Por la mañana nos fuimos a desayunar en nuestro hotel de Munich que ha estado fenomenal. Prometo hacer un post sobre los hoteles de este viaje porque en general hemos acertado bastante. El de Munich para su precio era estupendo. La única pega es que como muchos de nuestros hoteles solo se podía llegar a él en coche. Desayunamos como campeones y partimos hacia el castillo de Neuschwanstein, conocido como el castillo del rey loco. Nada más salir del hotel, giramos la calle y encontramos dos tiendas ideales para Bea y para mí. Ella se metió en una tienda de zapatos y yo en una de delicatessens. Cada uno hizo sus compras, yo una pequeña cantidad de comida y algunas especias y Bea un par de zapatos. Salimos hacia el castillo media hora más tarde de lo previsto.
El camino hacia el castillo desde Munich se hace siguiendo la ruta romántica, una carretera que va siguiendo un montón de pueblos, castillos, iglesias... Enganchamos en la radio un canal de música clásica que estaba poniendo un vals según cambiamos de emisora y lo dejamos todo el camino. Serpenteamos por en medio de pueblos hasta llegar al pueblo bajo el castillo. Llegamos a eso de las 12 y estaba atestado de gente. Aparcamos en un parking y fuimos hasta el sitio donde se vendían los tickets. Cuando llegamos vimos una cola enorme que se detenía en un punto que ponía: "de aquí en adelante son aproximadamente 40 minutos de cola". Cuando nos pusimos a esperar una persona de la organización estaba avisando de que no aseguraban que a la hora que era y con la espera que teníamos por delante quedasen entradas. Así pues, por falta de previsión (alguna pega tenían que tener nuestros viajes) nos quedamos sin entrar. De todas formas decidimos hacer la subida al castillo para ver lo que pudiéramos. De momento el día aguantaba sin llover chispeando unas gotas de vez en cuando. Para subir al castillo se puede hacer de tres formas: en bus, en coche de caballos o andando. Decidimos subir hacia el castillo dando un paseo con cuesta y esquivando, eso sí, las cacas de los caballos. Llegamos arriba, dimos una vuelta, hicimos unas fotos y salimos del castillo hacia el puente que permite ver el otro lado del castillo que no se ve desde el pueblo. El puente es espectacular por el entorno. Está sobre una cascada, hecho de estructura de metal pero el suelo son tablones de madera. Había un montón de gente allí tratando de hacer fotos (maldito agosto). Nosotros buscamos un hueco e hicimos las nuestras. Bajamos por un camino lateral hacia la parte baja de la cascada. A media bajada, con una vista espectacular, nos comimos lo que nos había sobrado de la fruta del día anterior.
Cansados de caminar (y hay que contar que llevamos ya unos cuantos días de viaje y eso acumula cansancio) nos fuimos hacia el coche a eso de las cuatro y media de la tarde. Dimos un par de vueltas por las tiendas horteras del pueblo antes de partir hacia Fussen. En Fussen poco paramos (nos quedaba bastante camino aún), pero lo suficiente para ver un mercadillo de artesanía y hacer unas compras. Salimos del mercadillo hacia el hotel, en Dornbirn (Austria). Para hacer el camino enganchamos la Alpine Strasse, que viene desde cerca de Salzsburgo hasta la frontera Suiza. Hicimos unos cuantos kilómetros por ella, recorriendo montañas y valles hasta parar en una tienda de material de montaña, puesto que Bea y yo llevamos tiempo queriendo botas de montaña nuevas. Yo salí decepcionado con lo que había de mi talla, pero Bea encontró justo lo que necesitaba. Seguimos camino hasta llegar a Dornbirn.
En Dornbirn nos encontramos un pequeño lío. Resulta que están asfaltando la calle delante de nuestro hotel, con lo que no podíamos llegar al parking. Tras dar un par de vueltas buscando otra entrada acabamos dejando el coche sobre la acera y cargando las maletas unos cien metros. Dejamos las cosas en el hotel y bajamos a cenar. La verdad es que al pasar por la carretera cerca del centro del pueblo vimos bastante ambiente. En Austria lo normal es que los sitios de cenar abran hasta las 23:00, pero es que en esta ciudad abren hasta las doce o incluso la una. Tras dar unas vueltas y ver la catedral por fuera bellamente iluminada decidimos el sitio donde cenar. Allí nos atendió un austríaco que por azares del destino había currado cinco años en Portugal, así que ahí nos veis, dos españoles y un austríaco entendiéndose en portugués. Tela. En fin, que nos ayudó a entender la carta en alemán (hasta nos dio pena, nos gusta pedir cosas sin saber que pedimos, es como un regalo sorpresa y nosotros comemos de todo). Bea se pidió bacalao con bacon (impresionante combinación) y un risoto y yo una especie de filete de ternera cubierto de una salsa de carne y cebolla. Ambos platos estaban deliciosos. Todo esto acompañado por una buena cerveza local, claro está. En fin, que después de esta nos fuimos al hotel a descansar a eso de las 23:30 (ya veis a que hora escribo). De la ruta no me olvido.
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