Excursioooooooon! Madrugamos lo que pudimos y bajo un sol radiante nos dispusimos a ir a Nikko mediante el método más rápido: Shinkansen + tren de la JR. Nos ahorraba 30 minutos con respecto a la segunda mejor opción pero implicaba más coste. No pasa nada, hemos venido a jugar (frase del viaje). Llegamos a la estación de JR y cola para pillar billete. Ay, que no llegamos! Tras coger los billetes, no, no llegamos por los pelos. Ains, que follón. ¿Cuándo es el siguiente? Son 20 minutos de espera, mientras vemos como funciona el ordenado sistema de cola para los trenes bala en asientos no reservados. Hay una cola para el siguiente tren y otra para el posterior, una para cada vagón. Tu te pones ahí y el tren para justo delante (milimétricamente) de la cola para que entres. Pero ojo, según llega el tren un batallón de limpiadores lo limpia en poco más de cinco minutos. Cuando acaba, se plantan todos delante de los viajeros que esperan y ofrecen una profunda reverencia. Entramos y lo primero que vemos es que el tren es anchísimo y muy espacioso. La configuración de asientos es 3-2, la primera vez que veo eso en un tren. Bea les da la vuelta a los asientos y vamos 2 a 2 viendo el rural japonés desde el tren. Llegamos con el tiempo justísimo para hacer trasbordo pero... lo conseguimos! Llegamos al tren local que es más o menos igual que los que sirven como cercanías de la JR en Tokio. Por el camino hacia Nikko vemos arrozales, casas y cultivos.
Llegamos a la estación y cogemos billetes para el bus. ¡Vamos a los templos!
Nos bajamos y comenzamos a andar un poco. Esto se pasa de bonito. Árboles, muros de piedra, musgo, flores por doquier.
Es sobrecogedor. Andamos hacia el primer templo que visitamos, el templo de Taiyu-in. Pagamos religiosamente la entrada. Ya vamos entendiendo el ritual de los templos sintoistas.
Hay que saludar al Torii cuando se entra con una reverencia. Al salir no se hace la reverencia hacia la salida, se da uno la vuelta y se hace hacia la entrada. Dentro hay un sitio donde hacer ofrendas y el ritual asociado. Hay un sitio a la entrada donde purificarse (se enjuaga uno la mano izquierda, luego la derecha y luego la boca cogiendo el agua desde la mano, nunca desde el cazo). Entramos al templo tras pasar un gran Torii. Está dividido en varias estancias y las vamos recorriendo mientras subimos. Muchas escaleras pero merecen la pena.
Al bajar (ya era algo tarde), dimos un vistazo rápido al santuario de Futarasan. No nos tiene una pinta increible y es muy tarde, así que lo dejamos pasar un y simplemente le echamos un vistazo rápido.
Comimos en un sitio para turistas al estilo japonés en la zona de los templos. Unos soba fríos con verdura, sashimi, katsudon (cerdo empanado) con huevo y arroz blanco y una ramen con una especie de rábano japonés fueron el menú. Eso sí, barato barato, Terminamos de comer y nos fuimos al plato fuerte de los templos, el templo de Tosho-gu. Si el de Taiyu-in nos había parecido increíble, este se sale de escala.
Y eso que lo más famoso, la puerta principal, está andamiada bajo reparación. Multitud de edificios, pagodas, tallados de animales en madera, colores de todo tipo. Nos dejá boquiabiertos. Subimos hasta el pequqeño santuario superior, para el que hay que subir 203 escalones. Muy chula la subida y muy chulo el pequeño santuario.
Cuando terminamos en el templo (más bien nos echaron porque estaba cerrando), nos planteamos que íbamos a hacer. Finalmente decidimos seguir con una de mis ideas e ir al Abismo de Kanmangafuchi. Es un paseo pegado al río lleno de estatuas con babero y gorrito. Estas estatuas honran a los niños muertos y la gente les hace ofrendas. El paseo de 25 minutos es agradable, pasando por una carretera rural con casas a los lados. Nos gusta mucho fijarnos en las diferencias con nuestro mundo: las casas, los coches, las plantas, los árboles (algunos de ellos esculpidos cual maxi-bonsais). Llegamos al abismo y nos gusta mucho el sitio.
El río tiene unas zonas de rapidos con pozas, las estatuas sobrecogen y todos nos sentimos muy bien con la luz ya amenazando con anochecer. Casi nadie allí a esa hora y una temperatura perfecta, nos quedamos un buen rato haciendo fotos. Bajamos de nuevo hacia el pueblo pasando antes por el puente más famoso de Nikko, el Futurasan Jinja. Pasar pasamos por el lado, que el puente en sí mismo tiene horario y tarifa escandalosa.
Desde ahí cogimos el bus para volver hacia Tokio por otra ruta con otra compañía que nos salía bastante más barata. Nikko nos dejó muy buena impresión. Es un sitio al que algún día nos gustaría volver con tiempo. Entre los templos, la zona de lago (que nos hubiera gustado mucho ver), las cascadas, las zonas de senderismo... Es una zona para pasar cuatro o cinco días disfrutando.
Desde Nikko fuimos hacia la estación de Asakusa. Nos quedaba un tanto más lejos que la de Tokyo donde cogimos el tren de la mañana. Decidimos cenar allí, a eso de las 9 y media que llegamos. Tras dar unas vueltas por las zonas de tiendas (que estaban ya más que cerradas) terminamos en un local de sushi donde cenamos. La cena consistió básicamente en nigiris, sashimi con arroz blanco, calamares en tempura y sake. La niña comió encantada los calamares, parte del sashimi y la anguila, que le encanta como la hacen los japoneses. La cena estuvo bien, pero fue cara para lo que se paga por el sushi en Japón, es lo malo de que la zona sea turística. Nos lo pasamos como enanos (el sake tuvo algo de culpa).
Contentos y alegres, felices por la buena noche que hacía fuimos hacia la estación tratando de coger la Asakusa line del metro. Lo malo es que tardamos en encontrar la estación y cuando lo hicimos, estaba cerrada. Pues nada, vuelta a la estación de Asakusa a coger otra línea que nos dejaba un pelín más lejos de casa. No pasa nada, son 5 minutos más. Por el camino en el metro Cloe liga con una señora que flipa bastante con ella. Sus arigato gozaimasu han ido mejorando con el tiempo y le salen de forma espontánea. También está aprendiendo en japonés una canción infantil que sabe en inglés. La señora termina por regalarle galletas a la niña y ella le responde con una sonrisa y le dice gracias en tres idiomas distintos. Llegamos a la estación de Shidorme y nos lleva un rato encontrar la salida adecuada, que a veces ni con el mapa delante... Desde allí es un paseo para llegar al apartamento. Que contentos y que día tan maravilloso el de hoy. Mañana más!
Comenzó siendo un blog dedicado a cubrir, según se iba produciendo, nuestro primer viaje en coche a otro país, para acabar siendo el blog donde almacenamos nuestros recuerdos y mantenemos informada a la gente del discurrir de nuestros viajes.
jueves, 12 de mayo de 2016
miércoles, 11 de mayo de 2016
Al otro lado del mundo: Día 6 - Odaiba
Hoy habíamos quedado con Esther, una amiga de Marcos. Salimos de casa andando hacia la estación de Shimbashi, que pensábamos que íbamos a usar más pero que prácticamente no hemos tocado. Llegamos hasta allí en poco más de quince minutos, bajo un cielo gris plomizo pero una temperatura agradable y nada de agua. Nos presentamos todos y rápidamente nos metimos en la línea que va hacia Odaiba, una zona de ocio que han construido hace relativamente poco en la bahía de Tokio. Nos subimos al tren, que no tiene conductor al estilo del DLR de Londres en el primer vagón, con asientos en primera fila para poder ver el transcurrir del tren desde su elevada posición (estará como un tercer piso de alto).
Según salimos de la estación pasamos delante del reloj que el Studio Ghibli construyó en la pared de un edificio de Tokio y es muy steampunk. Desde allí seguimos elevados, pasamos al lado de nuestro apartamento y cruzamos la bahía por el Raibow Bridge, que es espectacular. Llegamos ya a Odaiba y lo primero que hacemos es parar en la playa artificial. No es que esté el día como para bañarse ni que el agua tuviera muy buena pinta (además había medusas) pero es que a Cloe le encanta corretear por la arena.
Estuvimos un buen rato por allí hasta que decidimos seguir camino. Nos metimos en uno de los primeros centros comerciales de la isla (tiene 4 o 5 enooormes) y nos dedicamos a dar vueltas viendo cosas raras y comprando alguna cosilla. Paramos después, con calma, a comer. Aquí en los centros comerciales hay sitios más o menos al nivel que en la calle, aunque se ve algún restaurante de cadena, cada uno de ellos suele ser un pequeño negocio. Comimos pues en un restaurante regentado por dos señores mayores. La señora estaba enamorada de Cloe. Comimos unos menús de sashimi, de cerdo y de tempura. No eran la mayor maravilla del mundo, pero daban el pego y fue barato.
Seguimos de paseo y paramos a tomar un café viendo la bahía de Tokio con la niña durmiendo la siesta. Estuvimos descansando y pasando el rato.Ya cuando salimos de casa decidimos tomarnos el viaje con calma y ver lo que podamos, que no es plan andarse con estreses. Cuando se despertó Cloe bajamos al Toys'R'Us que en Japón es una jugudetería japonesa con sus cosas de juguetería japonesa y sus frikeces varias. Desde allí, salimos a pasear de noche por fuera de los edificios. Estuvimos un buen rato haciendo fotos de la estatua de la libertad (en Odaiba hay una) y del Rainbow bridge con su iluminación nocturna.
La noche estaba preciosa, aunque con algo de viento. Estuvimos mucho rato fuera, disfrutando de la temperatura y haciendo el moñas. Cuando nos cansamos seguimos camino hacia ooootro centro comercial.
En este había dos objetivos: cenar y ver el Gundam de escala 1/1. Gundam es una serie japonesa de robots gigantes (mechas). Es quizás la más famosa y en Japón es la más popular. Ha tenido mil encarnaciones y subseries y en tooodas las jugueterías hay Gundams de todos los colores y tamaños para montar y ya montados. En Odaiba, frente a este centro comercial, tienen uno a una supuesta escala 1/1 (digo supuesta porque, por desgracia, no existe de verdad). El bicho mide 18 metros, que ya es decir, y es una pasada.
Como buenos japoneses, que saben ganar dinero, además de la estatua hay un Gudam café, un museo Gundam y una tienda de cosas de Gundam en la que alegremente picamos. De allí fuimos a cenar y terminamos en un food court, que viene siendo un sitio con muchos restaurantes para elegir y llevar tu comida a las mesas comunes donde comer con los amigos. Así que cada uno escogió de donde coger la comida y comimos platos de sitios distintos, pero báasicamente Gyozas y pasta. Para terminar el día cogimos unos helados en un Baskin Robbins (cadena ya desaparecida en España) y nos los fuimos comiendo de camino para el tren a eso de las diez y media de la noche.
Según salimos de la estación pasamos delante del reloj que el Studio Ghibli construyó en la pared de un edificio de Tokio y es muy steampunk. Desde allí seguimos elevados, pasamos al lado de nuestro apartamento y cruzamos la bahía por el Raibow Bridge, que es espectacular. Llegamos ya a Odaiba y lo primero que hacemos es parar en la playa artificial. No es que esté el día como para bañarse ni que el agua tuviera muy buena pinta (además había medusas) pero es que a Cloe le encanta corretear por la arena.
Estuvimos un buen rato por allí hasta que decidimos seguir camino. Nos metimos en uno de los primeros centros comerciales de la isla (tiene 4 o 5 enooormes) y nos dedicamos a dar vueltas viendo cosas raras y comprando alguna cosilla. Paramos después, con calma, a comer. Aquí en los centros comerciales hay sitios más o menos al nivel que en la calle, aunque se ve algún restaurante de cadena, cada uno de ellos suele ser un pequeño negocio. Comimos pues en un restaurante regentado por dos señores mayores. La señora estaba enamorada de Cloe. Comimos unos menús de sashimi, de cerdo y de tempura. No eran la mayor maravilla del mundo, pero daban el pego y fue barato.
Seguimos de paseo y paramos a tomar un café viendo la bahía de Tokio con la niña durmiendo la siesta. Estuvimos descansando y pasando el rato.Ya cuando salimos de casa decidimos tomarnos el viaje con calma y ver lo que podamos, que no es plan andarse con estreses. Cuando se despertó Cloe bajamos al Toys'R'Us que en Japón es una jugudetería japonesa con sus cosas de juguetería japonesa y sus frikeces varias. Desde allí, salimos a pasear de noche por fuera de los edificios. Estuvimos un buen rato haciendo fotos de la estatua de la libertad (en Odaiba hay una) y del Rainbow bridge con su iluminación nocturna.
La noche estaba preciosa, aunque con algo de viento. Estuvimos mucho rato fuera, disfrutando de la temperatura y haciendo el moñas. Cuando nos cansamos seguimos camino hacia ooootro centro comercial.
En este había dos objetivos: cenar y ver el Gundam de escala 1/1. Gundam es una serie japonesa de robots gigantes (mechas). Es quizás la más famosa y en Japón es la más popular. Ha tenido mil encarnaciones y subseries y en tooodas las jugueterías hay Gundams de todos los colores y tamaños para montar y ya montados. En Odaiba, frente a este centro comercial, tienen uno a una supuesta escala 1/1 (digo supuesta porque, por desgracia, no existe de verdad). El bicho mide 18 metros, que ya es decir, y es una pasada.
Como buenos japoneses, que saben ganar dinero, además de la estatua hay un Gudam café, un museo Gundam y una tienda de cosas de Gundam en la que alegremente picamos. De allí fuimos a cenar y terminamos en un food court, que viene siendo un sitio con muchos restaurantes para elegir y llevar tu comida a las mesas comunes donde comer con los amigos. Así que cada uno escogió de donde coger la comida y comimos platos de sitios distintos, pero báasicamente Gyozas y pasta. Para terminar el día cogimos unos helados en un Baskin Robbins (cadena ya desaparecida en España) y nos los fuimos comiendo de camino para el tren a eso de las diez y media de la noche.
martes, 10 de mayo de 2016
Al otro lado del mundo: Día 5 - Parque Ueno y Akihabara (2)
Salimos de casa por la mañana con amenaza de lluvia para por la tarde, pero el tiempo de momento aguanta. Como hoy salimos pronto, paramos un poco en el parque infantil que hay al lado de casa. No es gran cosa, pero para quitarle el mono a la niña vale. Un poco de columpio, un poco de tobogán y salimos hacia Ueno.
La estación de al lado de casa (Hamamatsucho) y las líneas de tren de JR son nuestra segunda casa. El transporte de Tokio es un locurón. Hay muchísima gente, pero salvo a ciertas horas el tren no va atestado. Pensad que por nuestra estación pasa un tren ¡cada tres minutos! Y si pensamos que a nosotros nos valen para los recorridos habituales las dos líneas de la JR nos sale una frecuencia combinada media de ¡un minuto y medio! Así que habitualmente es llegar a la estación y coger el tren. Desde nuestra estación a Ueno, unos 10 minutos.
El parque estaba atestado de gente. Mucho turista nipón, sobre todo a primera hora jubilados. Después ya lo que habían eran excursiones de colegios. Decidimos ir a ver el Museo Nacional de Tokio.
Siempre me han gustado las artes decorativas y este museo es épico en eso. Y si te gusta el mundo japonés ya no te cuento. Dentro, una de las grandes ventajas de Japón: las taquillas. Taquillas, taquillas por todos lados. ¿Vas a un museo? Deja tus cosas en la taquilla. Hasta ahí, ya lo hemos visto en muchos sitios, hay algunos museos en europa que las tienen, aunque no suelen ser de moneda si no un guardaropa. Pero aquí las hay por tooodos lados. ¿Sales de marcha? Taquilla. ¿Vas de compras y no quieres cargar con las bolsas? Taquilla. Es una pasada, un inventazo. Las del museo eran gratis pero en la calle hay en muchos sitios taquillas de pago. Dentro del museo nos pasamos un buen rato viendo cosas alucinantes. Kimonos de seda con unos bordados increibles, katanas, vasijas, estatuas, biombos pintados, pinturas, caligrafía, grabados... También pasamos un rato por la zona de arqueología donde pudimos ver estatuas de terracota, espadas de bronce (en el siglo 2 A.C., cuando aquí la edad de bronce la habíamos dejado ya muchos siglos atrás), armaduras... Muy muy buen museo.
Se paga entrada pero es barato, 620 yens por cabeza (los niños no pagan y los papás de los niños pagan 520). Ah, y hay un jardín trasero muy bonito que se puede ver desde arriba en una terraza del edificio principal del museo.
Salimos del museo con bastante hambre y los restaurantes del parque estaban a tope de gente. Seguimos andando camino de la estación de Ueno (nota para viajeros, cerca de las estaciones de tren/metro en Tokio hay decenas de sitios para comer bien de precio). Terminamos comiendo en un restaurante coreano como reyes. Otro sitio más en el que comer descalzo. Otra cosa que nos flipa de Japón, lo de comer descalzo. En serio, es alucinante. Los locales tienen taquillas donde dejar tus zapatos y zuecos/zapatillas de goma para ir al baño o para ir a buscar algo a la zona de ir con zapatos. Dejamos los zapatos y nos sentamos en otra mesa de esas en plan banco, en el medio dos parrillas de gas con piedra de lava y una rejilla. Extractor en el techo y una carta repleta de carne para hacer en la parrilla. Mi ma que comilona. Carne a la parrilla con sopa, arroz y encurtidos. Bea y yo nos pedimos a mayores un arroz con queso y pulpo y un rollo de carne relleno de arroz (parecía una salchicha por fuera). Chema se pidió un bol con carne y arroz. Varias cosas venían en unos cuencos de roca que parecían salidos del mismísimo infierno. Llenos llenísimos salimos a pasear y decidimos ir dirección Akihabara que nos quedaba cerca, a unos 20 minutos andando.
Bajamos camino de Akihabara por Ameyoko, una calle comercial con bastante vida.
Dimos unas vueltas parando en una sala de recreativos pequeñita donde estuvimso jugando los cinco (sí, los cinco, Cloe incluida) al Taiko no Tatsujin, una recreativa musical de taikos (unos tambores japoneses). Seguimos camino serpenteando calles viendo un poco lo que se cocía en las calles perdidas de la zona. Al poco rato comenzó a llover, empezamos a refugiarnos en tiendas de Akihabara, entrando a ver edificios llenos de tiendas de figuras de coleccionista de todo tipo, pero sobre todo anime. Poco a poco fueron cerrando las tiendas y volvimos a mirar para arriba para buscar donde comer. Esta vez no hubo mucha suerte. Subimos a un séptimo piso y acabamos en un sitio de comida bastante regulera que curiosamente estaba llenísimo de gente que había salido de trabajar. El sitio tenía una mezcla rara de comida oriental y occidental pero por lo que probamos no hacía bien ni la una ni la otra. Al menos, eso sí, no fue caro.
Desde allí ya cogimos el tren y nos vinimos para casa, que mañana es otro día para hacer muuchas cosas.
La estación de al lado de casa (Hamamatsucho) y las líneas de tren de JR son nuestra segunda casa. El transporte de Tokio es un locurón. Hay muchísima gente, pero salvo a ciertas horas el tren no va atestado. Pensad que por nuestra estación pasa un tren ¡cada tres minutos! Y si pensamos que a nosotros nos valen para los recorridos habituales las dos líneas de la JR nos sale una frecuencia combinada media de ¡un minuto y medio! Así que habitualmente es llegar a la estación y coger el tren. Desde nuestra estación a Ueno, unos 10 minutos.
El parque estaba atestado de gente. Mucho turista nipón, sobre todo a primera hora jubilados. Después ya lo que habían eran excursiones de colegios. Decidimos ir a ver el Museo Nacional de Tokio.
Siempre me han gustado las artes decorativas y este museo es épico en eso. Y si te gusta el mundo japonés ya no te cuento. Dentro, una de las grandes ventajas de Japón: las taquillas. Taquillas, taquillas por todos lados. ¿Vas a un museo? Deja tus cosas en la taquilla. Hasta ahí, ya lo hemos visto en muchos sitios, hay algunos museos en europa que las tienen, aunque no suelen ser de moneda si no un guardaropa. Pero aquí las hay por tooodos lados. ¿Sales de marcha? Taquilla. ¿Vas de compras y no quieres cargar con las bolsas? Taquilla. Es una pasada, un inventazo. Las del museo eran gratis pero en la calle hay en muchos sitios taquillas de pago. Dentro del museo nos pasamos un buen rato viendo cosas alucinantes. Kimonos de seda con unos bordados increibles, katanas, vasijas, estatuas, biombos pintados, pinturas, caligrafía, grabados... También pasamos un rato por la zona de arqueología donde pudimos ver estatuas de terracota, espadas de bronce (en el siglo 2 A.C., cuando aquí la edad de bronce la habíamos dejado ya muchos siglos atrás), armaduras... Muy muy buen museo.
Se paga entrada pero es barato, 620 yens por cabeza (los niños no pagan y los papás de los niños pagan 520). Ah, y hay un jardín trasero muy bonito que se puede ver desde arriba en una terraza del edificio principal del museo.
Salimos del museo con bastante hambre y los restaurantes del parque estaban a tope de gente. Seguimos andando camino de la estación de Ueno (nota para viajeros, cerca de las estaciones de tren/metro en Tokio hay decenas de sitios para comer bien de precio). Terminamos comiendo en un restaurante coreano como reyes. Otro sitio más en el que comer descalzo. Otra cosa que nos flipa de Japón, lo de comer descalzo. En serio, es alucinante. Los locales tienen taquillas donde dejar tus zapatos y zuecos/zapatillas de goma para ir al baño o para ir a buscar algo a la zona de ir con zapatos. Dejamos los zapatos y nos sentamos en otra mesa de esas en plan banco, en el medio dos parrillas de gas con piedra de lava y una rejilla. Extractor en el techo y una carta repleta de carne para hacer en la parrilla. Mi ma que comilona. Carne a la parrilla con sopa, arroz y encurtidos. Bea y yo nos pedimos a mayores un arroz con queso y pulpo y un rollo de carne relleno de arroz (parecía una salchicha por fuera). Chema se pidió un bol con carne y arroz. Varias cosas venían en unos cuencos de roca que parecían salidos del mismísimo infierno. Llenos llenísimos salimos a pasear y decidimos ir dirección Akihabara que nos quedaba cerca, a unos 20 minutos andando.
Bajamos camino de Akihabara por Ameyoko, una calle comercial con bastante vida.
Dimos unas vueltas parando en una sala de recreativos pequeñita donde estuvimso jugando los cinco (sí, los cinco, Cloe incluida) al Taiko no Tatsujin, una recreativa musical de taikos (unos tambores japoneses). Seguimos camino serpenteando calles viendo un poco lo que se cocía en las calles perdidas de la zona. Al poco rato comenzó a llover, empezamos a refugiarnos en tiendas de Akihabara, entrando a ver edificios llenos de tiendas de figuras de coleccionista de todo tipo, pero sobre todo anime. Poco a poco fueron cerrando las tiendas y volvimos a mirar para arriba para buscar donde comer. Esta vez no hubo mucha suerte. Subimos a un séptimo piso y acabamos en un sitio de comida bastante regulera que curiosamente estaba llenísimo de gente que había salido de trabajar. El sitio tenía una mezcla rara de comida oriental y occidental pero por lo que probamos no hacía bien ni la una ni la otra. Al menos, eso sí, no fue caro.
Desde allí ya cogimos el tren y nos vinimos para casa, que mañana es otro día para hacer muuchas cosas.
lunes, 9 de mayo de 2016
Al otro lado del mundo: Día 4 - Jardines de Hama Rikyu Gardens y Ginza
Tras estos días de buen tiempo, amenzaba lluvia. La previsión era que no lloviera demasiado, así que planeamos el día en casa pensando en ir a Ueno, a visitar museos. Pero oh, mirando en el maps los horarios resulta que cierran el lunes. Fiasco. Así que lo que decidimos era bajar a los jardines de Hama Rikyu, que nos quedan al ladito del apartamento y luego ir a Ginza.

Nos dimos un pequeño paseito hasta los jardines bajando por nuestra zona. Poca gente por la calle y mucha gente en los edificios trabajando. Nuestra zona es toda nueva, de rascacielos llenos de oficinistas. Llegamos al parque y pagamos la entrada (300 yens). El parque está lleno de árboles muy antiguos, con formas labradas por el arte de los jardineros. Pena que la zona de las flores estaba vacía de ellas. Lo que quizás echamos de menos de los parques a los que estamos yendo en Tokio son los animales. Hay algunos pájaros, pero no muchos. No hay ni patos, ni cisnes, ni ardillas, ni nada de las típicas cosas que le hacen ilusión a la pequeña Cloe. Al poco de llegar al parque comenzó a chispear. Seguimos paseando ignorando la lluvia, que en aquel momento eran cuatro finas gotas. Seguimos por el parque y la cosa se puso aún más interesante, Llegamos a zonas con estanques, con antiguas casas de té. Estos parques eran usados por el emperardor como zona de recreo. Poco a poco comenzó a arreciar la lluvia y empezaba a ser la hora de comer, así que nos fuimos.

Buscando por la zona acabamos por los alrededores de la estación de Shiodome. Allí nos metimos en un centro comercial (aunque como ya os decía llamarles así es complicado, digamos que es la zona de restaurantes de un edificio de 50 plantas lleno de oficinas). Encontramos donde comer en 5 minutos. Comimos un menú por cabeza. Dos de ellos de pollo, uno de salmón y otro de un pescado que no concíamos. Cada menú era un ingrediente a la parrilla, acompañado por sopa de miso, arroz y un par de encurtidos. Todo ello acompañado por té y agua nos costó un total de 28€ los 5. Es una pasada lo barato que es comer en Japón.
Cuando salimos del edificio arreciaba más aún. Empezamos a caminar hacia Ginza, el barrio pijo del centro de Tokyo, donde están todas las flagship stores de las marcas, dónde hay edificos enteros de marcas conocidas pero también tiendas de artesanía muy muy cara. De paseo por el barrio estuvimos viendo cuencos de madera lacada muy muy pequeños por 180€ (lacados y pintados a mano), kimonos de 8000€, katanas de 6000€ y telas alucinantes. Paramos en una pastelería tradicional en la que hicimos una compra. La pastelería serían unos 10m2 y había 5 empleadas vendidendo sin parar. Una compra de 5€ y te daban el producto tras una reverencia de 90º y mil arigato gozaimasu (muchas gracias) que repetían sin parar. Entramos en el edificio de Sony con el objetivo de ver si tenían las gafas de realidad virtual que saca Sony en octubre. En el edificio Sony siempre hubo una exposición dónde la marca mostraba lo que estaba desarrollando, con prototipos y mil cosas curiosas. Nuestro gozo en un pozo, la exposición fue muy cutre y sentimos que fue una pérdia de tiempo. De allí nos fuimos a oootra juguetería. Hay que tratar de hacer cosas que le gusten a Cloe (y a sus papás) y a ella le encanta revolver por ellas. Además en esta (Hakuhinkan Toy Park) estuvimos muy a gusto y había muchas cosas para que Cloe probase (y jugase). Entre eso, que había poca gente y que los pasillos eran anchos, estuvimos un buen rato buscando cosas para ella y para nosotros.

Cuando salimos (más bien nos echaron al cerrar la tienda) decidimos no ir a cenar por ahí. Tenemos que acostarnos pronto hoy y cambiar el ritmo. Nos estamos acostando tarde y levantándonos tarde, así que hoy pronto para casa. Paramos en el supermercado a coger cosas para cenar. En Japón hay mucha comida preparada en los supermercados y es siempre fresca del día y muy barata. Cogimos sushi, carne empanada, no se... mil cosas pequeñitas para comer y nos fuimos al apartamento. Es lo grande de estar en un apartamento, te sientes como en casa y mola mucho más para ir en grupo o con niños, que tienen sitio para esparcirse. Y con esto, mientras vemos cosas raras en la televisión japonesa, me despido.
Buscando por la zona acabamos por los alrededores de la estación de Shiodome. Allí nos metimos en un centro comercial (aunque como ya os decía llamarles así es complicado, digamos que es la zona de restaurantes de un edificio de 50 plantas lleno de oficinas). Encontramos donde comer en 5 minutos. Comimos un menú por cabeza. Dos de ellos de pollo, uno de salmón y otro de un pescado que no concíamos. Cada menú era un ingrediente a la parrilla, acompañado por sopa de miso, arroz y un par de encurtidos. Todo ello acompañado por té y agua nos costó un total de 28€ los 5. Es una pasada lo barato que es comer en Japón.
Cuando salimos del edificio arreciaba más aún. Empezamos a caminar hacia Ginza, el barrio pijo del centro de Tokyo, donde están todas las flagship stores de las marcas, dónde hay edificos enteros de marcas conocidas pero también tiendas de artesanía muy muy cara. De paseo por el barrio estuvimos viendo cuencos de madera lacada muy muy pequeños por 180€ (lacados y pintados a mano), kimonos de 8000€, katanas de 6000€ y telas alucinantes. Paramos en una pastelería tradicional en la que hicimos una compra. La pastelería serían unos 10m2 y había 5 empleadas vendidendo sin parar. Una compra de 5€ y te daban el producto tras una reverencia de 90º y mil arigato gozaimasu (muchas gracias) que repetían sin parar. Entramos en el edificio de Sony con el objetivo de ver si tenían las gafas de realidad virtual que saca Sony en octubre. En el edificio Sony siempre hubo una exposición dónde la marca mostraba lo que estaba desarrollando, con prototipos y mil cosas curiosas. Nuestro gozo en un pozo, la exposición fue muy cutre y sentimos que fue una pérdia de tiempo. De allí nos fuimos a oootra juguetería. Hay que tratar de hacer cosas que le gusten a Cloe (y a sus papás) y a ella le encanta revolver por ellas. Además en esta (Hakuhinkan Toy Park) estuvimos muy a gusto y había muchas cosas para que Cloe probase (y jugase). Entre eso, que había poca gente y que los pasillos eran anchos, estuvimos un buen rato buscando cosas para ella y para nosotros.
Cuando salimos (más bien nos echaron al cerrar la tienda) decidimos no ir a cenar por ahí. Tenemos que acostarnos pronto hoy y cambiar el ritmo. Nos estamos acostando tarde y levantándonos tarde, así que hoy pronto para casa. Paramos en el supermercado a coger cosas para cenar. En Japón hay mucha comida preparada en los supermercados y es siempre fresca del día y muy barata. Cogimos sushi, carne empanada, no se... mil cosas pequeñitas para comer y nos fuimos al apartamento. Es lo grande de estar en un apartamento, te sientes como en casa y mola mucho más para ir en grupo o con niños, que tienen sitio para esparcirse. Y con esto, mientras vemos cosas raras en la televisión japonesa, me despido.
domingo, 8 de mayo de 2016
Al otro lado del mundo: Día 3 - Yoyogi, templo Meiji y Harajuku
Hoy domingo, otro día de solazo. Muy buen tiempo otra vez, ha refrescado un pelín pero estamos a 24ºC. Da gusto pasear así pero no me quiero acostumbrar, mañana ya empiezan unos días de mal tiempo. Salimos de casa algo tarde otra vez, la verdad es que lo que más nos está costando es dormir por la noche. Aquí amanece a las 4 y media de la madrugada y no hay persianas, sólo unas cortinas que no tapan demasiado. Como todavía tenemos un horario un tanto español, nos estamos acostando algo tarde (el blog tiene algo de culpa) y no dormimos lo que deberíamos. En fin, que dado que es domingo y es el día teóricamente bueno para ir a Yoyogi decidimos hacer esa excursión. Volvimos a la estación de Hamamatsucho y desde ahí en media hora estábamos frente al parque. Por el camino nos pasó una cosa curiosa que refleja un poco algunas contradicciones de la sociedad japonesa. Son muy ordenados, son muy educados, pero sin embargo no vemos a la gente cederle el asiento a los mayoresr. Ojo, que en España es una costumbre que cada vez se pierde más, pero aquí tuvimos que insistir muchísimo para que dos ancianos se quisieran sentar en nuestros sitios en el tren.
A reventar de gente estaba la zona. Salimos de la estación y tooodo estaba a tope. Ya no es sólo que estemos en fin de semana, es que este fin de semana es, digamos, el último día de la Golden Week, lo que sería el equivalente a la Semana Santa en Japón a nivel turístico. Decidimos pues, pasear por el parque destino al templo Meiji. Es nuestra primera experiencia en un parque japonés y nos impresiona el arbolado. Por el camino vemos nuestro primer Torii, hecho de madera sin pintar y nos encanta la textura.
El camino cada cierto tiempo estaba jalonado por bellas linternas antiguas y algún que otro puente. Llegando al tempo, barriles de sake en ofrenda se encuentran a la derecha del camino y a la izquierda nos sorprende ver lo mismo pero con barriles de vino que llevan ahí más de 100 años.
Y por fin, entramos al primer tempo sintoista de nuestas vidas tras pasar primero por el ritual de la purificación en una fuente junto a la entrada.
El templo en si mismo era más la estructura que el interior. No os esperéis en este tempo ver estatuas ni tallas ni nada parecido. Lo bello del mismo es el propio templo y las dos parejas de árboles que hay a cada lado, unidas por cuerdas. Al fondo del tempo hay una zona donde arrojar una moneda mientras se muestra respeto al tempo mediante dos reverencias, dos palmadas y una reverencia final. A la derecha tablillas con plegarias que los monjes harán llegar a su destino. Llevábamos un rato allí cuando apareció una comitiva nupcial. Todos y todas muy arreglados. Los chicos con trajes occidentales y en lasa mujeres había una mezcla de kimonos y de vestidos occidentales. Los novios iban a la manera tradicional y los monjes acompañando a la comitiva. Al poco rato apareció una segunda boda donde la gente iba vestida de una forma más o menos similar. Ambas comitivas recorrieron el templo mientras eran fotografiados por los turistas allí presentes.
Al poco salimos del templo pero era ya muy tarde como para ir a la otra parte del parque de Yoyogi, donde tradicionalmente se reunían las tribus urbanas tokiotas a montar jarana. La verdad que me habían dicho que la cosa ya no era lo que fue hace años (quizás demasiado turismo) y se nos hacía demasiado tarde para comer, así que bajamos la calle hacia el Kiddyland, una pedazo juguetería a la que queríamos llevar a Cloe que se estaba portando muy bien. Era ya la hora de comer y no os podéis imaginar la cantidad de gente que había en la calle. Decidimos buscar donde comer cerca de la juguetería pero estaba toooodo a tope. Pero vamos, de eso de haber gente en la calle haciendo cola fuera del local, y no una ni dos personas. Así que dado que Cloe tenía hambre nos fuimos a comer a un T.G.I. Fridays, una cadena americana de comida. Allí nos quedamos un rato comiendo unas pedazo de hamburguesas y descansando un poco antes de entrar en la juguetería.

Locurón, es la palabra para describir Kiddyland. Muchísima gente, muchas cosas chulas, algo cara. Menos mal que tenían servicio de custodia de carritos, lo que nos facilitó movernos por ella, porque eran 5 pisos de juguetes, con pasillos estrechos y estanterías llenas de material. Muchas cosas raras, muchas cosas apetecibles y unas pocas compras después salimos a la calle. Ya estaba anocheciendo (aquí se hace de noche a las 7 de la tarde) y seguimos por la calle paseando. Los chicos y Bea entraron en un bazar mientras yo esperaba fuera con Cloe durmiendo la siesta. Me podría pasar horas simplemente observando a la gente de la calle.

La calle en la que estábamos, quitando algunos comercios, era un poco anodina. Muchas marcas que puedes encontrar en medio mundo. Así que, guiados por Marcos, dimos un paseo por Harajuku St. La zona no es que me gustara, es que es una zona preciosa, de las que me encantan. Iluminada de forma ténue, pequñas tiendas aquí y allá, muchas con ropa muy moderna, mucha tienda de sneakers y muchas... peluquerías. Porque sí, peluquerías a mogollón, y muchas de ellas masculinas. De vez en cuando alguna tienda de kimonos... Parecía la típica zona de moda alternativa como puede ser la zona del East End de Londres. De allí salimos hacia Takeshita Dori, donde lo alternativo pasó a ser Kawaii y la ropa alternativa/moderna dio paso a muchos colores pastel y a ropa gothic lolita. Salimos de allí y decidimos irnos a cenar otra vez al super bullicio ya que en la zona mucho no vimos y el cruce de Shibuya estaba a 5 minutos en tren.

Shibuya, otra vez. Atestado, lleno de gente. ¿Esta gente no trabaja mañana? Parece como si quisieran exprimir hasta el último suspiro del fin de semana. Muchas cosas cierran muy tarde. el comercio a las nueve pero los restaurantes a las once. Otra vez tocaba mirar para arriba, los bajos se reservan para las tiendas. Terminamos subiendo a comer a un octavo piso de un edificio de tiendas, llamarles centros comerciales sería raro porque cada edificio es así. Allí cenamos en un reservado (de nuevo) aunque esta vez no estuvimos descalzos (a Cloe lo de andar descalza le motivaba mucho). Cenamos todo para compartir. Unos fideos udón con carne de cerdo, un tofu frito, unas verduras que no tenemos muy claro que eran cargadas de atún seco y huevas, un atún rebozado y frito con unas algas de textura extraña por encima, un arroz en sopa de te con salmón a la parrilla. Todo ello por unos 48€ y salimos llenísimos los 5. ¡Que gozada!


Derrotados nos fuimos al apartamento, no sin antes pasar por el supermercado de debajo de casa a coger bebidas y cosas para el desayuno. La noche seguía acompañando, pero hay que dormir y pensar el plan de mañana.
A reventar de gente estaba la zona. Salimos de la estación y tooodo estaba a tope. Ya no es sólo que estemos en fin de semana, es que este fin de semana es, digamos, el último día de la Golden Week, lo que sería el equivalente a la Semana Santa en Japón a nivel turístico. Decidimos pues, pasear por el parque destino al templo Meiji. Es nuestra primera experiencia en un parque japonés y nos impresiona el arbolado. Por el camino vemos nuestro primer Torii, hecho de madera sin pintar y nos encanta la textura.
El camino cada cierto tiempo estaba jalonado por bellas linternas antiguas y algún que otro puente. Llegando al tempo, barriles de sake en ofrenda se encuentran a la derecha del camino y a la izquierda nos sorprende ver lo mismo pero con barriles de vino que llevan ahí más de 100 años.
Y por fin, entramos al primer tempo sintoista de nuestas vidas tras pasar primero por el ritual de la purificación en una fuente junto a la entrada.
El templo en si mismo era más la estructura que el interior. No os esperéis en este tempo ver estatuas ni tallas ni nada parecido. Lo bello del mismo es el propio templo y las dos parejas de árboles que hay a cada lado, unidas por cuerdas. Al fondo del tempo hay una zona donde arrojar una moneda mientras se muestra respeto al tempo mediante dos reverencias, dos palmadas y una reverencia final. A la derecha tablillas con plegarias que los monjes harán llegar a su destino. Llevábamos un rato allí cuando apareció una comitiva nupcial. Todos y todas muy arreglados. Los chicos con trajes occidentales y en lasa mujeres había una mezcla de kimonos y de vestidos occidentales. Los novios iban a la manera tradicional y los monjes acompañando a la comitiva. Al poco rato apareció una segunda boda donde la gente iba vestida de una forma más o menos similar. Ambas comitivas recorrieron el templo mientras eran fotografiados por los turistas allí presentes.
Al poco salimos del templo pero era ya muy tarde como para ir a la otra parte del parque de Yoyogi, donde tradicionalmente se reunían las tribus urbanas tokiotas a montar jarana. La verdad que me habían dicho que la cosa ya no era lo que fue hace años (quizás demasiado turismo) y se nos hacía demasiado tarde para comer, así que bajamos la calle hacia el Kiddyland, una pedazo juguetería a la que queríamos llevar a Cloe que se estaba portando muy bien. Era ya la hora de comer y no os podéis imaginar la cantidad de gente que había en la calle. Decidimos buscar donde comer cerca de la juguetería pero estaba toooodo a tope. Pero vamos, de eso de haber gente en la calle haciendo cola fuera del local, y no una ni dos personas. Así que dado que Cloe tenía hambre nos fuimos a comer a un T.G.I. Fridays, una cadena americana de comida. Allí nos quedamos un rato comiendo unas pedazo de hamburguesas y descansando un poco antes de entrar en la juguetería.
Locurón, es la palabra para describir Kiddyland. Muchísima gente, muchas cosas chulas, algo cara. Menos mal que tenían servicio de custodia de carritos, lo que nos facilitó movernos por ella, porque eran 5 pisos de juguetes, con pasillos estrechos y estanterías llenas de material. Muchas cosas raras, muchas cosas apetecibles y unas pocas compras después salimos a la calle. Ya estaba anocheciendo (aquí se hace de noche a las 7 de la tarde) y seguimos por la calle paseando. Los chicos y Bea entraron en un bazar mientras yo esperaba fuera con Cloe durmiendo la siesta. Me podría pasar horas simplemente observando a la gente de la calle.
La calle en la que estábamos, quitando algunos comercios, era un poco anodina. Muchas marcas que puedes encontrar en medio mundo. Así que, guiados por Marcos, dimos un paseo por Harajuku St. La zona no es que me gustara, es que es una zona preciosa, de las que me encantan. Iluminada de forma ténue, pequñas tiendas aquí y allá, muchas con ropa muy moderna, mucha tienda de sneakers y muchas... peluquerías. Porque sí, peluquerías a mogollón, y muchas de ellas masculinas. De vez en cuando alguna tienda de kimonos... Parecía la típica zona de moda alternativa como puede ser la zona del East End de Londres. De allí salimos hacia Takeshita Dori, donde lo alternativo pasó a ser Kawaii y la ropa alternativa/moderna dio paso a muchos colores pastel y a ropa gothic lolita. Salimos de allí y decidimos irnos a cenar otra vez al super bullicio ya que en la zona mucho no vimos y el cruce de Shibuya estaba a 5 minutos en tren.
Shibuya, otra vez. Atestado, lleno de gente. ¿Esta gente no trabaja mañana? Parece como si quisieran exprimir hasta el último suspiro del fin de semana. Muchas cosas cierran muy tarde. el comercio a las nueve pero los restaurantes a las once. Otra vez tocaba mirar para arriba, los bajos se reservan para las tiendas. Terminamos subiendo a comer a un octavo piso de un edificio de tiendas, llamarles centros comerciales sería raro porque cada edificio es así. Allí cenamos en un reservado (de nuevo) aunque esta vez no estuvimos descalzos (a Cloe lo de andar descalza le motivaba mucho). Cenamos todo para compartir. Unos fideos udón con carne de cerdo, un tofu frito, unas verduras que no tenemos muy claro que eran cargadas de atún seco y huevas, un atún rebozado y frito con unas algas de textura extraña por encima, un arroz en sopa de te con salmón a la parrilla. Todo ello por unos 48€ y salimos llenísimos los 5. ¡Que gozada!
Derrotados nos fuimos al apartamento, no sin antes pasar por el supermercado de debajo de casa a coger bebidas y cosas para el desayuno. La noche seguía acompañando, pero hay que dormir y pensar el plan de mañana.
sábado, 7 de mayo de 2016
Al otro lado del mundo: Día 2 - Akihabara
Sin jet lag. Cero. La verdad es que el esfuerzo de ayer ha mercido la pena muy mucho. Aguantamos despiertos hasta la noche y hoy ya estamos al 100%, aunque hemos "perdido" medio día (dormimos doce horas!), pero frescos como rosas hemos salido del apartamento hoy al mediodía camino de Akihabara.
La verdad es que de momento el apartamento nos está resultando muy cómodo para movernos. Tenemos a menos de 5 minutos la estación de Hamamatsucho, desde la que tenemos dos líneas de JR que nos están llevando a nuestros destinos de forma rápida. Hoy en 15 minutos estábamos en Akihabara, la zona más friki de Tokyo, bajo un día casi perfecto de sol y 26º. En esta zona es dónde se concentran las pasiones por la electrónica, los videojuegos, el manga y el anime.
Según salimos de la estación lo primero que vemos es uno de los edificios de Sega que tiene varios salones recreativos por el barrio.
Mi objetivo de hoy era buscar tiendas de material retro de videojuegos para aumentar mi colección, así que entré ya de primeras en una tienda llamada Trader que tenía mucho material de segunda mano. Cinco pisos, pero esta no tenía nada de material antiguo (luego me enteré de que había otra tienda Trader en el barrio que si tenía el material). Estaba dividida por plantas, con videojuegos, anime, libros, trading cards y una última planta para el material subidito de tono. Muchas tiendas por aquí son así, con plantas temáticas. Todo muy ordenado.
Salimos a la calle a seguir viendo el ambiente. Es sábado y está atestada de gente. Mucho ambientillo y mucho japonés, aunque también se ven occidentales por el barrio (es la meca de los juegos antiguos). Viendo que ya era hora de comer buscamos algo rapidito. En Tokio hay que mirar siempre para arriba. Hay muchas zonas que no son residenciales y los comercios están desde la primera planta a la última. Buscando por la zona nos fuimos a comer a un restaurante en un primer piso de un centro comercial con vistas a la calle. Allí comimos como animales: anguila, roast beef, curri, sobas fríos con lengua de ternera, tempura... Todo ello eran menús acompañados por sopa de miso, alubias frías, encurtidos... Cada menú, unos 7-9€. Una ganga.
Desde allí seguimos de paseo por el barrio. Pasamos delante de un pachinko, el ludopático juego de azar japonés y nos turnamos para entrar a curiosear (sin Cloe). En serio, no se como pueden aguantar dentro. El ruido es ensordecedor, creo que había más ruido ahí dentro que delante de un martillo neumático en una obra. Con algún decibelio menos, me fui a buscar una tienda que me habían recomendado, Retro Fiends. Está bastante escondida, la verdad. Lo que antes sería una tienda que todo el mundo habría pasado por alto, ahora mismo gracias (o por culpa) de internet mucha gente sabe que existe. Eso que por un lado es bueno, por otro lado es malo ya que los precios son muy altos. Lo que hace 5 años (o mejor 10) era un sitio para encontrar gangas ahora mismo no lo es. Ni de broma. Puedes encontrar cosas muy raras, pero tienes que estar dispuesto a pagar un precio muy alto, muchas veces superior al de ebay. Eso sí, contando siempre que las cosas suelen estar muy bien cuidadas y que si compras un juego con caja parece que ni lo hubieran abierto más de dos veces. En esta tienda caímos con un Dragon Ball Z y un Starfox de SNES. Había cosas bien raras (una PC Engine Duo-RX o una Virtua Boy) pero a precios demasiado caros. Mientras dos estábamos allí los otros dos paseaban con la niña por la calle. Bajamos corriendo a junto de ellos por una calle peatonal llena de gente. Allí había chicas vestidas en plan anime que trataban de atraer gente a los cafés, muchos de ellos cafés maido, donde las camareras van vestidas de sirvientas y es todo en plan ñoño e infantil. Cosas de estos japoneses.
Era ya la hora de merendar y buscamos un café, pero no uno de maidos, así que la búsqueda nos llevó un rato. Acabamos en un café algo finolis llamado Honey Toast. Vaya merendola!. Yo me tomé un mont blanc de castañas y Chema se pidió una super gordez. Helado, nata, crema, café, bolitas de chocolate... todo ello metido en un brioche ahuecado del tamaño de un pan de molde pequeño (antes de cortarlo en rebanadas). Una barbaridad.
Seguimos de paseo por tiendas y Chema y yo nos escapábamos de vez en cuando a alguna de videojuegos. Fuimos a Super Potato, otra de las famosas. Otra vez lo mismo, mucho material pero caro. En el Hard Off (una cadena de hardware de seguna mand) más de lo mismo. Encontré una Famicom AV a buen precio pero era solo la consola sin cables. Mi gozo en un pozo. Tocó después el Mandarake, una tienda de 7 pisos (bastante pequeños pero llenos de cosasa) con anime, videojuegos y juguetes. Oootra vez lo mismo. Pues nada, en otro sitio será. Tratamos al fin de meternos en una sala de recretivo, pero no nos dejaron entrar yendo con Cloe. Nos resultó raro porque a primera hora de la mañana nos dejaron entrar en otra de ganchos. Sí, una sala llena de máquinas de esas de atrapar cosas con un gancho que parece que son fáciles pero luego el gancho suelta las cosas en el último momento. Luego investigando en otra sala, resulta que a partir de las seis de la tarde no pueden entrar menores de 16 años y a partir de las ocho menores de 18. Curioso, pero nos dejaron sin sala. No pasa nada, Tokio está llena de ellas, ya iremos en otro lado.
Pues nada, nos fuimos a cenar. La noche estaba preciosa. Se podía estar en camiseta y falda (las que pueden) y probablemente estaríamos a más de 20 grados. Tras dar unas vueltas fuimos a un restaurante que anunciaban desde la calle. Un edificio de 8 plantas con restaurantes en cada una. Fuimos al de la segunda y según se abrió el ascensor nos encontramos con un restaurante que de primeras nos asustó un poco y tenía pinta de ser carísimo. El chico de recepción nos vio dubitativos y nos acercó las cartas. Vimos que no era para tanto y ahí fuimos. Nos descalzamos y el recepcionista nos cogió los zapatos, los dejó en unas taquillas y nos dio las llaves. La entrada estaba llena de taquillas para ello. Seguimos a una camarera y el local era precioso, luz ténue y cubículos para que la gente coma sin molestarse. Nos llevan a una zona donde comemos sentados en una especie de bancos. Lo curioso es que hay en un escalón al comienzo de la sala y los "bancos" están casi a nivel del suelo pero bajo la mesa hay un hueco. Cenamos mucho sashimi, delicioso. Bea se toma una sopa de arroz y té verde y unos mariscos gratinados con bechamel de erizos. Todo delicioso. Comimos como reyes.
Salimos de allí ya a las once de la noche. Todo estaba cerrando, al menos todos los sitios a los que podríamos ir con Cloe. Así que nos cogimos un tren y nos vinimos al apartamento. Antes de llegar a casa una paradita en el supermercado (hay muchos 24h) para aprovisionar el apartamento y a descansar!
La verdad es que de momento el apartamento nos está resultando muy cómodo para movernos. Tenemos a menos de 5 minutos la estación de Hamamatsucho, desde la que tenemos dos líneas de JR que nos están llevando a nuestros destinos de forma rápida. Hoy en 15 minutos estábamos en Akihabara, la zona más friki de Tokyo, bajo un día casi perfecto de sol y 26º. En esta zona es dónde se concentran las pasiones por la electrónica, los videojuegos, el manga y el anime.
Según salimos de la estación lo primero que vemos es uno de los edificios de Sega que tiene varios salones recreativos por el barrio.
Mi objetivo de hoy era buscar tiendas de material retro de videojuegos para aumentar mi colección, así que entré ya de primeras en una tienda llamada Trader que tenía mucho material de segunda mano. Cinco pisos, pero esta no tenía nada de material antiguo (luego me enteré de que había otra tienda Trader en el barrio que si tenía el material). Estaba dividida por plantas, con videojuegos, anime, libros, trading cards y una última planta para el material subidito de tono. Muchas tiendas por aquí son así, con plantas temáticas. Todo muy ordenado.
Salimos a la calle a seguir viendo el ambiente. Es sábado y está atestada de gente. Mucho ambientillo y mucho japonés, aunque también se ven occidentales por el barrio (es la meca de los juegos antiguos). Viendo que ya era hora de comer buscamos algo rapidito. En Tokio hay que mirar siempre para arriba. Hay muchas zonas que no son residenciales y los comercios están desde la primera planta a la última. Buscando por la zona nos fuimos a comer a un restaurante en un primer piso de un centro comercial con vistas a la calle. Allí comimos como animales: anguila, roast beef, curri, sobas fríos con lengua de ternera, tempura... Todo ello eran menús acompañados por sopa de miso, alubias frías, encurtidos... Cada menú, unos 7-9€. Una ganga.
Desde allí seguimos de paseo por el barrio. Pasamos delante de un pachinko, el ludopático juego de azar japonés y nos turnamos para entrar a curiosear (sin Cloe). En serio, no se como pueden aguantar dentro. El ruido es ensordecedor, creo que había más ruido ahí dentro que delante de un martillo neumático en una obra. Con algún decibelio menos, me fui a buscar una tienda que me habían recomendado, Retro Fiends. Está bastante escondida, la verdad. Lo que antes sería una tienda que todo el mundo habría pasado por alto, ahora mismo gracias (o por culpa) de internet mucha gente sabe que existe. Eso que por un lado es bueno, por otro lado es malo ya que los precios son muy altos. Lo que hace 5 años (o mejor 10) era un sitio para encontrar gangas ahora mismo no lo es. Ni de broma. Puedes encontrar cosas muy raras, pero tienes que estar dispuesto a pagar un precio muy alto, muchas veces superior al de ebay. Eso sí, contando siempre que las cosas suelen estar muy bien cuidadas y que si compras un juego con caja parece que ni lo hubieran abierto más de dos veces. En esta tienda caímos con un Dragon Ball Z y un Starfox de SNES. Había cosas bien raras (una PC Engine Duo-RX o una Virtua Boy) pero a precios demasiado caros. Mientras dos estábamos allí los otros dos paseaban con la niña por la calle. Bajamos corriendo a junto de ellos por una calle peatonal llena de gente. Allí había chicas vestidas en plan anime que trataban de atraer gente a los cafés, muchos de ellos cafés maido, donde las camareras van vestidas de sirvientas y es todo en plan ñoño e infantil. Cosas de estos japoneses.
Era ya la hora de merendar y buscamos un café, pero no uno de maidos, así que la búsqueda nos llevó un rato. Acabamos en un café algo finolis llamado Honey Toast. Vaya merendola!. Yo me tomé un mont blanc de castañas y Chema se pidió una super gordez. Helado, nata, crema, café, bolitas de chocolate... todo ello metido en un brioche ahuecado del tamaño de un pan de molde pequeño (antes de cortarlo en rebanadas). Una barbaridad.
Seguimos de paseo por tiendas y Chema y yo nos escapábamos de vez en cuando a alguna de videojuegos. Fuimos a Super Potato, otra de las famosas. Otra vez lo mismo, mucho material pero caro. En el Hard Off (una cadena de hardware de seguna mand) más de lo mismo. Encontré una Famicom AV a buen precio pero era solo la consola sin cables. Mi gozo en un pozo. Tocó después el Mandarake, una tienda de 7 pisos (bastante pequeños pero llenos de cosasa) con anime, videojuegos y juguetes. Oootra vez lo mismo. Pues nada, en otro sitio será. Tratamos al fin de meternos en una sala de recretivo, pero no nos dejaron entrar yendo con Cloe. Nos resultó raro porque a primera hora de la mañana nos dejaron entrar en otra de ganchos. Sí, una sala llena de máquinas de esas de atrapar cosas con un gancho que parece que son fáciles pero luego el gancho suelta las cosas en el último momento. Luego investigando en otra sala, resulta que a partir de las seis de la tarde no pueden entrar menores de 16 años y a partir de las ocho menores de 18. Curioso, pero nos dejaron sin sala. No pasa nada, Tokio está llena de ellas, ya iremos en otro lado.
Pues nada, nos fuimos a cenar. La noche estaba preciosa. Se podía estar en camiseta y falda (las que pueden) y probablemente estaríamos a más de 20 grados. Tras dar unas vueltas fuimos a un restaurante que anunciaban desde la calle. Un edificio de 8 plantas con restaurantes en cada una. Fuimos al de la segunda y según se abrió el ascensor nos encontramos con un restaurante que de primeras nos asustó un poco y tenía pinta de ser carísimo. El chico de recepción nos vio dubitativos y nos acercó las cartas. Vimos que no era para tanto y ahí fuimos. Nos descalzamos y el recepcionista nos cogió los zapatos, los dejó en unas taquillas y nos dio las llaves. La entrada estaba llena de taquillas para ello. Seguimos a una camarera y el local era precioso, luz ténue y cubículos para que la gente coma sin molestarse. Nos llevan a una zona donde comemos sentados en una especie de bancos. Lo curioso es que hay en un escalón al comienzo de la sala y los "bancos" están casi a nivel del suelo pero bajo la mesa hay un hueco. Cenamos mucho sashimi, delicioso. Bea se toma una sopa de arroz y té verde y unos mariscos gratinados con bechamel de erizos. Todo delicioso. Comimos como reyes.
Salimos de allí ya a las once de la noche. Todo estaba cerrando, al menos todos los sitios a los que podríamos ir con Cloe. Así que nos cogimos un tren y nos vinimos al apartamento. Antes de llegar a casa una paradita en el supermercado (hay muchos 24h) para aprovisionar el apartamento y a descansar!
Al otro lado del mundo: Día 1 - El viaje a Japón y el primer paseo
Vaya liada. Así, casi sin pensarlo demasiado nos hemos liado la manta a la cabeza y hemos organizado un viaje a Japón en poco menos de un mes. Ese viaje que dejamos postpuesto por el accidente de Fukushima y que hizo que la luna de miel la pasáramos en Estados Unidos. Ese. Pero esta vez no sólo nos acompaña Cloe, nos acompañan dos amigos más. Con ellos nos vamos a recorrer quizás lo más típico del país del sol naciente, pero un primer viaje requiere lo típico, lo que todo el mundo ha investigado. Dejaremos para futuras aventuras el ir a sitios menos conocidos y más alejados del Japón turístico.
Así que tras buscar alojamientos, billetes, conexiones de datos, japan rail pass y todo lo que cuadró, ahí estábamos el día 5 yendo al aeropuerto camino de Tokio. El día fue muy largo, de hecho para mi, escribiendo a las 23:35 hora de Tokio del día 6, aun no ha acabado el día 5. Un día de 36 horas, que son las que llevo despierto. Y el día comenzó con un pequeño susto. Llegamos a Alvedro, preparamos el embarque, subimos al finger y nos hacen dar media vuelta. ¿Media vuelta? Sí, el avión tenía problemas técnicos. Teníamos tres horas para hacer la escala en Londres pero cada vez el restraso se acumulaba más y al final salimos, con el permiso del mecánico, dos horas más tarde de lo previsto. Temíamos perder la conexión y con ello un día de vacaciones. Por suerte la sobrecargo de Vueling fue basatante maja, nos tranquilizó, nos permitió subir la silla de la niña como si fuera equipaje a bordo y nos preguntó a un azafato de JAL que iba a bordo como hacer la conexión en Londres.
Así que llegamos bastante tranquilos a Londres y todo fue sin ningún problema. Como íbamos con la niña embarcamos antes que nadie. Desde ahí, 11 horas y 45 minutos de vuelo hasta Tokio. Salíamos a las 7 de la tarde hora de Londres y llegámos a las 3 de la tarde hora de Tokio. Por el camino yo no dormí nada. Cero. Mira que duermo en trenes, en coches, en buses, en barcos... Pero en el avión no doy, es superior a mí, es cerrar los ojos y sentir como si me cayera. Es una sensación muy incómoda y no doy dormido nada. Cloe y Bea si que echaron una pequeña dormida. En general muy contentos con JAL. Muy amables, los asientos son anchos y con bastante espacio para las piernas (mido 1,82 y tenía varios centímetros hasta el asiento delantero), hay enchufes para portátiles en los asientos y la comida para mi fue muy buena, para las limitaciones de un avión.
Llegamos pues rendidos al aeropuerto de Haneda pero excitados por estar en Tokio al fin. Al llegar al aeropuerto mil cosas. Coger las maletas, pasar inmigración, cambiar dinero, canjear los Japan Rail Pass (que nos permitirán recorrer la zona de Kioto dentro de unos días) y sacar las tarjetas Suica. Si vais a Tokio os aconsejo sacar cualquiera de las tarjetas contactless de pago del metro/tren. La Suica y la Pasmo se usan en tooodos lados. Son compatibles entre sí (se pueden usar indistintamente) y, a su vez, se pueden usar como si fueran la tarjeta de muchas ciudades de Japón. ¿Qué pagas con ellas? Pues casi de todo. El sistema de transporte de Tokio, todas las máquinas de vending que hemos visto en la calle (y hemos visto unas cuantas ya el primer día), muchos supermercados, algunos restaurantes y cafeterías... Ya veis que casi de todo.
De Haneda salimos en monorail, que va elevado sobre la ciudad, pasando a veces a muy poca distancia de los edificios. Es muy surrealista, la verdad, ver como pasa pegado al muro de algunas casas y lo rápido que va el transporte. Nos bajamos cerca del apartamento que habíamos elegido para pasar la primera parte del viaje en Tokio y alrededores. Nos vino a buscar a la estación un sobrino del dueño y nos enseñó el apartamento. Estábamos agotados, pero no queríamos rendirnos porque si no el jetlag sería brutal. Así que salimos a pasear y decidimos coger un tren hasta el famoso cruce de Shibuya.
Gente y más gente por todos lados. Neones. Ruido. Tiendas abiertas por doquier hasta las tantas. Hoy es viernes y los locales están atestados de japoneses y occidentales. Un sitio chulo, pero quizás es un poco el típico sitio guirilandia como puede ser en NY Times Square. Pero hay que ir. Eso sí, esto es guirilandia versión japonesa, y eso siempre mola. Tiendas y restaurantes en los edificios hasta la última planta. En un edificio puedes encontrar una tienda de segunda mano en los primeros cuatro pisos y en los dos últimos haber un pub. Dimos un paseo por allí, y buscamos donde cenar.
Tras dar unas cuantas vueltas terminamos en un teppanyaki donde en la plancha de nuestra mesa nos hicieron la comida. Pedimos un poco variado cada uno, una carne salteada con algunas verduras y queso por encima, unos tallarines hechos en la plancha y yo pedí la comida de plancha más rara, una tortilla japonesa (okonomiyaki) de col con calamares y cerdo. Pedimos unos cuantos acompañamientos y comimos rápido y bien. Nos quedamos con ganas de postre así que nos fuimos al Starbucks de Shibuya. No por ser un Starbucks si no por poder ver el cruce de Shibuya desde arriba, desde una posición llena de gente que quería hacer fotografías. Acabamos el día así, tomando algo y yéndonos a eso de las diez y media para el apartamento a descansar.
Así que tras buscar alojamientos, billetes, conexiones de datos, japan rail pass y todo lo que cuadró, ahí estábamos el día 5 yendo al aeropuerto camino de Tokio. El día fue muy largo, de hecho para mi, escribiendo a las 23:35 hora de Tokio del día 6, aun no ha acabado el día 5. Un día de 36 horas, que son las que llevo despierto. Y el día comenzó con un pequeño susto. Llegamos a Alvedro, preparamos el embarque, subimos al finger y nos hacen dar media vuelta. ¿Media vuelta? Sí, el avión tenía problemas técnicos. Teníamos tres horas para hacer la escala en Londres pero cada vez el restraso se acumulaba más y al final salimos, con el permiso del mecánico, dos horas más tarde de lo previsto. Temíamos perder la conexión y con ello un día de vacaciones. Por suerte la sobrecargo de Vueling fue basatante maja, nos tranquilizó, nos permitió subir la silla de la niña como si fuera equipaje a bordo y nos preguntó a un azafato de JAL que iba a bordo como hacer la conexión en Londres.
Así que llegamos bastante tranquilos a Londres y todo fue sin ningún problema. Como íbamos con la niña embarcamos antes que nadie. Desde ahí, 11 horas y 45 minutos de vuelo hasta Tokio. Salíamos a las 7 de la tarde hora de Londres y llegámos a las 3 de la tarde hora de Tokio. Por el camino yo no dormí nada. Cero. Mira que duermo en trenes, en coches, en buses, en barcos... Pero en el avión no doy, es superior a mí, es cerrar los ojos y sentir como si me cayera. Es una sensación muy incómoda y no doy dormido nada. Cloe y Bea si que echaron una pequeña dormida. En general muy contentos con JAL. Muy amables, los asientos son anchos y con bastante espacio para las piernas (mido 1,82 y tenía varios centímetros hasta el asiento delantero), hay enchufes para portátiles en los asientos y la comida para mi fue muy buena, para las limitaciones de un avión.
Llegamos pues rendidos al aeropuerto de Haneda pero excitados por estar en Tokio al fin. Al llegar al aeropuerto mil cosas. Coger las maletas, pasar inmigración, cambiar dinero, canjear los Japan Rail Pass (que nos permitirán recorrer la zona de Kioto dentro de unos días) y sacar las tarjetas Suica. Si vais a Tokio os aconsejo sacar cualquiera de las tarjetas contactless de pago del metro/tren. La Suica y la Pasmo se usan en tooodos lados. Son compatibles entre sí (se pueden usar indistintamente) y, a su vez, se pueden usar como si fueran la tarjeta de muchas ciudades de Japón. ¿Qué pagas con ellas? Pues casi de todo. El sistema de transporte de Tokio, todas las máquinas de vending que hemos visto en la calle (y hemos visto unas cuantas ya el primer día), muchos supermercados, algunos restaurantes y cafeterías... Ya veis que casi de todo.
De Haneda salimos en monorail, que va elevado sobre la ciudad, pasando a veces a muy poca distancia de los edificios. Es muy surrealista, la verdad, ver como pasa pegado al muro de algunas casas y lo rápido que va el transporte. Nos bajamos cerca del apartamento que habíamos elegido para pasar la primera parte del viaje en Tokio y alrededores. Nos vino a buscar a la estación un sobrino del dueño y nos enseñó el apartamento. Estábamos agotados, pero no queríamos rendirnos porque si no el jetlag sería brutal. Así que salimos a pasear y decidimos coger un tren hasta el famoso cruce de Shibuya.
Gente y más gente por todos lados. Neones. Ruido. Tiendas abiertas por doquier hasta las tantas. Hoy es viernes y los locales están atestados de japoneses y occidentales. Un sitio chulo, pero quizás es un poco el típico sitio guirilandia como puede ser en NY Times Square. Pero hay que ir. Eso sí, esto es guirilandia versión japonesa, y eso siempre mola. Tiendas y restaurantes en los edificios hasta la última planta. En un edificio puedes encontrar una tienda de segunda mano en los primeros cuatro pisos y en los dos últimos haber un pub. Dimos un paseo por allí, y buscamos donde cenar.
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