Arrancamos de Coruña con la niña animada. Estuvo despierta la primera hora y media, ríendo, jugando con mamá y encantada. Después se quedó dormida y aguantó hasta que llegamos al Manzanal, dónde hicimos la primera parada. Allí comió un rato y bajamos a tomar algo a una cafetería dónde el camero le regaló unos globos que le encantaron.
Al salir, cogió un pequeñó berrinche y ya pensamos que habría que parar un buen rato para que se calmase, pero no era más que sueño. Así que en un ratito se quedó dormida y no se despertó hasta cerca de la siguiente parada. Burgos. En Burgos hubo que tomar la decisión de si seguir o quedarnos a dormir aquí. Tras darle de comer y descansar un buen rato decidimos que la niña estaba estupendamente y seguimos hacia Pamplona. Cloe se pasó las dos horas que faltaban de trayecto durmiendo y a eso de las doce de la noche llegamos a destino. Así que se podría decir que ¡victoria! La única pega de este maratón es que la niña, después de dormir tanto en el coche, no durmió muy bien por la noche y se despertó mucho. Nada grave pero no nos dejó dormir. Como Pamplona era una etapa para descansar los tres no supuso ningún problema.
El sábado fue un día de descanso. No nos movimos de casa de Flo y Carmen hasta las ocho y media de la tarde. Hasta entonces el día transcurrió entre juegos, risas, y charlas poniéndonos al día tras meses sin vernos. Flo y yo bajamos a por comida al KFC y comimos en casa eso y una quiche que hizo Carmen que estaba buienísima. A las ocho y media nos fuimos al cumpleaños de Ariadne, la hija de dos buenos amigos de la ciudad, en el club de natación. Allí compartimos lo que cada uno quiso llevar hasta pasadas las doce de la noche. Una vez volvimos a casa tardamos ya poco en irnos a dormir.
El domingo ya nos planteamos salir a dar una vuelta. Salimos a comer hasta un restaurante llamado Venta de Ulzama. El restaurante, situado en el precioso valle de Ulzama, es muy acogedor y refleja muy bien la gastronomía de la zona. Pimientos, setas, bacalao, caza, buenas carnes y buenas verduras y legumbres componen la carta. Como nos atendieron algo tarde acabamos de comer ya pasadas las seis de la tarde. El sitio es hotel y cafetería así que no hubo problema por alargar la sobremesa ya que no cerraba. Los postres también requieren mención. Lo más auténtico de la zona es la cuajada, hecha con leche quemada. Como suena, la leche tiene un regusto a quemado. Es muy personal el que os guste, pero cuando menos es algo local. Satisfechos nos fuimos a pasear. Preguntamos en el restaurante a dónde podíamos ir con la silla de Cloe y nos recomendaron una hermita cercana. Hasta allí fuimos caminando, haciendo las primeras incursiones de Cloe en el mundo del todo terreno. La verdad es que se lo pasó estupendamente y los demás también ya que el valle es impresionante y los bosques preciosos.
No se parecen en nada a los bosques típicos gallegos, que suelen ser frondosos. Estos bosques son muy abiertos y los árboles inmensos. Tras la agradable visita cenamos una rica cena casera aprovechando los restos del día anterior y nos fuimos a dormir.
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