domingo, 15 de agosto de 2010

Dia 8: Innsbruck - Kühtai - Krimmler Wasserfälle - Nussdorf am Inn

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Nos levantamos por la mañana con un sol que se asomaba entre las nubes que nos despertó a través de las cortinas del hotel (que eran muy finas). Bajamos a desayunar y partimos a hacer una ruta panorámica que pasa por Kühtai, un pueblo-estación de esquí que está relativamente cerca de Innsbruck. Los paisajes que se recorren son la leche. Valles encajados, rodeados entre montañas repletas de abetos que se sujetan de las laderas desafiando a las leyes de la gravedad. Cogimos la carretera y fuimos subiendo por carreteras de curvas (de esas que me gustan a mi) teniendo cuidado porque había un montonazo de ciclistas. Cuando estábamos llegando a Kühtai nos dimos cuenta de que en esta zona de Austria dejan a las vacas sueltas por la montaña y hay que andarse con ojo por si salen a la carretera. Cuando llegamos a la parte alta (a más de 2000 metros), Bea bajó a hacerse amiga de unas vacas y a jugar con ellas un rato.


Cuando se aburrió seguimos y nos fuimos a ver Innsbruck.
Aparcamos en coche en un parking y nos fuimos al centro, donde están las calles comerciales. Nada más llegar Bea fue corriendo a la tienda de swarovski, que es Innsbruck es enorme y está decorada que parece un museo.

 Tras hora y media revolviendo y esquivando a una horda de chinos Bea se compró a una nueva mascota para casa y unos pendientes. Salimos y nos dedicamos a pasear por el centro, parándonos a mirar las fachadas decoradas con pinturas y al fantástico tejado de oro.


En el paseo yo paré a cubrir mis aficiones culinarias e hice una compra de fiambre típico de la región, que tenía una pinta estupenda. Callejeamos y callejeamos hasta toparnos con una feria donde comimos unos bocadillos raros (el de Bea era arenque en vinagre, eso lo identificamos, pero el mío era de algo así como gambas minúsculas que sabían a una mezcla entre langostino y calamares). Seguimos rumbo parándonos en las tiendas de deportes, tratando de buscar unas botas de montaña chulas. Lo malo de esta zona es que todas las botas son de marcas italianas muy caras, aunque con un pintaza estupenda. Como no encontramos nada cogimos el coche y nos fuimos a ver unas cascadas.
Las cascadas de Krimml son las más altas de Europa. Una cascada compuesta de tres saltos que alcanzan 350 metros de altura.

 Según el folleto son las quintas más altas del mundo. Tras pagar 7,5€ llegamos a las cascadas y como no nos daba mucho tiempo sólo vimos el primer salto, que impresionaba por la altura y por la cantidad bestial de agua que llevaba. Salimos de allí un poco mojados por la nube de agua que levantaba la cascada y fuimos al coche a cambiarnos.


Salimos desde allí con dirección al hotel, en un pueblo de Alemania cerca de Innsbruck. Allí llegamos a las 9 de la noche y nos fuimos a la cervecería/restaurante del hotel, situado en un edificio enfrente. Pedimos al estilo alemán. Bueno, a nuestro estilo alemán, es decir, sin saber lo que pedíamos porque ni idea del idioma. Yo acabé con una carne cocida muy rica acompañada de unas patatas confitadas y Bea con un filete de dios sabe que parte de cerdo con una pedazo de ensalada. Todo eso y dos pedazo de cervezas por 22€, ¡para que luego digan!
 Tras cenar nos fuimos para cama. La ruta, aquí

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