En la parte baja del recorrido la cosa estaba atestada de gente. Mucha gente hace sólo la primera parte, un ratito, y no sube hasta arriba. Además es bastante coñazo porque todo el mundo quiere hacerse la foto sin gente y se paran en el puñetero medio creando embotellamientos. Nosotros hemos ido por semana, no quiero imaginarme esto el fin de semana. Lo bueno es que la masificación se acaba pronto. Cuando empiezan las cuestas duras de escaleras, cuando hay que hacer esfuerzos ya un poco gordos, ahí se pueden hacer las fotos que que se quieran.
Os preguntaréis como dimos subido tantas escaleras con la sillita. Pues bien, tenemos una mochila para ella y la sillita hizo todo el recorrido en nuestra espalda. ¿Y Cloe? ¡Pues subiendo con nosotros! Quitando las últimas escaleras de subida y el último tramo de bajada, la niña se hizo la ascensión, con sus tres añitos, de nuestra mano. Descansando de vez en cuando, parando en máquinas de vending y en puestos de venta de galletas, que a fin de cuentas esto es senderismo de masas japonés.
Por el camino de subida unas señoras japonesas se enamoraron de ella y cuando nos dimos cuenta sacaron un papel y se pusieron a hacerle una rana de origami. La rana de papel además de ser bien bonita, salta cuando aprietas la parte posterior. Es la leche.
La niña se hizo dos horas de subida y casi una de bajada andando, con mucha subida y escaleras. Una campeona en toda regla. Por el camino templos y más templos, algún cementerio, mucha naturaleza y mucha sombra, que hoy estábamos a 25º pero la sensación térmica por la humedad era superior. Muy muy muy divertido y muy bonito todo.
Cuando bajamos paramos a comer algo en unos puestos callejeros. Unos takoyaki (bolitas de masa rellenas de pulpo, algo así como unas croquetas), un poco de pollo y unos rollitos de arroz cubiertos de carne y seguimos camino, con un atardecer precioso y una temperatura super agradable.
Nos lo pasamos muy bien en esta zona a pesar de lo cansados que estamos todos. Con Cloe durmiendo nos dirigimos en tren a la zona de Gion, un barrio conocido porque hay gueishas aunque realmente es muy complicado verlas porque están hasta los mismísimos de los turistas así que las suele recoger un taxi aunque tengan que andar 200 metros. Bajamos en la estación de Gion-Shijo Paseamos por la arteria principal (Shijo Dori) del barrio recorriendo tiendas tradicionales.
Una auténtica maravilla. Cerámica carísima, pañuelos teñidos, dulces a tutiplen (y mira que la gente dice que a los japoneses no les gusta el dulce, ¡ja!), mucha artesanía, ropa tradicional carísima... El paseo es divertido y la zona muy chula. En un momento nos dividimos un rato porque quiero hacer unas fotos en el templo de Gion Matsuri. Era ya de noche y la visita nocturna era espectactular. Muchos farollillos encendidos, todo muy bellamente iluminado. Una pasada.
Mientras tanto, el resto se fueron a pasear por las calles del barrio, lleno de callejuelas y rincones escondidos.
Por fin, nos fuimos a cenar pronto que mañana nos vamos de excursión. Cenamos en un local camino de la estación de metro. Siento no poder deciros el nombre de los locales, pero es que la mayor parte están en japonés y no se como se llaman. De todas formas en este país se come bien en todos lados, la diferencia es únicamente lo que pagues por ello. Cenamos muuuchos platos que compartimos. Tofu rebozado, pepino con salsa picante, pulpo crudo, sashimi, tempura de calamares, makis de atún, pinchos de ternera, pinchos de pasta de arroz con bacon y queso, un pescado parecido a las parrochitas y sopa de miso. Todo muuuy rico y el precio fue unos irrisorios 60€ para los 5. Mi ma, que bien se come en este país. Damos un paseito hasta el metro y a casa a dormir. Mañana, ¡excursión!
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