domingo, 29 de junio de 2014

Destination Nowhere: Día 9: El Valais

Nos levantamos con espectativas de buen tiempo aunque había previsiones de tormenta. Desayunamos con calma llenándonos la panza para partir sin hambre hacia el Valais, un valle enorme de Suiza que nos quedaba por ver. Hoy el tiempo alternaba nubes y claros, con una temperatura agradable y que permite estar en camiseta. Realmente no me he puesto nada más que camisetas hasta ahora, espero que siga la racha. Nos despedimos de los dueños del hotel con mucha pena al tener que partir ya y con Cloe haciendo de las suyas repartiendo besos a diestro y siniestro.

Decidimos ir hacia el Valais por una carretera de montaña que pasa por delante del Glacier 3000, una estación de esquí muy conocida en Suiza.
De hecho es una de las pocas en las que se puede esquiar todo el año, pero se hace sobre un glaciar en verano y no creo que sea lo mejor... En fin, que nos echamos una hora y media larga entre montañas, viendo la nieve cerca pero sin poder tocarla, hasta llegar al Valais. El cantón está enclavado en un muy ancho valle rodeado a ambos lados por cadenas montañosas prácticamente infranqueables.
De hecho para llegar a él o se entra por los extremos o hay que cruzar metiendo el coche en un tren que atraviesa las montañas por un túnel. En estas montañas hay varios picos de más de 4000 metros, con lo que os podéis imaginar como es la cosa. A los lados del valle en las montañas hay pequeños pueblos y multitud de estaciones de esquí. En el valle hay varios pueblos importantes, pequeñas ciudades digamos, con monumentos que delatan su importancia histórica, sobre todo castillos y fortificaciones que guardaban el paso. Siendo una zona bonita, hemos de decir que la primera impresión no fue la mejor. Es una zona chula, sí, pero para nosotros no está en el top de Suiza. El área de Interlaken y sus pasos de montaña, Saanenland con sus montañas cubiertas de verdes pastos, cascadas y árboles o la zona de Davos, con sus pasos de montañas agrestes rodeados de glaciares superan a nuestro parecer a esta zona, al menos como zona en la que pasar unos días en verano. Quizás en invierno sea una zona muy buena para esquiar, pero en verano si venís pocos días a Suiza os recomendaría otras zonas.

En fin, que la primera parada fue la ciudad de Sion, famosa por conspiranoias varias. Hoy era domingo y decir que la ciudad estaba muerta era quedarse corto.
Es una pena porque el casco histórico, pequeño pero bonito, lleno de vida daría otra impresión. Muy muy poca gente por la calle y todo cerrado, incluyendo la mayor parte de los sitios donde comer. Dejamos el coche y caminamos hacia los dos castillos que dominan la ciudad, uno al lado del otro. Decidimos subir por las calles que dan hacia ellos, con unas cuestas muy empinadas, empujando el carrito a turnos.
Una vez en la explanada que da a ambos castillos, decidimos dejar el carrito en ella y subir con Cloe en brazos al Chateau de Valére. Una de las cosas buenas que tiene Suiza es que generalmente no tienes que preocuparte por tus pertenencias. Uno deja el carrito en una explanada, se va un par de horas y al volver sigue allí como si nada.
Así que comenzamos la ascensión y, cuando estábamos llegando a la puerta y estábamos delante del museo aledaño, comenzó un chaparrón. Había previsiones de tiempo tormentosos, así que no nos cogió del todo de sorpresa, pero nos dejó procupados porque el coche estaba algo lejos y el carrito abajo, a la intemperie.

No duró nada, pero decidimos ya no entrar al castillo y bajar a por el carrito y a comer algo. Tras buscar un rato terminamos en una cafetería/pastelería/un poco de todo llamada Zemhäuser. Allí paramos a sentarnos para poder darle el potito a Cloe. Bea tomó un sandwich de salmón ahumado y yo un helado, ya que no tenía mucha hambre y estaba goloso.

Salimos sin un plan de Sion y decidimos ir a Leukerbad, un pueblo balneario de montaña. Cuando llegamos no habaía mucho ambiente por el pueblo, pero el balneario estaba a reventar de gente bañándose en sus piscinas al aire libre climatizadas por el agua termal.

Decidimos no parar mucho y simplemente disfrutar de las vistas del pueblo y del camino, porque Cloe es demasiado pequeña para meterla en un balneario.

De ahí nos fuimos camino del hotel, en las afueras de Sierre, otra pequeña ciudad cercana. Como llegábamos algo pronto decidimos subir a Crans-Montana, una estación de esquí cercana enorme. Es una de las más famosas de Suiza y en verano como no tienes dónde esquiar se convierte en un paraiso de los golfistas en los alpes. Subimos y como se puso a llover un buen chaparrón, no paramos. El pueblo/estación es un sitio enorme, lleno de hoteles, con discotecas, bares, tiendas de deportes, tiendas de lujo... Una barbaridad lo enorme que es. Lloviendo a mares llegamos al hotel, un pequeño Bed & Breakfast llamado Aux Bons Matins De Capella. Llegamos y la dueña nos estaba esperando. Teníamos el hotel para nosotros solos, lo cual disfrutamos dándole la merienda a Cloe en la sala de desayunos mientras Bea y yo tomábamos un poco de fruta fresca y una infusión, todo cortesía de la casa, Cuando recuperamos fuerzas decidimos bajar a cenar a un sitio que tenía localizado en la zona desde... ¡el 2007! Hace ya unos años leía un blog ya muerto llamado FxCuisine. Os recomiendo que os leaís los artículos del blog porque es increíble, Pues bien, dedicó un artículo al sitio que según él hace la mejor raclette del mundo, el Chateau de Villa, en Sierre.
 
El Chateau de Villa es una fundación sin ánimo de lucro que trata de proteger y conservar las tradiciones y legado cultural y gastronómico del Valais. Bajamos los tres a cenar y nos dieron una mesa apartada para no molestar con los pequeños berridos de Cloe a los demás. Nos pareció estupendo, porque a nosotros también nos jorobaría. Pedimos lo que había que pedir, dos raclettes con un entrante de embutidos de la zona, servidos con pan con nueces y mantequilla. Los embutidos eran increibles. A nosotros nos encanta un fiambre suizo llamado viande des Grissons o viande sechee, depende de la zona. En estos fiambres había el viande sechee más increíble que hubiéramos probado nunca. La raclette estaba compuesta por cinco quesos distintos, que el cocinero nos iba situando en el mapa. La raclette, para los que no la conozcáis, consiste en platos de queso fundido con un parte churruscadita y acompañados de patatas cocidas, pepinillos y cebollitas. Sólo decir que el queso era superior a todos los quesos fundidos que hubiéramos comido nunca. Para terminar me tomñe un flan de los mejores que he comido nunca, no se si era por la calidad de la leche, los huevos o ambos, pero fue alucinante. Bea no pudo tomar nada más, pero quedarse con el sabor del queso delicioso churruscadito no fué un truma que digamos.

Cansados, llenos y satisfechos nos fuimos los tres para cama y mañana nos vamos, con algo de pena, de Suiza.

viernes, 27 de junio de 2014

Destination Nowhere: Día 8: Saanenland

Mmmmm.... Saanenland.  Levábamos ya varios días de carretera y hoy decidimos parar. El hotel era increible y no tener que empaquetar y desempaquetar las cosas ayuda a que tengas más tiempo para todo. Ir con una niña de viaje implica ir el triple de cargado. Carrito, pañales, su comida, más ropa... Y cada vez que llegamos a un hotel casi todo tiene que venir con nosotros, así que a veces es una pequeña odisea (muy pequeña) salir cada mañana del hotel, porque además uno de nosotros tiene que estar pendiente de ella si no queremos que ella desmonte las maletas mientras nosotros las montamos. Continúo, que si no me desvío. Así que decidimos seguir en este hotel y dar una paseo por la zona. Los alrededores de Saanen en cuanto acaba la temporada de esquí se tiñen de verde. Pero no de un verde cualquiera, es el verde más saturado de color que hayas visto jamás. Además, en cuanto fijas tu vista en la hierba verás que no es nada más que hierba. Flores por doquier, de múltiples colores, plantas diversas, de todo. Es un espectáculo.
Todo esto entre árboles, principalmente abetos y pinos que dejan pastos por los lugares en los que antes, en muchos casos, pasaban pistas de esquí, siempre delatadas por los remontes. Esta zona es de una belleza que cuesta describir. No es lo que en los alpes llamaríamos alta montaña, aunque sus picos de más de dos mil metros quieran decir lo contrario, pero palidece en comparación con los 4000 del Eiger o el mismo Mont Blanc, así que parece que lo que te rodea son simples colinas. Véis, otra vez divagando...

En fin, que desayunamos tan ricamente, viendo el espectáculo anteriormente descrito por la ventana. Con la niña decidimos desayunar dentro, aunque perdamos algo de vista, para que no le coja el frío. Cogemos fuerzas de sobra y buscamos a dónde ir. Tras preguntar en recepción, decidimos subir en teleférico a un monte cercano. Ir a Glacier 3000, a unos 15 Km podría ser una opción de tocar la nieve que todavía se ve en lo alto, pero subir tan alto con un bebé tan pequeño nos da bastante respeto, así que nos vamos a otro lado. Pero antes, sin duda alguna, nos vamos a Gstaad a su calle comercial y a respirar el ambientillo de pueblo de montaña para ricos y famosos.
En Gstaad como os contaba ya habíamos estado un par de veces. Realmente es un típico pueblo de montaña típico de esta zona, pero más, como decirlo, perfecto. Quizás ayude que haya que pagar el equivalente a 6€ por persona y noche de tasa turística para dormir en la zona. Es un sitio con mucho dinero y se preocupan de que todo esté limpio y nuevo. Para que os hagáis una idea el pueblo, de unos 7000 habitantes, tiene una circunvalación que está enterrada. En los sitios ricos de Suiza es típico, así el tráfico no entorpece la vida de sus ciudadanos y se se libran del ruido, pero a un coste económico altísimo. La calle principal del pueblo está lleno de tiendas.
 
Desde zapaterías de precios muy normales, donde le compramos unas sandalias a Cloe, a joyerías de muchísimo lujo. En la calle hay una de mis tiendas de material de cocina favoritas del mundo, pero cuando llegué estaba ya cerrada. Los Suizos y sus horarios comerciales, que son la leche. Esta abría el sábado de 8:30 a 12:00,  y el domingo, que no abre prácticamente nada en el país, abría de 16:00 a 18:00. ¿Alguien lo entiende? En fin, que tras el pequeño chasco (pequeño porque al final no compro nada, simplemente curioseo entre cuchillos japoneses de miles de euros y sartenes de cobre con acero de 300€), nos vamos a la montaña.

La subida en teleférico la hacemos desde el pueblo de Schonried, pueblo de difícil nombre y difícil pronunciación. Allí aparcamos en el parking del teleférico de Relleri. Pagamos 41CHF por cabeza, unos 32€, para un billete de ida y vuelta con menú del día incluido. Con Cloe decidimos esto porque aunque la vuelta era factible hacerla con el carrito, iba a ser un poco tute. Si no vais con un bebé es muy fácil la bajada (e incluso la subida) pero lo divertido de verdad es alquilar una bicicleta de montaña o un patin de montaña (sí existen) y bajar a por el camino lo más rápido que puedas sin atropellar a nadie. Además subir a la estación es una buena manera de hacer rutas de montaña largas y partiendo desde los 1800 metros a los que está la llegada del teleférico. La subida fue un cúmulo de emociones.
Bea un poco preocupada por su miedo a las cosas que van altas y no puede controlar, Cloe emocionada y yo, pues sin ir muy preocupado. Mi miedo a las alturas es muy curioso. Acojonado perdido en la primera planta de la Torre Eiffel y sin embargo podía mirar para abajo desde lo alto del Rockefeller Center o ir sin apenas preocupaciones en un teleférico. En menos de diez minutos estábamos arriba y decidimos comer ya. Las vistas desde la terraza del restaurante ya merecían la pena muchísimo.
Estábamos a unos 22ºC allí arriba y con un sol de justicia. Comimos el menú consistente en una gran pechuga de pollo en su punto con una menestra de verduras y un montón de tallarines con champiñones en una salsa de nata. En plato combinado al estilo germánico muy rico. Cuando el sol se escondió tras una nube y empezó a refrescar un poco por el viento nos metimos dentro para que a Cloe no le cogiera el frío.
Desde allí decidimos hacer una pequeña caminata. Fuimos hasta unos remontes de esquí cercanos, unos 800 metros, pero con una pendiente muy muy elevada y un camino de hierba y piedras.
Como Cloe estaba durmiendo hicimos la subida empujando un carrito cargado con más de 10kg de niña y sus cosas, así que la subida se hizo, perdonadme el chiste, cuesta arriba.
Eso sí, subir subimos y disfrutamos de las vistas del otro lado del valle mientras cogíamos fuerzas y volvíamos a coger el teleférico de bajada.


¿Qué hacer ahora? Pues bien, yo le había echado un ojo a un par de lagos que tenían un restaurante/cafetería pegado a ellos. Creía que era uno al que no habíamos llegado en un viaje previo pero, aunque equivocado, el trayecto mereció muy mucho la pena. La carretera era espectacular. Serepenteando por las laderas de un valle tenía sitio para un sólo coche pero era de doble sentido. Cada ciereto tiempo había habilitado un apartadero para dejar pasar a los del otro sentido. A los laterales de la carretera sólo los pastores eléctricos nos separaban de una caída ladera abajo. Cuando llegamos las cascadas de la zona rugían y nos encontramos con un par de lagos de montaña dónde la gente de la zona tomaba el sol, hacía barbacoas y se bañaba.
Eran dos pequeños lagos, el más grande de apenas seiscientos metros de diámetro, pero eran idílicos entre las montañas. Paramos a darle a merienda a Cloe en el restaurante tomándonos una rivella y una copa de helado.

Dimos otro pequeño paseo por la zona y volviendo al coche nos acercamos a la mayor de las cascadas de la zona, que estaba muy cerca.
Lo malo es que tal y como era no se veía mucho desde la parte de abajo porque los árboles tirados por el agua entorpecían la visión. Volvimos al coche y decidimos volver al hotel.

Al llegar Cloe estaba durmiendo y la dejamos descansar un rato en la cuna mientras Bea bajaba a darse un chapuzón a la piscina interior del hotel y yo escribía este blog y buscaba donde cenar. Al final decidimos quedarnos a cenar otra vez en el hotel ya que nos parecía realmente bueno y la zona era tan cara o más. En general os diría que si venís a Suiza preparad mucho dinero salvo que os decidáis a venir de camping, de refugio de montaña o cojáis una casa. Los hoteles son realmente caros, pero lo más caro en comparación es la comida. Incluso yendo a por ella al supermercado es un atraco. Comer fuera en un restaurante normal es un dineral. En fin, que cenamos en el hotel otra vez estupendamente. Yo me tomé una ensalada enorme de entrecot a la plancha con muchas verduras, hierbas, tomate, aceitunas rellenas de ajo y aguacate. Bea se tomó un salmón cocinado al vacío estupendo. De postre yo me tomé una creme caramel de rechupete, increible es la palabra que la describe. Tras un día más que magnífico y con toda la familia sonriendo nos vamos a la cama a despedirnos de esta maravillosa zona, un pequeño trozo de paraiso en la tierra.

martes, 24 de junio de 2014

Destination Nowhere: Día 7: Lausanne y Saanen

Nos levantamos en el hotel de las montañas con un sol resplandeciente en el cielo y una agradable temperatura de 25ºC. Como no teníamos desayuno incluido le dimos el suyo a Cloe y salimos camino de Suiza. Objetivo de la primera parada, Lausanne. Por el camino recorrimos el Jura pasando pegados a su zona más montañosa pero sin internarnos en ella.
 El camino a Suiza atravesándolas nos hubiera llevado casi una hora más y con Cloe cada minuto cuenta. La verdad es que lo sigue llevando muy bien, pero no queremos saturarla más de lo necesario. Así que seguimos por la serpenteante carretera viendo prados muy cuidados y pequeños pueblos con mucha actividad agrícola y ganadera. Seguimos conduciendo cuando, casi de la nada, el puesto fronterizo Suizo. El guardia nos echa un ojo de arriba a abajo y nos deja seguir. No debemos de tener pinta de peligrosos, supongo. Le pregunto por la vignette (la pegatina que te da derecho a usar las autopistas en Suiza) y nos la venden en el propio puesto fronterizo por 40€ y nos devuelven 6 francos suizos de vuelta, perfecto para tener monedas para un aparcamiento.

Seguimos por la carretera hasta divisar el lago Leman. Enorme como siempre e imponentes las montañas del lado francés. Primera parada en Suiza, Lausanne. Lo primero que quiero hacer en este momento es rectificar algo. Hace años pasamos por Lausanne y casi ni nos bajamos del coche. Lo hacemos mucho. Llegamos a una ciudad con poco tiempo, recorremos algo con el coche y decidimos si quedarnos o no. Lausanne no nos había dado una buena impresión, así que en aquel momento no paramos. Craso error. He de decir que la ciudad nos ha encantado. Mucho. Es muy muy bonita y es de sabios reconocer el error y rectificar. Aparcamos en el parking de la plaza Riponne, frente al Palacio de Rumine, sede de varios museos cantonales y de la biblioteca universitaria.
La ciudad respira ambiente y más con el tiempo que hace, 26º y el cielo con sol salpicado de nubes y muy poco viento. La ciudad tiene bastante tráfico pero si das un paso hacia el interior de ese tráfico descubres calles peatonales rebosantes de vida, terrazas y tiendas para todos los gustos. Tras dar unas cuantas vueltas paramos para comer porque ya era la una y media y en esta zona eso ya son horas peligrosas.


Buscando buscando paramos a comer en una terraza, a la sombra de un toldo verde, en la plaza Saint-Fraçois, viendo la iglesia del Espíritu Santo. Allí Bea se tomó una hamburguesa y yo unas tostas de tapenade y verduras asadas.
La anécdota del momento fue ver como Cloe ligó con las señoras que teníamos al lado y la mayor de ellas tenía mono de nietos o algo y se puso a jugar con Cloe. De hecho hasta nos pidió permiso para darle de comer y lo intentó con muchas ganas y poca destreza. Tras despedirnos nos dirigimos caminando hacia la catedral.
Por el camino nos tomamos unos pedazo de helados, el mío de albahaca especialmente curioso.  La catedral es preciosa.. Una auténtica maravilla, por fuera y por dentro.
 El órgano, nuevecito, se usa frecuentemente para conciertos.
 
Tras subir a la catedral  y admirar las vistas desde lo alto, volvimos a bajar a la zona de compras.
Uno de los motivos es que había ya rebajas de verano, así que caminamos un buen rato y acabamos comprándo unas cosas para Cloe y otras para Bea, sorprendentemente más baratas que en Francia o España. Eso sí, una advertencia si venís de turismo a Lausanne. Traed calzado cómodo. Calles empedradas y muchas cuestas es lo que os espera. Antes de partir le damos la merienda a Cloe mientras disfrutamos en una terraza del ambiente de viernes por la tarde y de unos músicos haciendo una actuación con un arpa en la calle.
 Atardeciendo nos despedimos de la ciudad, no sin antes bajar hasta el lago y dar un pequeño paseo en coche por sus orillas.
 Volvemos pues a las autopistas. La que rodea el lago Leman es espectacular, con unas vistas brutales desde lo alto de los pueblos costeros, como el famoso Montreux. Poco después nos despedimos del lago y nos metemos hacia el interior, donde cogemos una carretera que va de valle en valle por zonas de los alpes no muy elevadas. Pasamos muy cerca de Gruyere sin parar, por falta de tiempo y porque ya habíamos estado.
Aunque nos gustase mucho no había mucho tiempo para repetir una visita que lleva su tiempo ya que hay que subir al pueblo a pie. Una media hora después llegamos a Saanen, el pequeño pueblo en el que dormimos hoy.
Saanen está a pocos minutos de Gstaad, dónde ya habíamos estado antes pero nuestro hotel de siempre estaba completo, así que buscamos otro por la zona y acabamos en el hotel Spitzhorn. El hotel , de reciente creación, nos gusta mucho. Huele todavía a madera recién cortada y en la recepción son realmente majos. Nos gusta tanto que decidimos esta misma noche quedarnos otro día más en la zona para descansar de hacer kilómetros y porque esta zona nos apasiona. Nos gusta muchísimo. Así que nos quedamos a cenar en el hotel, que también tenía muy buena pinta. Yo cené un tournedó con verduras acompañado de un buen vino tinto suizoz y Bea se tomó un rosti con jamón, queso y huevo. De postre me tomé un postre que consistía en una panacota y un brownie. Llenos y con ganas de hacer más cosas mañana nos vamos a cama.

domingo, 22 de junio de 2014

Destination Nowhere: Día 6: Dijon

Hoy el hotel no tenía desayuno. El día se despertó fabuloso. Algo de calor, unos 25º, y un sol resplandeciente que nos decía "conduce". Le dimos el desayuno a Cloe en el hotel y partimos. Al partir, una duda nos asaltaba. ¿Deberíamos ir a Alesia? Como aficionado a la historia, y más a la historia militar, la batalla de Alesia es una de las que han cambiado el curso de Europa. Fue decisiva en la expansión del imperio romano hacia el oeste y una gran hazaña militar. Pero varias cosas hiceron que la evitásemos. Suponía meterle 45 minutos más al trayecto. Además, el centro de interpretación tiene fama de interesante, pero verlo lleva varias horas. Para más inri (nunca mejor dicho), no está claro al 100% que la excavación arqueológica que se enseña fuera realmente dónde ocurrió la batalla. Así que, con todos estos condicionantes, decidimos no ir y dejarlo para cuando Cloe sea más grande si le interesa la historia como a su papá.

Así que, sin más dilación, nos fuimos camino de Dijon. Pocas referencias teníamos de la capital de la Cote D'or a parte de la mostaza y las referencias que encontramos en las guías. Pintaba bien la cosa, pero superó nuestras espectativas. Aparcamos en la céntica plaza Darcy y nos pusimos como siempre a callejear sin rumbo. 

La primera parada fue entrar en una tienda a comprar mostaza, como no. No soy muy fan de la mostaza de Dijon que nos llega a los supermercados españoles, generalmente la mostaza a la ancienne, así que probamos antes unas cuantas mostazas para ver si nos gustaba, porque de la mostaza en general sí somos bastante fans.
Probamos unas cuantas y nos quedamos un buen rato decidiendo cuales comprar. ¡Había decenas distintas! Tras aquello nos fuimos a buscar dónde comer. Tirando de la conexión de datos acabamos en la terraza de una crepería muy chula con una dueña que hablaba castellano y que se hizo amiga de Cloe enseguida. Yo me comí una galette de caracoles (sí, me encantan, ¡que pasa!) y Bea una galette de reblochon (un tipo de queso), patata y lardons (trozos de panceta a la plancha). De postre me tomé una crepe de helado de frutos del bosque con un gran inventó, el caramel beurre salé. Al que se le ocurrió hacer caramelo con mantequilla salada, ¡ole sus huevos! Que rico estaba, madredelamorhermoso.



Desde ahí nos fuimos paseando por la zona más monumental. El palacio de bellas artes, el palacio ducal, la catedral, las grandes iglesias como la de Notre Dame, que rivalizan con la catedral... Una pasada.




Entramos en la catedral y es francamente bonita en su interior.

Entre todos estos monumentos calles comerciales dónde compramos un juguete a cloe y unas gafas de sol para que no le haga daño el sol de montaña y algo de vino a papá. Terminamos tomando algo en una terraza para merendar antes de salir hacia el hotel.

Como os había comentado, nuestra idea es ir a Suiza, así que buscamos un hotel lo más cerca posible de la frontera. Desde Dijon podíamos entrar en Suiza yendo hacia Ginebra, entrar por el medio por Yverdon-les-bains o por el norte cerca de Basilea. La noche pasada buscamos y buscamos hotel y no había nada decente. Era como si este fin de semana tan estupendo que dan hubiera vaciado de sitio todos los hoteles de la frontera, tanto de un lado como del otro. Así que terminamos durmiendo en un hotel de un pueblo en las estribaciones de la cordillera del Jura. El Hotel Des 2 Lacs resultó un hotel regulero, con una wifi que no nos funcionó, una habitación amplia y limpia pero sin bañera como nos habían prometido, con lo que nos ostó mucho más "bañar" a Cloe. Cansados como estábamos y Bea con una jaqueca nos quedamos a cenar en la habitación algo de compra que Cloe y yo hicimos en un supermercado cercano y a descansar, que mañana llegamos a Suiza.

sábado, 21 de junio de 2014

Destination Nowhere: Día 5: Chateau de Chaumont y Orleans

Nos levantamos hoy con una decisión tomada. Nos vamos hacia Suiza e Italia. Las previsiones del tiempo son buenas y a Bea le apetece pasar más calor en este viaje y la perspectiva de irnos a Inglaterra a tener, con buen tiempo, menos de 20ºC, no le apetece mucho. A mi la verdad es que me apetecían por igual los dos viajes, así que tiramos hacia tierras helvéticas aunque el viaje hasta allí aún llevará unos días. Tantas cosas por hacer y tanto por ver, siempre encontramos sitios nuevos a los que ir aunque hayamos pasado por la zona una y mil veces. En fin, que dejo de divagar...

Nos levantamos con fuerzas renovadas y nos dirigimos a desayunar. Otra vez teníamos el desayuno incluido, así que nos dedicamos a comer queso, pan, zumo, ¡cruasáns de verdad! y mini tortitas recién hechas. Gran hotel este de Entre vignes et chateaux.

Tras recoger nos dirigimos a ver un castillo. ¿Que ibámos a hacer en el Loira? Esto está plagado de ellos. Giras una curva... ¡et voila!  un castillo. Hay decenas. Ya habíamos estado en dos de los más famosos, el de Chambord (famoso por sus escalerasa de doble hélice diseñadas por Leonardo Da Vinci) y el de Chanonceu (famoso porque es un castillo-puente y por ser dónde Luis XIV tenía a sus mujeres). Esta vez tocaba el castillo de Chaumont.



Tras apenas quince minutos de coche aparcamos y pagamos religiosamente 16€ por ambos adultos y nada por Cloe con derecho a ver los jardines y el interior del castillo. Lo primero es ver la exposición botánica. Es una mezcla entre jardinería y arte.


Marcos con agua que tratan de reflejar el castillo, performance en forma de plantas prohibidas encerradas en verjas, chulo aunque bordeando lo pretencioso a veces. Ains, el complejo mundo del arte...


Tras el paseo nos fuimos acercando al castillo por unos jardines más convencionales. El castillo es, como decirlo, muy disney por fuera. Sí, se que no es correcto decir eso porque fue antes el castillo, pero es la imagen que nos queda.



Me comentaban el otro día viendo una foto que recordaba al de Exin Castillos, y sí, por momentos lo parecía. Impresionan los árboles que hay pegados al castillo. Sobre si merece la pena entrar o no... pues depende. A nosotros nos gusta mucho recorrer las estancias, aunque a veces pequen de ser meros decorados y no de ser los muebles originales.


Pero a nosotros nos gusta, y la posibilidad de recorrer su patio interior, realmente bello, hace que merezca mucho la pena. Eso sí, os aviso de que no es nada grande lo visitable del interior y se puede ver en media hora. Mención especial a la capilla y a su vista desde el balcón del piso superior.


 Desde ahí salimos en dirección a Orleans. Decidimos saltarnos Blois, la ciudad más cercana por falta de tiempo y nos fuimos derechitos a Orleans. Orleans es famosa entre otras cosas por ser liberada por Juana de Arco durante la guerra de los 100 años. Es por ello conocida como "La dama de Orleans". De hecho, cuando fue capturada por los ingleses, el pueblo de Orleans hizo una colecta para pagar su rescate. En fin, que llegamos y aparcamos corriendo para que nos diera tiempo a comer.

 Eran ya casi las dos y media y eso en Francia es una hora muy muy mala. Siempre nos quedará el recurso del Mc Donalds, pero de momento lo estamos evitando. Así que paramos a comer en un italiano un par de pizzas, una vegetal para mi y otra de creme freche con salmón para Bea.
Nos dedicamos a ver la vida de Orleans y recorrer sus calles comerciales. Muchos adolescentes por ellas y gente joven en general. Nos fuimos a ver la catedral y vimos que había un festival de jazz en los jardines posteriores. Pena de tiempo para parar a verlo, aunque había mucha cola. La catedral gótica es increible.

La verdad es que el gótico francés nos alucina. Esos pórticos, esas naves altísimas y las vidrieras nos alucinan. Eso sí, en este caso quizás sea más bonito el exterior que el interior, en el que destacan las vidrieras que narran la historia de Juana de Arco. No me malinterpretéis, el interior es magnífico. Lo que pasa es que hemos visto muchas y el interior de esta no destaca sobre otras de las catedrales del gótico francés. Para rematar la estancia en Orleans nos tomamos algo en una terraza con vistas a la catedral para darle la merienda a Cloe.

  Salimos a eso de las cinco y media camino de nuestro siguiente destino, Avallon, continuando nuestro camino. La elección del destino de esta noche no fue más que debido a la cantidad de km que deseábamos hacer hoy. Así que escogimos un sencillo Ibis para pasar la noche y poder cenar antes. Paramos a cenar en un restaurante italiano/francés en el que cenamos estupendamente. Yo me tomé una anduillete de Tours (ya os conté de que van las anduilletes y de lo fan que soy) y Bea unos tagliatelle con fruts de mer que se equivocó pidiéndolos porque quería pedir unos de vieira y se le fue la olla. De poste Bea se tomó una bola de helado de chocolate con menta y yo una tarta tatín con helado de vainilla. De ahí al hotel, en el que hoy pagamos un poco las estrecheces con la niña. Es complicado estar cómodos los tres en una habitación de doce metros cuadrados contando el baño y tener una cuna en ella junto a las maletas, pero hoy toca adaptarse. Hasta mañana!