domingo, 6 de octubre de 2013

Tres en la carretera. Día 15. Vuelta a casa

Último día. Poco que contar. Nos levantamos y desayunamos en el jardín. Un zumo de naranja, unas tostadas, galletas, sobaos, café, té y fruta. Lo malo es que algo le sienta mal a Bea. Muy probablemente el zumo de naranja, que a veces le sienta mal tanta vitamina junta. Se pasa todo el día con el estómago revuelto. Sólo paramos un rato en Gijón, pero simplemente por coger algo de comer y hacer que Cloe descanse del coche. A eso de las siete llegamos ya a casa, tras haber hecho casi 4000 km en lo que ha sido nuestro primer viaje siendo tres. Ha sido bastante agotador, pero ha merecido muy mucho la pena. Creo que a la niña le ha venido tan bien como a nosotros. Ha estado fuera de casa todo el día, paseando, con sus padres. Ha disfrutado del buen tiempo, ha conocido a mucha gente nueva y la hemos visto tan feliz como a nosotros. Gran viaje y bonitas fotos para enseñarle cuando sea mayor. Con la ruta final, nos despedimos hasta el próximo viaje.


Tres en la carretera. Día 14. Zarautz

Nos despedimos de Carmen ya ayer por la noche. Sabíamos que no nos despertaríamos antes de que fuera ella a trabajar. Flo entra a las 12 y desayunamos con él. Dudamos si ir a Francia a hacer una comprita. El coche ya va muy cargado. No tenemos mucho sitio en él porque es un Civic y, aunque tiene un buen maletero, ya no da para más. Ya salimos de casa con una maleta grande, una de cabina, un carrito de los grandes con silla y capazo, una bolsa enorme para la niña y una mochila para la cámara. Ante la duda decidimos llamar a Chema, una amigo que se ha mudado hace poco a Bilbao para quedar para comer con él. Nos quedamos pues, esta vez, sin hacer compra francesa. Por el camino, cuando estábamos dando de comer a Cloe, Chema nos dice que le han puesto una reunión a las tres y no puede quedar. Ante la noticia no sabíamos que hacer. ¿Volver hacia Francia y hacer la compra? Era mucho tute, había que hacer un rodeo de dos horas. ¿Ir a Bilbao por nuestra cuenta? No nos apetecía mucho. De repente, una bombilla se me encendió, ¡Vamos a Zarautz!

Hacía ya 21 años que no iba a Zarautz. Tenía ganas de volver, el sitio me dejó una grata impresión y en su día hice bodyboard en sus aguas. Bea conducía y yo entretenía a la niña atrás por primera vez en el viaje. Por el camino me puse a buscar dónde comer. ¿Y si vamos al restaurante de Arguiñano? No tenía mala pinta y la gente lo ponía muy bien. Así que sí, aparacamos el coche y comimos en el restaurante de Arguiñano y fue una muy grata experiencia. De primeras he de decir que el personal nos hizo sentir como en casa. De los mejores servicios que he tenido. Todo el mundo jugando con Cloe que estaba un poco revoltosa. Siempre una atención de tú a tú muy agradable. De aperitivo nos trajeron una crema de marisco y unas croquetas de jamón. Deliciosos. De primero unos canelones fritos de vieira y langostinos muy ricos. De segundo un cochinillo deshuesado y un bacalao dos salsas (vizcaína y pil-pil). De postre un variado a compartir. Todo ello con unas copitas del txacolí de la casa nos supuso 35€ por cabeza. He de decir que el precio, y más siendo el país vasco, es más que correcto. Lo mismo hubiéramos pagado en un restaurante en Coruña por una comida similar así que en ningún momento uno se siente que paga más por estar en un restaurante propiedad de un famoso. Además las vistas del mar desde el comedor merecen una buena comida y un buen café. Nos vamos satisfechos a pasear.

Empezamos a recorrer el paseo. El cielo amenaza agua pero hace mucho calor y viento cálido. Parece tiempo tormentoso de verano más que de octubre. El mar está plagado de surfistas que se pelean por los picos. El paseo ha cambiado con respecto al que recuerdo, que tenía césped para que la gente pudiera tirarse allí ya que la arena era inexistente en marea alta. Tampoco están las casetas de la playa. El paseo es increible ahora. Es ancho, con sitio para que el mar se expanda. En muchos sitios no hay barandilla porque hay muy poca caida y dónde la hay no es tal, si no unos bloques de granito para que rompan las olas. Parece un sitio dónde dejar al mar expresarse sin luchas inútiles con él. Recorremos el paseo hasta casi el final Cloe y yo, Bea lo hace por la orilla, disfrutando del calor y de que el agua no está demasiado fría. Salimos del paseo y recorremos el pueblo. Tan bonito como lo recordaba. Entramos en el mercado y hago unas compras. La niña duerme como una bendita. Paramos en una cafetería del paseo a tomar algo viendo el mar. Lo hueles porque no hay nada que te separe de él. Como comentaba antes no hay barandillas, así que nada impide ver a los surfistas. Los soportales albergan muchas escuelas de surf, que tienen una parte de la playa reservada para ellas. Cloe come viendo el mar. Sonríe. Termina de comer justo a  tiempo porque cae un tremendo chaparrón. Todo el mundo se refugia corriendo en los soportales y hacemos lo propio. Para poco a poco y sale el arcoiris. Sonreímos nosotros. Recorremos los soportales hacia el coche mientras todavía llovizna algo. Cuando deja de llover nos vamos, apenados, de Zarautz. Ha sido un día muy bonito.

Esta noche dormimos cerca de Comillas, en Cantabria. Antes de dejar la costa vasca recorremos diez km de costa entre Zarautz y Zumaia. Por el camino paramos en Laredo a darle de comer a Cloe. Cada vez que recorro la costa cántabra me da pena. Lo que era pueblos de pescadores convertidos en colmenas. ¿Quién ha sido el desgraciado que ha dejado construir montones de edificios altos aquí? Recuerdo este sitio con doce años. Que sitio más chulo. Ahora es una ciudad sin alma, que no apetece visitar. Paro a comprar algo de cena en un supermercado y seguimos camino. A eso de las diez y media llegamos al hotel de esta noche, el Palación de Toñanes. Los hoteles y las casas rurales de este país tiene un grave problema. Viven de los fines de semana, los puentes y el verano. Hoy éramos los únicos huéspedes. Nos reciben con mucha amabilidad. El hotel está bien aunque tiene cosas que mejorar. El suelo cruje mucho y tenemos que hacer malabarismos para no despertar a Cloe mientras nos movemos por la habitación. Nos vamos a dormir en lo que ha sido un gran penúltimo día de viaje.

Tres en la carretera. Día 13. Lleida, Huesca y Jaca

Hoy salimos con intención de dar una vuelta por las estribaciones de los pirineos. Esta noche dormimos de nuevo en Pamplona, donde Flo y Carmen nos recibirán con los brazos abiertos como siempre. Por la mañana antes de partir dirección a Huesca nos tomamos un desayuno express en el hotel y damos una vuelta en coche por la ciudad. Lleida tiene realmente poco que ver. Quizás una parte del río es bonita, y quizás se pueda decir que se ve vida y actividad en la ciudad, pero no puedo recomendar a nadie que venga a hacer turismo aquí. Partimos de la ciudad con intención de comer en Huesca y ver si la ciudad merece la pena.

Llegamos a Huesca y aparcamos en plena plaza del ayuntamiento. Están cambiando la zona a peatonal pero todavía está en transición así que podemos aparcar sin pagar un duro porque los de la zona azul ya no pasan por allí. Tiene toda la pinta de trabajo mal hecho por parte del ayuntamiento esta transición, pero nos aprovechamos de ello. Tras darle de comer a la fierecilla, vamos a comer. Otra vez gracias a google maps encontramos un sitio oculto, el restaurante Doña Taberna. Por fuera, parece una tasca más. Local sin reformar, con pinta de los años 70, unos paisanos se debanan por acabar sus vinos en la barra. Entramos sin mucho convencimiento y nos pasan al comedor, reformado de cabo a rabo. Obervamos a mucha gente comiendo, con platos con muy buena pinta. Comemos de primero unos berzas con langostinos y una sopa de gallina con trufa. De segundo unos huevos rotos perfectos (patata confitada abajo, un huevo con la clara perfectamente hecha y la yema suelta del  todo) con jamón y unas albóndigas rellenas de foie que estaban increíbles. De postre una sorbete de limón y un yogur de oveja. Precio del menú, 12€ por cabeza. Buenísima la comida y el trato. De allí salimos hacia la zona vieja cruzando el ayuntamiento. El parque que cruzamos no nos parece gran cosa. La ciudad nos recuerda mucho a un pueblo castellano más que a un pueblo del norte. Colores ocres, un parque con poco verde y nada destacable. En la ciudad vieja nos acercamos hasta la catedral. Realmente curiosa, es la primera vez que veo una catedral con tejado sobre el pórtico. No es algo impresionante por fuera, pero si se visita la ciudad es de lo poco salvable. Por dentro no la puedo valorar porque, otra vez más, nos piden dinero por entrar. Salimos de la ciudad hacia Jaca a eso de las cinco de la tarde, con la ciudad comenzando a despertar (casi todo el comercio cierra de dos a cinco) y con la sensación de que no es ciudad para repetir aunque al menos hayamos disfrutado de la gastronomía.

Nos dirigimos entonces a Jaca. La carretera está siendo convertida en autopista, pensando quizás en acercar las pistas de esquí a Huesca y a su aeropuerto cuasi fantasma. Otras de esas obras faraónicas que nos han dejado hechos una ruína. Eso sí, la carretra tiene momentos épicos, de belleza cuasi inconmesurable. El cielo de color amarillo, con nubes salpicadas. Salir de una cumbre y ver el valle, abajo, y los pirineos, al fondo. Montañas y valles con sombras que dan relieve a lo que ya es bello de por sí. Sólo ese momento ya ha hecho merecer la pena el día. Me quedo sin palabras.

Jaca. Nuestra segunda vez aquí. Un pueblo bonito y con vida, si señor. Callejuelas y plazas con niños por doquier. Gente en bici. Empedrados siendo arreglados. Comercio, mucho comercio. Más vida. ¡Que zapatos más bonitos! A Cloe le gusta el empedrado y a su madre
el batido de chocolate. Se hace tarde y nos vamos. El camino hacia Pamplona también está siendo convertido en autopista. Mucho dinero mueve el esquí. Llegamos a la ciudad a las ocho y media y cenamos una rica tortilla que nos hace Carmen, con unos tomates y lechuga cortesía del vecino del séptimo y un poco de pollo del KFC. Muchas risas y muchas aventuras contadas. ¡A dormir!

Tres en la carretera. Día 12. Barcelona

Que bonito es este hotel. Otro día más de calor nos recibe en este viaje. La verdad es que estamos teniendo una suerte que no nos imaginábamos (se nos está acabando la ropa ligera!). Todos los días hace calor y se está de maravilla en la calle. Apuramos para llegar al desayuno y nos pusimos las botas para tener fuerzas en la primera parte del día. Nuestro objetivo de hoy era pasar el día en Barcelona, sin rumbo fijo.

Salimos del hotel con pena de no haber aprovechado la piscina. Como hace mucho calor decidimos ir al puerto olímpico por aquello de disfrutar un poco el mar. Dejamos el coche en un parking y nos pusimos a pasear, con Cloe muy emocionada. Tras pasearnos todo el puerto nos sentamos a tomar un par de batidos mientras Cloe comía. Salimos del puerto a eso de las dos y media con dirección a plaza Cataluña, por aquello de pasar el día paseando por el centro. Dejamos el coche en un parking en la parte alta de via Laietana, muy cerquita del Palau, y buscamos donde comer. Terminamos en un restaurante familiar japonés, llamado Machiroku. Como fuimos algo tarde tuvimos que escoger rápidamente y Bea pidió un menú cuyo plato principal era ternera y yo uno con anguila. El trato y la calidad de la comida son excelentes. Una auténtica taberna japonesa en el centro de la ciudad cuyos menús oscilan los 11€ con bebida y postre. Eso sí, hay que saber donde está o usar una conexión de datos porque la calle es estrecha y no tiene cartel lateral.

Tras la comida nos fuimos a pasear en dirección al Arco de triunfo ya que quería ir a una librería de toda la vida de la ciudad, Gigamesh. Son conocidos ahora mismo por ser los editores de Juego de Tronos, pero tanto como editorial como como tienda llevan ya muchos años. Cuando internet era algo que poca gente conocía y hacer compras de cosas de importación toda una odisea, Gigamesh era el sitio que visitar en Barcelona para hacerse con material de comics, rol y literatura del otro lado del charco. Ahora ya no es lo mismo, pero sigue siendo muy divertido ir a disfrutar un rato curioseando por las estanterías. Tras estar un rato dentro apareció mi prima Lara, que está estudiando en la ciudad y nos fuimos a pasear con ella.

Nos dirigimos de nuevo hacia la zona de plaza Cataluña, bajamos por Puerta del Ángel, y paseamos por las tiendas de la zona, siempre con un ojo a vizor en la cartera que por esta zona los carteristas acechan. Como a Cloe le entró el hambre nos sentamos en la plaza de Castella, una de las zonas rehabilitadas del Ravall, a tomar algo en una terraza. Allí nos quedamos hasta casi las ocho, se estaba muy bien. Dimos la vuelta caminando hasta el coche y en las cercanías del parking nos despedimos de Lara antes de irnos a dormir a nuestro hotel, ya en el camino de vuelta, en Lleida.

Por el camino tráfico y más tráfico que salía de la ciudad. Para más inri, un transporte especial que ocupaba la carretera de lado a lado e iba a 30 kph atascaba la autopista. Al lumbreras que se le ocurrió hacer eso a esas horas deberían darle un premio. Menos mal que salimos en una de las salidas para tratar de adelantar por la carretera al convoy y nos salió bien. Así que, un poco tarde ya, llegamos a Lleida a eso de las diez y media de la noche. Como pensamos que el hotel, de la cadena Ibis, no tendría restaurante abierto, cogimos algo de comida para llevar en un McDonalds cercano. Cuando llegamos al hotel descubrimos que tenía la cafetería abierta toda la noche. En fin, que le vamos a hacer. El hotel, como todos los de la cadena, era muy sencillo y funcional, con muchos servicios pensados para el viajero de negocios, pero era barato y nos encajaba.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Tres en la carretera. Día 11. Girona, La Roca Village y Mataró

Hoy Cloe decidió que había que levantarse pronto. ¡Se la notaba con ganas de conocer Girona! Salimos del hotel bajo un sol radiante, con pinta de que el día iba a ser caluroso, pero todavía con el frescor de la mañana. Que bonita es Girona. Demuestra lo que el buen hacer de un ayuntamiento puede hacer por una ciudad, al menos a simple vista del turista que la visita. Nuestra idea era pasar la mañana visitando el casco antiguo y hacia allí nos dirigimos. Que bonito es el río. Pensad que la fachada de la ciudad al río, con sus casas colgando, estaba hecha una pena hace dos días. Hasta que un buen día el ayuntamiento subvencionó el pintado de las fachadas y lo que hoy es la imagen de la ciudad al exterior nació. En el hotel nos dieron un plano de la ciudad que indicaba qué caminos eran accesibles y cuales no para personas con movilidad reducida. Esto nos facilitó la visita con el carrito ya que hay muchas zonas sólo accesibles por escaleras y nos evitó tener que dar rodeos innecesarios. Como no teníamos desayuno, en una pastelereía cogimos unos xuxos típicos de la zona para desayunar. ¡Que ricos estaban!

Cruzamos pues el río y nos adentramos en la ciudad vieja. Lo único malo es que parecíamos los únicos turistas que visitaban por su cuenta la ciudad. Nos encontramos con muchos grupos de turistas en manada que, en una ciudad con calles tan estrechas, nos entorpecieron un poco la visita. Empezamos a subir en dirección a la catedral y, por el camino, hicimos muchas fotos. Dimos un buen rodeo para conseguir acceder hasta la puerta de la catedral, esquivando las escaleras. Cuando llegamos a ella nos encontramos con que cobraban 7€ por la entrada, así que nos dimos media vuelta. Sinceramente, me niego a pagar por entrar en un edificio de una institución privada que se mantiene con mis impuestos. Seguimos dando un rodeo por el casco antiguo hasta la universidad. Allí empezamos a bajar hacia el río. A Cloe le encantan los empedrados y va dormida casi toda la visita. Cuando se despierta subimos a ver los baños árabes ya que había que bajar unas escaleras y sabíamos que se despertaría. Mención especial al taquillero de los baños que se ofreció a vigilarnos el carrito mientras los visitábamos para que pudiéramos movernos con comodidad. Los baños merecen mucho la pena por su significancia histórica y su belleza,  pero no esperéis algo muy espectacular en cuanto a decoración. Salimos de Girona en dirección sur hacia La Roca Village, un outlet cercano a Barcelona.

La Roca Village está a una media hora del centro de Barcelona. Para los que os interesen los outlets, es un hermano de Las Rozas Village en Madrid y otros similares como Bicester Village en Londres. Son unos outlets que en vez de tener pinta de centro comercial cerrado, son como una calle al aire libre de casitas y en cada casa hay una tienda. Yo odio los centros comerciales pero estos si hace buen tiempo resultan agradables porque, al menos, respiras aire puro y tomas algo en una terraza. Comimos allí unos bocadillos y nos pusimos a dar vueltas y hacer algunas compras aprovechando gangas y finales de temporada de verano. El sitio estaba a reventar a pesar de ser lunes. Cuando nos cansamos nos fuimos al hotel.

El hotel. Como cunde tener coche. Estamos a unos 20 minutos del centro de Barcelona y estamos en un hotel impresionante llamado Can Galvany en Vallromanes. Si tenéis forma de desplazaros, el hotel es estupendo. Una zona tranquila, habitaciones amplias y mil detalles. Por poner algún ejemplo, digamos que nos pusieron en la cuna de Cloe dos toallas para ella, un peine, unos clinex y una toallita de lavanda. Son tonterías pero que denotan cuidado por los detalles El hotel tiene un edificio moderno, dónde están las habitaciones, el restaurante y el bar y un edificio antiguo restaurado donde está el spa. Muy muy recomendable.

Dejamos las cosas, dimos de comer a Cloe y nos fuimos a Mataró a ver a Alex, un antiguo compañero mío de la facultad que vive allí. Nos fuimos a cenar con él unos bocadillos, unos calamares y unas bravas y nos quedamos charlando y poniéndonos al día hasta que se hizo muy tarde (echadle la culpa a él del retraso del blog!). ¡Hasta mañana!

 


martes, 1 de octubre de 2013

Tres en la carretera. Día 10. Montpellier, Séte y Girona

Hoy se nos pegaron las sábanas más de lo habitual. Cloe nos dejó dormir hasta tarde y entre unas cosas y otras salimos a las 12 del hotel en el que no teníamos desayuno. Salimos hacia Montpellier a dar una vuelta. De la ciudad teníamos buenas referencias, pero las veces que habíamos ido a dar una vuelta en coche no nos había gustado demasiado lo que habíamos visto. ¡Que equivocados estábamos! Según íbamos llegando al caso histórico la cosa se fue poniendo interesante. Aparcamos en el centro en un parking, ya que veíamos que era imposible aparcar en el casco histórico sin pagar. La mayor parte de las avenidas grandes están tomadas por el tranvía y, aunque era domingo, el centro estaba lleno de gente paseando.

Nos dedicamos a callejear. Bajamos desde la plaza de los mártires de la resistencia callejeando por todo el casco histórico. Hace mucho calor y el sol sale entre las nubes. Parece que nos libramos del agua. Comemos un flan y una tartaleta de frambuesa y seguimos camino. Callejear es lo que más nos gusta y en esta ciudad se disfruta de lo lindo. Pena que sea domingo y no haya comercios abiertos.
Recorremos plazas, avenidas ajardinadas y paseos peatonales. Es una pena que esta ciudad siempre le haya dado la espalda al mar, lo que ganaría expandiéndose unos km hacia él. Seguimos hacia arriba subiendo hasta el parque que tiene la estatua de Luis XIV. Allí Cloe se da una merendola y aprovechamos para relajarnos a la sombra de los árboles. Que bien se está... Volvemos ya hacia el coche no sin antes hacer mil fotos y disfrutar del sol.

Salimos de Montpellier con Cloe durmiendo en el coche y con ganas de ver un rato el mediterráneo. Como la principal atracción turística de la costa (Aigues Mortes) ya la habíamos visto, decidimos ir hacia el puerto turísistico de Séte. Allí simplemente paseamos en coche porque llovía y cuando no llovía amenazaba lluvia. El tiempo se volvía tormentoso pero disfrutábamos de las vistas del mediterráneo y de las playas. Decidimos que tal y como estaba el tiempo lo mejor era dirigirse a Girona, nuestro destino final de hoy.
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Por el camino el tiempo se torna tormentoso. El cielo se encapota y se pone a llover. Llegamos a Girona bajo una fina capa de lluvia. El hotel de hoy, el Gran Ultonia, está muy bien situado, a muy escasa distancia de la ciudad vieja. Subimos las cosas a la habitación con intención de salir a pasear pero llueve. Miramos el radar de lluvia y vemos que tenemos la tormenta justo encima, así que decidimos jugar con Cloe un rato y esperar a que parase. A las nueve y media ya casi no llovía, así que fuimos a por el plástico de la lluvia del carrito y nos fuimos a cenar a la plaza de la independencia, que está a escasos 200 metros. Allí cenamos, gracias a las recomendaciones de google, en Casa Marieta. Un restaurante familiar situado en una zona muy turísitica y que no hubieramos escogido sin la ayuda de las recomendaciones ajenas. Cenamos unas croquetas de pollo asado y una fideua acompañados por un vino blanco de la casa. Todo delicioso y nada caro. Con la barriga llena y ya sin lluvia, dimos un pequeño paseo para ver el río de noche y nos volvimos al hotel a descansar.