Hoy salimos con intención de dar una vuelta por las estribaciones de los pirineos. Esta noche dormimos de nuevo en Pamplona, donde Flo y Carmen nos recibirán con los brazos abiertos como siempre. Por la mañana antes de partir dirección a Huesca nos tomamos un desayuno express en el hotel y damos una vuelta en coche por la ciudad. Lleida tiene realmente poco que ver. Quizás una parte del río es bonita, y quizás se pueda decir que se ve vida y actividad en la ciudad, pero no puedo recomendar a nadie que venga a hacer turismo aquí. Partimos de la ciudad con intención de comer en Huesca y ver si la ciudad merece la pena.
Llegamos a Huesca y aparcamos en plena plaza del ayuntamiento. Están cambiando la zona a peatonal pero todavía está en transición así que podemos aparcar sin pagar un duro porque los de la zona azul ya no pasan por allí. Tiene toda la pinta de trabajo mal hecho por parte del ayuntamiento esta transición, pero nos aprovechamos de ello. Tras darle de comer a la fierecilla, vamos a comer. Otra vez gracias a google maps encontramos un sitio oculto, el restaurante Doña Taberna. Por fuera, parece una tasca más. Local sin reformar, con pinta de los años 70, unos paisanos se debanan por acabar sus vinos en la barra. Entramos sin mucho convencimiento y nos pasan al comedor, reformado de cabo a rabo. Obervamos a mucha gente comiendo, con platos con muy buena pinta. Comemos de primero unos berzas con langostinos y una sopa de gallina con trufa. De segundo unos huevos rotos perfectos (patata confitada abajo, un huevo con la clara perfectamente hecha y la yema suelta del todo) con jamón y unas albóndigas rellenas de foie que estaban increíbles. De postre una sorbete de limón y un yogur de oveja. Precio del menú, 12€ por cabeza. Buenísima la comida y el trato. De allí salimos hacia la zona vieja cruzando el ayuntamiento. El parque que cruzamos no nos parece gran cosa. La ciudad nos recuerda mucho a un pueblo castellano más que a un pueblo del norte. Colores ocres, un parque con poco verde y nada destacable. En la ciudad vieja nos acercamos hasta la catedral. Realmente curiosa, es la primera vez que veo una catedral con tejado sobre el pórtico. No es algo impresionante por fuera, pero si se visita la ciudad es de lo poco salvable. Por dentro no la puedo valorar porque, otra vez más, nos piden dinero por entrar. Salimos de la ciudad hacia Jaca a eso de las cinco de la tarde, con la ciudad comenzando a despertar (casi todo el comercio cierra de dos a cinco) y con la sensación de que no es ciudad para repetir aunque al menos hayamos disfrutado de la gastronomía.
Nos dirigimos entonces a Jaca. La carretera está siendo convertida en autopista, pensando quizás en acercar las pistas de esquí a Huesca y a su aeropuerto cuasi fantasma. Otras de esas obras faraónicas que nos han dejado hechos una ruína. Eso sí, la carretra tiene momentos épicos, de belleza cuasi inconmesurable. El cielo de color amarillo, con nubes salpicadas. Salir de una cumbre y ver el valle, abajo, y los pirineos, al fondo. Montañas y valles con sombras que dan relieve a lo que ya es bello de por sí. Sólo ese momento ya ha hecho merecer la pena el día. Me quedo sin palabras.
Jaca. Nuestra segunda vez aquí. Un pueblo bonito y con vida, si señor. Callejuelas y plazas con niños por doquier. Gente en bici. Empedrados siendo arreglados. Comercio, mucho comercio. Más vida. ¡Que zapatos más bonitos! A Cloe le gusta el empedrado y a su madre
el batido de chocolate. Se hace tarde y nos vamos. El camino hacia Pamplona también está siendo convertido en autopista. Mucho dinero mueve el esquí. Llegamos a la ciudad a las ocho y media y cenamos una rica tortilla que nos hace Carmen, con unos tomates y lechuga cortesía del vecino del séptimo y un poco de pollo del KFC. Muchas risas y muchas aventuras contadas. ¡A dormir!
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