Hoy nos levantamos con la luz de la mañana. Las cortinas apenas tapaban pero realmente es agradable levantarte así si te has acostado a una hora decente. En fin, que nos arreglamos y salimos a desayunar. Había leido de todo sobre el desayuno del hotel en el que nos alojamos, desde que era cutre hasta que era estupendo. Realmente lo que nos encontramos fue no una gran variedad pero para mi una muy buena calidad. Una cesta con varios panes, un par de croissants y para elegir unos cuantos quesos de la zona (incluyendo un queso fresco), un par de fiambres, mermeladas caseras, pan de especias... Con la barriga llena y tras haber pagado (la cena de ayer fueron 25€ por cabeza finalmenete) cogimos el coche. Ayer teníamos duda de si seguir un poco más a ritmo alto y finalmente decidimos que sí. Así que salimos a eso de las 10:30 con destino Heidelberg (ya en Alemania), a unos 500 Km de distancia.
Camino de Heidelberg primero disfrutamos de unos 30km por carreteras de la Cote D'Or, pasando entre pueblecitos en los que había ganado pastando en los prados, con unas casas de piedra que nos recordaban a algunas que habíamos visto en la baja normandía y sin apenas tráfico. Pasamos, desviándonos un poco, por el centro de Dijon. No estaba mal de todo pero como no era espectacular y como preferíamos tener toda la tarde para Heidelberg, decidimos continuar camino. En cuanto a la carretera, he de decir un par de cosas. La primera es que el gasoleo en Alemania cuesta más o menos lo mismo que en España y lo segundo es que los alemanes no son, al menos en esta zona, esos señores que conducen tan bien. Pues más o menos como en España, señores, pero en algunas zonas yendo a 180.
A eso de las tres y media llegamos a nuestro hotelito en las afueras de Heidelberg, bajo un cielo despejado y soleado aunque con una temperatura que rozaba los 13ºC. Siempre que andamos por Alemania buscamos hoteles familiares en las afueras. Suelen ser geniales en relación calidad-precio. Habitaciones amplias y bonitas, sitio para aparcar y te brindan una gran acogida, generalmente mucho mejor que un empleado de un frío hotel de ciudad. El de hoy es estupendo. Segun llegamos nos encontramos con unos anglosajones (creemos que americanos) haciendo una barbacoa fuera. El recepcionista nos saluda y nos cuenta todo lo que necesitamos saber sobre Heidelberg antes de ni siquiera preguntarnoslo. Cogemos el coche y salimos hasta la ciudad.
En 10 minutos llegamos y tras dar algunas vueltas conseguimos aparcar en el parking que nos recomendaron en el hotel, situado a escasos metros del comienzo de la subida al castillo. Heidelberg es una ciudad universitaria con mucha solera (fue la primera universidad de Alemania, cuando todavía ni se llamaba así) y con un castillo cuyas ruinas observan la ciudad y al río Neckar. Subimos unas 300 escaleras (estaban numeradas) hasta el castillo y nos quedamos un rato observando la vista. Los edificios más bonitos de la ciudad están hechos de unas piedras de color rosaceo que le aportan una personalidad distinta. Caminamos hasta el interior y dimos un paseo. Una de las atracciones más famosas del castillo es un gigantesco barril usado auntiguamente para almacenar casi 300.000 litros de vino. Hay un par de museos dentro tambien pero realmente no estamos muy interesados en ellos y sí en las vistas desde lo alto. Nos quedamos un ratillo disfrutando de las vistas y bajamos hacia la calle principal. Nos pusimos a caminar durante un buen rato el kilómetro y medio peatonal de tiendas, restaurantes y gente en las terrazas viendo la vida pasar mientras disfrutan del sol. Al llegar al final de la calle cruzamos el río y volvemos en dirección contraria para cerrar el recorrido. Caminamos pegados al río, viendo como los patos lo sobrevuelan y los barcos lo recorren. Se ve mucha vida en la ciudad y la gente disfruta del buen tiempo.
Cruzamos de vuelta el río por un puente peatonal (el puente viejo), cruzando de nuevo hacia el barrio antiguo buscando donde cenar a eso de las ocho de la tarde (hay que acostumbrarse al horario alemán). Nos dirigimos a una cervecería que nos habían recomendado en el hotel porque producían su propia cerveza. Cenamos bajo una luz ténue unas salchichas y un guiso de jabalí que yo acompañé de una cerveza tostada de la casa. El sitio estaba a rebosar de gente y la verdad es que disfrutamos de la comida charlando y dejándonos llevar por el ambiente. Cuando salimos ya era de noche y la ciudad estaba muy poco iluminada, como ya habíamos visto en otras ciudades alemanas. No pasa como en Galicia que puedes ver la luz de Coruña desde 30 km de distancia, aquí eso es impensable. Caminamos hacia el coche y mañana haremos ya muchos menos kilómetros.
La ruta de hoy, aquí.
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