jueves, 18 de octubre de 2012

Londres. No, no nos cansamos. (días 16 y 17)

Salimos del hotel por la mañana tras haber descansado bastante bien y nos dirigimos al centro de Burdeos, buscando donde desayunar frugalmente para comer en horario local, que viene siendo de doce a dos. El tiempo estaba otoñal, muy cambiante. A ratos el sol asomaba entre las nubes y a ratos llovía, pero cuando salimios del hotel era realmente agradable. Así que cogimos el coche y nos plantamos en un parking cercano a la ópera.


Desde allí comenzamos a caminar. Primero buscamos algo de comida y tras el avituallamiento nos fuimos a pasear en dirección a la plaza de las Quinconces. Allí nos hicimos unas fotos en la bonita fuente que preside un extremo y nos paramos a ver los puestos de feria y la noria. En uno de los puestos Bea compró un chichi, que viene siendo un churro grande con un agujero en el medio, en este caso relleno de chocolate. Bajamos hacia el río. El Garona es un río realmente grande. Para que os hagáis una idea hay un puerto de cruceros (y no sólo fluviales) en el río. Caminamos pegados a su orilla hacia la plaza de la bolsa. La plaza es muy famosa, pero casi más que la plaza es el estanque que hay justo enfrente. Dicho estanque, que tiene muy muy poca profundidad, se desagua cada cierto tiempo, dejando un muy fina lámina de agua que funciona como un espejo. De ahí su nombre, el espejo de agua. Es un sitio muy frecuentado por los turistas porque se pueden hacer unas fotos chulísimas de la plaza de la bolsa, sus bonitos edificios y la persona que se ponga encima reflejados en él. Paramos un buen rato a hacer fotos y seguimos en dirección a la puerta de Cailhau, muy famoso símbolo de la ciudad y precioso monumento del siglo quince.


El hambre empezaba a apretar, así que subimos por la calle que continúa el puente de Pierre (precioso también) hacia la calle Saint Catherine, verdadera arteria comercial de la ciudad. Desde ahí nos fuimos en dirección a la plaza de la Victoria y paramos a comer en el café Auguste. La verdad es que teníamos hambre y tardaron bastante en servirnos la comida, pero fue estupenda y el local realmente bonito. Un pollo tandori, una ensalada césar espectacular, un calamar con puré y un combinado de antipasti de la casa en el que uno no sabía a qué atender de lo bueno que estaba todo nos llenaron el estómago. Aún hicimos el hueco para tres postres (Bea ya no podía con más comida) y nos lo tomamos con calma para descansar la comida mientras fuera llovía.  Cuando paró nos dedicamos a recorrer la calle St Catherine y las calles aledañas. Era realmente increíble la de gente que había por la calle. Una cosa que nos hemos dado cuenta de nuestros viajes a Francia es que casi no hay centros comerciales. Sí, efectivamente, hay cosas como las Galerías Lafayette, que son como el Corte Inglés a la francesa, pero no hay esos macrocentros en las afueras. En las afueras uno se encuentra un polígono con su Carrefour/Alcampo o similares, con sus naves de muebles o electrodomésticos. Pero uno no se encuentra el concepto de "mall" importado de los USA que hay en otros países de europa. La gente sigue yendo al centro de las ciudades a comprar y eso me encanta. La variedad de tiendas, el ambiente de la ciudad un sábado era maravilloso. Cansados y reventados de caminar hicimos una última compra de chocolate antes de dirigirnos a hacer, como en todos los viajes, una compra en un supermercado francés, ya fuera de la ciudad.



Como no, hicimos una compra de lo típico que nos traemos. Quesos, algo de frambre, galletas y bebidas son la compra habitual. Es tarde ya y el super cierra a las nueve menos cuarto. Entre unas cosas y otras se nos ha hecho tarde para cenar en un restaurante de la ciudad, así que, tras tantos años con la coña, cenamos en un Buffalo Grill, cadena de restaurantes famosísima en Francia. La verdad es que el sitio está llenísimo de gente. Nos sentamos y nos pedimos unos trozos de carne de búfalo, una brocheta de buey y una hamburguesa. La mejor palabra que describe todo es mediocre, pero al menos no es caro. Antes de irnos, Flo y yo nos echamos una partida a un pinball, que es algo que me encanta y me resultó sorprendente encontrarlo en un restaurante. Tarde ya, nos vamos de Francia con destino a Pamplona.



Despues de un estupendo desayuno dominguero nos despedimos de nuestros anfitriones, con ganas de volver pronto a verlos. Del último día de viaje muy poco que contar. Lluvia. Mucha lluvia en todo el camino. Siete horas y media donde paró muy pocas veces de llover. Paramos eso sí, gracias a la recomendación de Marta y Ángel, en el hotel/restauranate/bar de carretera/pastelería Royal III. Allí hicimos una buena compra de auténticas corbatas de Unquera y de sus mega palmeras. A eso de las nueve y media de la noche llegamos a Coruña, cansados y con ganas de sentarnos en nuestro sofá tras diecisiete días fuera de casa, donde tantas cosas hemos hecho y tantas cosas hemos dejado en el tintero para una futura ocasión, como siempre ¡Hasta la próxima!

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