martes, 2 de octubre de 2012

Londres. No, no nos cansamos. (día 4)

Hoy el día amaneció con la típica lluvia fina y desagradable. Salimos del hotel con intención de ir a pasear a la City y con ganas de descubrir esos sitios secretos que tiene esa parte de Londres (aunque técnicamente no sea Londres, si no una ciudad dentro de la ciudad). En fin, que como llovía y no era un día agradable para caminar, nos metimos a desayunar en el mismo sitio que ayer, para coger fuerzas. Un smoothie, un gofre, una bagette y un par de cafés más adelante, habíamos tomado ya la decisión de lo que hacer en un día que se prometía tan desagradable.


Nos dirigimos por primera vez en este viaje a coger el metro. El bus para esta ruta era casi el doble de tiempo que el metro, y aunque lo odiamos, hoy no tuvimos más remedio. El destino, el Science Musseum, en Kensington. Es curioso que tras varias visitas a la ciudad no lo hubiéramos visitado todavía. Rodeado por el museo de Natural History y el Victoria & Albert, en una ciudad con tantos museos dedicados al arte, no nos había apetecido todavía ir a un museo dedicado a algo que los ingleses han sabido hacer mejor que nadie durante muchísimos años. Nada más entrar y dejar los abrigos en el ropero, lo siguiente fue caminar por la zona que exponía los inventos que nos llevaron a la era moderna. Grandes máquinas de vapor presidían la sala. En la siguiente pudimos ver motores de cohete, réplicas de sondas espaciales y vehículos de aterrizaje de las misiones apollo y un montón de parafernalia espacial. De ahí pasamos por un montón de salas con cosas interactivas y juegos que ayudaban a entender, a pequeños y mayores, conceptos como el clima o la energía. Nos sentamos a hidratarnos en uno de los múltiples bares del recinto y luego seguimos camino.


Continuamos por una sala de aviación. Grandes biplanos, pequeños aviones a reacción y muchos motores de aviación llenaban una sala enorme y muy recomendada para los amantes del tema. El poder ver la evolución de los motores para mi fue lo mejor de la sala. En este piso nos pasamos un buen rato en una sala llena de juguetes interactivos que trataban sobre temas como el magnetismo, la luz, el viento, los fluidos o la electricidad. De ahí paramos ya a comer, algo tarde, en una de las cafeterías del museo. Bea se tomó un pie de ternera y yo un sandwich y de postre una exposición de Alan Touring donde se trataba de hacer entender al público los pilares básicos de la programación de una forma muy, digamos, física. Conceptos como los bucles, las condiciones o las variables explicadas con luces e interruptores, ¡genial! Ordenadores realmente antiguos nos sorprendían en la siguiente sala. Tres ancianos manejaban el que la publicidad decía que era, posiblemente, el ordenador a válvulas en funcionamiento más antiguo del mundo. Alucinante. En fin, que tras una breve visita a la tienda del museo (estaba ya cerrando), nos fuimos a coger fuerzas al hotel para bajar a cenar.



Al salir del museo, el tiempo había cambiado por completo. El sol asomaba entre las nubes y era realmente agradable caminar por la calle, pero el cansancio hacía ya mella y pensamos que lo mejor sería tomárnoslo con calma. Así que descansamos y bajamos a cenar. El destino de esta noche, el Barbecoa. El restaurante, abierto por Jaime Oliver con un colega americano, ya había sido destino de nuestros caprichos culinarios y nos había encantado. Llamé un poco antes para reservar y cerciorarnos de que había sitio. La caminata desde el hotel, rodeando la Tate Modern y caminando sobre el Támesis mientras veíamos St Paul de frente. Un pequeño rodeo a la catedral y llegamos al restaurante, que estaba a reventar de gente. Disframos, vaya que sí. Un buen trozo de short rib para mí, bea una hamburguesa espectacular y un puré de patatas con aceite de ajo confitado para compartir hicieron que terminásemos llenos. Eso sí, yo me tomé un postre para rematar la faena. Un vaso con fresasa silvestres, con una mousse y un helado brutales.



Llenos y con ganas de bajar un poco la comida, subimos a la terraza superior del One New Change, el centro comercial abierto en el que está situado el Barbecoa. Desde allí, disfrutamos de unas vistas espectaculares de St Paul. Cuando empezamos a tener algo de frío, bajamos a pasear un poco por la City, bellamente iluminada. Cruzamos el río otra vez de vuelta para, esta vez, caminar hacia la Tate Modern y, de ahí, al Globe (la répica del teatro de Sheakespeare) y de ahí, al hotel. ¡Mañana más!


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