

Hay una parte que hay que sufrir con respecto al Tajo en Lisboa y es que la ciudad no está pensada para mirar hacia el río. Así, muchos edificios tienen sus entradas en la parte contraria a lo esperado y lo peor, hay una vía del tren que sigue el río y para cuzar a ver ciertas c


Cansados de caminar descansamos en un banco de un parque aledaño al convento. Tras conseguir finalemente interpretar los mapas de trasanporte público, finalmente encontramos la forma de coger el famoso tranvía 28. Este tranvía sale en todas las guías turísticas, ya que pasa por el barrio alto y, dando la vuelta en redondo, atraviesa el centro para subir por el barrio de la Alfama pasando por el Castillo de San Jorge. En medio de la subida (parecía una mantaña rusa aquello) nos bajamos cerca de unas terracitas de barrio alto. Buyo y Rosa entraron en una librería a hacer unas compras mientras nosotros tomábamos algo. Con lo que habíamos desayunado no apetecía mucho comer, así que picamos algo en la propia terraza. Tras descansar cogimos otra vez el 28 para ir al castillo de San Jorge, que se eleva en un lado de la ciudad.
Tras pagar la entrada recorrimos los jardines que hay en los alrededores del castillo. Dimos unas vueltas alrededor antes de entrar. En interior merece la pena por las vistas desde lasa murallas, aunque sea un peligro dad

Allí la idea era ir al oceanario de Lisboa, que según publicitan, es el mayor de Europa. Llegamos a tiempo por los pelos, porque cierra a las 8 y la última entrada la venden a las 7. A lasa 7 menos 5, entramos. El acuario es genial, con un tanque central inmenso donde hay atunes, tiburones, un pez luna enorme... Además hay un ecosistema de cada uno de los cuatro océanos. A las ocho y cinco nos fu

Como llegamos a eso de las diez y media, que yaa es muy tarde para Portugal, no encontramos nada decente y aacabamos cenando en un chino de buffete basatante cutre pegado al elevador de Santa Justa. Tras eso, un paseito y pillamos un bus para el hotel, que estábamos muy cansados.
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