miércoles, 3 de octubre de 2012

Londres. No, no nos cansamos. (día 5)

El tiempo amaneció hoy dispuesto a darnos una tregua. El sol asomaba entre las nubes. Las previsiones eran que lloviese a última hora de la tarde, así que trazamos el plan rápidamente. La noche pasada fue nuestra última noche en el Southbank. Esta noche ya dormíamos en otro sitio, un apartamento en el norte de Oxford St. Así que dejamos las maletas en el hotel y tomamos un desayuno rápido en un Pret a Manger. Un bocadillo de roast beef, una cookie, un smoothie, un café, un té y un croissant con jamon, queso, tomate y bacon nos dieron fuerzas de sobra para toda la mañana. Desayunamos corriendo porque el objetivo del día era Greenwich.


Para llegar hata allí podíamos ir en metro, en bus... ¡Pero no! Lo mas divertido es ir en barco, así que allá fuimos. Nada de barcos turísticos, cogimos lo que sería un bus acuático, que va a toda leche sobre el Támesis. Nada más llegar, dimos una vuelta por el mercado local, un mercadillo en el que hay desde pañuelos de seda tailandesa hasta botellas antiguas sacadas del fondo del río. Dimos un paseo y comenzamos a subir hacia el observatorio. La subida es realmente pronunciada, pero merece la pena. En la subida nos cruzamos con las obras de desamantelamiento del recinto de saltos equestres de los juegos olímpicos. Nos quedamos alucinados de que una obra al aire libre tuviera una zona para fumar consistente en una silla, un cubo de arena y ¡dos extintores! Una vez arriba, nos paramos un rato frente al conjunto de edificios que lo forman y decidimos no entrar todavía porque el tiempo aguantaba y el parque en el que está enclavado el observatorio es impresionante.



Abandonamos el observatorio hacia la izquierda y llegamos a un lugar repleto de castaños enormes y antiquísimos. El cesped daba ganas de tirarse sobre él o de dedicarse a perseguir ardillas corriendo por todo el lugar. Ardillas que se afanaban en localizar las casatañas caidas para ponerlas a buen recaudo. Nos sentamos al lado de un castaño un rato y seguimos hacia el norte buscando un lugar donde se pueden observar unos ciervos recluidos en una zona del parque. Seguimos jugando con las ardillas mientras nos rodeaban abetos que parecían llevar allí toda la vida. Llegamos finalmente a la zona de los ciervos y nos dedicamos a observarlos un buen rato. La manada de las crías se acercó a nosotros y pudimos verlos un buen rato. El macho dominante se mantuvo algo lejos y nos dio algo de pena no poder quedarnos un rato más a observarlo.



De allí nos fuimos ya al observatorio, temerosos de que el tiempo se pusiera peor y nos lloviera. Ya en el observatorio fuimos recorriendo los edificios. Lo más impresionante quizás es como explican todos los avances en la navegación y la importancia de medir el tiempo para poder posicionarse correctamente. En estos tiempos en los que hasta una cafetera tiene GPS, uno parece no darse cuenta de lo que suponía navegar hace tan solo doscientos años. La complejidad que tuvo crear un reloj que funcionase correctamente en el mar, la creación de los paralelos y los meridianos... En fin, es realmente impresionante. Cuando salimos de los edificios nos dedicamos a hacernos la foto de rigor en el meridiano y comenzamos el camino de vuelta.



Un poco tarde ya comimos en el Naval Musseum, que nos dio mucha pena no tener tiempo para visitar. Con el tiempo que hacía preferimos dedicar nuestro día a disfrutar del parque al aire libre y no hubo tiempo suficiente para los museos. Comimos un poco de dulce para coger fuerzas y seguimos camino, hacia la zona de la Tower of London. El camino lo hicimos en el DLR, un tren sin conductor hasta Bank. Ahí cogimos un metro y nos bajamos en la zona de la torre, justo al lado de un resto de la muralla de la ciudad. De ahí al motivo de nuestra visita, St Katherine Docks. Justo al lado del Tower Bridge, y sin que muchos turistas lo sepan, hay unos muelles deportivos rodeados de casas y restaurantes. El sueño de muchos ricachones de la City, supongo. Un sitio al lado del trabajo donde tener tu casa enfrente de tu yate. La cosa es que no solo íbamos por aquello de ver unos bonitos muelles, si no que la intención era tomar una cerveza en el Dickens Inn, un pub que lleva ahí unos cuantos (bastantes) años y que es especialmente bonito (por fuera y por dentro). Me cogí una cerveza y nos fuimos a descansar a un sofá en una esquina (el local es enorme) hasta que nos llegó la hora de ir a por las maletas y con ellas al apartamento.



Llegamos justo a la hora acordada y un amigo de la dueña nos dio las llaves y nos contó rápidamente donde estaban las cosas. Dejamos las maletas y un poco después nos fuimos a buscar donde cenar por la zona. Acabamos en un asiático llamado Mushu del que no mucho que contar, algo normal del todo. Me tomé un ramen y Bea un bento con un salmón rebozado que ni fu ni fa. Unos dumplings al vapor acabaron la faena que no pasará a los anales de la historia. ¡Buenas noches!

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