lunes, 13 de noviembre de 2017

Una nueva vida: Singapur.

Vale, esto es un blog de viajes. Pero es que estos primeros días en nuestra nueva vida han sido exactamente eso, un viaje. Omitiré pues los detalles relativos a las dificultades del visado, de los agobios de última hora, de las duras despedidas. Porque según se iba acercando el momento de marchar, las lágrimas querían salir. Llevábamos toda la vida viviendo en un estrecho margen de 50 km y ahora nos hemos ido a vivir lejos, muy lejos.

Singapur. Aún resuena en mi cabeza cuando nos lo propusieron. Mi ma. Que esto no era irse a algún punto de Europa. Era irse a 12.000 km de distancia, dejar lejos a la familia y amigos y meterse de cabeza en una nueva vida. De cero. La gente nos decía "que valientes sois". Yo siempre les repetía lo mismo. Valiente es el que coge lo poco que tiene y arranca. Valiente es el que no tiene más remedio que cruzar el mundo para poder dar de comer a su familia. Lo nuestro era muy fácil. Me voy con la misma empresa para la que trabajo y me dan muchas facilidades. Lo nuestro es, simplemente, una aventura controlada. A todo el mundo le decía lo mismo, que esto era como hacer puenting. El 99,9999999% de las veces la cuerda no se rompe, es adrenalina pero controlada.

Y así, hace una semana exactamente, nos despedimos de la gente, guardamos nuestros bártulos y salimos camino al sudeste asiático. Tenemos toda la intención de hacer un blog sobre el día a día de un expatriado aquí, pero veremos en donde queda eso. Buscando información sobre los pasos a dar en Singapur he visto realmente muy poco en español y no demasiado en inglés, así que espero que algún día lo que pongamos sirva de ayuda. Pero no es la intención con la que escribo hoy, si no la de contar unos días de viaje, obviando todo lo demás. Comencemos.


Salimos de Coruña un lunes por la tarde. Con Vueling. Sí, es que no aprendemos. No hubo otra opción por la premura con la que conseguimos los billetes. Y como no, nos la liaron. Se acabó el sitio en cabina y una de los equipajes de mano iba directo a Singapur. ¿Seguro que lo mandáis directo?, les dije. Sí sí, me dijeron. Pues no, se quedó en Londres. Pero bueno, fue un mal menor porque teníamos una maleta de mano no indispensable (excepto para caso de catástrofe). Al final llegar, llegó. Dos días después. Tras tener un plácido vuelo a Londres, estuvimos casi cuatro horas esperando en Heathrow por el vuelo de verdad. Trece horas después, muy cansados, llegamos a Singapur. Muy tranquilo este vuelo también, la verdad. Tras pasar por las vicisitudes de la maleta, pasar inmigración (ja) y demás, cogimos un taxi de siete plazas para llegar al apartamento. Salimos de Coruña a 12ºC y llegamos a Singapur a las ocho, ya de noche, a 30ºC. ¡Vaya cambio!

Esa noche dejamos todo en el apartamento y no fuimos a dar una vuelta por la zona. No teníamos sueño porque dormimos algo en el avión. No me suele gustar hacerlo, pero es complicado no aburrirse durante casi trece horas. El apartamento está en la zona de Orchard Road, que viene siendo la calle comercial más importante de Singapur. Y eso es mucho decir. Es una calle, no de tiendas, si no de centros comerciales. En uno de ellos, en la cuarta planta, está en Japan Food Town, un conjunto de restaurantes pequeños japoneses. Ahí paramos a cenar algo de ramen, uno poco de pollo frito, gyozas y takoyaki.



Al día siguiente, miércoles ya, nos levantamos y mientras gestionaba papeles, nos pusimos a caminar por la ciudad. Empezamos por un lado del distrito financiero y su estación más importante (Raffles Place) y desde ahí fuimos a la zona de los muelles del río: Clarke Quay y Boat Quay. Hacía sol y el calor y la humedad eran muy altos. Unos 31ºC y un 85% de humedad. Paseamos por el río hasta que hicimos una comida rápida para seguir por el otro lado. En Clarque Quay hay una zona de marcha que tenía pinta de estar a tope por las noches pero que a las tres de la tarde estaba desierta. Desde ahí fuimos al Merlion, la estatua más famosa de la ciudad, mitad pez, mitad león. Ya era necesario sentarse al menos un rato. Mientras estábamos allí unas chicas chinas nos pidieron hacerse una foto con Cloe, que les parecía lo más bonito del mundo (con buen criterio, que vamos a decir). Estas cosas me habían advertido ya que eran lo más común en algunas zonas de asia y ya nos pasó el año pasado en Japón también.



Tras descansar segumos caminando por toda la marina hasta llegar al Gardens by the bay, pegaditos al famoso Marina Sands. Ese que sale siempre en Callejeros Viajeros, el que tiene una picina en el tejado y el tejado une tres rascacielos. En los jardines estuvimos paseando un rato y son muy impresionantes. Fuimos con Cloe al parque infantil que tiene dos zonas. Una es para que los niños se mojen y chapoteen y la otra es un parque de aventuras. Mil sitios para trepar, toboganes espectaculares, y mucha diversión. Terminamos cenando en un café del parque, en el que Cloe cayó rendida. No es para menos, había caminado casi 8 km nuestra campeona.

Tras despertase un poquito, fuimos a ver los jardines iluminados de noche. Son una preciosidad. Pena que no dejasen subir a la plataforma más tarde de las ocho y media de la noche. No le encuentro mucha explicación porque las luces se encienden a las siete y algo, así que dejar sólo una hora y media de noche para verlas iluminadas desde arriba me parece un error. Quien sabe, quizás sea cosa de que quieran que te dejes el dinero en el casino de al lado en vez de estar allí. Ahí acabó el día, con Cloe en el colo rendida y todos de camino a casa. Al día siguiente había que ir a trabajar.

Jueves. Mi primer trabajo en un rascacielos y conocer a una nueva compañera de trabajo. Bea y Cloe se quedan por el centro dando vueltas por los centros comerciales subterráneos (hay kilómetros, literalmente). Llueve, y mucho. Estamos en temporada de lluvias y aquí cuando llueve, llueve de verdad. Poco que contar de este jueves, la verdad.

El viernes al salir de trabajar bajamos de compras con Cloe. Queríamos comprarle algo para que se lo pasara bien así que estuvimos por el centro de Orchard flipando con la arquitectura y con que ya estuvieran encendidas todas las luces de Navidad (una central eléctrica, luz arriba, luz abajo) y que se escuchasen villancicos en cada tienda. Cenamos en un café japonés en el que lo que más apetecía era tomar los postres de matcha. Aquí me gustaría comentar que en este país tienen mucha admiración por los productos japoneses. Hay restaurantes de comida japonesa en todos lados, los supermercados tienen una sección de comida japonesa, hay tiendas que son sólo de productos de allí. Para ellos es sinónimo de calidad y se nota. Para nosotros, con lo que nos gusta la comida japonesa, es un placer. Tocaba descansar y que llegase el fin de semana.

Menudo fin de semana, mi madre. El sábado nos levantamos algo tarde. Yo estaba muy muy cansado y se ve que las niñas también. Se nos hizo algo tarde por vicisitudes del destino y nos fuimos a pasar la tarde al museo de arte y ciencia de Singapur, el ArtScience Museum. ¡Que gran elección!



No soy nada fan del arte moderno, pero este, este demostraba lo que se puede hacer para llegar a la gente. Según entrabas en la exposición había un tobogán, sin límite de edad, para grandes y mayores. Sobre él, una proyección de grutas y animales. Al tirarte, iban explotando, haciendo sonidos y luces según chocabas con ellas. Cloe alucinaba. A continuación, había una superficie en la que, moviendo unas formas, se modificaba el paisaje y como se comportaban diversos medios de transporte. Sencillo, pero a Cloe le gustó mucho.

La estrella de la exposición era un muro donde se proyectaba algo. No lo entendíamos muy bien al principio, hasta que nos dimos cuenta. Había unas plantillas para escoger. Un bus, un ovni... y un mogollón de ceras para colorear. Hacías tu diseño, lo llevabas a un lado de la pantalla y lo escaneabas. Así tu dibujo aparecía en la pantalla y comenzaba a moverse de un lado a otro, en 3D.


Imaginaos como se queda una niña de cuatro años cuando ve, en una pantalla gigante, su autobús con su nombre. Siguiendo con la diversión, había un sitio con pelotas inchables de colores, que cambiaban de color al golpearlas. Aquello parecía sacado de jackass, con todo el mundo dándose guarrazos con ellas y pasándoselo bien. Niños y adultos. Todo el mundo feliz.


Para rematar, una instalación que nos pareció preciosa. Tiras de leds, espejos y música. Todo en conjunto para que todo el mundo hiciera "halaaaaaaaa". Cambios de luz, brillos, oscuridad, música. Me quedaba el día entero ahí, pero ya estaba cerrando. Echamos un ojo a los otros dos pisos, pero las exposiciones eran mucho más pequeñas y sosas. Aun así, volvería mil veces ahí, y con la niña no os digo. No había pase anual, pero nos hicieron el precio para residentes, así que no fué muy caro. Desde ahí nos dimos un paseo por la zona del centro comercial del Marina Sands.


Paramos en la sucursal singapurina de Hamleys y le cogimos a Cloe un juguete. Ha dejado muchos en Coruña por su propia voluntad y hay que comprarle alguno aquí para que juegue y se divierta. Cansados, paramos a cenar comida japonesa, again. Esta vez la estrella fue un bol de arroz con sashimi y huevas de salmón. Para rematarlo tenía por encima huevas de erizo como para parar un tren. Casi me levanto y aplaudo.

El domingo nos levantamos algo antes. Desayunamos/Comimos en una panadería al estilo europeo. Unos sandwiches de roast beef y una salchicha con hojaldre. Todo salud. Pero es que lo que nos esperaba era una buena caminata y requería calorías. Nos fuimos a los Botanic Gardens, un parque inmenso.


El parque mide unos 2,5 km de largo y está dividido en varias zonas diferenciadas. Es uno de los tres parques del mundo que son patrimonio de la humanidad, lo cual dice mucho de él. No tengo palabras para describirlo. Su variada vegetación, su zonas verdes amplias, su anfiteatro natural donde escuchar conciertos sobre la hierba...




Destaca sobremanera su jardín de orquídeas, lo único de pago del parque. Son sólo 5 SGD (unos 3€) y merece muchísimo la pena. Te puedes pasar horas viendo cada uno de los tipos de ellas y eso que hay una parte en mejora que estará en obras hasta el 2019.



La idea era acabar la tarde en el parque infantil que hay al otro extremo de los Botanic Gardens, el Jacob Balla's Childrens Garden. Por el camino nos encontramos una feria infantil con actividades, música, juegos y comida. Lo malo es que como llovió mucho por la mañana, el campo estaba algo embarrado. Seguimos al jardín y la verdad es que mola mucho. Hay muchos recovecos, con actividades diferentes. El parque no es sólo un conjunto de juegos infantiles si no que está dedicado a enseñarles a los niños la ciencia sobre las plantas y los animales. Si vuestros niños son capaces de soportar el calor de Singapur, es un lugar para ir sin dudarlo un segundo. Todo el parque, no sólo la parte infantil, les va a alucinar.

Terminamos el día del domingo, muertos de cansancio, repitiendo lugar para cenar. Es triste que con la cantidad de sitios que hay aquí, innumerables, repitamos sitio. Pero es que estaba todo muy rico y nos queda al lado de casa. Así que nada, a volver a cenar comida japonesa.

Como comenzaba la entrada, aún nos sentimos turistas. Salvando que voy a trabajar, lo que hacemos es más turismo que otra cosa. No nos preocupamos de tener la nevera llena, no cocinamos, no limpiamos (el primer mes estamos en un apartamento con limpieza)... Os seguiremos contando sin duda, sea en este blog o en otro, nuestras aventuras por esta remota zona del mundo.