sábado, 14 de mayo de 2016

Al otro lado del mundo: Día 9 - Asakusa y Akihabara (y 3)

Hoy nos levantamos un poco más tarde para poder recuperar fuerzas. Llevamos varios días madrugando para poder ir de excursión y hoy decidimos que había que dormir un rato. Hoy hace 23º aunque la sensación térmica es superior debido a la humedad. Nuestro objetivo hoy es un locurón, nos vamos al mayor festival que se hace en el templo Senso-ji en Asakusa, el Sanja Matsuri. Tenemos una estación de metro muy cerquita que nos deja muy pegados al templo, y ahí vamos. Eso sí, no vamos solos, el tren va a reventar de gente que se baja allí. La estación está muy ordenada, con líneas en el suelo que marcan que ancho del pasillo se puede ocupar para ir a una dirección y que parte para otra. Así que vamos en manada hacia las calles que llevan al templo.

Allí lo primero que vemos es que el gran farol que adorna el torii de entrada está recogido.



Como es de papel lo pliegan. Las calles que llevan al templo tienen puestos permanentes que hoy están a reventar. Empezamos a curiosear en ellas. Muchas tiendas de artesanía, de souvenirs, muchas pastelerías... Paramos en la primera y me tomo un dorayaki de helado de te verde y pasta de judías. Cloe y Bea disfrutan de un par de helados.


Todo tiene muuuuy buena pinta. De repente, vemos a lo lejos un pequeño altar que se acerca a saltitos. Espera, no viene uno, ¡vienen muchos! La policía abre paso en la atestada calle echando a la gente hacia los lados. En procesión vienen oleadas sucesivas de pasos. Delante de ellos viene gente ataviada a modo tradicional, que va por colores como si fueran cofradías. Cada cierto tiempo un carromato con gente tocando tambores y flautas y algún que otro altar pequeñito llevado por niños.



Cada vez que acarrean un altar van llevándolo de un lado al otro de la calle, subiéndolo y bajándolo mientras gritan "Asa-kusa, Asa-kusa, Asa-kusa". De vez en cuando paran y sujetan el altar sólo con los hombros mientras levantan los brazos en alto y gritan. El ambiente es festivo y la gente se lo pasa bomba y acompañan el ritmo con palmas.
Nos lo pasamos muy bien viendo pasar los templos portátiles. Seguimos hacia el tempo y es completamente imposible entrar, está atestado. Nos dedicamos a pasear por los alrededores que están llenos de puestos de comida.


Necesitamos sentarnos así que buscamos alejarnos un poco. Los alrededores del templo están dominados por la gente de las cofradías, que bebe animadamente o incluso se montan una mesa en plena calle y se dedican a comer y beber allí. Este festival es una romería en toda regla.


Tras unas cuantas vueltas terminamos en un sitio de ramen de cerdo. La comida estaba deliciosa, pero era colesterol en vena. Básicamente casi todos comimos un caldo de cerdo que sabía como a lacón. Por encima nos pusieron unos trozos que básicamente era panceta enrollada curada, unas pocas espinacas, alga nori y fideos. Bea y yo pedimos unasa gyozas para que la niña las comiera. El arroz... era gratis. así, como suena. Había una arrocera a la entrada y sírvase usted mismo.

Salimos de allí con intención de hacer una visita rápida a Akihabara. La idea era hacer algo que aún no habíamos tenido tiempo de hacer: ir a una sala de recreativas. El problema que tenemos es que a partir de las seis la niña no puede entrar en las salas, nos enteramos cuando intentamos entrar el otro día. Siempre he sido fan de los videojuegos y los salones recreativos es algo que se ha perdido y que a los nostálgicos nos da pena. Quizás es porque fue parte de nuestra infancia y era una forma de socializar. Recordamos con nostalgia aquellas partidas al Street Figher 2 en las que uno se ponía a jugar y escuchaba un "¿puedo entrar?" mientras alguien dejaba una moneda de 25 pesetas en la máquina. Sabías que si perdías estabas fuera así que la presión era máxima. Siempre había gente viendo como jugabas y de ahí salían conversaciones de como pasar tal o cual juego o charlas con gente desconocida. Japón es de los pocos (si no el único) país del mundo en el que los salones recreativos siguen vigentes, y a lo grande. Así que  había aque ir y Akihabara es la meca de todo eso. Entramos en uno de Sega cerca de la estación y nos pusimos a jugar a juegos musicales. Marcos y yo nos pusimos luego a echar un Initial D, un juego de coches de una serie de anime. Salimos de allí y nos dirigimos a dar una mini vuelta por el barrio antes de ir a ver a la sala de máquinas de Taito. Allí nos turnamos ya, porque Cloe estaba durmiendo. La estrella de la sala fue, sin duda, la recreativa nueva de Star Wars, en una cabina con una pantalla gigante que cubría todo tu campo de visión.


Pensábamos hacer más cosas que quedarnos por Akihabara pero fue imposible. Teníamos que ir a buscar un par de cosas y cubrir algunos encargos y se nos hizo tardísimo. El tiempo no llega a nada en esta ciudad. Nos fuimos a cenar a un sitio aleatorio, como siempre. Terminamos en una tercera planta de un edificio, cerca de la estación. Allí, en un reservado, encargando la comida con una tablet en japonés, pedimos unas cuantas cosas para probar. Un pescado a la parrilla (resultó ser sardina), otro sin identificar, calamar, yakitori variados de pollo (uno resultó ser de piel y otro de hígado), sashimi, una especie de croquetas raras y un surtido de salchichas (que terminaron siendo unas vulgares salchichas occidentales). La cosa salió por unos 65€ los 5. De allí ya volvimos para casa, no sin hacer otra compra para el desayuno, como casi cada día, en el combini de al lado del apartamento,

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