domingo, 15 de mayo de 2016

Al otro lado del mundo: Día 10 - Shinjuku y Roppongi

Último día completo en Tokio. Mañana nos vamos a Kioto en tren y hoy era el último día que íbamos a pasar en esta alucinante ciudad llena de marcianadas. Hoy el día estaba más fresco que estos últimos, pero seguíamos estando con una temperatura agradable. Bajamos a coger el tren y nos plantamos en Shinjuku. Hoy queríamos subir a algún mirador (pena de no poder subir a nuestra azotea, que son 60 pisos y nos valía). El típico y barato es subir al ayuntamiento (es gratis) pero como es domingo está cerrado. Decidimos pasar la mañana por los alrededores de la estación de tren, que está repleto de edificios modernos muy chulos y mucho ambiente de compras por la calle. Muchas de las calles están cortadas al tráfico. Hay una cosa que es cierta en Tokio, y es que hacer cosas el fin de semana se vuelve más complicado que por semana. No es como otras ciudades que dices "voy a pillar uno y si puedo dos fines de semana porque hay tal o cual mercadillo o actividad". No lo hagais en Tokio, no es que se vuelva imposible, pero todo lleva más tiempo y a veces haya tal cantidad de gente que agobia. Pues nada, nos quedamos dando vueltas por la zona.



Paramos todos en una tienda de todo a 100... yens. Mi ma, alucinamos con la calidad de las cosas que había dentro en la tienda. Cargamos con pequeñas cosas que en otras tiendas, con calidad similar, cuestan 4 o 5 veces más. Entramos en un Book Off de nuevo y Bea se pasó media mañana haciendo compras en un Uniqlo, una cadena de ropa japonesa de precios estilo Zara. Es curioso lo de esta cadena porque en Londres tiene tiendas pero debe tener la centésima parte de lo que tiene en Japón, y no exagero.

En fin, que terminamos comiendo frente al Uniqlo en un sitio llamado Lion's Club que tenía varios pisos cada uno con un estilo. Elegimos uno japonés y comimos caballa ahumada, calamar seco a la parrilla, un poco de pollo frito, unos tallarines y una tempura. La cosa salió por unos 45€.

Salimos del restaurante con intención de llevar a Cloe a unos jardines de la zona, el Shinjuku Gyoen National Park. Por el camino paramos a coger postre y a hacer unas compras urgentes (Chema ya andaba sin sitio en la maleta y necesitaba otra a la orden de ya). Cuando llegamos a los jardines... cerrados. Mira que fue raro, porque una cosa es cerrarlos y otra que cierren a las cuatro y media, vaya horas. En fin, que nos quedamos sin jardines. Decidimos irnos pues a Roppongi, para ir al mirador de la torre Mori en Roppongi Hills, un centro comercial/zona residencial muy moderna de la ciudad.


Llegamos en metro y nos dirigimos al observatorio. En la planta 52 vimos por primera vez la ciudad desde las alturas. Impresiona. No hay nada más que edificios en todo lo que alcanza la vista (y alcanza mucho). Vamos identificando lo que es cada cosa, que poco a poco vamos conociendo la ciudad.


En la sala de observación, una exposición de Sailor Moon, un anime que también se emitió en España hace años y que en Japón es ultra popular. Echamos un ojo a la exposición y subimos a la cubierta del edificio, para ver las vistas sin un cristal por delante. La vista era mejor todavía, pero hacía bastante viento frío.



Dada la escasez de parques infantiles en la ciudad, queríamos impepinablemente llevar a Cloe al parque infantil que hay cerca de Roppongi Hills, el Robot Park. No es que fuera el parque más espectacular del mundo, pero dado que no hay casi ninguno, este nos pareció la bomba. Eran simplemente una pasarela con unos 8 toboganes, un tobogán larguísimo hecho con un mogollón de barras metalicas con rodamientos y unos robots con muelles por debajo. Poca cosa pero la niña se lo pasa teta y nosotros también bajando por el tobogán, que se baja a toooda leche por él. Decidimos quedarnos a cenar en Roppongi Hills y acertamos.


Fuimos a un restaurante chino muy chulo llamado Blue Lilly. Mi ma, acertamos de pleno. Unos dim sum deliciosos, una carne de cerdo con arroz y salsa que era mmmm (la carne era panceta pura), Bea se tomó una carne de ternera brutal y cayéron también unos tallarines salteados. Lo único flojo del conjunto fueron los rollitos de pasta de marisco, que no eran nada especial y menos para lo caros que eran. Por lo demás, un lujazo de cena. Nos vamos de vuelta a casa a cerrar las maletas dando un pequeño paseo hasta la estación y disfrutando de una noche agradable en una ciudad que nos ha gustado muy mucho.

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