Milan. No se por donde empezar. Bueno sí, la conducción. La verdad es que en esta zona la forma de conducir no es especialmente horrible. La gente va muy ágil en general, pero no ves adelantamientos horribles ni nada muy particular. Eso sí, el tráfico en el centro de Milán es un cristo. Y eso que para meter el coche en la zona centro hay que pagar algo parecido al "congestion tax" de Londres. Son 5€ al día por meter el coche en el centro y aún así el tráfico es espantoso. Si a eso le sumamos que durante las horas a las que está abierto el comercio hay muchas calles por las que sólo pueden circular taxis y a que parece que les sobraban las señales y las hay por doquier, esta ciudad es un puñetero caos. Por ejemplo, en una esquina llegué a contar ocho señales con una P de parking. De ellas, sólo una tenía una P con sombrero, lo que viene siendo señal de parking cubierto. Imaginaos lo que cuesta verla cuando el resto son simplemente señales de parking de zona azul o de parkings de bicicletas mientras detrás tienes un taxi con prisa. En fin, que dejamos el coche en un parking cubierto al maravilloso precio de 3€ la hora, bienvenidos a Milán.
Desde allí nos dirigimos a la catedral.
En ella uno se siente exprimido económicamente. Que si 2€ por un permiso para hacer fotos, que si quieres ver la parte trasera de la catedral prepara 6€ para la audioguía, que si... Y así todo.
Pero hay que verla. Que vale, que es un timo y que te sientes un poco gilipollas por como te exprimen. Pero es maravillosa.
Estábamos acostumbrados a grandes catedrales góticas francesas, con sus altísimos techos con muchísimas columnas no muy grandes. Pero es que esto es eso elevado a la enésima potencia. Las columnas son menos pero son enormes. Gigantérrimas.
No tienen sólo que sujetar unas paredes de piedra, si no unas paredes de piedra cubiertas de mármol y estatuas. Suelos de mármol. Todo es increible.
Las vidrieras representan decenas de escenas de la biblia. La tele de la época.
Salimos de allí encantados a pasear por el centro.
Lo primero fue salir hacia las famosas galeríais Vittorio Emmanuele II.
Son famosas por su decoración y por ser altísimas.
Las atravesamos y nos metimos por varias calles dónde las tiendas están bajo soportales que protegen al viandante de las inclemencias del tiempo. Paramos a hacer unas compras y empezamos a buscar dónde comer.
Desde allí nos fuimos a pasear todo el casco histórico, buscando zapatos para Bea que no logró encontrar.
Parece que a las italianas no les gusta que el zapato tenga más suela que un fino cuero que es muy mono pero parece que vas descalza. A eso de las seis la gente local fue desapareciendo y no quedaron más que turistas por las calles.
Jugaba Italia el mundial y todo el mundo se agolpaba en los bares. Aprovechamos para seguir paseando mientras el cielo se cubría y amenzaba tormenta.
Hicimos algunas compras de comida y nos fuimos a darle la merienda a Cloe a una cafetería de las pocas que no tenían fútbol. Nos tomamos unos zumos de fruta recién exprimida y nos fuimos a por el coche mientras caían cuatro gotas pero amenazaba diluvio. Cuando partíamos hacia el hotel comenzó una alegórica tormenta ya que Italia quedó eliminada del mundial. Hoy decidimos no bajar a cenar y nos quedamos en el hotel comiendo un poco de pan y fiambre que habíamos aprovisionado. El hotel de hoy, el Klima Milano Fiere es el típico hotel de negocios de las afueras. La zona es un poco cristo porque está pegado a las obras de lo que será la futura expo 2015 y de momento no me parece recomendable sin coche. Pero con coche la cosa cambia. Es un hotel moderno, con habitaciones amplias, bañera, suelos de madera, parking gratuito y relativamente cerca del centro. Sin más, a dormir, que mañana nos vamos a Turín.
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