Nos levantamos por la mañana y nos fuimos a desayunar. La dueña nos llevó hasta la sala de desayunos. Dado que sólo hay dos habitaciones, la sala de desayunos consistía en una mesa para cuatro en una habitación pegada al jardín. Así que como coincidimos en los horarios desayunamos con una agradable pareja de ingleses procedentes de Birmingham. Estuvimos todo el desayuno paracticando el inglés mientras Cloe conseguía camelárselos. Tras desayunar salimos del hotel en dirección a Bergerac.
Lo de ir a Bergerac fue una ocurrencia de estas que se te ocurren viendo el mapa. ¿De que nos sonaba el nombre? ¡Ah! ¡De Cyrano! Lo siguiente fue echar un ojo a unas fotos en internet para decidirnos a ir. Así que partimos a recorrer carreteras regionales camino de Bergerac. Por el camino nos dimos cuenta de lo absolutamente descomunal que es la zona de los vinos de Burdeos. Comprende 27 denominaciones dentro de la categoría de vino de Burdeos, pero es que llega desde el Medoc (a casi 100 km de Burdeos ya muy cerca de la costa atlántica) hasta la zona cercana a Bergerac, a unos 80 km hacia el interior de Burdeos. Una locura.
Llegamos a Bergerac, aparcamos, Cloe comió y nos fuimos a comer nosotros. Calor. Mucho calor. Comimos en una terraza una ensalada y una tosta disfrutando del buen tiempo y de una Cloe que se porta muy bien. Tras comer nos fuimos a pasear por el viejo Bergerac. Casas de entramados de madera y pequeñas plazas, a cada cual más bonita, que revelan muchos siglos de historia. Estatuas de Cyrano jalonan varios edificios, se ve que es el héroe local y el que le ha dado fama al pueblo. Paseamos hasta el río y disfrutamos del Dordogne, de la gente pescando y haciendo remo. La fachada de la ciudad al río es realmente chula. Volvimos hacia el coche callejeando y tratando de no pasar otra vez por los mismos sitos. Lo interesante de la ciudad se ve en un par de horas, pero merece la pena venir si uno se encuentra por la zona. Un gran descubrimiento, sí señor.
De Bergerac partimos hasta nuestro destino, Sarlat-le-Caneda. Ya habíamos estado aquí pero un poco a toda prisa, así que nos apetecía volver y enseñárselo a la pequeña Cloe. Así que tras recorrer el camino y hacer la parada del berrinche de las cinco :) (al final esta vez no paramos ya que se durmió cuando íbamos a parar) llegamos a Sarlat. Tras recoger las llaves de la habitación en el hotel bajamos en coche al casco histórico. El hotel está en un sitio precioso en un alto, pero hay una buena subida desde Sarlat. Así que decidimos bajar en coche ya que en recepción nos dijeron que la bajada eran 10 minutos y la subida 20. En fin, que bajamos a dar una vuelta ya cerca de las siete. Sarlat es un sitio bastante turístico. Su casco histórico medieval está lleno de restaurantes y de sitios que venden productos típicos de la región del Perigord. A saber: todo lo que quieras de patos, ocas y nueces. El aceite de nuez y el foie gras son lo más típico entre lo típico. Paseamos y paseamos hasta que nos entraron ganas de cenar. Acabamos en una terraza de un restaurante cenando yo foie gras y magrette y Bea una ensalada (que tenía un fiambre de intestinos de pato, ella no lo sabía) y perca. Lo más increible es que estuvimos los tres en unaa terraza cenando a finales de septiembre. Durante la cena, Cloe enamoró a unos americanos que cenaban cerca de nosotros y con los que intercambiamos algunas frases. Tras la cena nos dimos otro paseo por el pueblo, ya de noche, disfrutando del buen tiempo y viendo las caras de alucine de Cloe al ver el mundo que la rodea. Algo cansados, nos retiramos al hotel para que la niña pudiera dormir y nosotros planear el día de mañana y escribir el blog. ¡Que no se escribe sólo!
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