viernes, 30 de noviembre de 2018

Nueva Zelanda en caravana - Milford Sound

Hoy teníamos un gran objetivo, un paseo en barco por el fiordo. Reservamos el camping y ya cogimos el ticket para el crucero. La previsión de tiempo daba una mañana estupenda y una tarde horrible, así que cogimos un crucero a las 10:30. Desayunamos en la caravana y aparcamos en el parking de la terminal de cruceros. La zona está preparada para acoger a las hordas de turistas del verano, en esta época no es para tanto. Llegamos algo pronto y esperamos viendo el mar y el barco que nos iba a llevar. Escogimos a la compañía Southern Discoveries por azar, y la verdad es que hubo un detalle durante el crucero que nos hizo sentir que había sido una buena opción.


Salimos pues en un catamarán bastante nuevo. Había sol pero sin llegar a ser molesto. El barco fue recorriendo el fiordo y la sensación es indescriptible. Montañas muy altas cayendo a pico sobre el mar. Cascadas por doquier. Algo casi inenarrable.








Cuando estábamos saliendo hacia el mar de Tasmania, vemos que algo se mueve en el agua ¡Delfines! Había un guía de naturaleza en el barco y nos dijo que eran delfines Dusky. Nos dijo que eran muy raros, que hacía más de un año que no los veían.





Son unos delfines pequeños que colaboran para pescar, a veces a cientos. Esta vez eran docenas, nadando en círculo. El guía nos dijo que estaban pescando y que no los iban a molestar. Se quedaron a una distancia prudencial en el que los pudimos ver pero sin fastidiar su pesca. Los veíamos saltar y girar y estuvimos unos minutos disfrutando. Cuando decía que había escogido a la compañía correcta fue porque, otra de las compañías decidió que era buena idea cruzar con el barco por el medio y medio de ellos. Vaya imbéciles.

Seguimos el crucero y fue pegado esta vez al otro lado del fiordo. Disfrutamos allí de las focas y de una de las atracciones estrellas del crucero, una cascada que cae al mar. El barco se acerca mucho, hasta el extremo de empaparte si vas, como yo, en proa.





Si me preguntáis si merece la pena el crucero y el montón de horas que lleva llegar aquí, la respuesta es un rotundo sí. Si no queréis que os lleve tanto y no os importa dejaros una pasta gansa, hay vuelos en avioneta desde Queenstown hasta el fiordo mismo. Si queréis optar por algo más aventurero, hay una caminata de cuatro días para hacer los 75 km.

Acabamos el crucero y comenzamos el viaje de vuelta. Por el camino vemos muy poca nieve, sucia y casi sin enjundia. Pero eh, queremos llegar ahí, que ese es el espíritu. Así que calzamos botas de montaña y vemos que hay que cruzar un arroyo. Nada serio, pero no hemos traído bastones, y sin ellos el limo típico de las piedras no lo hace muy adecuado cargando con una niña de cinco años. Así que Bea propuso algo. Cogemos los crocs, nos quitamos las botas y nos las ponemos tras vadear el río por una zona más profunda pero segura. Así que nada de botas ni de piedras, remangados hasta las rodillas cruzamos el agua más fría que habían probado nuestros pies nunca. Tras cruzar, nos ponemos las botas y a trepar. Porque sí, la caminata no era larga pero no era sencilla para Cloe.


Primero fue cruzar por matorral más alto que Cloe. Después trepar por las piedras del lateral de un arroyo que hacía un pequeño salto de 25 metros hasta llegar a la nieve. Para Cloe fue toda una aventura que recordará.

Desde allí poco que contar. El día se puso feo. Paramos a comer de nuevo en Te Anau en una pizzería y empezó a llover bastante fuerte. Tras comer, una difícil decisión. ¿Que hacer a continuación? Teníamos bastantes ganas de seguir hacia el sur. Yo quería ver pingüinos en Curio Bay, ver focas, ver las playas del sur. Pero claro, esto es añadir bastantes km y no queremos ir tan aprisa para los pocos días que tenemos. Así que decidimos ir hacia el norte ya, camino del monte Cook. Así que el resto del día fue carretera y carretera, la mayor parte de él en medio de la lluvia, a ratos torrencial. La verdad es que la caravana se comporta muy bien y es bastante cómoda de conducir, dentro de sus limitaciones, claro está.


Paramos a dormir a la orilla de un lago, en una zona de acampada gratuita, descansando para mañana ir a ver la montaña más alta de la isla sur.

Nueva Zelanda en caravana - Queenstown y camino de Milford Sound

El tiempo estaba tornando al habitual en NZ, a ratos sol, a ratos lluvia. Nos levantamos pronto para desayunar en el hotel Cardrona, aprovechando que estábamos durmiendo en su parking. Tenía ganas de disfrutar de su interior, debe ser de los edificios más antiguos del país, tiene más de 150 años. Desayunamos algo contundente y Cloe estuvo jugando un rato con la camarera y un piano. Nos hacía mucha gracia que le decía que ella no quería aprender canciones, si no crear las suyas propias.

Del hotel salimos camino de Queenstown, conocida como la capital mundial de los deportes de aventura. En Queenstown se puede hacer de todo. Paracaidismo, puenting, rafting, parapente... Lo que te se te ocurra, va a haber una empresa que lo organice. El pueblo en sí mismo como habitante tiene buena pinta y visualmente es bonito. Como turista, cuatro calles llenas de tiendas de aventura, ropa de montaña, restaurantes, bares y algún supermercado. Cuatro calles contadas. Nos pasamos una hora dando una vuelta y salimos camino de Milford Sound.


Siempre había querido ir a Milford Sound. Todo el mundo que había estado en NZ me había dicho que merecía muchísimo la pena, ya no solo por el sitio si no por la carretera que te lleva allí. Milford Sound es uno de los fiordos del parque natural de Fiordland, que es enooorme. El tema es que Milford Sound es el único accesible por carretera y es un lugar muy aislado. Desde Queenstown a Milford Sound hay aproximadamente 75 km en línea recta. Por carretera son unos 350 km.

Así que el camino lleva de cuatro a seis horas. Hay que tener en cuenta que en toda la isla no hay ni una sola autopista, las carreteras son como las carreteras nacionales españolas (con suerte), y aun encima hay muy muy pocos carriles de lentos. Se supone que si vas formando caravana deberías echarte a un lado y dejar pasar al resto de los coches.


En fin, que hicimos la primera parte del camino hasta Te Anau, el último pueblo antes de Milford Sound. Desde allí no hay nada. Ni gasolineras, ni tiendas, ni casas, ni un mísero bar de carretera. NADA. Así que paramos en Te Anau a comer.

Paramos una hora y media para comer ciervo y algo de ternera en un bar. Eso y el trozo de pastel de limón y merengue más grande que he visto en mi vida. Desde allí comenzaba la carretera que se iba poniendo más y más bonita. Primero se abrió a un valle lleno de matorrales cubiertos de flores amarillas. Después seguimos un río rodeado de flores moradas que llevaba a las montañas.



La carretera serpenteaba por las montañas entre cascadas, ríos, arroyos y bosques cubiertos de musgo. Paramos varias veces por el camino para hacer fotos y tratar de ver más keas que son un símbolo de la zona. Antes justo de llegar al fiordo, se cruza un túnel excavado a pico, hace ya muchos muchos años, y que parece descender a las profundidades.

Llegamos a Milford algo tarde ya, así que hicimos la foto de rigor en el fiordo y nos fuimos a nuestro alojamiento del día, Milford Sound Lodge.


Éste tiene una zona que es camping para caravanas y tiene también cabañitas. Es nuestra primera noche en un camping con toma eléctrica, se nos hace hasta raro. La plaza de aparcamiento está rodeada de árboles altísimos. Cenamos en la caravana y nos dimos una larga ducha en las duchas del camping antes de irnos a la cama.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Nueva Zelanda en caravana - Blue Pond, Wanaka y Raspberry Flat

Vaya vista nada más despertarnos, la niebla que se levantó al amanecer había desaparecido completamente a las nueve de la mañana. Ha sido increíble poder dormir aquí y poder disfrutar de las estrellas.

Desayunamos algo rápidito y seguimos camino. Primera parada: Blue Pond.


Blue Pond es otro de esos pit stops en el camino que te encuentras y en los que hay bastante gente. La verdad es que lo que vemos en NZ es como en todos lados. Donde hay que hacer esfuerzo para ver las cosas: meterse por una carretera mala, andar más de 500m, desviarse del camino habitual... hay poca gente. En cuanto es sencillo, no es que esto esté a rebosar, pero sí hay bastante gente. Blue Pond es de esos sitios en los que con una caminata suave de 15 minutos estás en un maravilloso lugar. Está en la carretera principal y el parking es grande. Así que sí, había bastante gente pero sin agobiar. Caminamos ese rato para llegar a un lugar donde se cruza un arroyo con el río Haas formando un remanso donde el agua es muy azul. Sobre él, un puente colgante.









Nos pasamos un buen rato jugando otra vez con las piedras. Cuando yo era pequeño jugaba con mi padre en el río a lanzar piedras planas para ver cuantas veces éramos capaces de hacerlas rebotar en el agua. Acabamos cuatro o cinco personas allí tratando de hacerlo mejor que los demás y fue muy divertido. Cuando Cloe sea algo mayor me encargaré de que ella aprenda también.


De Blue Ponds nos fuimos a Wanaka. Wanaka es famosa por su lago, rodeado de montañas.





Es una preciosidad de lago, la verdad. Aparcamos el coche en el paseo y nos fuimos a comer. Los de Wilderness nos llamaron y nos mandaron a unos chicos a arreglar la tubería. Comimos en un bar disfrutando de las vistas y de la cerveza local. Al poco de acabar de comer dejé a Cloe y a Bea de compras por el pueblo mientras yo acompañaba a los mecánicos a arreglar la tubería, que arreglaron en una patada.



Cuando acabamos dijimos: ¿a dónde vamos? Eran ya las cuatro de la tarde, algo tarde para hacer una ruta larga. Las más populares no me atraían, así que me dije: sigamos la carretera que rodea el lago y a ver que encontramos.





Y encontramos, vaya si encontramos. Encontramos una carretera de grava que recorrimos durante 25 km.

Por la grava. Teniendo que vadear nueve arroyos por el camino. Esquivando ganado suelto. Eso sí, en el medio de la nada, encontramos un puesto de helados de la única granja que vimos, que disfrutamos junto a unas ovejas.







Al final del camino, un aparcamiento rodeado de unas de las montañas más bonitas que hayamos visto jamás. Y un sendero. A seguirlo! Era ya algo tarde, pero una hora de caminata no nos la quitaba nadie. Lo justo para seguir el río hasta el puente colgante que lo cruzaba y ver que ese camino lleva al glaciar Rob Roy. Una pena, si hubiéramos tenido un par de horas más o tres hubiéramos ido a verlo. Nos los guardamos para el siguiente viaje. Eso sí, disfrutamos del paisaje como nunca.












Volvimos ya comenzando a anochecer hasta nuestra zona de dormir de hoy. Esta noche dormimos en el aparcamiento del hotel Cardrona, un hotel histórico. Este hotel alquila sitio en su parking para poder aparcar tu autocaravana ahí por un módico precio. Y aquí cenamos en la caravana, porque el restaurante ya está cerrado y nos ponemos a escribir este blog, que debíamos la entrada de ayer.

Nueva Zelanda en caravana - Monro Beach y Hass Pass

Dormimos bastante bien esta noche otra vez. Nada más levantarnos, una buena ducha en el camping donde uno no tiene que preocuparse de que se acabe el depósito de agua. Desayunamos en la caravana antes de partir hacia nuestro primer objetivo de hoy, el glaciar Fox. Paramos antes de dirigirnos al glaciar en una tienda de ultramarinos (aquí las llaman general store) en el pueblo anterior. Los pueblos en Nueva Zelanda son clavados al típico pueblo americano de las películas, eso sí, con menos banderas.

Cuando nos dirigíamos al glaciar, nuestro gozo en un pozo. Carretera cortada. Seguimos unos metros y vemos otra carretera en dirección a un punto desde el que ver el glaciar. Otra vez decepcionados tras ver un cartel que decía que no se podía ir en autocaravana. Cagoen... Siguiente objetivo, ponemos en el GPS el lago Matteson. De repente nos damos cuenta que hay que volver hacia atrás. Amigo mío, se pueden hacer muchas cosas, pero nunca, nunca, volvemos hacia atrás. El lago Matteson tenía muy buena pinta porque en las guías lo ponen como un destino con unas vistas muy chulas, pero nada, ahí se queda para el próximo viaje.



Así que nos pusimos a hacer km camino de nuestro siguiente posible destino: Monro beach. La playa es "famosa" porque a veces se pueden ver pingüinos de una especie bastante complicada de ver. Aparcamos la caravana y nos llevamos algo de comer para la playa. Para llegar a ella hay que andar 2,5 km por una senda que recorre un bosque autóctono, con grandes helechos y muchísimo musgo. A todos nos gustó mucho el paseo y disfrutamos mucho de los puentes colgantes. Y de las libélulas.







La playa estaba casi vacía y Cloe y Bea se lo pasaron genial buscando conchas y piedras para sus colecciones. Estuvimos un buen rato dando vueltas por la playa, haciendo fotos y tratando de ver pingüinos. Desafortunadamente no fuimos capaces de ver ninguno. Un guarda del parque nos dijo que se habían visto unas ballenas por la zona, pero nada, tampoco pudimos verlas. A pesar de ello, la verdad es que fue una tarde maravillosa y nos lo pasamos como enanos.






Volvimos a la autocaravana y seguimos camino hacia el sur. Aún nos quedaba un trecho hasta la zona de Wanaka, nuestro siguiente destino. Paramos por el camino a hacer varias fotos de la costa, que era espectacular.



También paramos a solventar las necesidades básicas de la caravana, llenar y vaciar depósitos. Al vaciar el de aguas grises nos dimos cuenta de que la tubería de desagüe se había roto. Nada serio de que preocuparse, les enviamos un correo a Wilderness y ya se ocuparán de ello.

Empezamos a ascender el paso de Haas. Es el paso más al sur de los tres pasos que hay en las montañas de los Alpes Neozelandeses. El paisaje es sobrecogedor y nos dedicamos a subir y subir, siguiendo el río Haas.





Paramos por el camino en plan pit stop a ver una cascada. Hay millones en este país, pero siempre son hermosas.


Seguíamos subiendo cuando vimos un sitio donde parar: Cameron flats. Es una zona de acampada del departamento de conservación. No son gratis. Hay una caja con unas bolsas zip rellenas de formularios. Lo cubres, te llevas el resguardo y dejas el formulario con el dinero en la bolsa dentro de un buzón. 8 NZD por adulto y 4 por niño. A cambio suelen tener mesas de merendero y váteres públicos. Así que allí nos quedamos, en medio de la más absoluta nada. No hay ni una casa, ni un bar, nada en tooodo el paso de Haas, que son 90 km. Nada. Cero cobertura. Hice unas salchichas para cenar y esperamos a que llegara la noche mientras veíamos anochecer y los cambios de luz en las montañas.




En NZ taaaaarda mucho en hacerse de noche. Ahora estamos a costumbrados a Singapur, que parece un interruptor. Aquí se pone el sol y tarda más de una hora en hacerse de noche en esta eṕoca del año. Pero es que el sol se puso a eso de las nueve y no hubo oscuridad total en el cielo hasta las once. Y como no hay nada de contaminación lumínica, solo con la luz de las estrellas se ve bastante. Nunca en mi vida había visto un cielo así y es una maravilla poder dormir en un sitio tan bonito.