martes, 9 de octubre de 2012

Londres. No, no nos cansamos. (día 11)

Llueve. No mucho, pero toca las narices. Lo justo, pero nunca es agradable. Conste que estábamos esperando a que lloviese para ir a algunos museos, así que aprovechamos. Mientras Bea terminaba de arreglarse salí del apartamento hasta la cercana estación de tren de Euston. Allí cogí una travelcard de un día para poder aprovecharnos de los descuentos del 2x1. Os recuerdo que para que la travelcard os valga tenéis que pillarla en una estación de tren. En fin, que con la travelcard en la mano y con el tiempo muy muy justo nos fuimos al Science musseum.


La verdad es que corrimos bastante por el metro adelante para poder llegar a tiempo pero lo logramos. El objetivo era ver la película Imax 3D sobre el Hubble. La proyección cuesta diez libras por cabeza, así que imaginaos lo bien que sienta dar un cupón de 2x1 para pagar sólo una. Apuramos el paso por el museo (el Imax está al fondo) y conseguimos sentarnos en una sala que estaba repleta de excursiones de colegios (es lo que suele pasar por semana en los museos de Londres). La pantalla era gigante. Según ellos de las más grandes del mundo. Realmente merece muy mucho la pena la proyección, la verdad. Cuenta un poco la historia del Hubble, sus problemas y las misiones que se hicieron para repararlo. Todo ello mezclado con imágenes el propio Hubble explicadas. Todo ello narrado por Leonardo Di Caprio (y no lo digo de coña). Contentos salimos del museo camino del Natural History. Ya habíamos estado, pero que narices, ¡nos encanta!
 


Entramos en el museo, que estaba repleto de gente. Nos dirigimos primero a ver las gemas. A Bea le apetecía recrearse en la parte conocida como "The Vault". Es donde tienen los mejores meteoritos, los diamantes y las piedrasa preciosas. Nos quedamos un rato y nos fuimos a la cafetería. Es un lujazo tomarse algo allí, en un edificio que tiene detalles para parar un tren. A cada sitio que miras encuentras algo nuevo. Descansamos un rato y nos fuimos a Victoria & Albert, a ver una exposición de ropa de Hollywood. Allí, bajón. Pensábamos que la exposición ya estaba abierta pero no, no empezaba hasta el veinte de este mes. Es una pena, porque la exposición tenía vestuario de muchísimas películas famosas y nos apetecía muchísimo. Así que nada, otra vez será. Nos dimos un pequeño paseo por el museo y lo finalizamos en la tienda (a Bea realmente le apasionan las tiendas de los museos y siempre encuentra algo que le fascina).



Salimos del museo y nos pusimos a caminar en dirección a Knighstbridge. Por el camino encontramos una pastelería de Cocomaya (teníamos una al lado de apartamento del anterior viaje a Londres). Los pasteles de este sitio no son buenos, son lo siguiente.  Nos quedamos un rato allí tomando un café servido por dos camareros españoles. Todo el mundo aquí lo dice, hay una llegada masiva de españoles. No unos pocos para aprender el idioma, como hace unos años. Viene mucha genete a buscar trabajo de lo que sea. Un camarero le comentaba a una señora que vienen ingenieros, arquitectos... buscando trabajo de camarero, de limpieza o de lo que sea. Es la dura imagen de la crisis y que no se ve. Gente que le ha costado al estado una pasta formar y que tiene que irse muy lejos a buscar algo con lo que subsistir.




En fin, seguimos camino y acabamos entrando en Harrods (como os decía a Bea le gusta). Dimos un paseo y curioseamos por los zapatos y las cosas de cocina. La zona de tés y galletas como siempre atestada de turistas. Seguimos camino cogiendo un metro en dirección a Piccadilly Circus porque me apetecía ir hacia Carnaby Street. La calle, que fue una calle muy popular en la movida mod, está muy cerca de bullicio de Oxford St y Regent St, pero con la mitad de turismo. Está llena de pequeñas tiendas, boutiques y locales llenos de cosas extravagantes. Si queréis huir un poco del bullicio y las grandes cadenas de las grandes avenidas, esto, junto con Covent Garden, son las zonas de mayor concentración de esto que llaman moda alternativa.


Cuando empezó a cerrar esta zona (cierra casi todo una hora antes que las cadenas) nos dirigimos hacia Oxford St. Allí entré en un HMV a curiosear precios de videojuegos y acabé comprando el Max Payne 3 y el Strangehold ultra rebajados ambos. En la tienda tenían montado un torneo de Fifa 13, con ocho PS3 con televisiones de cuarenta y seis pulgadas. Eran dieciseis días seguidos de torneos de otras tantas personas. Cada día un ganador y, finalmente, una competición de los ganadores. El vencedor final ganaría una PSP vita. Y la inscripción gratuita, nada mal. En el HMV acabé jugando un rato al NBA 2K13 con un londinense que pasaba por allí. Salimos un buen rato después de la tienda y nos fuimos a cenar.

Cenamos en una cadena de dim sum muy conocida de Londres. Ya os había hablado otro día del Wagamama, que nos encanta. Pues el mismo dueño tiene una cadena de restaurantes llamada Ping Pong Dim Sum. En ella puedes comer escogiendo entre decenas de dim sum distintos. Como no queríamos pensar mucho pedimos un menú para dos. Debimos comer unos diez dim sum distintos (cada uno traía dos o tres unidades) y un pequeño postre. Muy rico todo. De allí nos dirigimos a finalizar el día a la parte de caballero del Top Shop. Top Shop es una cadena inglesa que suele ser considerada una cadena de moda de bajo coste. No es Zara, que suele tener muchas cosas básicas y algo de moda para atraer a la gente a las tiendas. Es una tienda llena de moda y aunque es algo más cara que la tienda tipo de Inditex sigue siendo una tienda que marca bastante tendencia a un precio bajo. Derrotados de nuevo salimos de allí camino del apartamento, pensando en que sólo nos quedan dos días para disfrutar de esta ciudad que tantas energías nos quita pero que tantas satisfacciones nos da.

Londres. No, no nos cansamos. (día 10)

Hoy es domingo. Nos lo tomamos con calma, a fin de cuentas ¡es domingo! Como ya os había comentado mi mercado favorito de domingo en Londres es Spitafields/Brick Lane, que bien pueden ser tomados por uno sólo porque la ruta comienza en uno y acaba en otro. Son mucho más de la gente de Londres y un poco menos turísiticos. Pero ya habíamos pasado la semana pasada por ellos y no era cuestión de repetirnos, así que nos dirigimos hacia el que quizás sea el más famoso y  más bullicioso mercado de Londres: Camdem Town Market.


Salimos del apartamenteo y cogimos un bus. La verdad es que desde nuestro apartamento nos plantamos en casi toda la zona dos en menos de media hora y estamos realmente cerca de Candem Town. En quince minutos escasos tras salir de la puerta estábamos caminando por las primeras estribaciones del mercado. Geeeeeeeeente. Gente por todas partes. Menos mal que han reformado la zona y desde hace unos años las aceras son enormes y al menos se puede caminar. Por el camino al mercado un auténtica mezcla de tiendas. Desde cadenas que puede uno encontrar en todos lados, pasando por tiendas realmente extravagantes y finalizando en tiendas de souvenirs en las que la moda de la temporada son las camisetas con motivos de Banksy. Por cierto, en las tiendas de Candem, salvo en las cadenas, tratad de regatear. Nosotros hemos visto rebajas de un setenta y cinco por ciento en algunas cosas.


Entramos en el primer mercado como tal y dimos una vuelta. Es un mercado de artesanía, con gente que hace su joyería, esculpe piedra o talla madera. Salimos de allí y cedimos a la tentación de un puesto de donuts caseros. De allí salimos a un patio cercano a un canal donde Bea comió una salchicha polaca con sus patatas y yo di buena cuenta de un sandwich de raclette, gruyere y salami en un pan aliñado con un poco de aceite de trufa. Nos sentamos pegados al canal. Eh, es la segunda vez que digo canal y esto es Londres, ¿no os suena raro? ¿Desde cuando hay canales en Londres? Pues sí, amigos, en Londres hay canales. De hecho hay bastantes, lo que pasa es que no son muy conocidos por el turista medio. Y no hay que irse muy lejos, desde Candem Town se puede uno ir por un canal hasta la estación de Paddington, por ejemplo. De hecho en Londres por haber hay hasta una Litte Venice.


Salimos de allí y nos fuimos a meternos por otro de los mercados. Camisetas por todos lados. Muchos estilos pero nada que nos termine de convencer así que seguimos camino. Ruido por todos lados. Altavoces con música a todo trapo tratan de atraer a los clientes. Entre el mercado, algunas tiendas establecidas y reconocidas, como Cyberdog, la cuna de la ropa clubber. Llevábamos ya un buen rato y a Bea se le había levantado una jaqueca bastante fuerte. Cualquiera que haya tenido una sabe lo desagradable que es y lo jodido que es llevarla cuando hay mucha luz y barullo. Así que nos dimos vuelta para el apartamento para que Bea pudiera cerrar los ojos y dormir un poco.

Mientras Bea dormitaba, me bajé a dar una vuelta y a buscar donde cenar. Acabé encontrando una pizzería llena de estudiantes y por lo que google decía era toda una institución en la zona. Así que entré y encargue una pizza para llevar. En Icco, que así se llamaba la pizzería, te dan un cacharro que vibra cuando la pizza está lista así que me di una vuelta hasta que estuvo lista y me volví al apartamento donde dimos buena cuenta de ella y nos acostamos viendo Top Gear. ¡Chao!

domingo, 7 de octubre de 2012

Londres. No, no nos cansamos. (día 9)

Sol. Que agradable es esta ciudad cuando el sol asoma entre las nubes, casi siempre presentes y muchas veces amenazantes. Pero el sol anima a una ciudad que un Sábado como hoy no necesita ser animada. Nos levantamos animados y con fuerzas. Con ganas de escapar un rato del bullicio de turistas que en estas épocas asolan la ciudad e invaden cada centímetro cuadrado de las zonas que rodean a Piccadilly. Destino de hoy: Chelsea.

Decidimos por variar desayunar en el apartamento con las compras que habíamos hecho ayer. Queso estupendo no, lo siguiente, de Neals Yard Diary. Tanto el queso de cabra que comió Bea como el de vaca que comí yo eran brutales. Para acompañarlos nada mejor que un pretzel y de postre una tarta de queso de cereza. Con grandes energías salimos a coger un bus hacia Knighstbridge, conocida zona de Londres por ser el emplazamiento de Harrods. Harrods, en mi opinión, merece muy poco la pena. Si venís a Londres con poco tiempo (mucha gente viene cuatro o cinco días) no perdáis el tiempo. Hay mil cosas mejores que hacer en la ciudad que ir a ver un sitio que yo calificaría como hortera y ostentoso. Mola por la curiosidad y hacer la gracia, pero para comprar cosas hay mil sitios mejores. En fin, tras esta pequeña disertación marca de la casa, contaros que nos bajamos del bus muy cerca de la puerta de Harrods. Entramos en un par de tiendas de la zona y bajamos hacia Chelsea por Sloane St, lugar donde se concentran la mayor parte de las boutiques más prestigiosas de la ciudad. Seguimos por ella hasta Sloane Square, lugar del que parte la calle comercial donde se concentra la vida del barrio, King's Road.



Lo que veréis muy frecuentemente en Londres es que los negocios en los barrios se concentram en muy pocas calles. En un barrio muchas veces hay dos o tres calles con comercios y el resto son completamente o casi completamente residenciales. Hoy, sábado, King's Road estaba atestada de gente, pero la mayor parte locales. Comenzamos a caminar entre gente de paseo con sus niños o buscando hacer las compras que el trabajo no permite hacer por semana. Al comenzar la calle nos encontramos un mercadillo de fin de semana. Lo típico en muchas zonas de esta ciudad. Puestos con comida de todo tipo. Ostras frescas, bocadillos de confit de pato, empanadillas argentinas, pasteles, comida brasileña... Una locura. Como habíamos desayunado hacía relativamente poco tiempo no teníamos mucha hambre. Un strudel de manzana, unas empanadillas argentinas y una especie de croqueta brasileña fueron nuestra dieta. Seguimos caminando por la calle, respirando el ambiente, hasta que nos cansamos, un kilómetro y medio después. Cogimos un bus para meternos en la marabunta, dirección a Piccadilly St.



Un rato después estábamos frente a Fortnum & Mason, lleno a rebosar en su planta baja, que es la que concentra la mayor parte de los turistas. La tienda, proveedor de la casa real, es ampliamente conocida por sus tés, de gran calidad. Además de eso uno puede encontrar, para llevarse de recuerdo, grandiosas galletas, caramelos, chutneys y hasta queso stilton (un queso azul muy famoso) muy bien preparado para llevarse a casa en un tarro de cerámica sellado con cera (por aquello de que no apeste la maleta). Siendo como es un sitio turístico preparaos para pagar un sobreprecio por las cosas, aunque reconozco que hay cosas que merecen mucho la pena. Nosotros siempre compramos algo de té y el chutney es algo grandioso. Otra cosa típica de Fortnum & Mason, si uno tiene dinero y le apetece un lujazo, es comprar una cesta de picnic (food hamper). Una barata contad que vale unas sesenta libras. Eso sí, uno se puede comprar una cesta de estas, con una buena selección de quesos, una botella de vino, unos crackers, su mantelito y platos e irse a Hyde Park para sentir aquella sensación de "feel like a sir". Que conste que nosotros no lo hemos hecho nunca, pero no ha sido por falta de ganas. Salimos de allí con unas cuantas cositas y nos dirigimos a sentarnos un rato en una cafetería cercana. Lo bueno de muchas cafeterías en Londres es que son caras pero a cambio uno se sienta en un butacón y se puede tirar mucho rato descansando las piernas y usando la conexión wifi.



Salimos con fuerzas renovadas y ya no pisamos Piccadilly Circus, si no que nos dirigimos a subir y bajar Regent St. Esta calle es preciosa, diría que para nosotros es LA CALLE, con mayúsculas, comercial de Londres. Quizás te den igual las tiendas que haya (a mi me dan bastante igual casi todas ellas), pero la calle es espectacular. No hay ni un edificio feo, son todos espectaculares. Las tiendas son todas imagen de sus marcas y están cuidadas hasta el último detalle. En fin, que merece mucho la pena pasear por ella. Cuando acabamos de pasearla nos dirigimos a la tienda de descuento de ropa deportiva de Londres. En pleno Piccadilly Circus, seis pisos de ropa con descuentos de hasta un 70%. Material de montaña, futbol, palos de golf, raquetas... lo que se te ocurra (o casi, porque cosas de pádel no hay porque en este país no se practica). Cansados y muertos decidimos parar a cenar, ya casi a las diez de la noche. Bea tenía muchas ganas y aunque a mi me da bastante repelús, nos fuimos a un KFC. En general sabéis que odio profundamente las cadenas de comida, y las de comida rápida más. Pero mira, un antojo es un antojo, así que fuimos a comer pollo rebozado con las manos mientras nos reíamos viendo las pintas y las actitudes de los adolescentes locales.

Si lo que veíamos en el KFC era gracioso y peculiar, la calle lo era más. Es realmente gracioso ver como adolescentes que no se han puesto unos tacones en su vida caminan con unos de doce centímetros mientras tratan de que sus faldas no se suban. Colas y más colas en los locales de marcha de la zona. Muertos como estábamos decidimos irnos al apartamento ya a las doce de la noche. Un bus y estábamos en casa descansado, que mañana espera un nuevo día.

sábado, 6 de octubre de 2012

Londres. No, no nos cansamos. (día 8)

Sol y nubes por las mañanas. Dos planes posibles en el día de hoy. Uno era ir a ver la exposición de ropa de Hollywood del Victoria & Albert y después ir a tomer nuestro primer té de la tarde y la segunda ir al mercado de Burough. La primera se nos torció porque no había sitio en el hotel donde íbamos a tomas el té con un descuento de 2x1 así que nos fuimos al mercado de Burough, que nos parecía un plan estupendo. Salimos de casa sin desayunar y corriendo para tomar el desayuno en la cafetería de la Tate Modern, famosa por sus vistas. Antes de coger el metro paramos a comprar algo de fruta para ir comiendo por el camino en un puesto callejero. Es curioso pero salvo dos piezas de fruta que uno puede encontrar en un supermercado, no encontrarás fruterías como tal en el centro de Londres. Lo que se ven son puestos callejeros que venden fruta y verduras en plena calle, llueva o nieve.



Decidimos que el mejor camino para llegar a la Tate sería coger el metro hasta St Paul. Ahí iríamos paseando, por segunda vez en este viaje, sobre la pasarela peatonal del Támesis. Hay que decir, con todos los problemas constructivos que tuvo, que la idea de la pasarela es magínifica. Une con mucha personalidad el clasicismo de St Paul con la modernidad de la Tate. A casi cualquier momento del día está llena de gente paseando, haciendo fotos o, simplemente, yendo de un sito a otro por el camino más corto posible (la distancia entre los puentes de coches a veces es grande en el Támesis. La caminata abrió todavía más el apetito que nos llevó a la Tate. Como comentario deciros que Bea y yo discrepamos profundamente sobre el edificio de la Tate. Para ella no es más que un edificio desolado, vacío y frío. Para mí es increible, un fiel reflejo del arte moderno y del minimalismo en diseño que tanto me gusta. Y que decir tiene que es una idea brutal de aprovechar un edificio que no era más que una central térmica en un sitio privilegiado. En fin, que no sin dar unas pocasa vueltas, y tras observar una performance en la planta abaja (un grupo de gente dando vueltas todos juntos de un lado a otro de la Tate sin oficio ni beneficio) nos subimos al último piso a tomar el café. La cafetería de la Tate es un secreto de esos secretos secretísimos que aparecen en todas las guías de viaje, no se si me entendéis. De todas formas, es una manera barata de tener una vista priviegiada sobre la City, de esas que suelen valer mucho dinero, y casi gratis. Además, he de decirlo, el café es de los mejores (si no el mejor) que he probado en Londres y el té lo sirven de una manera realmente profesional, dando el agua y el filtro con las hojas por separado, para que puedas saber cuanto tiempo lleva el te sumergido en el agua. Genial y muy recomendable, anotadlo para vuestros viajes. Antes de irnos de la Tate decidimos dar una vuelta por la tienda del museo, distinta y con muchas cosas curiosas.



De allí salimos hacia el mercado de Burough, uno de nuestros sitios favoritos de Londres, como buenos fans de la comida que somos. Que decir de este mercado que no haya contado ya. Comida de todos los lugares del mundo, y no cualquier cosa. Solo con mencionar la palabra Burough salivamos. Quesos increibles, fiambres, salmon ahumado, trufas frescas, panes, pasteles, confituras, especias... Todo de la máxima calidad y ofrecido siempre por adelantado para ser probado. Nunca comprarás al azar sin saber si la calidad es lo que parece. Dimos un buen paseo comprando algunas cosillas y probando de todo. Al cabo de un par de horas de paseo estábamos derrotados, así que decidimos darnos un lujazo y comimos en el Roast.



El Roast es un restaurante situado en lo alto del mercado de Burough. Es lo único que hay sobre el mercado, en un primer piso al que se accede en ascensor. El restaurante ya lo habíamos visitado en una anterior ocasión y sabíamos perfectamente lo que nos ofrecía, comida inglesa. Que sí, que tiene mala fama. ¡Pagar un buen dinero por comida inglesa, a quien se le ocure! ¡Meeeeeec! ¡Error! Repetid conmigo. La comida inglesa basura que podéis comer en Oxford Street o el Soho es generalmente mala. Como mala puede ser la comida española que se puede comer en un sitio turístico. Os podría poner ejemplos terroríficos, como un día en la calle del Franco de Santiago de Compostela, donde se nos vendío como tortilla de patatas unas patatas fritas congeladas mezcladas con un huevo de color sospechoso. Esa es la imagen que se ofrece de la cocina inglesa. Pero la cocina inglesa puede ser deliciosa, simplemente hay que dirigirse al lugar adecuado. Y el Roast es uno de esos sitios. Cocina muy cuidada, con buenos ingredientes (en UK e Irlanda hay carne magnífica), tratada con cariño y sabiendo asumir ciertas influencias extranjeras. Yo me apunté a un menú de dos platos y postre que consistió en una terrina de jamón asado, gelatina y perejil, barriga de cerdo asada y crumble de fresa y manzana con crema de vahinilla. Bea se tomó solomillo bien madurado asado con pudding de Yorkshire y patatas asadas y salsa de rábano picante. Brutal sería la palabra de como sabía todo esto. Todo esto mientras en la cristalera se puede ver el mercado y su bullicio.


Llenos llenísimos aún tuvimos tiempo para parar en un último sitio. En una calle aledaña al mercado hay una tienda llamada Neal's Yard Diary. La tienda es un compendio de los mejores quesos de las islas británicas, recogidos en pequeñas granjas y con un cartel explicando pormenorizadamente el origen, el tipo de leche, el tipo de cuajo y quien es el dueño de la granja. Le falta solo poner el nombre del animal/animales del que ha salido la leche. Además de quesos la oferta se complementa con mantequillas, requesones, yogures. Si sois aficionados a los quesos, haced el favor de pasar por el sitio aunque solo sea a probarlos y babear. Cansados y algo derrotados partimos hacia el apartamento a dejar las compras, coger un paraguas (estaba empezando a llover) y bajar hasta Oxford Street a hacer alguna comprilla.


Bajamos hasta Bond Street y entramos en unas cuentas tiendas antes de entrar en Selfridges, uno de los centros comerciales más chulosde Londres. La visita a Selfridges para nosotros es más un sitio para ver moda que otra cosa. Como ir a una pasarela a ver alta costura mientras paseas. A la puerta del establecimiento, más de media docena de chóferes y guardaspaldas esperan por sus adinerados clientes. Dimos un pequeño paseo y salimos hacia la calle otra vez. Paramos en un café a descansar y sentarnos en un sofá antes de seguir camino. Al cabo de unas cuántas tiendas más, muertos ya del todo, decidimos coger algo de comida para llevar (un sandwich de gambas y aguacate, una sopa de miso, un poco de pollo teriyaki con arroz y un mochi) e irnos al apartamento a descansar, tras otro largo día que hemos aprovechado mientras las fuerzas aguantaron.

viernes, 5 de octubre de 2012

Londres. No, no nos cansamos. (día 7)

Hoy el sol asomaba de nuevo entre las nubes. Las previsiones eran que esas condiciones meteorológicas se mantuvieran durante todo el día. Como ayer ya habíamos hecho algo típico, nos queríamos alejar un poco de todo eso, así que nuestro destino serían los Kew Gardens. Así salimos del apartamento, cogimos un par de cositas en el Cafe Nero de al lado de la estación y nos dirigimos en metro hasta Kew.



Cuarenta y cinco minutos después estábamos en Kew, situado en zona cuatro. Londres ya no era edificios y bullicio. A solo media hora de distancia de Trafalgar square estábamos en una tranquila zona residencial, de casitas victorianas y calles tranquilas flanqueadas por árboles. Un sitio que sería algo más que idílico para vivir si no fuera porque una de las configuraciones de aterrizaje de Heathrow pasa justo por encima. A ver, no es que esté tan cerca como para que el ruido sea terrible, pero vivir ahí y tener que aguantar el ruido de un avión cada minuto y poco no creo que sea lo mejor para estar tranquilo en tu jardín. A pesar de eso, curioseando los precios, una vivienda cutre en la zona cuesta seiscientas mil libras. Hay que decir que salvando el ruido de los aviones la zona es preciosa.



En fin, que a un par de manzanas de la estación de metro (de superficie) está la entrada de los Kew Gardens. Los jardines, patrimonio de la humanidad, es más que un típico jardín inglés, como atestiguan las dieciseis libras que hay que pagar de entrada. Y ese dinero es para conservar lo que es una amplia muestra de las especies vegetales que hay en este planeta en el que vivimos. Según su publicidad son los responsables de preservar un octavo de todas las especies vegetales conocidas en el mundo. ¡Y eso son muchas especies! Según entramos ya empezamos a alucinar con los árboles. El recinto es un parque con cientos de árboles distintos, alguno plantado hace casi trescientos años. Además hay un par de pavellones/invernaderos victorianos y algún que otro más moderno.



En fin, que empezamos a caminar y ya en el primer pavellón alucinamos. Especies sudamérica, áfrica y oceanía. El calor y la humedad son altísimos. Sensación de clima tropical dentro, acompañado por la sensación de estar en una selva. Salimos de allí con mucho calor para volver al clima otoñal exterior. De ahí seguimos a otro pavellón con plantas de climas desértico y con otro ejemplos de zonas húmedas. Seguimos otro rato caminando hacia el restaurante, donde paramos a comer. Nos sentamos en otro pabellón victoriano a comer un guiso de carne, un arroz y un par de tartas para coger fuerzas para seguir hasta la hora de cierre.



Caminamos por los senderos y entre ellos. En el parque nada impide ir por el cesped, y hasta se potencia. Por enmedio de los árboles hay aquí y allá, dispersos, bancos para sentarse. Nos aprovechamos de ellos de vez en cuando, pero lo que realmente apetece es tumbarse en el verde suelo y disfrutar de los rayos de sol cuando asoman. ¡Se está de maravilla y realmente apetece echar una cabezadita! Seguimos y nos subimos a una pasarela panorámica que hay sobre unos casataños enormes. A dieciocho metros de altura uno puede ver el parque en toda su extensión. Volvemos a bajar y nos vamos caminando hacia una pagoda y a un jardín japoneses. De ahí al último pabellón, donde podemos ver plantas americanas y europeas. Sólo nos quedó visitar la tienda para salir de los jardines, contentos y satisfechos, poco antes de que cerrasen. He de decir que estos jardines son una maravilla y hay tantas cosas que sorprenden... Yo realmente creo que estos fueron creados para conservar y estudir plantas a las que los ingleses sacaron rendimiento económico. Fueron ellos los que robaron las plantas de té de china y las llevaron a sus colonias de la India, por poner un ejemplo muy conocido. Pero verlos a día de hoy y ver el trabajo de conservación que hacen es magnífico y merece mucho la pena. Avisados de que si los queréis ver con calma hace falta todo el día. Nosotros llegamos a las doce menos cuarto y solo vimos medio parque (aunque vimos lo más importante. En fin, que una vez visto, nos cogimos de nuevo el metro y esta vez nos bajamos en Leicester Square, en pleno corazón de la zona de teatros de la ciudad.


La idea que teníamos para acabar el día de hoy era irnos a disfrutar de un musical. La última vez que estuvimos aquí vimos Grease y nos lo pasamos estupendamente. Queríamos repetir, así que nos bajamos del metro y fuimos directos a las taquillas de Tkts. Tras dudar un rato, acabamos eligiendo ir a ver The Jersey Boys, que lleva siendo un éxito muchísimo tiempo en el West End de Londres. Así que compramos unos buenos asíentos a mitad de precio para la sesión de las siete y media. Teníamos una hora para comer y estábamos en una zona no muy recomendable para comer rápido y bien. Así que ante la indecisión y la prisa que teníamos acabamos en el Burger King de la plaza. Comimos un par de menús y flipamos con la nueva máquina de bebida que tenían. Te daban el vaso y en vez de una hilera de pulsadores donde llenar la bebida había una única máquina con pantalla táctil. En ella podías escoger más de 100 bebidas distintas. Para que os hagáis una idea, de Sprite lo había clásico, de arándano, de cereza, de melocotón, de lima y de uva. En fin, que cenamos rápidamente viendo a la gente de la calle pasar y nos fuimos de cabeza al musical.



The Jersey Boys es un musical que lleva años triunfando en Broadway y en el West End. Cuenta la historia de The Four Seasons, un grupo muy famoso de los 60. La verdad es que nos lo pasamos muy bien. Típica historia de ascensión de un grupo, sus relaciones con la mafia local, las disensiones entre ellos... Buena música y muy muy buenas actuaciones y voces. Contentos y felices salimos del teatro camino de Picadilly para hacer un último paseo nocturno. Para finalizar nos dimos un paseo en bus por la ciudad y de vuelta al apartamento. ¿Que nos deparará mañana?


Londres. No, no nos cansamos. (día 6)

Hoy tocaba hacer un poco el guiri. De momento estamos teniendo suerte con el tiempo. Que sí, que vale, que todos los días llueve un poco, de madrugada!. Pero nada que nos fastidie los planes. Sol y nubes en el cielo y un tiempo agradable para pasear y hacer cosas. En fin, que el plan de hoy era pasear de arriba a abajo el Covent Garden. Zona conocida por el mercado del mismo nombre y los artistas callejeros que actúan delante de él. Pero también es una bulliciosa zona de compras, restaurantes y gente, mucha gente.



Bajamos hasta allí parte del camino en bus y después nos dedicamos a caminar y caminar y caminar... Entramos a curiosear en un montón de tiendas, a buscar cosas raras y curiosas. Cosas extravagantes y cosas chocantes. Lo que siempre se ha llevado en londres son las cosas que no cuadran. Jerseys de cuello vuelto sin mangas, pantalones cortos y sandalias con gorros de lana... La cuestión es tratar de llamar la atención. Llegamos al mercado y dimos una vuelta por él. Músicos tocando instrumentos de cuerda, gente comiendo en el interior y tiendas repletas de turistas es lo que uno puede esperar allí, pero haya que reconocer que el sitio tiene su encanto.



Tras pasear toda la mañana paramos en un Wagamama (cadena de comida oriental a la que ya hemos ido muchas veces) a comer. La del Covent Garden está en un sótano, pero hay sitio siempre, está al lado del mercado y es razonablemente barata. Yo tomé una ensalada estupenda con trozos de carne a la plancha y Bea un arroz con curry y pollo. De beber me pedí un zumo natural de zanahoria con gengibre que estaba delicioso. Satisfechos nos fuimos a seguir recorriendo la zona. Primero paseamos por la zona donde está la mayor concentración de tiendas de deportes de montaña de Londres. Unas diez tiendas en dos manzanas situadas al sur del mercado. De ahí nos fuimos a hacer la visita de rigor a Orc's Nest, una famosa tienda de material de rol y wargames. Quizás de las más veteranas de la ciudad y siempre bien surtida. Cansados ya de la caminata (parece que no pero en estas ciudades uno camina MUCHO sin darse cuenta) nos fuimos a descansar al apartamento antes de irnos a cenar.



Buscando buscando para cenar acabamos en la Trattoria Modello. El restaurante era un sitio clásico, de verdadera comida italiana y regentado por italianos desde hace ya más de cuarenta años. Yo me tomé unos calamares a la plancha  con una salsa de ajo, romero y vino blanco que daba gloria. Bea fue a lo clásico con la lasagna. Ambos platos deliciosos. De postre me tomé una especia de cañas rellenas de ricotta impresionantes. El sitio, además de todo, era barato. De esas joyas que hay en los barrios y que desde fuera como turista no creo que encontrases. Tras el postre, tuvimos una conversación de economía con uno de los camareros, portugués él. Nos preguntaba que tal las cosas por Galicia y él nos decía que por Portugal la cosa estaba muy mal. Que habían cerrado muchísimas fábricas de textil y que daba mucha pena. Nos dijo que se notaba mucho como había crecido el número de españoles en Londres. Que hace unos años había, pero que muchísimos menos. Además nos contó que se notaba que había muchos ya por el norte de Inglaterra. Que en zonas como Manchester o Liverpool se veían ya, cuando hace unos años era impensable. Nos contaba también como compatriotas suyos estaban yendo a vivir a Brasil. En fin, parece que los ciclos se repiten.



Tras la conversación decidimos bajar a dar un paseo a Piccadilly, que todavía no habíamos ido y nos parecía pecado. Cogimos el metro hasta Leicester Square y desde ahí bajamos dando un paseito. Nos sentamos un rato en la fuente, nunca lo habíamos hecho, y cogimos otro bus de vuelta para dormir ya hasta el día siguiente. Buenas noches!

miércoles, 3 de octubre de 2012

Londres. No, no nos cansamos. (día 5)

El tiempo amaneció hoy dispuesto a darnos una tregua. El sol asomaba entre las nubes. Las previsiones eran que lloviese a última hora de la tarde, así que trazamos el plan rápidamente. La noche pasada fue nuestra última noche en el Southbank. Esta noche ya dormíamos en otro sitio, un apartamento en el norte de Oxford St. Así que dejamos las maletas en el hotel y tomamos un desayuno rápido en un Pret a Manger. Un bocadillo de roast beef, una cookie, un smoothie, un café, un té y un croissant con jamon, queso, tomate y bacon nos dieron fuerzas de sobra para toda la mañana. Desayunamos corriendo porque el objetivo del día era Greenwich.


Para llegar hata allí podíamos ir en metro, en bus... ¡Pero no! Lo mas divertido es ir en barco, así que allá fuimos. Nada de barcos turísticos, cogimos lo que sería un bus acuático, que va a toda leche sobre el Támesis. Nada más llegar, dimos una vuelta por el mercado local, un mercadillo en el que hay desde pañuelos de seda tailandesa hasta botellas antiguas sacadas del fondo del río. Dimos un paseo y comenzamos a subir hacia el observatorio. La subida es realmente pronunciada, pero merece la pena. En la subida nos cruzamos con las obras de desamantelamiento del recinto de saltos equestres de los juegos olímpicos. Nos quedamos alucinados de que una obra al aire libre tuviera una zona para fumar consistente en una silla, un cubo de arena y ¡dos extintores! Una vez arriba, nos paramos un rato frente al conjunto de edificios que lo forman y decidimos no entrar todavía porque el tiempo aguantaba y el parque en el que está enclavado el observatorio es impresionante.



Abandonamos el observatorio hacia la izquierda y llegamos a un lugar repleto de castaños enormes y antiquísimos. El cesped daba ganas de tirarse sobre él o de dedicarse a perseguir ardillas corriendo por todo el lugar. Ardillas que se afanaban en localizar las casatañas caidas para ponerlas a buen recaudo. Nos sentamos al lado de un castaño un rato y seguimos hacia el norte buscando un lugar donde se pueden observar unos ciervos recluidos en una zona del parque. Seguimos jugando con las ardillas mientras nos rodeaban abetos que parecían llevar allí toda la vida. Llegamos finalmente a la zona de los ciervos y nos dedicamos a observarlos un buen rato. La manada de las crías se acercó a nosotros y pudimos verlos un buen rato. El macho dominante se mantuvo algo lejos y nos dio algo de pena no poder quedarnos un rato más a observarlo.



De allí nos fuimos ya al observatorio, temerosos de que el tiempo se pusiera peor y nos lloviera. Ya en el observatorio fuimos recorriendo los edificios. Lo más impresionante quizás es como explican todos los avances en la navegación y la importancia de medir el tiempo para poder posicionarse correctamente. En estos tiempos en los que hasta una cafetera tiene GPS, uno parece no darse cuenta de lo que suponía navegar hace tan solo doscientos años. La complejidad que tuvo crear un reloj que funcionase correctamente en el mar, la creación de los paralelos y los meridianos... En fin, es realmente impresionante. Cuando salimos de los edificios nos dedicamos a hacernos la foto de rigor en el meridiano y comenzamos el camino de vuelta.



Un poco tarde ya comimos en el Naval Musseum, que nos dio mucha pena no tener tiempo para visitar. Con el tiempo que hacía preferimos dedicar nuestro día a disfrutar del parque al aire libre y no hubo tiempo suficiente para los museos. Comimos un poco de dulce para coger fuerzas y seguimos camino, hacia la zona de la Tower of London. El camino lo hicimos en el DLR, un tren sin conductor hasta Bank. Ahí cogimos un metro y nos bajamos en la zona de la torre, justo al lado de un resto de la muralla de la ciudad. De ahí al motivo de nuestra visita, St Katherine Docks. Justo al lado del Tower Bridge, y sin que muchos turistas lo sepan, hay unos muelles deportivos rodeados de casas y restaurantes. El sueño de muchos ricachones de la City, supongo. Un sitio al lado del trabajo donde tener tu casa enfrente de tu yate. La cosa es que no solo íbamos por aquello de ver unos bonitos muelles, si no que la intención era tomar una cerveza en el Dickens Inn, un pub que lleva ahí unos cuantos (bastantes) años y que es especialmente bonito (por fuera y por dentro). Me cogí una cerveza y nos fuimos a descansar a un sofá en una esquina (el local es enorme) hasta que nos llegó la hora de ir a por las maletas y con ellas al apartamento.



Llegamos justo a la hora acordada y un amigo de la dueña nos dio las llaves y nos contó rápidamente donde estaban las cosas. Dejamos las maletas y un poco después nos fuimos a buscar donde cenar por la zona. Acabamos en un asiático llamado Mushu del que no mucho que contar, algo normal del todo. Me tomé un ramen y Bea un bento con un salmón rebozado que ni fu ni fa. Unos dumplings al vapor acabaron la faena que no pasará a los anales de la historia. ¡Buenas noches!

martes, 2 de octubre de 2012

Londres. No, no nos cansamos. (día 4)

Hoy el día amaneció con la típica lluvia fina y desagradable. Salimos del hotel con intención de ir a pasear a la City y con ganas de descubrir esos sitios secretos que tiene esa parte de Londres (aunque técnicamente no sea Londres, si no una ciudad dentro de la ciudad). En fin, que como llovía y no era un día agradable para caminar, nos metimos a desayunar en el mismo sitio que ayer, para coger fuerzas. Un smoothie, un gofre, una bagette y un par de cafés más adelante, habíamos tomado ya la decisión de lo que hacer en un día que se prometía tan desagradable.


Nos dirigimos por primera vez en este viaje a coger el metro. El bus para esta ruta era casi el doble de tiempo que el metro, y aunque lo odiamos, hoy no tuvimos más remedio. El destino, el Science Musseum, en Kensington. Es curioso que tras varias visitas a la ciudad no lo hubiéramos visitado todavía. Rodeado por el museo de Natural History y el Victoria & Albert, en una ciudad con tantos museos dedicados al arte, no nos había apetecido todavía ir a un museo dedicado a algo que los ingleses han sabido hacer mejor que nadie durante muchísimos años. Nada más entrar y dejar los abrigos en el ropero, lo siguiente fue caminar por la zona que exponía los inventos que nos llevaron a la era moderna. Grandes máquinas de vapor presidían la sala. En la siguiente pudimos ver motores de cohete, réplicas de sondas espaciales y vehículos de aterrizaje de las misiones apollo y un montón de parafernalia espacial. De ahí pasamos por un montón de salas con cosas interactivas y juegos que ayudaban a entender, a pequeños y mayores, conceptos como el clima o la energía. Nos sentamos a hidratarnos en uno de los múltiples bares del recinto y luego seguimos camino.


Continuamos por una sala de aviación. Grandes biplanos, pequeños aviones a reacción y muchos motores de aviación llenaban una sala enorme y muy recomendada para los amantes del tema. El poder ver la evolución de los motores para mi fue lo mejor de la sala. En este piso nos pasamos un buen rato en una sala llena de juguetes interactivos que trataban sobre temas como el magnetismo, la luz, el viento, los fluidos o la electricidad. De ahí paramos ya a comer, algo tarde, en una de las cafeterías del museo. Bea se tomó un pie de ternera y yo un sandwich y de postre una exposición de Alan Touring donde se trataba de hacer entender al público los pilares básicos de la programación de una forma muy, digamos, física. Conceptos como los bucles, las condiciones o las variables explicadas con luces e interruptores, ¡genial! Ordenadores realmente antiguos nos sorprendían en la siguiente sala. Tres ancianos manejaban el que la publicidad decía que era, posiblemente, el ordenador a válvulas en funcionamiento más antiguo del mundo. Alucinante. En fin, que tras una breve visita a la tienda del museo (estaba ya cerrando), nos fuimos a coger fuerzas al hotel para bajar a cenar.



Al salir del museo, el tiempo había cambiado por completo. El sol asomaba entre las nubes y era realmente agradable caminar por la calle, pero el cansancio hacía ya mella y pensamos que lo mejor sería tomárnoslo con calma. Así que descansamos y bajamos a cenar. El destino de esta noche, el Barbecoa. El restaurante, abierto por Jaime Oliver con un colega americano, ya había sido destino de nuestros caprichos culinarios y nos había encantado. Llamé un poco antes para reservar y cerciorarnos de que había sitio. La caminata desde el hotel, rodeando la Tate Modern y caminando sobre el Támesis mientras veíamos St Paul de frente. Un pequeño rodeo a la catedral y llegamos al restaurante, que estaba a reventar de gente. Disframos, vaya que sí. Un buen trozo de short rib para mí, bea una hamburguesa espectacular y un puré de patatas con aceite de ajo confitado para compartir hicieron que terminásemos llenos. Eso sí, yo me tomé un postre para rematar la faena. Un vaso con fresasa silvestres, con una mousse y un helado brutales.



Llenos y con ganas de bajar un poco la comida, subimos a la terraza superior del One New Change, el centro comercial abierto en el que está situado el Barbecoa. Desde allí, disfrutamos de unas vistas espectaculares de St Paul. Cuando empezamos a tener algo de frío, bajamos a pasear un poco por la City, bellamente iluminada. Cruzamos el río otra vez de vuelta para, esta vez, caminar hacia la Tate Modern y, de ahí, al Globe (la répica del teatro de Sheakespeare) y de ahí, al hotel. ¡Mañana más!


lunes, 1 de octubre de 2012

Londres. No, no nos cansamos. (día 3)

Hoy ha sido un día completito, completito. La verdad es que estamos encantados de pasar esta primera parte del viaje en una zona tan desconocida para el turista medio como esta del Southbank. Es la cuarta vez que estamos en Londres y esta parte del sur del río era casi desconocida para nosotros. Que sí, que quizás una pequeña escapada hacia el Imperial War Musseum. O sí, un viajecito hasta la Tate, y algunas más al mercado de Burough.. La mayor parte de esas veces sin alejarse mucho del río, que el sur intimida. No demasiada gente por las calles (comparado con lo que pisa el turista media), no grandes calles comerciales, no atracciones turísitcas... ¿Que esperar de aquí? Pues se puede esperar Londres. Algo quizás un poco más auténtico y más de gente de aquí. Si es la primera, o puede que la segunda vez que vienes a la ciudad, esto no es para tí. Antes de aventurate a hacer este tipo de cosas uno debe ir a los sitios a los que todos los turistas van. Una buena visita al British, al Natural History o a Hyde Park merecen muy mucho la pena. Pero esta ciudad tiene mucho que ofrecer y hoy hemos hecho un poco de todo. ¡Comencemos!



Hoy nos levantamos algo tarde. El día de ayer fue matador y las horas de tren pasaron factura. El mejor remedio para eso es... ¡un buen desayuno! Así que, mirando los análisis de los sitios de la zona, nos fuimos a The Table. Al salir del hotel pensamos que no habría mucha gente porque era algo tarde. Craso error, el sitio estaba llenísimo. Nos quedamos fuera en la calle haciendo cola con la suerte de que todos los grupos que teníamos delante eran más grandes que nosotros así que nos pasaron delante de ellos. Las mesas en el local son corridas y era más fácil acomodarnos a dos personas que al resto de la gente. Así para empezar un par de cafés y, para desayunar bien bien, dos buenos desayunos. El mío unos huevos revueltos, dos grandes tostadas y salmón ahumado en humo de roble. Bea se tomó un desayuno inglés con sus salchichas, su bacon, sus alubias, sus tomates y su pan tostado. Un smoothie para acompañar y llenos llenísimos, con fuerzas de sobras para afrontar el día, salimos camino de la zona de mercadillos más famosa del este de Londres.



Llamar a la zona de Brick Lane un simple mercadillo, me parece insultarla, la verdad. El bus nos dejó cerquita de Spitafields Market, la primera parada del camino. El mercado, renovado hace años, es todo un referente en los domingos de la ciudad. Londres es una ciudad que respira moda por todos sus poros. Suda moda a chorros. Cualquiera con una idea, por pequeña que sea, puede alquilar un puesto en un mercadillo y estudiar si su apuesta tiene salida. Los negocios florecen y mueren bajo la mirada del público que para bien o para mal marca tendencia de la moda a nivel mundial. Spitafields es una primera parada para mucha gente, y ahí empezamos. Curioseamos de puesto en puesto, viendo chaquetas tejidas en Nepal, bufandas de lana de yak o cuellos de pedrería. Tras hacer unas pequeñas compras paramos a beber algo y sentarnos en un local de una cadena llamada Leon. Las piernas pesaban por el ritmo lento y cansino de las compras agravadas por el hecho de que estos mercadillos de domingo están atestados de hordas de gente.



Tras descansar y acabar de exprimir este mercadillo el camino nos dirigía más hacia el este, camino ya de Brick Lane. El siguiente mercadillo, el Sunday Up Market está en un local que ya no es como el de Spitafields (un mercado de verdad), si no que es poco más que un almacén con paredes de ladrillo en blanco. Pero este lugar también es de apuestas arriesgadas y la comida ya no son locales en los laterales, sino gente vendiendo en puestos ambulantes la comida de sus países. Las compras en esta zona son especiales y los vendedores lo saben. Acabé comprando unos zapatos de una marca de Bolton que tiene nada más que cinco personas haciendo zapatos a mano. Y por el mismo (o menos) precio que se paga por unos zapatos de marca que muchas veces son hechos en China o en el sureste asiático. Eran ya pasadas las dos de la tarde y no teníamos nada de hambre, pero decidimos coger unos cupcakes en un sitio con una pinta magnífica. Un pequeño subidón de azucar era lo que necesitábamos para poder seguir camino por la zona.



Seguimos Brick Lane hacia el norte, atestada de gente, para dar un paseo por el Backyard Market, otro de los de la zona. Por este ya nos paramos menos, que las fuerzas empezaban a flaquear. Seguimos y pasamos por delante de The Vibe, un local de música en directo muy famoso de Londres. Desde fuera se escuchaba un concerto en directo de música electrónica. La zona está llena de graffities. Seguimos calle ariba y, tras pasar otra de las zonas de la calle que están llenas de sitios de comida, decidimos volver al hotel a descansar, para poder acabar el día con fuerzas. Antes de coger el bus paramos en un "centro comercial" de moda urbana llamado boxpark. Lo pongo entre comillas porque está hecho a base de apilar contenedores, de esos que van en los barcos. Curioso concepto, la verdad. Curioseamos un rato y luego cogimos el bus. Se que lo comento siempre, pero salvo que hagáis un viaje muy largo, el bus es mucho mejor que el metro. En metro uno sólo conoce lo que hay alrededor de las estaciones. El bus en Londres funciona estupendamente, se ve el paisaje y se descubren muchas cosas que de otra forma no verías.



Tras descansar un poco en el hotel buscamos donde cenar. Internet para estas cosas es maravilloso. Se que a veces da pereza, pero no dudéis en conseguir una tarjeta de prepago para vuestro móvil. Por poco mása de diez libras podréis tener internet allá donde vayáis y no caer en sitios cutres que un londinense no frecuentaría en su vida. Luego esta ciudad tiene fama de que se come mal, y es una de las mentiras más repetidas que oigo cuando llego a Coruña. En fin, que buscando buscando encontramos un restaurante polaco llamado Baltic. Ya desde el hotel, de nuevo por internet, reservamos una mesa para media hora después. Nada más llegar nos sentamos y disfrutamos del ambiente y del local, lleno de gente de la zona y cero turistas. Disfrutamos de una cena estupenda. Bea comió conejo con ciruelas y yo un schnitzel de cerdo genial. De postre Bea una especie de panacotta de vainilla con cerezas y yo una tarta polaca de manzana con helado de canela. Disfrutamos realmente de la cena y del sitio, con una velada amenizada por un poco de jazz en directo.

Salimos de allí dispuestos a acabar la noche en un pub que encontré en un libro. El Gladstone Arms, un pub en el que dsifrutar de la música en directo casi todas las noches. Es otro sitio alejado de miradas indiscretas, lejos de las hordas de turistas y lleno de gente de los alrededores que vienen a disfrutar de su cerveza favorita mientras escuchan a un músico que se entrega delante de, como mucho, cuarenta personas. Nos perdimos el primer concierto pero llegamos al segundo, Jess Klein. Disfrutamos del concierto completo, de esta chica que hace, según la crítica, country alternativo. El público era realmente curioso. Desde una gafapasata en la esquina que ponía cara de asco mientras no paraba con el móvil, pasando por una grupo de locales que pasaban de los setenta años, continuando por un par de hipsters en unos taburetes y acabando por nosotros, la audiencia era realmente miscelánea pero se entregó a aplaudir unánimemente cuando la ocasión lo requería. Gran día, si señor.


domingo, 30 de septiembre de 2012

Londres. No, no nos cansamos. (días 1 y 2)

Ayer nos pusimos de nuevo en marcha. Como ya sabréis, a Bea no le gustan nada los aviones, así que nos hemos ido a Londres por tierra, otra vez. No hemos hecho todo el camino en coche, si no que lo hemos dividido en dos etapas. Ayer despues del trabajo nos hicimos la ruta desde Coruña hasta Hondarribia, un bonito pueblo está justo en frente de Francia. De esta parte del viaje, poco que contar. Un poco de agua y siete horas por una carretera que ya nos conocemos de memoria. A Hondarribia llegamos a eso de las diez de la noche. El hotel estaba en pleno centro, al lado de la calle donde mayor concentración de bares de pinchos y restaurantes. Siendo viernes, la verdad es que no había demasiado ambiente, la vida que uno puede esperar en un pueblecito. Paramos a tomar un par de pinchos y nos fuimos para cama.

Hoy madrugamos mucho. Salimos del hotel a las siete y cuarto de la mañana, camino de la estación de Hendaya, donde cogimos el TGV camino de París. Seis horas después estábamos en la estación de Montparnasse y unos cuarenta y cinco minutos más y ya estábamos en la estación del norte. Paramos a comer algo en la estación. Comimos una ensalada en media hora y nos fuimos a hacer la cola del Eurostar camino ya de Londres. Es increible la cantidad de gente que lo usa. Contamos más de veinte vagones, con más de cincuenta personas cada uno, e iban hasta arriba. Aproximadamente tres horas después estábamos ya en Londres.


Nada más llegar a la estación lo primero fue comprar una travelcard de 7 días, que nos permitirá usar el transporte público en el centro una semana por 30 libras. Cogerlo en la estación de tren es importante, porque permite, por la duración de la travelcard, hacer uso de los cupones 2x1 de esta web. La verdad es que usándolos se ahorra bastante dinero. Pongamos por ejemplo la Torre de Londres. Vale la entrada diecisiete libras. Si cogeis una travelcard en una estación de tren e imprimís el cupón tendréis por diecisiete libras dos entradas. ¿Fácil, verdad?

Lo siguiente fue comer y beber algo. Bea se tomó uno huevo escoces (huevo cocido cubierto con carne y rebozado) y seguimos camino del hotel, situado muy cerca de la Tate Modern. Cogimos un bus y media hora después estábamos en la habitación, bastante cansados trasa un duro día de viaje. Así pues, nos zapateamos durante una hora antes de bajar a cenar. Tras dar una vuelta por los alrededores del hotel, haciendo ya algo de frío, decidimos cenar en un restaurante marroquí. Bea se tomó una sopa de verduras y unos chipirones y yo me decidí por un tajine de pollo.



Reconfortados por la cena caminamos una rato. Nos dirigimos hacia el mercado de Burough, con el horizonte marcado por el Shard, el nuevo rascacielos de la ciudad. Siendo sábado la zona estaba llena de gente caminando y tomando algo. Dimos media vuelta y nos volvimos a dormir. Queremos coger fuerzas para el resto del viaje y ¡hoy ha sido un día muy muy largo!