Hoy ha sido un largo y bonito día. Por la mañana salimos algo tarde del hotel, a eso de las 10 y media. Nos fuimos a dar otra vuelta por Biarritz. Que bonito es este pueblo, pequeño y con mucho encanto. Nos compramos nuestro primer croissant francés y una especie de pastel de chocolate parecido a una napolitana.
Hay un montón de detalles que describen Biarritz, pero sobre todo es silencioso y ordenado. Llevamos un día y pico por Francia y todavía no he escuchado un claxon. Los coches no hacen casi ruido, las motos no llevan los escapes abiertos y todo es paz, amén de que dentro de los pueblos la gente va a 30 Km/h. Antes de abandonar el pueblecito nos paramos en las Galerías Lafayette, donde Bea compró un gorro muy, pero que muy, gabacho.
Tras salir de allí nos dirigimos al hotel Le Resinier, en Le Barp, a 160 km, en pleno bosque de las landas . Un pequeño hotel de 9 habitaciones muy cucas. 75€ con 2 desayunos se llama, pero creo que merecerá la pena. Tras coger las llaves partimos hacia la Dune du Pyla. Tras 60 Km, dirección Arcachon, llegamos. Sólo puedo decir que es impresionante. Cerca había un merendero donde hicimos nuestra comida de domingueros. Una baguette local, un poco de fiambre y una especialidad llamada Tapenade (pasta de aceitunas negras con anchoas) que nos dio fuerzas para subir. Para ello usamos una escalera de fibra, como buenos guiris. Una vez arriba nos sentamos a contemplar el paisaje. A un lado, pinos hasta donde alcanza la vista (y a 150 metros de altura alcanza mucho…). Al otro, el mar, destacando sobre todo la bahía de Arcachon. La verdad es que la vista es espectacular. Al volver intentamos tomar un atajo y tuvimos que caminar un rato de lado por la duna. Seguimos las huellas dejadas por otros intrépidos aventureros hasta el punto de partida, pero llegamos muy cansados. Paramos en un chiringuito de souvenirs para coger una postal y partimos hacia Arcachon.
Arcachon es un pueblo de tamaño parecido a Sada, con calles estrechas y un gran casino. Damos unas vueltas con el coche, pero no nos apetece quedarnos a cenar, así que vamos a buscar otro sitio al otro lado de la bahía. Al llegar allí, tras 40km casi todos ellos a 50 km/h (y luego nos quejamos de Galicia), vemos que está todo un poco muerto fuera de temporada. Decidimos volver a cenar al hotel, que nos tenía buena pinta y estaba lleno de franceses.
La cena fue todo un espectáculo. Cuando llegamos por la mañana la recepcionista hablaba español, pero los camareros ni papa de español ni de inglés. Tras hacerle entender que queríamos cenar, nos dan la carta. Intentamos entender lo que ponía, yo fui a lo seguro. Escargots a la Borgoñesa se llamaba, me encantan los caracoles, aunque quizás algo fuerte para cenar. Bea pide Ris de Veau, pensando que era un arroz y eran ¡mollejas!, y ella las odia. Nos traen de entrantes unas ostras, un poco de sopa de espinacas y un trocito de melón. Los caracoles estaban estupendos, aunque eran una guarrada para comerlos con las manos y palillos, como manda la tradición. Las mollejas Bea las comió como pudo (lo que hace el hambre). Los postres espectaculares. Yo tomé un Capuchino de frambuesas. Llevaba crema de leche, frambuesas, galleta y helado de frambuesa, simplemente espectacular. Bea tomó un postre de chocolate con helado, que tenía toda la pinta de ser un Coulant aplastado con un helado del que no supimos apreciar concretamente de que era, pero estaba bueno.
Ahora a dormir, y hasta mañana, que nos espera Bordeaux!
1 comentario:
Acabo de ver vuestras fotos y casi no se os distingue porque estais muy oscuros .Me alegro de que lo esteis pasando tan bien pero ...¡no creéis que un poco de francés en su debido momento no hubera venido mal!
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