Nos despedimos de Carmen ya ayer por la noche. Sabíamos que no nos despertaríamos antes de que fuera ella a trabajar. Flo entra a las 12 y desayunamos con él. Dudamos si ir a Francia a hacer una comprita. El coche ya va muy cargado. No tenemos mucho sitio en él porque es un Civic y, aunque tiene un buen maletero, ya no da para más. Ya salimos de casa con una maleta grande, una de cabina, un carrito de los grandes con silla y capazo, una bolsa enorme para la niña y una mochila para la cámara. Ante la duda decidimos llamar a Chema, una amigo que se ha mudado hace poco a Bilbao para quedar para comer con él. Nos quedamos pues, esta vez, sin hacer compra francesa. Por el camino, cuando estábamos dando de comer a Cloe, Chema nos dice que le han puesto una reunión a las tres y no puede quedar. Ante la noticia no sabíamos que hacer. ¿Volver hacia Francia y hacer la compra? Era mucho tute, había que hacer un rodeo de dos horas. ¿Ir a Bilbao por nuestra cuenta? No nos apetecía mucho. De repente, una bombilla se me encendió, ¡Vamos a Zarautz!
Hacía ya 21 años que no iba a Zarautz. Tenía ganas de volver, el sitio me dejó una grata impresión y en su día hice bodyboard en sus aguas. Bea conducía y yo entretenía a la niña atrás por primera vez en el viaje. Por el camino me puse a buscar dónde comer. ¿Y si vamos al restaurante de Arguiñano? No tenía mala pinta y la gente lo ponía muy bien. Así que sí, aparacamos el coche y comimos en el restaurante de Arguiñano y fue una muy grata experiencia. De primeras he de decir que el personal nos hizo sentir como en casa. De los mejores servicios que he tenido. Todo el mundo jugando con Cloe que estaba un poco revoltosa. Siempre una atención de tú a tú muy agradable. De aperitivo nos trajeron una crema de marisco y unas croquetas de jamón. Deliciosos. De primero unos canelones fritos de vieira y langostinos muy ricos. De segundo un cochinillo deshuesado y un bacalao dos salsas (vizcaína y pil-pil). De postre un variado a compartir. Todo ello con unas copitas del txacolí de la casa nos supuso 35€ por cabeza. He de decir que el precio, y más siendo el país vasco, es más que correcto. Lo mismo hubiéramos pagado en un restaurante en Coruña por una comida similar así que en ningún momento uno se siente que paga más por estar en un restaurante propiedad de un famoso. Además las vistas del mar desde el comedor merecen una buena comida y un buen café. Nos vamos satisfechos a pasear.
Empezamos a recorrer el paseo. El cielo amenaza agua pero hace mucho calor y viento cálido. Parece tiempo tormentoso de verano más que de octubre. El mar está plagado de surfistas que se pelean por los picos. El paseo ha cambiado con respecto al que recuerdo, que tenía césped para que la gente pudiera tirarse allí ya que la arena era inexistente en marea alta. Tampoco están las casetas de la playa. El paseo es increible ahora. Es ancho, con sitio para que el mar se expanda. En muchos sitios no hay barandilla porque hay muy poca caida y dónde la hay no es tal, si no unos bloques de granito para que rompan las olas. Parece un sitio dónde dejar al mar expresarse sin luchas inútiles con él. Recorremos el paseo hasta casi el final Cloe y yo, Bea lo hace por la orilla, disfrutando del calor y de que el agua no está demasiado fría. Salimos del paseo y recorremos el pueblo. Tan bonito como lo recordaba. Entramos en el mercado y hago unas compras. La niña duerme como una bendita. Paramos en una cafetería del paseo a tomar algo viendo el mar. Lo hueles porque no hay nada que te separe de él. Como comentaba antes no hay barandillas, así que nada impide ver a los surfistas. Los soportales albergan muchas escuelas de surf, que tienen una parte de la playa reservada para ellas. Cloe come viendo el mar. Sonríe. Termina de comer justo a tiempo porque cae un tremendo chaparrón. Todo el mundo se refugia corriendo en los soportales y hacemos lo propio. Para poco a poco y sale el arcoiris. Sonreímos nosotros. Recorremos los soportales hacia el coche mientras todavía llovizna algo. Cuando deja de llover nos vamos, apenados, de Zarautz. Ha sido un día muy bonito.
Esta noche dormimos cerca de Comillas, en Cantabria. Antes de dejar la costa vasca recorremos diez km de costa entre Zarautz y Zumaia. Por el camino paramos en Laredo a darle de comer a Cloe. Cada vez que recorro la costa cántabra me da pena. Lo que era pueblos de pescadores convertidos en colmenas. ¿Quién ha sido el desgraciado que ha dejado construir montones de edificios altos aquí? Recuerdo este sitio con doce años. Que sitio más chulo. Ahora es una ciudad sin alma, que no apetece visitar. Paro a comprar algo de cena en un supermercado y seguimos camino. A eso de las diez y media llegamos al hotel de esta noche, el Palación de Toñanes. Los hoteles y las casas rurales de este país tiene un grave problema. Viven de los fines de semana, los puentes y el verano. Hoy éramos los únicos huéspedes. Nos reciben con mucha amabilidad. El hotel está bien aunque tiene cosas que mejorar. El suelo cruje mucho y tenemos que hacer malabarismos para no despertar a Cloe mientras nos movemos por la habitación. Nos vamos a dormir en lo que ha sido un gran penúltimo día de viaje.
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