Esta mañana cuando nos levantamos el viento había amainado algo y el cielo no amenazaba lluvia. Salimos del hotel con dirección a Keukenhof. Keukenhof es un gigantesco parque que abre solo durante dos meses al año. Esos dos meses está hasta atrás de gente. ¿Y que es este parque? Pues señoras y señores, no es nada más que un gigantesco catálogo de flores. Así, como suena. ¿Es eso malo? En absoluto, es algo alucinantemente bonito. Estos señores cogen lo que ya sería un parque chulo y lo convierten en un espectáculo haciendo que los holandeses saben hacer como nadie, plantar flores. Según su propia publicidad casi un millón y medio de bulbos, que nos está nada mal. Tu vas caminando por sus calles, sus lagos, sus zonas más boscosas y en los jardines hay cientos de composiciones florales distintas, donde priman los tulipanes, como no. Pero vamos, que hay muchísimas especies de tulipanes distintas. Además, por si fuera poco, hay un par de miradores hacia los campos donde se cultivan flores de los alrededores, un molino de viento al que puedes entrar y un invernadero donde tienen especies que no aguantarían a la intemperie holandesa. Por último tienen un edificio lleno de orquídeas, muchas de ellas con puntuaciones de los concursos florales. Todo esto muy bien organizado, sin colas, y por el módico precio de 14€ por cabeza + 6€ de parking por el coche. Desde Amsterdam hay excursiones que se puden comprar en todos los hoteles de la ciudad, porque el espectáculo es realmente apetecible. Y ya no te digo si te gusta la fotografía macro, el sitio estaba repleto de gente haciendo fotografía. Realmente nos encantó y nos tiramos casi tres horas dando vueltas antes de salir hacia La Haya.
Nuestro paseo por La Haya (Den Haag en holandés) se resume en una palabra. Atasco. Una hora nos llevó hacer 20 km para darnos cuenta de que la ciudad está bien pero que no nos parecía nada especial y que estaba algo muerta a esas horas. Así que nos dirigimos a Roterdam, donde la palabra atasco se volvió a repetir. Otra hora en hacer otros 20Km. Voy a aprovechar este momento para rajar de los conductores holandeses. Son gilipollas. Pero vamos, al estilo español si no más. Pitan, cosa que en países como Alemania y Francia es imprensable (aunque contra todo pronóstico en Copenhague y Estocolmo también lo hacen). Se cuelan. Hacen el listo en toooooooooooodas las caravanas y se pican si luego no les dejas pasar. Se saltan semáforos en naranja/rojo al más puso estilo coruñés y, resumiendo, son unos maleducados. Nunca os creais eso de que en España se conduce muy mal. Se conduce normal comparativamente hablando con el resto de Europa de los Pirineos para arriba.
En fin, llegamos a Roterdam y la ciudad realmente nos daba un poco igual, lo que queríamos era ver el puerto. Así que dimos una vuelta viendo la ciudad antes de encontrar un sitio que llevaba a la gente a pasear por el puerto en barco. Ahí se torcieron las cosas. Primero quisimos aparcar el coche en la calle, pero listos ellos, en Roterdam solo se puede pagar el parquímetro con una tarjeta municipal. Con dos cojones, así, hablando mal y pronto. Es decir, te están diciendoa tí, forastero, que pagues un parking. Pagas el parking (carísimo) y cuando llegas al sitio de donde salen los barcos resulta que acaba de salir el último. Cabreados volvemos al parking y vemos que nos cobran dos euros por poco más de veinte minutos. Cabreados nos dijimos: "ok, no veré el puerto desde el mar, pero lo veo desde tierra". Así que nos dedicamos a seguir uno de los brazos del puerto parando cuando podíamos para ver el espectáculo de barcos, contenedores, trenes y camiones. Sí, se que suena un poco raro, pero es que nos parece una locura. Despues de un montón de kilometros conseguimos nuestro objetivo. Aparcamos en la bocana del puerto y nos dedicamos a ver pasar barcos, a cada cual más grande e inmenso y a ver como los guiaban los remolcadores. De alli nos retiramos ya, entre lluvia, a nuestro hotel a las afueras de Eindhoven. La ruta del día, aquí
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