Poco que contar hoy, la vuelta es siempre un momento triste y un poco estresante por lo que suponen los aeropuertos. Además en este caso, Narita está donde cristo perdió el mechero, a casi 70km del centro de Tokio. Nos despertamos tras haber descansado bien y dejamos las maletas en el hotel. Todo súper eficiente, según nos vieron bajar con las maletas nos interceptó la conserje para quedarse con ellas si queríamos. En cinco minutos estábamos bajando.
El resto de la mañana fue dar vueltas por el Daimaru, un centro comercial pegado a Tokio Station, haciendo las ultimas compras. Nos pasamos la mañana dando vueltas antes de comer en un sito de pollo frito llamado Torikai Sohonke Tokyo Midtown. Nada súper espcial pero razonable y rápido para la prisa que teníamos.
Terminamos y fuimos corriendo al hotel a por las maletas. Hay muchas opciones para ir a Narita pero todas tenían inconvenientes. El bus es impredecible, algunos trenes requiren cambio de estación y son caros, otros tenían pocas frecuencias... Al final, con un desvío al equivocarnos en una salida, llegamos al hotel un tanto tarde y tuvimos que correr un poco para llegar el tren. Nos despedimos de nuestro amigo con la promesa de vernos el año que viene, seguramente en Galicia.
Una vez ya estuvimos de camino todo fue igualmente fácil y tedioso. La verdad es que dentro de la terminal uno de Narita no hay gran cosa donde comprar. Sí, hay una tienda de dulces donde llené una bolsa enorme, pero pocos sitios donde coger comida o bebida para llevar al avión, que siendo de bajo coste no proporcionaba comida. Esperaba algún puesto de bentos como en las estaciones de tren, la verdad.
El vuelo en si mismo fue OK. El mismo asiento algo incómodo, pero al menos esta vez el retraso fue pequeño y llegamos más o menos a la hora esperada a Singapur. Cansados y algo tristes de volver a casa, se está muy bien de vacaciones, acabamos este viaje.
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