Hoy fue el único día de la zona en el que no teníamos desayuno en el hotel. Salimos algo tarde tras habernos acostado de madrugada el día anterior decidiendo donde dormíamos. Arrancamos camino de Vaduz (capital de Linchestein) por aquello de saber como era este pequeño país adorado por los evasores fiscales. Por el camino desayunamos en una panadería autríaca, comiendo un par de strudels (uno de limón y otro clásico de manzana).
Poco después ya estábamos en Linchestein, que no nos pareció gran cosa. Sólo unas pequeñas partes de la capital eran medianamente chulas. El castillo que domina la ciudad y la zona del palacio están bastante bien, pero nada más. Decidimos no parar y seguir hacia Davos, un pueblo turísitico en medio de los alpes. De hecho, la zona que recorrimos es la más fría de Suiza. 20 ºC bajo cero de mínima son normales en invierno. Recorrimos carreteras por en medio de los alpes (fuimos siempre por carretera y nada por autopista) entre vacas, grandes abetos y carreteras que seguían ríos con amplias curvas. Todo estaba ordenado. Prados verdes con vacas tumbadas viendo como pasaban los coches, pequeños prados cortados aquí y allá entre los árboles. En fin, cada vez que mirábamos para algún lado todo era bonito.
Llegamos a Davos y nada más salir de la última curva del valle vimos su lago. Paramos a estirar las piernas dando un paseo por la orilla. La gente estaba en una escuela de windsurf haciendo prácticas, de momento, sobre el césped. Regresamos al coche camino del pueblo.
Como íbamos a estar solo unas horas en Suiza no habíamos cambiado dinero y vimos que no podíamos pagar en ningún parquímetro. Seguimos un poco más y vimos un supermercado. Paramos en él a hacer una compra de delicias locales y, cuando quisimos pagar el parking, vimos que no admitía tarjetas. Resignados decidimos comer en una plaza un bocadillo con comida del supermercado. Al acabar dimos un paseo por el pueblo hasta encontrar una máquina automática de cambio donde cambiamos 10€. Pagamos el parking y partimos camino de St Moritz. Por el camino, el primer puerto de montaña, el Flüelapass.
Curvas y más curvas mientras veíamos grandes morrenas y un valle glacial a más de 2000 metros de altura. Cuando lo atravesamos decidimos no ir a St. Moritz al final y fuimos a cumplirme un antojo, el paso de Stelvio.
Como íbamos a estar solo unas horas en Suiza no habíamos cambiado dinero y vimos que no podíamos pagar en ningún parquímetro. Seguimos un poco más y vimos un supermercado. Paramos en él a hacer una compra de delicias locales y, cuando quisimos pagar el parking, vimos que no admitía tarjetas. Resignados decidimos comer en una plaza un bocadillo con comida del supermercado. Al acabar dimos un paseo por el pueblo hasta encontrar una máquina automática de cambio donde cambiamos 10€. Pagamos el parking y partimos camino de St Moritz. Por el camino, el primer puerto de montaña, el Flüelapass.
Curvas y más curvas mientras veíamos grandes morrenas y un valle glacial a más de 2000 metros de altura. Cuando lo atravesamos decidimos no ir a St. Moritz al final y fuimos a cumplirme un antojo, el paso de Stelvio.
El paso de Stelvio es uno de los pasos más famosos del mundo. Un potosí de curvas de 180º que te llevan de unos 1000 metros a los casi 2800 metros de altura. Es absolutamente increíble. Mientras se sube se admira un glaciar y unas montañas acojonantes que forman en parque natural de Stelvio.
Las vistas quitaban el hipo. Llegamos arriba ya con el sol bajo, que ya se ocultaba tras las montañas del valle. Una vez arriba seguimos ya hacia Inverido, al lado de cómo, sin que nos diera tiempo a ir a St. Moritz. La bajada es espectacular, pero después de la subida ya no impresionaba. Cuando ya se estaba haciendo de noche decidimos parar a cenar en Tirano. Bea vio un sitio con muy buena pinta y lleno de gente local. Paramos y cenamos en una terraza a 20ºC. Yo me pedí una pizza de mozzarela de búfala y jamón de oca. Una auténtica delicia. Nunca había visto una base de pizza fina que estuviera esponjosa. Bea se pidió unos espaguetis carbonara. De postre me tomé un tiramisú que tenía un sabor muy delicado, mucho más suave que los que tomamos por Galicia. Un cafelillo solo para coger fuerzas (cuidad con los expresos italianos, están riquísimos pero son muy fuertes) y seguimos camino. En él observamos la conducción local. Nadie respeta los límites de velocidad ni las líneas continuas. No es que la gente adelante sin visibilidad, pero sí que pasan olímipicamente de las líneas continuas que hay en las rectas. Llegamos a eso de las doce de la noche a Inverigo. La ruta, aquí.
Las vistas quitaban el hipo. Llegamos arriba ya con el sol bajo, que ya se ocultaba tras las montañas del valle. Una vez arriba seguimos ya hacia Inverido, al lado de cómo, sin que nos diera tiempo a ir a St. Moritz. La bajada es espectacular, pero después de la subida ya no impresionaba. Cuando ya se estaba haciendo de noche decidimos parar a cenar en Tirano. Bea vio un sitio con muy buena pinta y lleno de gente local. Paramos y cenamos en una terraza a 20ºC. Yo me pedí una pizza de mozzarela de búfala y jamón de oca. Una auténtica delicia. Nunca había visto una base de pizza fina que estuviera esponjosa. Bea se pidió unos espaguetis carbonara. De postre me tomé un tiramisú que tenía un sabor muy delicado, mucho más suave que los que tomamos por Galicia. Un cafelillo solo para coger fuerzas (cuidad con los expresos italianos, están riquísimos pero son muy fuertes) y seguimos camino. En él observamos la conducción local. Nadie respeta los límites de velocidad ni las líneas continuas. No es que la gente adelante sin visibilidad, pero sí que pasan olímipicamente de las líneas continuas que hay en las rectas. Llegamos a eso de las doce de la noche a Inverigo. La ruta, aquí.
PD: Ayer y hoy no hay fotos subidas por falta de tiempo. Esta noche prometo arreglarlo. Saludos!
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