domingo, 29 de junio de 2014

Destination Nowhere: Día 9: El Valais

Nos levantamos con espectativas de buen tiempo aunque había previsiones de tormenta. Desayunamos con calma llenándonos la panza para partir sin hambre hacia el Valais, un valle enorme de Suiza que nos quedaba por ver. Hoy el tiempo alternaba nubes y claros, con una temperatura agradable y que permite estar en camiseta. Realmente no me he puesto nada más que camisetas hasta ahora, espero que siga la racha. Nos despedimos de los dueños del hotel con mucha pena al tener que partir ya y con Cloe haciendo de las suyas repartiendo besos a diestro y siniestro.

Decidimos ir hacia el Valais por una carretera de montaña que pasa por delante del Glacier 3000, una estación de esquí muy conocida en Suiza.
De hecho es una de las pocas en las que se puede esquiar todo el año, pero se hace sobre un glaciar en verano y no creo que sea lo mejor... En fin, que nos echamos una hora y media larga entre montañas, viendo la nieve cerca pero sin poder tocarla, hasta llegar al Valais. El cantón está enclavado en un muy ancho valle rodeado a ambos lados por cadenas montañosas prácticamente infranqueables.
De hecho para llegar a él o se entra por los extremos o hay que cruzar metiendo el coche en un tren que atraviesa las montañas por un túnel. En estas montañas hay varios picos de más de 4000 metros, con lo que os podéis imaginar como es la cosa. A los lados del valle en las montañas hay pequeños pueblos y multitud de estaciones de esquí. En el valle hay varios pueblos importantes, pequeñas ciudades digamos, con monumentos que delatan su importancia histórica, sobre todo castillos y fortificaciones que guardaban el paso. Siendo una zona bonita, hemos de decir que la primera impresión no fue la mejor. Es una zona chula, sí, pero para nosotros no está en el top de Suiza. El área de Interlaken y sus pasos de montaña, Saanenland con sus montañas cubiertas de verdes pastos, cascadas y árboles o la zona de Davos, con sus pasos de montañas agrestes rodeados de glaciares superan a nuestro parecer a esta zona, al menos como zona en la que pasar unos días en verano. Quizás en invierno sea una zona muy buena para esquiar, pero en verano si venís pocos días a Suiza os recomendaría otras zonas.

En fin, que la primera parada fue la ciudad de Sion, famosa por conspiranoias varias. Hoy era domingo y decir que la ciudad estaba muerta era quedarse corto.
Es una pena porque el casco histórico, pequeño pero bonito, lleno de vida daría otra impresión. Muy muy poca gente por la calle y todo cerrado, incluyendo la mayor parte de los sitios donde comer. Dejamos el coche y caminamos hacia los dos castillos que dominan la ciudad, uno al lado del otro. Decidimos subir por las calles que dan hacia ellos, con unas cuestas muy empinadas, empujando el carrito a turnos.
Una vez en la explanada que da a ambos castillos, decidimos dejar el carrito en ella y subir con Cloe en brazos al Chateau de Valére. Una de las cosas buenas que tiene Suiza es que generalmente no tienes que preocuparte por tus pertenencias. Uno deja el carrito en una explanada, se va un par de horas y al volver sigue allí como si nada.
Así que comenzamos la ascensión y, cuando estábamos llegando a la puerta y estábamos delante del museo aledaño, comenzó un chaparrón. Había previsiones de tiempo tormentosos, así que no nos cogió del todo de sorpresa, pero nos dejó procupados porque el coche estaba algo lejos y el carrito abajo, a la intemperie.

No duró nada, pero decidimos ya no entrar al castillo y bajar a por el carrito y a comer algo. Tras buscar un rato terminamos en una cafetería/pastelería/un poco de todo llamada Zemhäuser. Allí paramos a sentarnos para poder darle el potito a Cloe. Bea tomó un sandwich de salmón ahumado y yo un helado, ya que no tenía mucha hambre y estaba goloso.

Salimos sin un plan de Sion y decidimos ir a Leukerbad, un pueblo balneario de montaña. Cuando llegamos no habaía mucho ambiente por el pueblo, pero el balneario estaba a reventar de gente bañándose en sus piscinas al aire libre climatizadas por el agua termal.

Decidimos no parar mucho y simplemente disfrutar de las vistas del pueblo y del camino, porque Cloe es demasiado pequeña para meterla en un balneario.

De ahí nos fuimos camino del hotel, en las afueras de Sierre, otra pequeña ciudad cercana. Como llegábamos algo pronto decidimos subir a Crans-Montana, una estación de esquí cercana enorme. Es una de las más famosas de Suiza y en verano como no tienes dónde esquiar se convierte en un paraiso de los golfistas en los alpes. Subimos y como se puso a llover un buen chaparrón, no paramos. El pueblo/estación es un sitio enorme, lleno de hoteles, con discotecas, bares, tiendas de deportes, tiendas de lujo... Una barbaridad lo enorme que es. Lloviendo a mares llegamos al hotel, un pequeño Bed & Breakfast llamado Aux Bons Matins De Capella. Llegamos y la dueña nos estaba esperando. Teníamos el hotel para nosotros solos, lo cual disfrutamos dándole la merienda a Cloe en la sala de desayunos mientras Bea y yo tomábamos un poco de fruta fresca y una infusión, todo cortesía de la casa, Cuando recuperamos fuerzas decidimos bajar a cenar a un sitio que tenía localizado en la zona desde... ¡el 2007! Hace ya unos años leía un blog ya muerto llamado FxCuisine. Os recomiendo que os leaís los artículos del blog porque es increíble, Pues bien, dedicó un artículo al sitio que según él hace la mejor raclette del mundo, el Chateau de Villa, en Sierre.
 
El Chateau de Villa es una fundación sin ánimo de lucro que trata de proteger y conservar las tradiciones y legado cultural y gastronómico del Valais. Bajamos los tres a cenar y nos dieron una mesa apartada para no molestar con los pequeños berridos de Cloe a los demás. Nos pareció estupendo, porque a nosotros también nos jorobaría. Pedimos lo que había que pedir, dos raclettes con un entrante de embutidos de la zona, servidos con pan con nueces y mantequilla. Los embutidos eran increibles. A nosotros nos encanta un fiambre suizo llamado viande des Grissons o viande sechee, depende de la zona. En estos fiambres había el viande sechee más increíble que hubiéramos probado nunca. La raclette estaba compuesta por cinco quesos distintos, que el cocinero nos iba situando en el mapa. La raclette, para los que no la conozcáis, consiste en platos de queso fundido con un parte churruscadita y acompañados de patatas cocidas, pepinillos y cebollitas. Sólo decir que el queso era superior a todos los quesos fundidos que hubiéramos comido nunca. Para terminar me tomñe un flan de los mejores que he comido nunca, no se si era por la calidad de la leche, los huevos o ambos, pero fue alucinante. Bea no pudo tomar nada más, pero quedarse con el sabor del queso delicioso churruscadito no fué un truma que digamos.

Cansados, llenos y satisfechos nos fuimos los tres para cama y mañana nos vamos, con algo de pena, de Suiza.

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