sábado, 28 de septiembre de 2013

Tres en la carretera. Día 8. Lyon

Como ayer disfrutamos mucho de nuestra estancia en el castillo decidimos prolongarla un día más e ir a pasar el día a Lyon. Nos levantamos con fuerzas y fuimos a desayunar. Aprovechamos para despedirnos de nuestros recientes amigos y para conocer a otra pareja, en este caso eslovaca, con la que estuvimos desayunando. Al terminar cogimos el coche y nos fuimos a Lyon.

Lyon es la tercera ciudad más poblada de Francia. Son algo más de dos millones de habitantes y el tráfico de las autopistas que se dirigen a ella es bastante agobiante ya que es muy denso. Lyon es un nudo que recibe a la gente que baja desde Alemania y Suiza hacia el mediterráneo y el atlántico. Ya habíamos estado en la ciudad, pero como en muchas ocasiones en nuestros viajes había sido algo muy rápido y queríamos estar un día entero para disfrutarla de veras. Así que aparcamos en la plaza Bellecour, que es el núcleo de la ciudad, y nos fuimos a pasear.

Por Lyon pasan dos ríos muy importantes, el Ródano y el Saona. La parte interesante de la ciudad está entre ambos ríos y en la orilla exterior del Saona. Nos dirigimos primero a la orilla del Ródano a pasear. De ahí nos fuimos a recorrer la principal arteria comercial peatonal, la calle Victor Hugo, hasta la plaza Carnot. En la plaza Bea dio de comer a Cloe y despues nosotros nos pusimos a comer en una terraza. El tiempo hoy es calor y más calor. Disfrutamos de una comida a la sombra, unos mejillones con patatas fritas a lo belga y una ensalada césar. También nos cercioramos de que en Francia en general el servicio en restaurantes y cafeterias es muy desorganizado. Los camareros no son capaces de atender a varias peticiones a la vez con lo que una mesa pide algo, atienden esa petición, y vuelven a otra mesa a hacer lo mismo. Cuando para atender una mesa tienes que cruzar la calle para ir al restaurante, la cosa no funciona muy bien, así que tardamos un buen rato en comer. Cuando acabamos, seguimos con el paseo.

Recorrimos esta vez la zona central hacia el otro lado. Callejeamos hacia el ayuntamiento, el museo de bellas artes y la ópera. La zona comercial se convirtió en un conjunto de boutiques muy caras que poco nos interesan, pero nos dedicamos a pasear y curiosear la pinta de los lioneses, muy estirados ellos y muy arregladas ellas. De ahí dimos la vuelta en dirección de nuevo a la plaza Bellecour, parando a tomar unas zumos naturales para coger fuerzas. Cruzamos entonces el río Saona y nos dirigimos hacia la catedral. Por el camino vimos que había un funicular para subir hasta la basílica de nuestra señora de Fouvieré. La basílica domina Lyon desde lo alto, asomando entre los árboles.

Subimos en el funicular con carrito y todo. Cloe se lo pasó muy bien en su primera expericiencia y, como todo el viaje, estuvo camelando al que se le pusiera a tiro. Tiene esa facilidad de sonreirle a todo el que se le acerca que hace que entablemos conversaciones con la gente. Hay que decir en honor a los lioneses que aunque tengan esa pinta de estirados, la gente con la que nos encontramos ha sido muy educada y siempre que nos han visto con la niña nos ha cedido el asiento. Subimos pues a la basílica y nos quedamos un rato viendo Lyon en su inmensidad desde lo alto. Nos quedamos flipando con que dejasen hacer un rascacielos a la cadena de hoteles Radison que queda fatal en plena ciudad. Tras disfrutar de las vistas entramos en la basílica y nos encantó. Está llena de mosaicos preciosos en el suelo y las paredes y el techo está pintado en su totalidad. El conjunto es magnífico. El exterior también es un diseño único y especial que la hace especialmente reconocible. Muy recomendable.

Tras bajar en el funicular seguimos recorriendo la orilla del Saona. Cuando uno se va acercando a la catedral se encuentra con que la calle empedrada se llena de sitios donde comer. A un lado y a otro aparecen terrazas y restaurantes típicos lioneses, los Bouchon. Tras pensarnoslo mucho decidimos cenar en uno.  La cocina lionesa es especialmente conocida por su uso de casquería y a mi hay un plato que me encanta, la Anduillete con salsa de mostaza. Es una salchicha pero el interior tiene trozos (no está picada) al estilo del botillo. Y el principal ingrediente del interior son las tripas de cerdo. Así que me comí una de esas, acompañada de patatas y verduras a la plancha mientras Bea comía una sana pechuga de pollo a la plancha. Lo curioso de la cena es que cuando llegamos pedimos una mesa fuera pero nos la daban dentro. Así que nos dijimos que nanai y nos fuimos. Cuando estábamos buscando otro local apareció la dueña corriendo para decirnos que se había ido otra pareja y que nos podían poner fuera. Al final la señora era muy maja y estuvo jugando un rato con Cloe, que estaba bien agusto con ella. Tras cenar, Bea compensó lo del pollo con una crepe de chocolate mientras yo llevaba a Cloe en brazos y disfrutábamos de una noche con muy poco viento y 24 grados de temperatura a eso de las nueve. De ahí ya fuimos al coche para volver al hotel y descansar para mañana.

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