí, aparacamos el coche y comimos en el restaurante de Arguiñano y fue una muy grata experiencia. De primeras he de decir que el personal nos hizo sentir como en casa. De los mejores servicios que he tenido. Todo el mundo jugando con Cloe que estaba un poco revoltosa. Siempre una atención de tú a tú muy agradable. De aperitivo nos trajeron una crema de marisco y unas croquetas de jamón. Deliciosos. De primero unos canelones fritos de vieira y langostinos muy ricos. De segundo un cochinillo deshuesado y un bacalao dos salsas (vizcaína y pil-pil). De postre un variado a compartir. Todo ello con unas copitas del txacolí de la casa nos supuso 35€ por cabeza. He de decir que el precio, y más siendo el país vasco, es más que correcto. Lo mismo hubiéramos pagado en un restaurante en Coruña por una comida similar así que en ningún momento uno se siente que paga más por estar en un restaurante propiedad de un famoso. Además las vistas del mar desde el comedor merecen una buena comida y un buen café. Nos vamos satisfechos a pasear.

Empezamos a recorrer el paseo. El cielo amenaza agua pero hace mucho calor y viento cálido. Parece tiempo tormentoso de verano más que de octubre. El mar está plagado de surfistas que se pelean por los picos. El paseo ha cambiado con respecto al que recuerdo, que tenía césped para que la gente pudiera tirarse allí ya que la arena era inexistente en marea alta. Tampoco están las casetas de la playa. El paseo es increible ahora. Es ancho, con sitio para que el mar se expanda. En muchos sitios no hay barandilla porque hay muy poca caida y dónde la hay no es tal, si no unos bloques de granito para que rompan las olas. Parece un sitio dónde dejar al mar expresarse sin luchas inútiles con él. Recorremos el paseo hasta casi el final Cloe y yo, Bea lo hace por la orilla, disfrutando del calor y de que el agua no está demasiado fría. Salimos del paseo y recorremos el pueblo. Tan bonito como lo recordaba. Entramos en el mercado y hago unas compras. La niña duerme como una bendita. Paramos en una cafetería del paseo a tomar algo viendo el mar. Lo hueles porque no hay nada que te separe de él. Como comentaba antes no hay barandillas, así que nada impide ver a los surfistas. Los soportales albergan muchas escuelas de surf, que tienen una parte de la playa reservada para ellas. Cloe come viendo el mar. Sonríe. Termina de comer justo a  tiempo porque cae un tremendo chaparrón. Todo el mundo se refugia corriendo en los soportales y hacemos lo propio. Para poco a poco y sale el arcoiris. Sonreímos nosotros. Recorremos los soportales hacia el coche mientras todavía llovizna algo. Cuando deja de llover nos vamos, apenados, de Zarautz. Ha sido un día muy bonito.

Esta noche dormimos cerca de Comillas, en Cantabria. Antes de dejar la costa vasca recorremos diez km de costa entre Zarautz y Zumaia. Por el camino paramos en Laredo a darle de comer a Cloe. Cada vez que recorro la costa cántabra me da pena. Lo que era pueblos de pescadores convertidos en colmenas. ¿Quién ha sido el desgraciado que ha dejado construir montones de edificios altos aquí? Recuerdo este sitio con doce años. Que sitio más chulo. Ahora es una ciudad sin alma, que no apetece visitar. Paro a comprar algo de cena en un supermercado y seguimos camino. A eso de las diez y media llegamos al hotel de esta noche, el Palación de Toñanes. Los hoteles y las casas rurales de este país tiene un grave problema. Viven de los fines de semana, los puentes y el verano. Hoy éramos los únicos huéspedes. Nos reciben con mucha amabilidad. El hotel está bien aunque tiene cosas que mejorar. El suelo cruje mucho y tenemos que hacer malabarismos para no despertar a Cloe mientras nos movemos por la habitación. Nos vamos a dormir en lo que ha sido un gran penúltimo día de viaje.

Tres en la carretera. Día 13. Lleida, Huesca y Jaca

Hoy salimos con intención de dar una vuelta por las estribaciones de los pirineos. Esta noche dormimos de nuevo en Pamplona, donde Flo y Carmen nos recibirán con los brazos abiertos como siempre. Por la mañana antes de partir dirección a Huesca nos tomamos un desayuno express en el hotel y damos una vuelta en coche por la ciudad. Lleida tiene realmente poco que ver. Quizás una parte del río es bonita, y quizás se pueda decir que se ve vida y actividad en la ciudad, pero no puedo recomendar a nadie que venga a hacer turismo aquí. Partimos de la ciudad con intención de comer en Huesca y ver si la ciudad merece la pena.

Llegamos a Huesca y aparcamos en plena plaza del ayuntamiento. Están cambiando la zona a peatonal pero todavía está en transición así que podemos aparcar sin pagar un duro porque los de la zona azul ya no pasan por allí. Tiene toda la pinta de trabajo mal hecho por parte del ayuntamiento esta transición, pero nos aprovechamos de ello. Tras darle de comer a la fierecilla, vamos a comer. Otra vez gracias a google maps encontramos un sitio oculto, el restaurante Doña Taberna. Por fuera, parece una tasca más. Local sin reformar, con pinta de los años 70, unos paisanos se debanan por acabar sus vinos en la barra. Entramos sin mucho convencimiento y nos pasan al comedor, reformado de cabo a rabo. Obervamos a mucha gente comiendo, con platos con muy buena pinta. Comemos de primero unos berzas con langostinos y una sopa de gallina con trufa. De segundo unos huevos rotos perfectos (patata confitada abajo, un huevo con la clara perfectamente hecha y la yema suelta del  todo) con jamón y unas albóndigas rellenas de foie que estaban increíbles. De postre una sorbete de limón y un yogur de oveja. Precio del menú, 12€ por cabeza. Buenísima la comida y el trato. De allí salimos hacia la zona vieja cruzando el ayuntamiento. El parque que cruzamos no nos parece gran cosa. La ciudad nos recuerda mucho a un pueblo castellano más que a un pueblo del norte. Colores ocres, un parque con poco verde y nada destacable. En la ciudad vieja nos acercamos hasta la catedral. Realmente curiosa, es la primera vez que veo una catedral con tejado sobre el pórtico. No es algo impresionante por fuera, pero si se visita la ciudad es de lo poco salvable. Por dentro no la puedo valorar porque, otra vez más, nos piden dinero por entrar. Salimos de la ciudad hacia Jaca a eso de las cinco de la tarde, con la ciudad comenzando a despertar (casi todo el comercio cierra de dos a cinco) y con la sensación de que no es ciudad para repetir aunque al menos hayamos disfrutado de la gastronomía.

Nos dirigimos entonces a Jaca. La carretera está siendo convertida en autopista, pensando quizás en acercar las pistas de esquí a Huesca y a su aeropuerto cuasi fantasma. Otras de esas obras faraónicas que nos han dejado hechos una ruína. Eso sí, la carretra tiene momentos épicos, de belleza cuasi inconmesurable. El cielo de color amarillo, con nubes salpicadas. Salir de una cumbre y ver el valle, abajo, y los pirineos, al fondo. Montañas y valles con sombras que dan relieve a lo que ya es bello de por sí. Sólo ese momento ya ha hecho merecer la pena el día. Me quedo sin palabras.

Jaca. Nuestra segunda vez aquí. Un pueblo bonito y con vida, si señor. Callejuelas y plazas con niños por doquier. Gente en bici. Empedrados siendo arreglados. Comercio, mucho comercio. Más vida. ¡Que zapatos más bonitos! A Cloe le gusta el empedrado y a su madre
el batido de chocolate. Se hace tarde y nos vamos. El camino hacia Pamplona también está siendo convertido en autopista. Mucho dinero mueve el esquí. Llegamos a la ciudad a las ocho y media y cenamos una rica tortilla que nos hace Carmen, con unos tomates y lechuga cortesía del vecino del séptimo y un poco de pollo del KFC. Muchas risas y muchas aventuras contadas. ¡A dormir!

Tres en la carretera. Día 12. Barcelona

Que bonito es este hotel. Otro día más de calor nos recibe en este viaje. La verdad es que estamos teniendo una suerte que no nos imaginábamos (se nos está acabando la ropa ligera!). Todos los días hace calor y se está de maravilla en la calle. Apuramos para llegar al desayuno y nos pusimos las botas para tener fuerzas en la primera parte del día. Nuestro objetivo de hoy era pasar el día en Barcelona, sin rumbo fijo.

Salimos del hotel con pena de no haber aprovechado la piscina. Como hace mucho calor decidimos ir al puerto olímpico por aquello de disfrutar un poco el mar. Dejamos el coche en un parking y nos pusimos a pasear, con Cloe muy emocionada. Tras pasearnos todo el puerto nos sentamos a tomar un par de batidos mientras Cloe comía. Salimos del puerto a eso de las dos y media con dirección a plaza Cataluña, por aquello de pasar el día paseando por el centro. Dejamos el coche en un parking en la parte alta de via Laietana, muy cerquita del Palau, y buscamos donde comer. Terminamos en un restaurante familiar japonés, llamado Machiroku. Como fuimos algo tarde tuvimos que escoger rápidamente y Bea pidió un menú cuyo plato principal era ternera y yo uno con anguila. El trato y la calidad de la comida son excelentes. Una auténtica taberna japonesa en el centro de la ciudad cuyos menús oscilan los 11€ con bebida y postre. Eso sí, hay que saber donde está o usar una conexión de datos porque la calle es estrecha y no tiene cartel lateral.

Tras la comida nos fuimos a pasear en dirección al Arco de triunfo ya que quería ir a una librería de toda la vida de la ciudad, Gigamesh. Son conocidos ahora mismo por ser los editores de Juego de Tronos, pero tanto como editorial como como tienda llevan ya muchos años. Cuando internet era algo que poca gente conocía y hacer compras de cosas de importación toda una odisea, Gigamesh era el sitio que visitar en Barcelona para hacerse con material de comics, rol y literatura del otro lado del charco. Ahora ya no es lo mismo, pero sigue siendo muy divertido ir a disfrutar un rato curioseando por las estanterías. Tras estar un rato dentro apareció mi prima Lara, que está estudiando en la ciudad y nos fuimos a pasear con ella.

Nos dirigimos de nuevo hacia la zona de plaza Cataluña, bajamos por Puerta del Ángel, y paseamos por las tiendas de la zona, siempre con un ojo a vizor en la cartera que por esta zona los carteristas acechan. Como a Cloe le entró el hambre nos sentamos en la plaza de Castella, una de las zonas rehabilitadas del Ravall, a tomar algo en una terraza. Allí nos quedamos hasta casi las ocho, se estaba muy bien. Dimos la vuelta caminando hasta el coche y en las cercanías del parking nos despedimos de Lara antes de irnos a dormir a nuestro hotel, ya en el camino de vuelta, en Lleida.

Por el camino tráfico y más tráfico que salía de la ciudad. Para más inri, un transporte especial que ocupaba la carretera de lado a lado e iba a 30 kph atascaba la autopista. Al lumbreras que se le ocurrió hacer eso a esas horas deberían darle un premio. Menos mal que salimos en una de las salidas para tratar de adelantar por la carretera al convoy y nos salió bien. Así que, un poco tarde ya, llegamos a Lleida a eso de las diez y media de la noche. Como pensamos que el hotel, de la cadena Ibis, no tendría restaurante abierto, cogimos algo de comida para llevar en un McDonalds cercano. Cuando llegamos al hotel descubrimos que tenía la cafetería abierta toda la noche. En fin, que le vamos a hacer. El hotel, como todos los de la cadena, era muy sencillo y funcional, con muchos servicios pensados para el viajero de negocios, pero era barato y nos encajaba.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Tres en la carretera. Día 11. Girona, La Roca Village y Mataró

Hoy Cloe decidió que había que levantarse pronto. ¡Se la notaba con ganas de conocer Girona! Salimos del hotel bajo un sol radiante, con pinta de que el día iba a ser caluroso, pero todavía con el frescor de la mañana. Que bonita es Girona. Demuestra lo que el buen hacer de un ayuntamiento puede hacer por una ciudad, al menos a simple vista del turista que la visita. Nuestra idea era pasar la mañana visitando el casco antiguo y hacia allí nos dirigimos. Que bonito es el río. Pensad que la fachada de la ciudad al río, con sus casas colgando, estaba hecha una pena hace dos días. Hasta que un buen día el ayuntamiento subvencionó el pintado de las fachadas y lo que hoy es la imagen de la ciudad al exterior nació. En el hotel nos dieron un plano de la ciudad que indicaba qué caminos eran accesibles y cuales no para personas con movilidad reducida. Esto nos facilitó la visita con el carrito ya que hay muchas zonas sólo accesibles por escaleras y nos evitó tener que dar rodeos innecesarios. Como no teníamos desayuno, en una pastelereía cogimos unos xuxos típicos de la zona para desayunar. ¡Que ricos estaban!

Cruzamos pues el río y nos adentramos en la ciudad vieja. Lo único malo es que parecíamos los únicos turistas que visitaban por su cuenta la ciudad. Nos encontramos con muchos grupos de turistas en manada que, en una ciudad con calles tan estrechas, nos entorpecieron un poco la visita. Empezamos a subir en dirección a la catedral y, por el camino, hicimos muchas fotos. Dimos un buen rodeo para conseguir acceder hasta la puerta de la catedral, esquivando las escaleras. Cuando llegamos a ella nos encontramos con que cobraban 7€ por la entrada, así que nos dimos media vuelta. Sinceramente, me niego a pagar por entrar en un edificio de una institución privada que se mantiene con mis impuestos. Seguimos dando un rodeo por el casco antiguo hasta la universidad. Allí empezamos a bajar hacia el río. A Cloe le encantan los empedrados y va dormida casi toda la visita. Cuando se despierta subimos a ver los baños árabes ya que había que bajar unas escaleras y sabíamos que se despertaría. Mención especial al taquillero de los baños que se ofreció a vigilarnos el carrito mientras los visitábamos para que pudiéramos movernos con comodidad. Los baños merecen mucho la pena por su significancia histórica y su belleza,  pero no esperéis algo muy espectacular en cuanto a decoración. Salimos de Girona en dirección sur hacia La Roca Village, un outlet cercano a Barcelona.

La Roca Village está a una media hora del centro de Barcelona. Para los que os interesen los outlets, es un hermano de Las Rozas Village en Madrid y otros similares como Bicester Village en Londres. Son unos outlets que en vez de tener pinta de centro comercial cerrado, son como una calle al aire libre de casitas y en cada casa hay una tienda. Yo odio los centros comerciales pero estos si hace buen tiempo resultan agradables porque, al menos, respiras aire puro y tomas algo en una terraza. Comimos allí unos bocadillos y nos pusimos a dar vueltas y hacer algunas compras aprovechando gangas y finales de temporada de verano. El sitio estaba a reventar a pesar de ser lunes. Cuando nos cansamos nos fuimos al hotel.

El hotel. Como cunde tener coche. Estamos a unos 20 minutos del centro de Barcelona y estamos en un hotel impresionante llamado Can Galvany en Vallromanes. Si tenéis forma de desplazaros, el hotel es estupendo. Una zona tranquila, habitaciones amplias y mil detalles. Por poner algún ejemplo, digamos que nos pusieron en la cuna de Cloe dos toallas para ella, un peine, unos clinex y una toallita de lavanda. Son tonterías pero que denotan cuidado por los detalles El hotel tiene un edificio moderno, dónde están las habitaciones, el restaurante y el bar y un edificio antiguo restaurado donde está el spa. Muy muy recomendable.

Dejamos las cosas, dimos de comer a Cloe y nos fuimos a Mataró a ver a Alex, un antiguo compañero mío de la facultad que vive allí. Nos fuimos a cenar con él unos bocadillos, unos calamares y unas bravas y nos quedamos charlando y poniéndonos al día hasta que se hizo muy tarde (echadle la culpa a él del retraso del blog!). ¡Hasta mañana!

 


martes, 1 de octubre de 2013

Tres en la carretera. Día 10. Montpellier, Séte y Girona

Hoy se nos pegaron las sábanas más de lo habitual. Cloe nos dejó dormir hasta tarde y entre unas cosas y otras salimos a las 12 del hotel en el que no teníamos desayuno. Salimos hacia Montpellier a dar una vuelta. De la ciudad teníamos buenas referencias, pero las veces que habíamos ido a dar una vuelta en coche no nos había gustado demasiado lo que habíamos visto. ¡Que equivocados estábamos! Según íbamos llegando al caso histórico la cosa se fue poniendo interesante. Aparcamos en el centro en un parking, ya que veíamos que era imposible aparcar en el casco histórico sin pagar. La mayor parte de las avenidas grandes están tomadas por el tranvía y, aunque era domingo, el centro estaba lleno de gente paseando.

Nos dedicamos a callejear. Bajamos desde la plaza de los mártires de la resistencia callejeando por todo el casco histórico. Hace mucho calor y el sol sale entre las nubes. Parece que nos libramos del agua. Comemos un flan y una tartaleta de frambuesa y seguimos camino. Callejear es lo que más nos gusta y en esta ciudad se disfruta de lo lindo. Pena que sea domingo y no haya comercios abiertos.
Recorremos plazas, avenidas ajardinadas y paseos peatonales. Es una pena que esta ciudad siempre le haya dado la espalda al mar, lo que ganaría expandiéndose unos km hacia él. Seguimos hacia arriba subiendo hasta el parque que tiene la estatua de Luis XIV. Allí Cloe se da una merendola y aprovechamos para relajarnos a la sombra de los árboles. Que bien se está... Volvemos ya hacia el coche no sin antes hacer mil fotos y disfrutar del sol.

Salimos de Montpellier con Cloe durmiendo en el coche y con ganas de ver un rato el mediterráneo. Como la principal atracción turística de la costa (Aigues Mortes) ya la habíamos visto, decidimos ir hacia el puerto turísistico de Séte. Allí simplemente paseamos en coche porque llovía y cuando no llovía amenazaba lluvia. El tiempo se volvía tormentoso pero disfrutábamos de las vistas del mediterráneo y de las playas. Decidimos que tal y como estaba el tiempo lo mejor era dirigirse a Girona, nuestro destino final de hoy.
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Por el camino el tiempo se torna tormentoso. El cielo se encapota y se pone a llover. Llegamos a Girona bajo una fina capa de lluvia. El hotel de hoy, el Gran Ultonia, está muy bien situado, a muy escasa distancia de la ciudad vieja. Subimos las cosas a la habitación con intención de salir a pasear pero llueve. Miramos el radar de lluvia y vemos que tenemos la tormenta justo encima, así que decidimos jugar con Cloe un rato y esperar a que parase. A las nueve y media ya casi no llovía, así que fuimos a por el plástico de la lluvia del carrito y nos fuimos a cenar a la plaza de la independencia, que está a escasos 200 metros. Allí cenamos, gracias a las recomendaciones de google, en Casa Marieta. Un restaurante familiar situado en una zona muy turísitica y que no hubieramos escogido sin la ayuda de las recomendaciones ajenas. Cenamos unas croquetas de pollo asado y una fideua acompañados por un vino blanco de la casa. Todo delicioso y nada caro. Con la barriga llena y ya sin lluvia, dimos un pequeño paseo para ver el río de noche y nos volvimos al hotel a descansar.

lunes, 30 de septiembre de 2013

Tres en la carretera. Día 9. Grenoble y Marques Avenue

Tras dos días en los alrededores de Lyon, muy contentos y satisfechos, había que tomar una decisión. Lyon es una encrucijada de caminos. Es la bajada natural hacia el mediterráneo desde Suiza, el oeste de Alemania y el este de Francia. Nosotros debíamos decidir y parte de la decisión de quedarnos dos noches en el castillo fue procrastinarla. Realmente nos hace mucha ilusión volver a Suiza. Sus alpes son magníficos. Esos paisajes de montañas que parecen sacadas de un cuento y sus praderaas que asemejan jardines más que naturaleza salvaje. También está la opción de ir hacia Alemania. La selva negra nos apasiona. Esos paisajes de montañas no muy escarpadas salpicadas de lagos donde bañarse. ¡Y que decir de sus gentes, sus cervezas y sus bizcochos! Que bien se come en la selva negra. También está la opcion de volver a la costa azul. Muy agobiante en verano pero en estas épocas ya no lo es y es realmente bonita. Esos acantilados en el mar, esas carreteras serpenteantes, ese glamour... Pero, amigos, hemos tenido que renunciar a todo eso. El mal tiempo se acerca a todas esa zona. Dos o tres días de tormentas con mucha agua. Si fuéramos solos no habría problema, nos meteríamos en un museo o asaltaríamos unas tiendas. Pero para nuestra Cloe todo eso es un auténtico coñazo. Ella quiere estar en la calle, a ser posible en el colo de papá, viendo a la gente, camelándoselos y sonriéndoles. No quiere tener que estar encerrada en una burbuja de plástico. Además, el cansancio ya aprieta algo, que se suma el cuidar de un bebé a los kilómetros (ya llevamos más de 2000). Así que decidimos esquivar al mal tiempo y nos vamos en dirección a Montpellier y luego ya hacia España.

La idea del día de hoy era bien sencilla. De hecho no hemos hecho prácticamente fotos y esta va a ser una entrada de esas coñazo en las que no hay más que texto y me tenéis que aguantar si os place relatando este día. Hoy nos íbamos a Marques Avenue, un outlet de esos que están tan de moda que está lleno de marcas francesas. Como no nos apetecía atravesar Lyon dimos un rodeo que sólo nos hacía perder quince minutos y algo de dinero en gasóleo y fuimos dando la vuelta por Grenoble.

Grenoble nos encanta. Es una ciudad en un valle muy amplio rodeado de montañas impresionantes. Además es una ciudad universitaria, con lo que el ambiente es magnífico. Aparacamos en el centro y nos dedicamos a pasear buscando donde comer. Comimos finalmente en una terraza (y van nosecuantas ya) algo sencillote. Una hamburguesa y un crepe de champiñones y jamón con queso más tarde nos dimos una vuelta antes de salir hacia el outlet.

En el outlet poco que contar. Dimos una vuelta e hicimos algunas compras, la mayor parte de ellas para Cloe porque tenían unos precios magníficos y va a estar muy guapa :). Desde allí ya lo que hicimos fue hacer kilómetros, con rayos apareciendo en el horizonte, para terminar durmiendo en Montpellier, en la costa mediterránea francesa.


sábado, 28 de septiembre de 2013

Tres en la carretera. Día 8. Lyon

Como ayer disfrutamos mucho de nuestra estancia en el castillo decidimos prolongarla un día más e ir a pasar el día a Lyon. Nos levantamos con fuerzas y fuimos a desayunar. Aprovechamos para despedirnos de nuestros recientes amigos y para conocer a otra pareja, en este caso eslovaca, con la que estuvimos desayunando. Al terminar cogimos el coche y nos fuimos a Lyon.

Lyon es la tercera ciudad más poblada de Francia. Son algo más de dos millones de habitantes y el tráfico de las autopistas que se dirigen a ella es bastante agobiante ya que es muy denso. Lyon es un nudo que recibe a la gente que baja desde Alemania y Suiza hacia el mediterráneo y el atlántico. Ya habíamos estado en la ciudad, pero como en muchas ocasiones en nuestros viajes había sido algo muy rápido y queríamos estar un día entero para disfrutarla de veras. Así que aparcamos en la plaza Bellecour, que es el núcleo de la ciudad, y nos fuimos a pasear.

Por Lyon pasan dos ríos muy importantes, el Ródano y el Saona. La parte interesante de la ciudad está entre ambos ríos y en la orilla exterior del Saona. Nos dirigimos primero a la orilla del Ródano a pasear. De ahí nos fuimos a recorrer la principal arteria comercial peatonal, la calle Victor Hugo, hasta la plaza Carnot. En la plaza Bea dio de comer a Cloe y despues nosotros nos pusimos a comer en una terraza. El tiempo hoy es calor y más calor. Disfrutamos de una comida a la sombra, unos mejillones con patatas fritas a lo belga y una ensalada césar. También nos cercioramos de que en Francia en general el servicio en restaurantes y cafeterias es muy desorganizado. Los camareros no son capaces de atender a varias peticiones a la vez con lo que una mesa pide algo, atienden esa petición, y vuelven a otra mesa a hacer lo mismo. Cuando para atender una mesa tienes que cruzar la calle para ir al restaurante, la cosa no funciona muy bien, así que tardamos un buen rato en comer. Cuando acabamos, seguimos con el paseo.

Recorrimos esta vez la zona central hacia el otro lado. Callejeamos hacia el ayuntamiento, el museo de bellas artes y la ópera. La zona comercial se convirtió en un conjunto de boutiques muy caras que poco nos interesan, pero nos dedicamos a pasear y curiosear la pinta de los lioneses, muy estirados ellos y muy arregladas ellas. De ahí dimos la vuelta en dirección de nuevo a la plaza Bellecour, parando a tomar unas zumos naturales para coger fuerzas. Cruzamos entonces el río Saona y nos dirigimos hacia la catedral. Por el camino vimos que había un funicular para subir hasta la basílica de nuestra señora de Fouvieré. La basílica domina Lyon desde lo alto, asomando entre los árboles.

Subimos en el funicular con carrito y todo. Cloe se lo pasó muy bien en su primera expericiencia y, como todo el viaje, estuvo camelando al que se le pusiera a tiro. Tiene esa facilidad de sonreirle a todo el que se le acerca que hace que entablemos conversaciones con la gente. Hay que decir en honor a los lioneses que aunque tengan esa pinta de estirados, la gente con la que nos encontramos ha sido muy educada y siempre que nos han visto con la niña nos ha cedido el asiento. Subimos pues a la basílica y nos quedamos un rato viendo Lyon en su inmensidad desde lo alto. Nos quedamos flipando con que dejasen hacer un rascacielos a la cadena de hoteles Radison que queda fatal en plena ciudad. Tras disfrutar de las vistas entramos en la basílica y nos encantó. Está llena de mosaicos preciosos en el suelo y las paredes y el techo está pintado en su totalidad. El conjunto es magnífico. El exterior también es un diseño único y especial que la hace especialmente reconocible. Muy recomendable.

Tras bajar en el funicular seguimos recorriendo la orilla del Saona. Cuando uno se va acercando a la catedral se encuentra con que la calle empedrada se llena de sitios donde comer. A un lado y a otro aparecen terrazas y restaurantes típicos lioneses, los Bouchon. Tras pensarnoslo mucho decidimos cenar en uno.  La cocina lionesa es especialmente conocida por su uso de casquería y a mi hay un plato que me encanta, la Anduillete con salsa de mostaza. Es una salchicha pero el interior tiene trozos (no está picada) al estilo del botillo. Y el principal ingrediente del interior son las tripas de cerdo. Así que me comí una de esas, acompañada de patatas y verduras a la plancha mientras Bea comía una sana pechuga de pollo a la plancha. Lo curioso de la cena es que cuando llegamos pedimos una mesa fuera pero nos la daban dentro. Así que nos dijimos que nanai y nos fuimos. Cuando estábamos buscando otro local apareció la dueña corriendo para decirnos que se había ido otra pareja y que nos podían poner fuera. Al final la señora era muy maja y estuvo jugando un rato con Cloe, que estaba bien agusto con ella. Tras cenar, Bea compensó lo del pollo con una crepe de chocolate mientras yo llevaba a Cloe en brazos y disfrutábamos de una noche con muy poco viento y 24 grados de temperatura a eso de las nueve. De ahí ya fuimos al coche para volver al hotel y descansar para mañana.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Tres en la carretera. Día 7. Clemont-Ferrand y Chateau de Tanay

Esta noche llovió en las montañas. El día amaneció gris en Murol. Cloe seguía feliz. Realmente creemos que le gusta mucho estar de vacaciones. Cada día son emociones nuevas, nueva gente a la que conocer y nuevas cosas que descubrir. Además le sonríe a todo el mundo y se los camela sin miramientos. Es una delicia. En fin, que salimos con intención de hacer los 30km que nos separan de Clemont-Ferrand, capital de la región francesa de la Auvernia. Por el camino paramos a echarle un ojo más de cerca al castillo de Murol (bien chulo) y a recorrer carreteras secundarias de la región, pasando por pueblos como St-nectaire, con su famoso queso cubierto de ceniza volcánica, y por multitud de granjas y aldeas. Además el GPS hizo de las suyas y nos metió las las carreteras más secundarias que pudo, con lo que atravesamos multitud de pequeñas aldeas bien bonitas.


Clermont-Ferrand. Descrita en un famoso blog sobre consultoría informática como la ciudad más aburrida de Francia. La ciudad vive principalmente de los neumáticos. Fue gracias a los volcanes dormidos de la zona que aquí viven de la vulcanización gracias a Michelin, que produce aquí sus neumáticos. La primera impresión que causa la ciudad es bastante cutre. La segunda también lo es. Y la tercera. Pero mira, al final aparcamos y encontramos la parte bonita de la ciudad. El casco histórico es contenido, muy pequeño diría yo, pero merece la pena un paseo si uno se encuentra cerca. Con una alta catedral gótica coronándolo, sus callejuelas son agradables para disfrutar de un paseo. Comimos en la plaza pegada a la catedral, en una terraza de nuevo, un entrecotte de vaca con col, patatas y salsa de queso y una ensalada de pasta con gambas y salmón ahumado. Muy rico todo y muy bien de precio. Paseamos un ratito más antes de irnos en dirección a Lyon, haciendo alguna compra para Cloe, que esperemos disfrute de su nuevo peluche que todavía no he bautizado.

La idea del resto del día era ir al hotel que habíamos reservado, el Chateau de Tanay, y después bajar a cenar a Lyon. Cogimos la autopista con Cloe durmiendo y se despertó ya a 40 km de Lyon. Paramos en área de descanso nueva que era la mejor área de descanso de autopista en la que hayamos estado nunca. Amplia, con juegos infantiles, merendero, restaurante, un subway, unos baños limpios y un pedazo de cambiador de bebés super cómodo. Cloe comió y nosotros compramos algo de beber antes de dirigirnos al hotel.

Con las coñas se nos estaba haciendo muy tarde. El hotel estaba a 40 km de Lyon. La ciudad estaba llenísima de gente, no había casi hoteles libres y este hotel nos tuvo muy muy buena pinta.  Mucha gente siempre nos dice: "No se como os atreveis a ir sin hotel reservado. Yo no me atrevería". Pues mirad, con coche es imposible no encontrar hotel. Según booking en Lyon hoy solo había dos hoteles con plazas libres en toda la ciudad. Pues bien, nos hemos ido a 40 km y asunto arreglado. Es menos de media hora de coche de la ciudad, así que no es gran problema. En fin, volviendo al tema, se nos hacía tarde. Al hotel veíamos que llegaríamos a las seis de la tarde. Las tiendas en Francia cierran a las 7. Así que lo teníamos mal para hacer compras, y bajar a Lyon para no poder dar un paseo con vida en las calles no nos parecía gran cosa. Así que decidimos disfrutar del hotel, y vaya si disfrutamos.

Nada más llegar nos recibió la dueña y nos enseñó nuestra preciosa habitación, el hotel y su jardín de 5 hectáreas. Las habitaciones están recién construidas en las antiguas caballerizas y ellos viven en el castillo, al que puedes acceder para disfrutar de su salón y su comedor. Su casa son las dos plantas superiores y les falta por reformar una tercera. Le preguntamos por la historia del castillo y nos dijo que se remonta al siglo 11. El sitio es increible. Decidimos quedarnos a pasear por él e ir a cenar a un restaurante cercano. Mientras paseábamos se nos acercó el dueño y nos dijo si nos apetecía sentarnos a tomar un vino. Bea tenía que darle de comer a Cloe, así que me acerqué yo. En una mesa del jardín había sentados ya dos parejas de jubilados, de cerca de 70 años. El dueño me los presentó y nos ofreció vino blanco con crema de moras. Para picar unos tomates cherry de su granja y unas almendras. La idea me parece increible. El sitio no es ultra caro, no os vayais a pensar. 95€ hemos pagado por una habitación doble con desayuno y cuna para Cloe. Pues bien, ¿cuanto les puede costar una botella de vino blanco y un poco de licor? No es dinero. Sin embargo, han juntado a todos sus clientes en una mesa y han charlado con ellos. Hemos brindado todos y yo he practicado mi inglés. Una de las parejas era inglesa y la otra austríaca. Media hora de conversación y nos hemos despedido contando vernos en la cena, ya que todos íbamos al mismo restaurante cercano.

Bea y yo nos preparamos un poco para ir a cenar. Salimos con la niña pareciendo que iba a dormirse pero finalmente se despertó nada mas llegar al restaurante. Cuando llegamos, las otras dos parejas nos habían reservado sitio con ellos. Decidimos cenar lo mismo que ellos. La especialidad local, ancas de rana. Las ancas, preparadas con aceite, ajo y perejil, estaban buenísimas. Durante la comida compartimos mesa y conversación con gente realmente maja. El inglés había tenido una vida muy interesante. Piloto de la RAF, luego de British Airways y terminando su carrera de jets privados de gente como el CEO de Motorola o de Richard Branson. Estuvimos hablando de un poco de todo. De niños, de economía, de la vida, de la comida, de volar... Estuvimos todos jugando con Cloe, que cautivó sus corazones ya que no paraba de sonreirles. Nos tomamos un buen postre para acabar la comida. Bea unas bolas de sorbete de casis y de sorbete de lichi y yo una Ile flotant (natillas con merengue) y con Cloe ya pidiendo comida y sueño nos tuvimos que despedir de ellos. Así que, con un pequeño gesto, los dueños del hotel consiguieron que tuvíeramos la mejor cena del viaje hasta el momento y que nos lo pasáramos muy bien. Una grata experiencia para recordar de nuestra pequeña escapada por Francia. ¡Mañana más!

Tres en la carretera. Día 6. Macizo central

Nos despertamos en Sarlat con otro día de calor y sol. Alguna nube asomaba en el horizonte, pero el tiempo seguía agradable para viajar. Desayunamos unas galletas en el hotel y salimos. Esta vez decidimos dormir en un pequeño hotel rural en Murol, en plena zona de los Puys.

Así que salimos en dirección al hotel. Por el camino decidimos parar en el carrefour de Brive-La-Gaillarde. Queríamos aprovisionarnos de comida y ver si tenían muy barata una cuna de viaje a la que habíamos echado un ojo. Nuestro gozo en un pozo ya que la cuna que ofrecían no era más que una copia barata de la original, así que cogimos comida y seguimos camino, no sin antes comer rápidamente una quiche y un bocadillo de hamburguesa.

Por el camino íbamos subiendo y subiendo en altura. De estar cerca del nivel del mar llegamos a subir a 1400m. Los bosques de abetos nos rodeaban cuando cogimos el desvío de la autopista hacia la carretera que nos llevaría hacia el hotel. En seguida nos dimos cuenta de las actividades principales de la región: el turismo de montaña y el queso. Según subíamos y bajábamos, entrábamos y salíamos de los valles, veíamos queserías y vacas pastando por colinas escarpadas. Las vacas no estaban libres, ya que las fincas estan cerradas, pero las fincas eran muy grandes y las vacas pastaban libremente. Pasamos por la capital de la comarca, Mont-Dore, antes de superar el Col de la Croix Morand, que nos llevaría a Murol.


El pueblo de Murol parecía muerto en esta época del año. Supongo que en invierno y en verano habrá más turismo, pero ahora mismo estamos solos en el hotel. Tras dejar las cosas nos fuimos a visitar el lago Chambon, un lago bastante grande cercano al hotel. De origen volcánico, han aprovechado para hacer una pequeña playa y un parque dónde encontramos a un campamento de niños jugando. Paseamos un rato por el lago y Bea recogió unas pocas piedras volcánicas antes de volver a Mont-Dore para dar un paseo por algo con un poco más de movimiento.


Llegamos a Mont-Dore a eso de las 18:30 y casi no había gente por la calle. Dimos un paseo por el pueblo. La crisis se nota. Muchos comercios cerrados. Las montañas lo rodean y el paisaje es magnífico. El pueblo se siente muy encerrado en el valle. Paseamos viendo el Dordogne que tanto nos había gustado en Bergerac y que aquí es poco más que un riachuelo que baja bravo de la montaña. Paseamos por el parque y decidimos que no había mejor forma de cenar que cenarnos unos quesos de la zona. Así que ni cortos ni perezosos fuimos a una de las múltiples tiendas de productos regionales y compramos un queso de vaca St Nectaire, un queso de oveja y un queso azul de los que perdimos la etiqueta y no os podría decir cuales eran. Con un poco de pan resultaron una cena deliciosa ya de vuelta al hotel, donde descansamos los tres.


jueves, 26 de septiembre de 2013

Tres en la carretera. Día 5. Bergerac y Sarlat-le-Caneda

Nos levantamos por la mañana y nos fuimos a desayunar. La dueña nos llevó hasta la sala de desayunos. Dado que sólo hay dos habitaciones, la sala de desayunos consistía en una mesa para cuatro en una habitación pegada al jardín. Así que como coincidimos en los horarios desayunamos con una agradable pareja de ingleses procedentes de Birmingham. Estuvimos todo el desayuno paracticando el inglés mientras Cloe conseguía camelárselos. Tras desayunar salimos del hotel en dirección a Bergerac.

Lo de ir a Bergerac fue una ocurrencia de estas que se te ocurren viendo el mapa. ¿De que nos sonaba el nombre? ¡Ah! ¡De Cyrano! Lo siguiente fue echar un ojo a unas fotos en internet para decidirnos a ir. Así que partimos a recorrer carreteras regionales camino de Bergerac. Por el camino nos dimos cuenta de lo absolutamente descomunal que es la zona de los vinos de Burdeos. Comprende 27 denominaciones dentro de la categoría de vino de Burdeos, pero es que llega desde el Medoc (a casi 100 km de Burdeos ya muy cerca de la costa atlántica) hasta la zona cercana a Bergerac, a unos 80 km hacia el interior de Burdeos. Una locura. 

Llegamos a Bergerac, aparcamos, Cloe comió y nos fuimos a comer nosotros. Calor. Mucho calor. Comimos en una terraza una ensalada y una tosta disfrutando del buen tiempo y de una Cloe que se porta muy bien. Tras comer nos fuimos a pasear por el viejo Bergerac. Casas de entramados de madera y pequeñas plazas, a cada cual más bonita, que revelan muchos siglos de historia. Estatuas de Cyrano jalonan varios edificios, se ve que es el héroe local y el que le ha dado fama al pueblo. Paseamos hasta el río y disfrutamos del Dordogne, de la gente pescando y haciendo remo. La fachada de la ciudad al río es realmente chula. Volvimos hacia el coche callejeando y tratando de no pasar otra vez por los mismos sitos. Lo interesante de la ciudad se ve en un par de horas, pero merece la pena venir si uno se encuentra por la zona. Un gran descubrimiento, sí señor.  

De Bergerac partimos hasta nuestro destino, Sarlat-le-Caneda. Ya habíamos estado aquí pero un poco a toda prisa, así que nos apetecía volver y enseñárselo a la pequeña Cloe. Así que tras recorrer el camino y hacer la parada del berrinche de las cinco :) (al final esta vez no paramos ya que se durmió cuando íbamos a parar) llegamos a Sarlat. Tras recoger las llaves de la habitación en el hotel bajamos en coche al casco histórico. El hotel está en un sitio precioso en un alto, pero hay una buena subida desde Sarlat. Así que decidimos bajar en coche ya que en recepción nos dijeron que la bajada eran 10 minutos y la subida 20. En fin, que bajamos a dar una vuelta ya cerca de las siete. Sarlat es un sitio bastante turístico. Su casco histórico medieval está lleno de restaurantes y de sitios que venden productos típicos de la región del Perigord. A saber: todo lo que quieras de patos, ocas y nueces. El aceite de nuez y el foie gras son lo más típico entre lo típico. Paseamos y paseamos hasta que nos entraron ganas de cenar. Acabamos en una terraza de un restaurante cenando yo foie gras y magrette y Bea una ensalada (que tenía un fiambre de intestinos de pato, ella no lo sabía)  y perca. Lo más increible es que estuvimos los tres en unaa terraza cenando a finales de septiembre. Durante la cena, Cloe enamoró a unos americanos que cenaban cerca de nosotros y con los que intercambiamos algunas frases. Tras la cena nos dimos otro paseo por el pueblo, ya de noche, disfrutando del buen tiempo y viendo las caras de alucine de Cloe al ver el mundo que la rodea. Algo cansados, nos retiramos al hotel para que la niña pudiera dormir y nosotros planear el día de mañana y escribir el blog. ¡Que no se escribe sólo!

Tres en la carretera. Día 4. Pamplona - Biarritz - Langon

Nos costó despertarnos el lunes. La noche anterior la niña no quiso dormirse hasta la una y al final no nos pudimos despedir de Carmen cuando se fue a trabajar. Nos quedamos desayunando con Flo y salimos algo tarde de Pamplona, a eso de las 12 del mediodía. El primer destino de hoy, Biarritz.

Desde Pamplona hay dos caminos posibles. El primero es coger la autovía hasta San Sebastian y de ahí a Biarritz por autopista. El segundo es ir por nacional desde Pamplona a Irún y ahí cogerla. Nos decidimos por la segunda opción porque la nacional va por unos valles preciosos. Llegamos a Biarritz a la una y media bajo un sol abrasador. Cerca de treinta grados centígrados y bastante humedad. Todo el mundo en la playa disfrutando del día. Mucha gente haciendo surf y un ambiente de fiesta nos recibieron. Aparcamos a la sombra y Bea le dio de comer a Cloe. Salimos a pasear. El centro de Biarritz lo conocemos (ya hemos venido unas cuantas veces) pero es un sitio para repetir. Como ya era muy tarde para comer (ya pasaban de las dos) nos fuimos a uno de nuestros sitios favoritos de la ciudad, la pastisserie Miremont. De este local  ya os habíamos hablado en otras entregas del blog. Es un sitio caro pero lo vale, ya solo por el local y las vistas. Nos comimos un buen sandwich y una quiche lorraine disfrutando del océano mientras Cloe nos miraba asombrada. Se asombra mucho de ver a la gente comiendo y no termina de entender por qué no hace ella lo mismo. A veces la sorprendemos moviendo la mandíbula como si masticase mientras nos ve comer. Tras comer seguimos el paseo por la ciudad y nos sentamos al borde del paseo, con los pies colgando sobre la arena de la playa. Descansamos un rato y nos fuimos hacia el coche. Mientras Bea le daba de comer a Cloe de nuevo, me acerqué hasta el supermercado a comprar la cena de la noche y bebidas para tener en el coche ya que el calor aprieta y es muy fácil deshidratarse.

Salimos de Biarritz pasadas las cuatro de la tarde y todavía teníamos un largo camino de más de hora y media hasta Langón, un pueblecito a unos 50 km de burdeos. El camino desde Biarritz lo hicimos en gran parte por carretera secuandaria, ya que nos es más cómodo con Cloe y porque nos encanta recorrer estas carreteras en los viajes si no vamos con demasiada prisa. Es mucho más relajante que la autopista y siempre descubrimos sitios que ni aparecen en la guía y que nos entusiasman. Por el camino tuvimos que parar en un pequeño pueblo llamado Tartas (así, como suena, a pastel) porque Cloe necesitaba la parada. Es una constante del viaje, a eso de las cinco le entra el sueño pero no da dormido y se pone a llorar hasta que paramos, la cogemos un poco, y ya engancha.

Llegamos a Langón a eso de las ocho menos cuarto. La decisión de parar aquí era simplemente porque nos quedaba bien y había un hotel chulo en el que pasar la noche. Realmente el pueblo no tiene nada especial. Es un pueblo bastante muerto, de hecho, pegado al Garona. La cuestión es que vimos el hotel en booking y nos hizo grahotel Cambellii es un bed & breakfast familiar de dos habitaciones. Es un caserío en medio del pueblo con un jardín trasero enorme, habitaciones gigantes y una familia muy acogedora, incluyendo el gato y el perro :). Y todo esto a un precio más que razonable. Aparcamos el coche en el patio trasero y nos fuimos a dar un paseo para confirmar que si en Francia a las ocho de la noche en los pueblos no hay mucha vida, en este menos. Dimos una vueltecita hasta el río y nos volvimos al hotel a disfrutar de nuestra cena consistente en bolitas de queso de cabra rellenas de salmón ahumado y de bacón ahumado. Disfrutamos de ella y de Cloe hasta que nos fuimos a dormir.
cia. El

Tres en la carretera. Días 1,2 y 3: Pamplona

Salimos el viernes de Coruña al poco de salir yo de trabajar. El planning para el primer día era muy duro para Cloe. Hacer un Coruña - Pamplona saliendo a lasa 15:30 de casa nos parecía que podía ser mucho, pero queríamos intentarlo. A fin de cuentas, es hija nuestra, y este tipo de cosas estoy seguro que vienen en los genes. No ibamos a considerar una derrota el hecho de tener que buscar hotel por el camino si veíamos que Cloe no quería seguir en algún momento. Nuestros anfritiones, Flo y Carmen, estaban al tanto de los planes. Si no se llegaba el viernes se llegaría el sábado por la mañana, pero llegaríamos.

Arrancamos de Coruña con la niña animada. Estuvo despierta la primera hora y media, ríendo, jugando con mamá y encantada. Después se quedó dormida y aguantó hasta que llegamos al Manzanal, dónde hicimos la primera parada. Allí comió un rato y bajamos a tomar algo a una cafetería dónde el camero le regaló unos globos que le encantaron.
Al salir, cogió un pequeñó berrinche y ya pensamos que habría que parar un buen rato para que se calmase, pero no era más que sueño. Así que en un ratito se quedó dormida y no se despertó hasta cerca de la siguiente parada. Burgos. En Burgos hubo que tomar la decisión de si seguir o quedarnos a dormir aquí. Tras darle de comer y descansar un buen rato decidimos que la niña estaba estupendamente y seguimos hacia Pamplona. Cloe se pasó las dos horas que faltaban de trayecto durmiendo y a eso de las doce de la noche llegamos a destino. Así que se podría decir que ¡victoria! La única pega de este maratón es que la niña, después de dormir tanto en el coche, no durmió muy bien por la noche y se despertó mucho. Nada grave pero no nos dejó dormir. Como Pamplona era una etapa para descansar los tres no supuso ningún problema.

El sábado fue un día de descanso. No nos movimos de casa de Flo y Carmen hasta las ocho y media de la tarde. Hasta entonces el día transcurrió entre juegos, risas, y charlas poniéndonos al día tras meses sin vernos. Flo y yo bajamos a por comida al KFC y comimos en casa eso y una quiche que hizo Carmen que estaba buienísima. A las ocho y media nos fuimos al cumpleaños de Ariadne, la hija de dos buenos amigos de la ciudad, en el club de natación. Allí compartimos lo que cada uno quiso llevar hasta pasadas las doce de la noche. Una vez volvimos a casa tardamos ya poco en irnos a dormir.

El domingo ya nos planteamos salir a dar una vuelta. Salimos a comer hasta un restaurante llamado Venta de Ulzama. El restaurante, situado en el precioso valle de Ulzama, es muy acogedor y refleja muy bien la gastronomía de la zona. Pimientos, setas, bacalao, caza, buenas carnes y buenas verduras y legumbres componen la carta. Como nos atendieron algo tarde acabamos de comer ya pasadas las seis de la tarde. El sitio es hotel y cafetería así que no hubo problema por alargar la sobremesa ya que no cerraba. Los postres también requieren mención. Lo más auténtico de la zona es la cuajada, hecha con leche quemada. Como suena, la leche tiene un regusto a quemado. Es muy personal el que os guste, pero cuando menos es algo local. Satisfechos nos fuimos a pasear. Preguntamos en el restaurante a dónde podíamos ir con la silla de Cloe y nos recomendaron una hermita cercana. Hasta allí fuimos caminando, haciendo las primeras incursiones de Cloe en el mundo del todo terreno. La verdad es que se lo pasó estupendamente y los demás también ya que el valle es impresionante y los bosques preciosos.
No se parecen en nada a los bosques típicos gallegos, que suelen ser frondosos. Estos bosques son muy abiertos y los árboles inmensos. Tras la agradable visita cenamos una rica cena casera aprovechando los restos del día anterior y nos fuimos a dormir.