Vaya liada. Así, casi sin pensarlo demasiado nos hemos liado la manta a la cabeza y hemos organizado un viaje a Japón en poco menos de un mes. Ese viaje que dejamos postpuesto por el accidente de Fukushima y que hizo que la luna de miel la pasáramos en Estados Unidos. Ese. Pero esta vez no sólo nos acompaña Cloe, nos acompañan dos amigos más. Con ellos nos vamos a recorrer quizás lo más típico del país del sol naciente, pero un primer viaje requiere lo típico, lo que todo el mundo ha investigado. Dejaremos para futuras aventuras el ir a sitios menos conocidos y más alejados del Japón turístico.
Así que tras buscar alojamientos, billetes, conexiones de datos, japan rail pass y todo lo que cuadró, ahí estábamos el día 5 yendo al aeropuerto camino de Tokio. El día fue muy largo, de hecho para mi, escribiendo a las 23:35 hora de Tokio del día 6, aun no ha acabado el día 5. Un día de 36 horas, que son las que llevo despierto. Y el día comenzó con un pequeño susto. Llegamos a Alvedro, preparamos el embarque, subimos al finger y nos hacen dar media vuelta. ¿Media vuelta? Sí, el avión tenía problemas técnicos. Teníamos tres horas para hacer la escala en Londres pero cada vez el restraso se acumulaba más y al final salimos, con el permiso del mecánico, dos horas más tarde de lo previsto. Temíamos perder la conexión y con ello un día de vacaciones. Por suerte la sobrecargo de Vueling fue basatante maja, nos tranquilizó, nos permitió subir la silla de la niña como si fuera equipaje a bordo y nos preguntó a un azafato de JAL que iba a bordo como hacer la conexión en Londres.
Así que llegamos bastante tranquilos a Londres y todo fue sin ningún problema. Como íbamos con la niña embarcamos antes que nadie. Desde ahí, 11 horas y 45 minutos de vuelo hasta Tokio. Salíamos a las 7 de la tarde hora de Londres y llegámos a las 3 de la tarde hora de Tokio. Por el camino yo no dormí nada. Cero. Mira que duermo en trenes, en coches, en buses, en barcos... Pero en el avión no doy, es superior a mí, es cerrar los ojos y sentir como si me cayera. Es una sensación muy incómoda y no doy dormido nada. Cloe y Bea si que echaron una pequeña dormida. En general muy contentos con JAL. Muy amables, los asientos son anchos y con bastante espacio para las piernas (mido 1,82 y tenía varios centímetros hasta el asiento delantero), hay enchufes para portátiles en los asientos y la comida para mi fue muy buena, para las limitaciones de un avión.
Llegamos pues rendidos al aeropuerto de Haneda pero excitados por estar en Tokio al fin. Al llegar al aeropuerto mil cosas. Coger las maletas, pasar inmigración, cambiar dinero, canjear los Japan Rail Pass (que nos permitirán recorrer la zona de Kioto dentro de unos días) y sacar las tarjetas Suica. Si vais a Tokio os aconsejo sacar cualquiera de las tarjetas contactless de pago del metro/tren. La Suica y la Pasmo se usan en tooodos lados. Son compatibles entre sí (se pueden usar indistintamente) y, a su vez, se pueden usar como si fueran la tarjeta de muchas ciudades de Japón. ¿Qué pagas con ellas? Pues casi de todo. El sistema de transporte de Tokio, todas las máquinas de vending que hemos visto en la calle (y hemos visto unas cuantas ya el primer día), muchos supermercados, algunos restaurantes y cafeterías... Ya veis que casi de todo.
De Haneda salimos en monorail, que va elevado sobre la ciudad, pasando a veces a muy poca distancia de los edificios. Es muy surrealista, la verdad, ver como pasa pegado al muro de algunas casas y lo rápido que va el transporte. Nos bajamos cerca del apartamento que habíamos elegido para pasar la primera parte del viaje en Tokio y alrededores. Nos vino a buscar a la estación un sobrino del dueño y nos enseñó el apartamento. Estábamos agotados, pero no queríamos rendirnos porque si no el jetlag sería brutal. Así que salimos a pasear y decidimos coger un tren hasta el famoso cruce de Shibuya.
Gente y más gente por todos lados. Neones. Ruido. Tiendas abiertas por doquier hasta las tantas. Hoy es viernes y los locales están atestados de japoneses y occidentales. Un sitio chulo, pero quizás es un poco el típico sitio guirilandia como puede ser en NY Times Square. Pero hay que ir. Eso sí, esto es guirilandia versión japonesa, y eso siempre mola. Tiendas y restaurantes en los edificios hasta la última planta. En un edificio puedes encontrar una tienda de segunda mano en los primeros cuatro pisos y en los dos últimos haber un pub. Dimos un paseo por allí, y buscamos donde cenar.
Tras dar unas cuantas vueltas terminamos en un teppanyaki donde en la plancha de nuestra mesa nos hicieron la comida. Pedimos un poco variado cada uno, una carne salteada con algunas verduras y queso por encima, unos tallarines hechos en la plancha y yo pedí la comida de plancha más rara, una tortilla japonesa (okonomiyaki) de col con calamares y cerdo. Pedimos unos cuantos acompañamientos y comimos rápido y bien. Nos quedamos con ganas de postre así que nos fuimos al Starbucks de Shibuya. No por ser un Starbucks si no por poder ver el cruce de Shibuya desde arriba, desde una posición llena de gente que quería hacer fotografías. Acabamos el día así, tomando algo y yéndonos a eso de las diez y media para el apartamento a descansar.
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