martes, 24 de junio de 2014

Destination Nowhere: Día 7: Lausanne y Saanen

Nos levantamos en el hotel de las montañas con un sol resplandeciente en el cielo y una agradable temperatura de 25ºC. Como no teníamos desayuno incluido le dimos el suyo a Cloe y salimos camino de Suiza. Objetivo de la primera parada, Lausanne. Por el camino recorrimos el Jura pasando pegados a su zona más montañosa pero sin internarnos en ella.
 El camino a Suiza atravesándolas nos hubiera llevado casi una hora más y con Cloe cada minuto cuenta. La verdad es que lo sigue llevando muy bien, pero no queremos saturarla más de lo necesario. Así que seguimos por la serpenteante carretera viendo prados muy cuidados y pequeños pueblos con mucha actividad agrícola y ganadera. Seguimos conduciendo cuando, casi de la nada, el puesto fronterizo Suizo. El guardia nos echa un ojo de arriba a abajo y nos deja seguir. No debemos de tener pinta de peligrosos, supongo. Le pregunto por la vignette (la pegatina que te da derecho a usar las autopistas en Suiza) y nos la venden en el propio puesto fronterizo por 40€ y nos devuelven 6 francos suizos de vuelta, perfecto para tener monedas para un aparcamiento.

Seguimos por la carretera hasta divisar el lago Leman. Enorme como siempre e imponentes las montañas del lado francés. Primera parada en Suiza, Lausanne. Lo primero que quiero hacer en este momento es rectificar algo. Hace años pasamos por Lausanne y casi ni nos bajamos del coche. Lo hacemos mucho. Llegamos a una ciudad con poco tiempo, recorremos algo con el coche y decidimos si quedarnos o no. Lausanne no nos había dado una buena impresión, así que en aquel momento no paramos. Craso error. He de decir que la ciudad nos ha encantado. Mucho. Es muy muy bonita y es de sabios reconocer el error y rectificar. Aparcamos en el parking de la plaza Riponne, frente al Palacio de Rumine, sede de varios museos cantonales y de la biblioteca universitaria.
La ciudad respira ambiente y más con el tiempo que hace, 26º y el cielo con sol salpicado de nubes y muy poco viento. La ciudad tiene bastante tráfico pero si das un paso hacia el interior de ese tráfico descubres calles peatonales rebosantes de vida, terrazas y tiendas para todos los gustos. Tras dar unas cuantas vueltas paramos para comer porque ya era la una y media y en esta zona eso ya son horas peligrosas.


Buscando buscando paramos a comer en una terraza, a la sombra de un toldo verde, en la plaza Saint-Fraçois, viendo la iglesia del Espíritu Santo. Allí Bea se tomó una hamburguesa y yo unas tostas de tapenade y verduras asadas.
La anécdota del momento fue ver como Cloe ligó con las señoras que teníamos al lado y la mayor de ellas tenía mono de nietos o algo y se puso a jugar con Cloe. De hecho hasta nos pidió permiso para darle de comer y lo intentó con muchas ganas y poca destreza. Tras despedirnos nos dirigimos caminando hacia la catedral.
Por el camino nos tomamos unos pedazo de helados, el mío de albahaca especialmente curioso.  La catedral es preciosa.. Una auténtica maravilla, por fuera y por dentro.
 El órgano, nuevecito, se usa frecuentemente para conciertos.
 
Tras subir a la catedral  y admirar las vistas desde lo alto, volvimos a bajar a la zona de compras.
Uno de los motivos es que había ya rebajas de verano, así que caminamos un buen rato y acabamos comprándo unas cosas para Cloe y otras para Bea, sorprendentemente más baratas que en Francia o España. Eso sí, una advertencia si venís de turismo a Lausanne. Traed calzado cómodo. Calles empedradas y muchas cuestas es lo que os espera. Antes de partir le damos la merienda a Cloe mientras disfrutamos en una terraza del ambiente de viernes por la tarde y de unos músicos haciendo una actuación con un arpa en la calle.
 Atardeciendo nos despedimos de la ciudad, no sin antes bajar hasta el lago y dar un pequeño paseo en coche por sus orillas.
 Volvemos pues a las autopistas. La que rodea el lago Leman es espectacular, con unas vistas brutales desde lo alto de los pueblos costeros, como el famoso Montreux. Poco después nos despedimos del lago y nos metemos hacia el interior, donde cogemos una carretera que va de valle en valle por zonas de los alpes no muy elevadas. Pasamos muy cerca de Gruyere sin parar, por falta de tiempo y porque ya habíamos estado.
Aunque nos gustase mucho no había mucho tiempo para repetir una visita que lleva su tiempo ya que hay que subir al pueblo a pie. Una media hora después llegamos a Saanen, el pequeño pueblo en el que dormimos hoy.
Saanen está a pocos minutos de Gstaad, dónde ya habíamos estado antes pero nuestro hotel de siempre estaba completo, así que buscamos otro por la zona y acabamos en el hotel Spitzhorn. El hotel , de reciente creación, nos gusta mucho. Huele todavía a madera recién cortada y en la recepción son realmente majos. Nos gusta tanto que decidimos esta misma noche quedarnos otro día más en la zona para descansar de hacer kilómetros y porque esta zona nos apasiona. Nos gusta muchísimo. Así que nos quedamos a cenar en el hotel, que también tenía muy buena pinta. Yo cené un tournedó con verduras acompañado de un buen vino tinto suizoz y Bea se tomó un rosti con jamón, queso y huevo. De postre me tomé un postre que consistía en una panacota y un brownie. Llenos y con ganas de hacer más cosas mañana nos vamos a cama.

No hay comentarios: