¡Como pasa de rápido el tiempo en esta ciudad! La verdad es que todavía no nos hemos ido y ya tenemos ganas de volver. Las cosas no se como, pero parace que suceden como tienen que suceder aquí. Además, te ves como impulsado a meterte en el ambiente de aquí. ¡Dos semanas más aquí y me vuelvo gay! ( o no xD) En fin, que entras y sales del metro como en medio de un fluir de gente que va para todos lados. El metro es un punto aparte, es rápido y no tarda nada en aparecer. La vez que más tardó en aparecer fueron tres minutos de reloj. Pero bueno, dejemos de divagar que esta ciudad da para mucho y metámonos en el ajo.
Hoy por la mañana nos levantamos con un sol resplandeciente y tras las recomendaciones de ayer de Juan Carlos y Patricia hicimos una visita relámpago (aunque eso nos llevó más de dos horas) al museo de historia natural. Ya sólo el edificio impresiona, todo de pieda con tallas de animales en los sitios más insospechados. Además, la piedra tiende a un color rosado muy bonito. Los objetivos principales era ver esqueletos de dinosaurios (el de la entrada es anonadante) y minerales (mención especial los meteoritos y a las joyas). Además de todo esto, alucinamos con los esqueletos de ballenas, incluyendo uno de una ballena azul. Dios, estoy deseando ver una viva en el mar, ¡te hace sentir tan insignificante! Hicimos unas cuantas compras y nos fuimos.
Después de esta nos fuimos camino del Imperial War Musseum en bus, por aquello de ver el camino. Cogimos un bus no de todo bueno y tuvimos que cambiarnos a otro, con lo que nos llevó un rato llegar. El museo también era la leche. Delante de la entrada había un cañón de artillería naval y en el hall, un Spitfire, un Messerschmitt Bf109, una V2... En fin, la leche. Entre la colección me llamó especial atención que estaba el tanque con el que el coronel Montgomery (Monty para los amigos) combatió en la batalla del Alamein. Además de la "chatarra" había un montón de vitrinas con armamento, uniformes, insignias y curiosidades varias. Mención especial a la recreación de la vida en una trinchera de la primera guerra mundial, realmente acojonaba.
Tras hacer un alto y comer en la cafetería del museo un par de sandwiches de salmón ahumado con queso, un yogurth griego con chutney de dátiles, un zumo de manzana y arándanos y un té (14 libras) nos fuimos hacia Embarkment (al sur muy cerquita de Trafalgar Square) a pillar un barco hacia Greenwich. De camino cayeron unas fotos del Houses of the Parlamient (con su correspondiente Big Ben). En la travesía en barco, amenizada por un tripulante del barco que era más inglés que los ingleses y que destilaba auténtico humor locar con su mala leche característica, fuimos viendo el HMS Belfast (un barco de la segunda guerra mundial que está atracado en el Tamesis), la London Tower, el Tower Bridge y la Saint Paul's Cathederal. Cayó, como no, la anécdota de que le vendieron a un americano el Puente de Londres y el tipo lo compró por una pasta pensando que era el Puente de la Torre. En realidad el puente de Londres es un cutrepuente que está al lado y al tipo lo timaron.
En Greenwich ya no paramos porque era tarde, hacía frío y estaba todo cerrada. Así, lo que hicimos fue coger el DLR y apuntarnos volver allí para la próxima. El tren va elevado, en plan las películas americanas, y como no tiene conductor vas viendo delante por donde vas. El recorido pasa por Canary Wharf, un barrio nuevo lleno de rascacielos, con lo que las vistas desde el tren eran espectaculares. Íbamos un poco apretados porque ya eran las seis y salían muchos oficinistas de currar. Cogimos un metro desde Bank, donde nos dejó el DLR, hasta Picadilly Circus, para hacer unas compras, que estar todo el día sin ir de compras en Londres es pecado.
Nada más salir del metro nos metimos en una tienda de deportes de cinco pisos con megadescuentos. Después de comprarme unos zapatos Reebok muy chulos por 25 libras, tiramos otra vez Regent Street arriba que nos queron el otro día muchas tiendas sin ver. Dimos una vuelta y me compré una taza muy chula y original, ya la veréis. Como ya estábamos cansados nos fuimos a cenar al Soho y acabamos en un japonés llamado Cape Town Fish Market. Era el típico con una barrita circular por la que pasando platos y tu coges lo que te pete. Según el color del plato te cobran un precio u otro. Vamos, como el Lizarrán pero en japo. La comida toda impresionante. Tomamos sahimi de atún rojo, de salmón, de pulpo... nigiri de torilla, makis... Todo hasta que nos aburrimos de comer. De postre nos tomamos unas fresas, algo poco japonés, pero nos sorprendieron los buenas que estaban, porque de apariencia parecían algo verdes, pero que va, se deshacían en la boca. En fin, que salimos llenos a reventar de un japonés (quien lo diría) por 32 libras los dos. Realmente en Coruña nos timan con los japoneses.
Salimos de allí y nos metimos en una de las pocas tiendas abiertas para rematar el día. Cuatro pisos enormes de ropa, aunque al final descubrí que, al menos allí, no podía comprarme ninguna parte de arriba porque los ingleses tienen los hombros extraordinariamente estrechos. Muertos regresmaos pronto al hotel, mañana toca Camdem Town y comenzar el viaje de regreso. Todavía no nos hemos ido y ya nos tarda volver. Realmente puede ser interesante vivir aquí...
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