Desde Pamplona hay dos caminos posibles. El primero es coger la autovía hasta San Sebastian y de ahí a Biarritz por autopista. El segundo es ir por nacional desde Pamplona a Irún y ahí cogerla. Nos decidimos por la segunda opción porque la nacional va por unos valles preciosos. Llegamos a Biarritz a la una y media bajo un sol abrasador. Cerca de treinta grados centígrados y bastante humedad. Todo el mundo en la playa disfrutando del día. Mucha gente haciendo surf y un ambiente de fiesta nos recibieron. Aparcamos a la sombra y Bea le dio de comer a Cloe. Salimos a pasear. El centro de Biarritz lo conocemos (ya hemos venido unas cuantas veces) pero es un sitio para repetir. Como ya era muy tarde para comer (ya pasaban de las dos) nos fuimos a uno de nuestros sitios favoritos de la ciudad, la pastisserie Miremont. De este local ya os habíamos hablado en otras entregas del blog. Es un sitio caro pero lo vale, ya solo por el local y las vistas. Nos comimos un buen sandwich y una quiche lorraine disfrutando del océano mientras Cloe nos miraba asombrada. Se asombra mucho de ver a la gente comiendo y no termina de entender por qué no hace ella lo mismo. A veces la sorprendemos moviendo la mandíbula como si masticase mientras nos ve comer. Tras comer seguimos el paseo por la ciudad y nos sentamos al borde del paseo, con los pies colgando sobre la arena de la playa. Descansamos un rato y nos fuimos hacia el coche. Mientras Bea le daba de comer a Cloe de nuevo, me acerqué hasta el supermercado a comprar la cena de la noche y bebidas para tener en el coche ya que el calor aprieta y es muy fácil deshidratarse.
Salimos de Biarritz pasadas las cuatro de la tarde y todavía teníamos un largo camino de más de hora y media hasta Langón, un pueblecito a unos 50 km de burdeos. El camino desde Biarritz lo hicimos en gran parte por carretera secuandaria, ya que nos es más cómodo con Cloe y porque nos encanta recorrer estas carreteras en los viajes si no vamos con demasiada prisa. Es mucho más relajante que la autopista y siempre descubrimos sitios que ni aparecen en la guía y que nos entusiasman. Por el camino tuvimos que parar en un pequeño pueblo llamado Tartas (así, como suena, a pastel) porque Cloe necesitaba la parada. Es una constante del viaje, a eso de las cinco le entra el sueño pero no da dormido y se pone a llorar hasta que paramos, la cogemos un poco, y ya engancha.
Llegamos a Langón a eso de las ocho menos cuarto. La decisión de parar aquí era simplemente porque nos quedaba bien y había un hotel chulo en el que pasar la noche. Realmente el pueblo no tiene nada especial. Es un pueblo bastante muerto, de hecho, pegado al Garona. La cuestión es que vimos el hotel en booking y nos hizo grahotel Cambellii es un bed & breakfast familiar de dos habitaciones. Es un caserío en medio del pueblo con un jardín trasero enorme, habitaciones gigantes y una familia muy acogedora, incluyendo el gato y el perro :). Y todo esto a un precio más que razonable. Aparcamos el coche en el patio trasero y nos fuimos a dar un paseo para confirmar que si en Francia a las ocho de la noche en los pueblos no hay mucha vida, en este menos. Dimos una vueltecita hasta el río y nos volvimos al hotel a disfrutar de nuestra cena consistente en bolitas de queso de cabra rellenas de salmón ahumado y de bacón ahumado. Disfrutamos de ella y de Cloe hasta que nos fuimos a dormir.
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