Este año nos quedamos medianamente cerca en Semana Santa, y nos fuimos con Buyo y Rosa a Potes, en el interior de Cantabria. Conseguimos salir por la mañana a eso de las 10:30 y tiramos millas por el norte. En el camino vimos muchísimo tráfico hacia Galicia, con muchos atascos. ¡Llegamos a pensar que nos estábamos perdiendo algo! En nuestro sentido había tráfico pero era fluído, ir en "caravana" a 90 Km/h no es demasiado coñazo. Antes de entrar hacia el interior nos quedamos a comer en San Vicente de la Barquera, dónde paseamos un rato y picamos en una sidrería unas anchoas, unos calamares y unas patatitas, no sin antes dejar el coche en el quinto culo ya que estaba a reventar de turistas. El pueblo no es gran cosa, pero la bahía es muy bonita.
Nada más salir de San Vicente después del paseillo la carretera cambia repentinamente al acercarse al interior, dónde se estrecha y se mete en un desfiladero. Allí la carretera va pegadita al río y a las rocas del borde, habiendo varios puentes por donde no caben dos noches a la vez. Al cabo de 30 Km de repente se abre en un valle rodeado de montañas a cada cual más alta, y en el centro del valle se encuentra Potes. La casa rural a la que íbamos, El Corcal de Liébana, estaba en Tama, muy cerquita. Entramos en la casa y la verdad, las fotos no engañaban. Es muy nueva y las habitaciones están muy cuidadas y se ve el cariño puesto en la decoración. Las dos que cogimos tenían balcón (bueno, la de ellos tenía tres balcones) con una mesa de madera y dos sillas para sentarse a disfrutar del solete (o más bien estos días, de la rasca que hacía). Dejamos las cosas y nos fuimos a Potes.
Potes es un pueblecito de casas de piedra y lleno de tiendas para esquilmar a los turistas. Eso sí, las tiendas están llenas de productos locales que merecen mucho la pena, aquí los souvenirs son, como norma general, cosas de comer muy sabrosas. Sobaos locales (que maravilla, nada que ver con los que compras en un super aquí), galletas diversas, embutidos, quesos, garbanzos... Dimos una vuelta y nos fuimos a cenar prontito, que al día siguiente tocaba ir de paseo por ahí. Acabamos en un restaurante comiendo unas croquetillas, un pastel de atún y queso picón (un queso azul suave que hacen en las cuevas de la zona, la versión cántabra del cabrales) y de segundo yo cometí el fallo de comer lengua de ternera, que estab regada de tomate frito solís. Buyo y Bea tomaron un solomillo de cerdo metido en un hojaldre con queso y bacon, que estaba muy tico. Rosa le dió a una trucha.
Acabamos de cenra y dimos otra pequeña vuelta antes de volver a la casa. Al llegar nos dedicamos a buscar en internet información sobre que hacer al día siguiente, y decidimos hacer la compra por internet de las entradas de la cueva del Soplao, viendo que había muy pocas disponibles. A la una estábamos en la cama, dispuestos a caminar el día siguiente.
La ruta, facililla, aquí.
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