
Cogimos pues nuestro primer metro en Londres desde que estamos aquí. Aunque no nos entusiasme era la opción más lógica ya que la distancia era algo grande y en bus nos iba a llevar demasiado. Llegamos a las estación de Liverpool street y fuimos hacia Spitafields market. Es un mercado cerrado que los domingos se llena de puestos de diseñadores y vendedores de todas partes del mundo. Hay desde ropa de lana nepalí a diseños típicamente ingleses y hechos en Londres. Paseamos por el mercado y compramos un par de cosas para protegernos del frío antes de quedar para comer con Alberto. En principio la idea era comer en el mercado de Burough. Menos mal que me di cuenta de que estaba cerrado, así que nos quedamos en Brick Lane. Comimos en la calle unos bocadillos de carne de costilla sin el hueso y un poco de comida japonesa. Cuando acabamos nos fuimos a un sitio muy famoso de Brick Lane llamado Café 1001. Es un sitio de los que están de modo últimamente. Decorados con dos duros, llenos de sofás y sitios donde quedarse tirado un rato a descansar y con la luz puesta muy baja para que no se vea lo rematadamente cutres que son. Eso sí, sirven de todo, desde hamburguesas a tartas pasando por coctails. Nos quedamos un buen rato conversando y disfrutando del ambiente antes de cambiar de garito e irnos al Casa Blue recomendado por Alberto. Otro sitio que sigue el estilo de cutrez planificada y que particularmente me hace sentirme como en el sofá de un piso de estudiantes, roñoso pero acogedor.

Nuestra zona está plagada de restaurantes. Estamos a un paso de Edgware Road (zona eminentemente libanesa) y a otro paso de Paddington (importante estación de tren). De esta forma, aunque nuestra calle es muy tranquila tenemos el bullicio a un paso por ambos sentidos. Eso sin contar que tenemos Oxford street a un paso y medio. En fin, que buscamos donde cenar y acabamos en un restaurante malayo llamado Satay House. Cuando llegamos y tuvimos la carta delante no sabíamos que pedir porque había una cantidad enorme de platos con buena pinta. Menos mal que había unos menús ya preparados y optamos por uno de ellos. Comimos de todo hasta reventar, ya que los malayos son de comer un montón de cosas variadas en una sola comida. Satisfechos nos fuimos al apartamento a eso de las once de la noche, a descansar para ir de excursión mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario