Conseguimos el sábado levantarnos a desayunar pronto y llegar a tiempo a la ruta guiada por el valle de Bedoya. La nieve había bajado algo mása y el tiempo era similar al día anterior. A la entrada del pueblo desde el que se comenzaba la ruta nos encontramos con las dos guías y con un señor de Bilbao muy majo. Con las guías iba una niña muy simpática que se hizo la ruta sin protestar nada. Aparecieron justo antes de salir un señor que se paraba a mirar cada brizna de hierba que salía en las orillas y que enlentencía un poco la caminata y dos chicos que parecían que no sabían muy bien donde se metían yendo por un monte lleno de barro con deportivas blancas. Estuvimos cuatro horas de caminata monte arriba monte abajo, viendo muy buenas vistas desde justo enfrente de por donde habíamos estado el día anterior.
Por el camino vimos un corzo a unos 100-150 metros, que en cuanto nos vio, se nos quedó mirando unos segundos y escapó. Vimos también a un pájaro carpintero, y los oímos unas cuantas veces más.
Nos cruzamos con unos señores del pueblo muy majos, que nos echaron una mano con un caballo con muy mala hostia que se había adueñado del camino. Bea trató de hacerse amigo de ella con una manzana, pero no consiguió convencerlo. Acabamos la ruta con barro hasta la rodilla y nos fuimos a la casa a comer en el restaurante que tienen los dueños al lado. Nos cambiamos y comimos, tenían todos antojo de cocido lebaniego, así que lo cumplieron. La verdad es que no se da mucho la innovación culinaria por esta zona, en casi todos los restaurantes hay cordero, cocido lebaniego, rabas de calamar, puntillas de calamar, bocarte, anchoas, chuleta, entrecot, solomillo y algún que otro pescado, casi siempre a la plancha. Eso sí, la calidad de los ingredientes suele ser muy muy buena. Comieron los demás el cocido y yo me zampé un trozo de pierna de cordero muy rico. El cocido lebaniego consiste en una sopa y un segundo plato con garbanzos castellanos más pequeños y que quedan muy tiernos, repollo y un poco de carne de ternera, chorizo y una masa de huevo, miga y panceta. Después la opípara comida partimos a ver un par de monumentos religiosos de la zona.
En teoría íbamos a ver el monasterio de Santo Toribio de Liébana, pero como soy un poco choco miré mal en casa y partimos en direcció a otroa iglesia mítica de la zona, Santa María de Lebeña, que es una iglesia mozárabe muy maja, y aunque no la hemos visto por dentro, por fuera no merece quedarse mucho tiempo.
Dimos la vuelta y nos dirigimos al monasterio, famoso porque tiene una cruz que se supone contiene un pedazo de la cruz donde se crucificó a cristo. Dicen que si se juntan todos los supestos trozos de la cruz tendría que ser grande como un mundo, pero allá cada cual con sus creencias. El monasterio a nivel arquitectura exterior me pareció bastante normalito. El claustro era muy muy cutre, pero la iglesia por dentro era maja. Había un sitio por el que pasabas y te dejaban tocar el trozo de madera y había un monje que la limpiaba tras cada persona que la tocaba. A continuación otro te daba una estampita. Todo muy sórdido. Arrancamos hacia Fuente De sin mucha convicción de poder subir porque las nubes estaban muy bajas y pensamos que habría mucha niebla. De hecho nos habíamos dejado las botas y los pantalones de monte secando en la casa.
Tras casi veinte km llegamos a Fuente De. Para los que no lo conozcáis es un mirador, que es un borde del parque nacional de los picos de europa, al que se puede subir en un teleférico que sube un desnivel , a pico, de ochocientos metros. Al llegar nos pareció que había mucha niebla arriba pero al poco despejo, además desde la taquilla se veía una webcam arriba en la que se veía despejado. Así pues, tras pagar 14€ por el viaje ida y vuelta del funicular, escuchar una advertencia de que arriba hacía mucho frío y de que teníamos que esperar 35 minutos para subir, ascendimos, superando todos nuestros miedos a estar a 800 m colgando. Arriba, el paraiso.
Unas vistas acojonantes y nieve que en algunas zonas nos llegaba a la rodilla. Hicimos el cafre en la nieve lo que quisimos y más. Nos tiramos bolas de nieve, corrimos, y para mayor cafrada Bea y yo bajamos una pendiente. Yo a rolos y Bea usando mi funda de la mochila de la cámara bajo el culo.
Tras hacer mil fotos y pasar un par de horas bajamos ya de vuelta. Buscamos dónde cenar y, recordando algún sitio que me había contado Roberto, acabamos reservando sitio apra cenar en un mesón al borde de la carretera cerca de Potes. Volvimos antes a la casa para que Buyo se cambiase las deportivas que había subido a la nieve y que tenía encharcadas. Antes de cenar volvimos a Potes a hacer compras de "recuerdos". Cayeron unas cuantas quesadas, unos sobaos, unos garbanzos... Todo comida, por supuesto.
La cena, cojonuda la verdad. Croquetas caseras ricas de entrante, Bea se tomó un solomillo de ternera, Buyo y yo lomo de cerdo adobado con queso y manzana rebozado y Rosa huevos con chorizo y patatas. De postre una tarta de manzana brutal y bea una mousse de chocolate con mucho sabor. Ademása, tirado de precio, que maravilla! Nos fuimos a la casa y nos echamos una partidilla de tute y para cama, que teníamos un largo camino de vuelta el domingo.
La ruta, cortita, aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario