Hoy tocó bastante carretera. Como estamos como chotas decidimos seguir nuestro instinto y irnos a Estocolmo. La verdad es que es un tute, porque desde nuestro hotel hay casi 600 km, pero ya que estábamos y como todavía nos quedan bastantes días y como va a llover dos días seguidos... Pues nada, nos levantamos tras una noche despacible. El hotel era algo antiguo y como pegó bastante fuerte el viento por la noche las ventanas de madera crujían. La verdad es que la mañana se despertó bastante gris. Aunque, como bien supusimos, el viento solo era fuerte en la costa. Bajamos a desayunar y hoy no era gran cosa, quitándo las albóndigas, pero al menos lo suficiente como para salir con la barriga llena y ganas de coger el coche. Por el camino poco que contar. Algo de lluvia, muchos lagos (uno de ellos gigantesco) y algo de nieve en los campos, pero que tenía pinta de no ir a aguantar mucho tiempo. Eso sí, pillamos muuucho tráfico. Pero mucho. Daos cuenta que hoy era el final de la semana santa de aquí, que va de viernes a lunes, con lo que cogimos la operación retorno sueca. Unos apuntes sobre como se conduce en Suecia. La gente del norte de europa tiene la fama de ser ordenada. respetar los semáforos, las colas... Pues bien, no. En este país la gente se pasa por el forro los límites de velocidad (no muy a lo bestia, pero si 20 o 30 km por hora más), adelanta por la derecha si ve que hay mucho tráfico por la izquierda, hace el espabilado en los atascos y cruza con los semáforos en rojo. Seguramente sea solo la gente de Estocolmo, pero digamos que nos ha resultado chocante.
En fin, llegamos a Estocolmo a eso de las cuatro de la tarde con el cielo cubierto pero sin amenazar lluvia. Dejamos el coche en el hotel y nos fuimos camino hacia el centro. La verdad es que la primera impresión fue increible. Es una ciudad preciosa, llena de vida a pesar de ser festivo, con mucho ambiente y con muchas cosas que hacer. Desde nuestro hotel bajamos hacia la isla más turísitca (Gamla Stan) y dimos un paseo por ella. La arquitectura es increible. El ambiente de los cafés, la comida, todo eso se huele por la calle. Después de curiosear por la isla seguimos por una calle comercial camino del observatorio, que está en un alto. Desde allí divisamos los tejados de la ciudad y nos quedamos un rato descansando y viendo el panorama. Decidimos bajar a cenar y aprovechamos muy bien la conexión a internet. Había un sitio de cocina sueca contemporánea con muy buenas opiniones y allí fuimos. El restaurante en custión es Rolfs Kök, muy cerca de donde estábamos. Como no teníamos reserva nos hicieron un hueco en la barra que la tenáin preparada para comer mientras veías el funcionamiento de la cocina y de los camareros. Realmente increible como se movían. Cuando te gusta esto como a nosotros es una experiencia increible. Nos comimos un típico pastel de marisco sueco, un estofado de pescado y un cerdo confitado. Increibles. Como curiosidad decir que tenían percebes (alucinamos). Como los mejillones nos parecieron de batea y era muy grandes (teníamos entendido que por aquí arriba eran más bien pequeños) le preguntamos al jefe de donde eran. Nos dijo que suecos y estuvimos charlando con él porque nos resultó curioso lo de los percebes y que tuviera vinos gallegos y aguardiente Martin Codax. Resulta que el tipo se iba de veraneo a Sanxenxo una semana al año todos los años. Alucina. Bien llenos, lloviendo suavemente, que para el frío que hace podía nevar, nos fuimos de retirada al hotel. Mañana nos quedaremos todo el día aquí y pasado dios dirá.
Nuestra ruta en coche del día, aquí.
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