Hoy poco que contar en gran parte del día. Salimos esta mañana de Estocolmo tras desayunar copiosamente. La ciudad nos encanta y nos ha dado una pena enorme irnos. Hay que decir que uno de los motivos que nos decidió a movernos es que el tiempo para el día de hoy era malo otra vez. En fin, que la mayor parte del día nos la pasamos en la carretera. Desde Estocolmo a Copenhague hay 600 km. Paramos por el camino a curiosear alguna que otra tienda (más que nada por ver el ambiente sueco) y a comer en un pueblecito de veraneo a la orilla de una lago grande como un mundo. Nada más reseñable hasta que llegamos al puente/tunel que cruza el estrecho de Oresund. Al puente llegamos con el sol ya puesto y el cielo anranjado, con un naranja vivo e intenso. El puente es una maravilla de la ingeniería. Nos encantan estas cosas así que lo disfrutaamos enormemente. Nada más cruzar el puente buscamos donde aparcar para cenar en Copenhague.
Llegamos de noche ya. Vemos mucha vida por la calle, nada que ver con los días anteriores en Dinamarca. La forma de aparcar en el centro de la ciudad es muy curiosa. Por el día hay muchísimos sitios en los que está prohibido. Por la noche se puede aparcar en casi cualquier sitio. Aparcamos en pleno centro y justo al lado del coche vemos un bar de tapas y como que no nos apeteció... Pero al lado justo había un restaurante australiano y allí fuimos. Yo volví a comer cocodrilo y Bea se metió entre pecho y espalda un trozo de ternera impresionante acompañado por medio lubrigante. Como dios. Salimos llenos a reventar y nos pusimos a pasear por la ciudad a unos agradables ocho grados. Tiene muy muy buena pinta. Cansados del viaje nos vamos al hotel, que está en las afueras, con muchas ganas de pasar mañana el día en la ciudad y exprimirla a tope.
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