Hoy nos despertamos en los setenta, no está mal la cura de rejuvenecimiento. El tiempo amenzaba tormenta por el camino pero solo por el camino. Bajamos a desayunar y mientras descendíamos íbamos alucinando con las fotografías de las bondades del local que debían tener más de veinte años. Imaginaos que veis unas fotografías impresas en papel fotográficos descoloridas por el sol... dentro de un ascensor. Eso sumado a las maravillosas fotos de la estancia de la Juventus de Turín en el 2011 que hasta me dieron pena y todo. Llegamos al comedor de desayuno y aquello parecía preparado para una boda con todas esas sillas enfundadas. Nos tomamos unos tés, un poco de queso y un poco de bollería que no estaba mal del todo. Un desayuno normal, menos mal. Salimos del hotel camino de Niza, pero no sin antes parar en el supermercado más grande de la región para hacer una compra final de productos italianos. Lo mayor en la zona era un Auchan en el que compramos algo de fiambre, un poco de vino y algunos productos curiosos amén de recargar agua y potitos para Cloe. Como curiosidad deciros que los potitos de bebé llevaban todos pasta entre sus ingredientes, los tópicos existen por algo.
Sin pasar ya por Cuneo, que se nos hacía tarde, comenzamos a discurrir entre montañas. No es una una zona de altas y espectaculares elevaciones, pero algún cañón era muy bonito. Eso sí, nos cayó el diluvio del viaje por el camino y la carretera se encharcó. Y no se encharcó un poco, no. Se encharcó muy mucho. Menos mal que con el Mazda CX-7 vamos bastante tranquilos y respondió muy bien en estas situaciones. Viéndolo con perspectiva, no se si volvería a elegir la opción que tomamos de ir por este paso. La carretera sin ser mala ofrece muy pocas posibilidades de adelantamiento y una vez visto el paso no merece la pena volver. Así como hay otros pasos en Suiza o Italia impresionantes (Stelvio, Suntenpass...) este no es lo suficientemente bueno como para volver por él otra vez y seguramente si volvemos por la zona preferiremos dar la vuelta por la autopista que suma unos cien km al trayecto pero se gana en tranquilidad y es más o menos el mismo tiempo desde Turín. Cuando ya pensamos que nos iba a llover en Niza con lo que estaba cayendo en el paso, la suerte cambia. De hecho Bea ya tenía su esperanza de ver el sol en Niza por los suelos. Pero no, fue salir de las montañas y acercarnos al mar y el tiempo cambió. No os voy a decir que hiciera un sol radiante, pero ni rastro de lluvia y algo de sol que asoma por las nubes. Unos 23ºC y una sensación térmica superior que nos alegraron bastante el día. Salimos en Niza a eso de las tres de la tarde sin parar en Mónaco como habíamos planeado y aparcamos en el parking del centro comercial Nice Etoile. Los parkings estaban a tope en la playa, así que este nos pareció una buena opción Es un parking enorme, con ascensores y sigue estando cerca de todo. Como salimos al lado del centro comercial ya decidimos comer allí. La hora ya no era adecuada en este país para comer en un sitio un poco decente, así que nos paramos en una cafetería del centro comecial que tenía servicio contínuo hasta las cinco de la tarde. Allí nos dió por el salmón. Yo me tomé una ensalada de salmón ahumado y Bea una bruschetta de salmón.
Tras finalizar la comida nos dimos una mini vuelta por el local. Paramos en un par de tiendas de juguetes a ver si encontrábamos algo para Cloe, pero no vimos nada para su desesperación. Paramos también en una tienda de material para cocina, pero sólo compramos algún pequeño detalle para regalar. Salimos pues hacia el paseo y la playa bajando por la avenida Jan Médecin hacia la plaza Massena, uno de los núcleos de esta ciudad.
La avenida está atestada de gente. No sabemos el motivo pero hoy Niza está a tope de gente y todavía no estamos en Julio.
Nos metemos por las calles peatonales aledañas a la plaza hacia la playa, viendo escaparates aquí y allí.
En un pequeño ratito estamos ya viendo el mar. El color es lo más impresionante en esta ciudad. Así como la playa realmente es una basura (són todo rocas más bien gordas, no penséis en guijarros), el color del mar, con un turquesa muy intenso es lo que le da la belleza a este paseo.
Bajamos hacia la playa de todas todas y, cuando lo hacemos, nos damos cuenta del motivo por el cuál está la ciudad a tope. Estamos a viernes y el Iron Man se disputa en la ciudad este mismo domingo. Ahora es cuando nos fijamos en la gente que hay corriendo o haciendo bici por la calle. En fin, cosas que pasan. Uno muchas veces no es capaz de darse cuenta cuando suceden estas cosas en las ciudades. Bajamos a la playa y Cloe loquea.
Otro descubrimiento de este viaje es lo que le gustan las piedrecitas. Se dedica un buen rato a recogerlas y dárnoslas o simplemente a pasearlas de un lado al otro. Sonríe. Es muy feliz haciendo esto y nos sentimos felices en nuestro trocito de playa aunque sentarse sea un suplicio.
Hace una temperatura muy agradable y hay poca gente a nuestro alrededor. Decidimos seguir paseando un rato más antes de dirigirnos al coche para ir al hotel.
Como Niza está a reventar de gente, hemos cogido el hotel a unos veinte minutos del centro en el interior. La Costa Azul es muy bonita sí, pero en verano es cara de narices y está muy llena de gente. Así que nos vamos a pasar la noche a un hotel llamado Toile Blanche en las afueras de Saint-Paul-de Vence. Llegamos ya a eso de las nueve, hora peligrosa para que a uno le den de cenar en Francia pero nos acogieron estupendamente en el hotel y nos dijeron que esperarían por nosotros. El hotel realmente es otro B&B consistente en una casa muy bonita llena de arte y con un jardín y una piscina que sólo infundían relax y paz. Las vistas de las casas del pueblo desde la ventana eran otro plus. Así pues nos pusimos nuestras mejores galas (que a estas alturas del viaje no es que fueran muchas) y bajamos a cenar. El servicio fue un poco lento pero, quitando eso, la cena fue maravillosa. Luz ténue, una comida fabulosa y el ruido del agua corriendo. De primero yo tomé unos espárragos verdes con menta y queso de cabra deliciosos y de segúndo yo tomé pechuga de pintada a la plancha con salsa de hinojo y Bea una lubina en papillote de chuparse los dedos. De postre, que era todavía mejor, yo un postre de queso con trocitos de merengue y albaricoque del huerto del hotel y Bea tomó yogur con miel de lavanda. Durante la cena Cloe enamoró a nuestros vecinos de mesa y estuvimos hablando con ellos. Por el acento no di adivinado de dónde eran, probablemente americanos o canadienses. Muy simpáticos se quedaron enamorados de la niña y nos dijeron que si se despertaba de noche la llevásemos a su habitación que ellos dormían muy mal y se quedaban jugando con ella. Terminamos de cenar realmente tarde así que simplemente nos dimos un relajante baño en la habitación y nos fuimos a dormir.
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