Hoy vuelve a hacer un día fresco y soleado. Algunas nubes, temperatura agradable y ganas de pasear. Eso sí, seguimos acumulando cansancio. Hoy volvimos a desayunar lo de todos estos días, unos pasteles, infusión y smoothie. Buen desayuno para coger fuerzas y empezar el día. Objetivo del día, dar un paseo por Greenwich, un pequeño barrio de Londres que más parece un pueblo en sí mismo. La forma fácil era coger metro y luego un DLR (un tren sin conductor), pero nos apetecía hacer el camino bonito e ir por el río. Así que cogimos un bus hasta el London Eye y luego allí cogimos un barco hasta Greenwich. En el Támesis podéis coger de todo (hasta el tifus, si os bañáis), pero en cuestión de barcos tenéis la opción crucero con cena, el barco turístico de toda la vida con su speaker contando cosas y sus partes de arriba sin techo para ver bien todo y la opción del clipper. El Thames clipper es lo más parecido a un servicio de transporte en sí mismo. Va a todo lo rápido que la legislación le permite y no va de paseo. Es un catamarán muy estable, con asientos muy cómodos y que tarda muy poco en llegar.
Las ventanas son grandes y panorámicas y en la parte trasera se puede salir al aire libre para hacer fotos. No es como un crucero pero es rápido y nos encanta navegar en él para llegar a Greenwich. Hacer un viaje en barco en la ciudad es algo imprescindible, pudiendo ver desde el agua muchos iconos de la ciudad, pero si además es el primer viaje en barco de tu hija pues la cosa sube sus puntos.
Decir también para los papás que el barco es completamente accesible y se sube y baja por una rampa por la que podréis meter la silla sin ningún tipo de dificultad. Por el camino Cloe se lo pasó muy bien jugando con una niña italiana de su edad que se llamaba Miriam y disfrutamos de las vistas de la ciudad.
Llegamos a Greenwich ya algo tarde, así que dimos un paseo por el mercado local, que sigue teniendo el espíritu del que os hablaba. Gente mayor vendiendo cosas antiguas, un comerciante de figuras de ciencia ficción de los 70/80s y puestos de comida. El mercado es pequeñito, pero auténtico.
Tras pasear un poco por esta zona nos fuimos al parque, que es realmente grande. Como era tarde y no queríamos que Cloe se durmiera descartamos subir al observatorio o a la parte alta del parque. Nos quedamos en la parte baja jugando con los pájaros, las ardillas y las castañas caídas por el suelo. Cloe se dedicó a recolectar castañas y a perseguir ardillas que esta vez no querían galletas porque preferían la comida que dejaban los árboles en el suelo.
Cuando nos dimos cuenta era ya tarde y nos fuimos a comer. Buscando en internet encontramos un pub llamado Green Pea que era el número cuatro de todos los restaurantes de Londres. Con mucha curiosidad nos fuimos hasta allí (estaba a poco más de 500m) a ver que encontrábamos. Sabíamos que era un pub con buena comida de pub y eso nos bastaba. Cuando llegamos nos encontramos el típico pub de pueblo inglés. Una docena de hombres locales hablando mientras beben, las carreras de caballos en la televisión, moqueta en el suelo, sofás y buen recibimiento. Preguntamos por la comida a la camarera que nos redirgió a un hombre mayor irlandés que nos dijo que la cocina cerraba a las 3 (eran las 3 y media) y que no abría hasta las cinco. Peeero, muy majo él, nos dijo que algo nos preparaba. Que entendía las necesidades de un viajero y que no nos preocupáramos. Así que nos sentamos y pedimos unas bebidas en la barra. Muy buena la cerveza IPA que me tomé por cierto. Al poco rato aparece con una carta en papel y nos ofrece tres platos de ella diciéndonos que todo era casero y muy rico. Bea se decidió por un jamón asado deshuesado con huevos fritos y patatas. Yo tomé el pastel de carne a la guinness que venía acompañado por patatas fritas y unas verduras (brécol, zanahoria y repollo) al vapor. En una salsera una salsa de carne para regarlo todo si quería. Decir que todo estaba buenísimo.
No tenemos experiencia en comida de pub para decir que fuera la mejor de Londres, pero sí podemos decir que el sitio merece la pena. El precio es muy razonable, la comida es abundante, el hombre es majísimo y se respira un ambiente de verdad, alejado de turisteo típico. Comida 100% casera que escasea en una ciudad donde todo es "handmade" y "fresh" pero todo se vende empaquetado.
Era un tanto tarde así que dimos la última vuelta por Greenwich y cogimos el DLR con Cloe durmiendo.
De hecho, casi se no duerme con un trozo de jamón en la mano durante la comida del pub. Estaba un tanto agotada de correr en el parque. Nos fuimos desde allí a la City entre rascacielos y observando como el boom inmobiliario continúa en Londres. Ya no es sólo que Canary Wharf (una zona completamente nueva) esté casi completada, con su arquitectura moderna con toques de clasicismo de piedra si no que todo el solar que hay en las afueras que sea susceptible de ser construido lo es. Eso sin contar que en la City se está permitiendo ahora construir rascacielos, cuando hasta hace no muchos años no se podía. En unos años el skyline de Londres no será reconocible. Salimos pues de la estación de Bank, frente al banco de Inglaterra, justo en el momento en la que hordas de oficinistas abandonaban sus oficinas. Ya fuera nos dedicamos a callejear por la City camino de Oxford Street y aledaños, dónde todo cierra más tarde. Simplemente nos dedicamos a callejear y a observar al oficinista medio londinense. Observar como casi todo el mundo viste trajes grises y azules oscuros y nadie parece salirse de lo monótono. Sí, quizás el atrevido de la derecha lleve unos perros estampados en su corbata, pero nadie se atreve a usar un color llamativo en su vestuario. Las mujeres llevan todas la falda a la altura de las rodillas, visten bailarinas y llevan en muchos casos el pelo recogido. Un entorno gris dónde nadie destaca, no vaya a ser el señalado. Tras un buen rato andando aparecimos en el Covent Garden y allí hicimos una última compra que Bea tenía pendiente antes de que Cloe se despertase y parásemos a tomar algo en un Hotel Chocolat. Allí, en una minúscula terraza del Covent Garden nos quedamos a ver pasar a la gente y los coches y a darle la merienda a Cloe que devoró ella sola mientras gritaba "solitaaaaaaaaa".
Que rápido se hacen mayores...
Desde allí poco que contar ya. Cogimos un bus para atravesar Oxford Street y hacer una mini parada en Selfridges para ver las nuevas televisiones curvas de 70" y toda clase de cachivaches electrónicos caros. Cansados y pensando en el delicioso queso de la nevera que habíamos atesorado en Neal's Yard Dairy decidimos comprar unos crackers y un poco de jamón ahumado inglés para tener una auténtica cena británica de lujazo. Mañana es nuestro último día completo en Londres y empezamos a darnos cuenta de que esto se acaba (de momento). Así que mañana trataremos de completar de la mejor manera posible esta (pen)última aventura en la gran ciudad.
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