martes, 17 de mayo de 2016

Al otro lado del mundo: Día 12 - Fushimi Inari y Gion

Hoy tocaba descansar. Los días pesan un poquito así que hoy no ponemos el despertador. Nos despierta el despertador Cloe a eso de las 10 y al cabo de un ratillo salimos hacia Fushimi Inari. Fushimi Inari son un conjunto de templos patrimonio de la humanidad en Kyoto. Ya eran muy muy famosos y aún se hicieron más famosos con la película de Memorias de una Gueisha. Cogimos el tren hasta allí. En Kioto los trenes son muy puntuales y están bien, pero las frecuencias son más normales. Esta ciudad no tiene, ni de lejos, el ritmo de Tokio. Aquí todo es más humano y el metro pasa cada 8 - 10 minutos. Fushimi Inari es, en si misma, una caminata por el monte. Además, es muy famosa porque hay más de un millón de toriis de todos los tamaños en el recorrido. Sí, habéis leído bien, más de un millón. No se si os acordaís de lo que son los toriis, básicamente son las puertas que dan la entrada a los tempos sintoistas. En ese templo durante la subida hay zonas en las que están unas pegadas a otras, durante cientos de metros. Ademása hay toriis pequeños encima de cosas, en los altares, en todos lados. Tu puedes pagar y te ponen un torii tuyo por ahí. Comenzamos la subida.




En la parte baja del recorrido la cosa estaba atestada de gente. Mucha gente hace sólo la primera parte, un ratito, y no sube hasta arriba. Además es bastante coñazo porque todo el mundo quiere hacerse la foto sin gente y se paran en el puñetero medio creando embotellamientos. Nosotros hemos ido por semana, no quiero imaginarme esto el fin de semana. Lo bueno es que la masificación se acaba pronto. Cuando empiezan las cuestas duras de escaleras, cuando hay que hacer esfuerzos ya un poco gordos, ahí se pueden hacer las fotos que que se quieran.




Os preguntaréis como dimos subido tantas escaleras con la sillita. Pues bien, tenemos una mochila para ella y la sillita hizo todo el recorrido en nuestra espalda. ¿Y Cloe? ¡Pues subiendo con nosotros! Quitando las últimas escaleras de subida y el último tramo de bajada, la niña se hizo la ascensión, con sus tres añitos, de nuestra mano. Descansando de vez en cuando, parando en máquinas de vending y en puestos de venta de galletas, que a fin de cuentas esto es senderismo de masas japonés.

Por el camino de subida unas señoras japonesas se enamoraron de ella y cuando nos dimos cuenta sacaron un papel y se pusieron a hacerle una rana de origami. La rana de papel además de ser bien bonita, salta cuando aprietas la parte posterior. Es la leche.


La niña se hizo dos horas de subida y casi una de bajada andando, con mucha subida y escaleras. Una campeona en toda regla. Por el camino templos y más templos, algún cementerio, mucha naturaleza y mucha sombra, que hoy estábamos a 25º pero la sensación térmica por la humedad era superior. Muy muy muy divertido y muy bonito todo.






Cuando bajamos paramos a comer algo en unos puestos callejeros. Unos takoyaki (bolitas de masa rellenas de pulpo, algo así como unas croquetas), un poco de pollo y unos rollitos de arroz cubiertos de carne y seguimos camino, con un atardecer precioso y una temperatura super agradable.


Nos lo pasamos muy bien en esta zona a pesar de lo cansados que estamos todos. Con Cloe durmiendo nos dirigimos en tren a la zona de Gion, un barrio conocido porque hay gueishas aunque realmente es muy complicado verlas porque están hasta los mismísimos de los turistas así que las suele recoger un taxi aunque tengan que andar 200 metros. Bajamos en la estación de Gion-Shijo Paseamos por la arteria principal (Shijo Dori) del barrio recorriendo tiendas tradicionales.


Una auténtica maravilla. Cerámica carísima, pañuelos teñidos, dulces a tutiplen (y mira que la gente dice que a los japoneses no les gusta el dulce, ¡ja!), mucha artesanía, ropa tradicional carísima... El paseo es divertido y la zona muy chula. En un momento nos dividimos un rato porque quiero hacer unas fotos en el templo de Gion Matsuri. Era ya de noche y la visita nocturna era espectactular. Muchos farollillos encendidos, todo muy bellamente iluminado. Una pasada.



Mientras tanto, el resto se fueron a pasear por las calles del barrio, lleno de callejuelas y rincones escondidos.


Por fin, nos fuimos a cenar pronto que mañana nos vamos de excursión. Cenamos en un local camino de la estación de metro. Siento no poder deciros el nombre de los locales, pero es que la mayor parte están en japonés y no se como se llaman. De todas formas en este país se come bien en todos lados, la diferencia es únicamente lo que pagues por ello. Cenamos muuuchos platos que compartimos. Tofu rebozado, pepino con salsa picante, pulpo crudo, sashimi, tempura de calamares, makis de atún, pinchos de ternera, pinchos de pasta de arroz con bacon y queso, un pescado parecido a las parrochitas y sopa de miso. Todo muuuy rico y el precio fue unos irrisorios 60€ para los 5. Mi ma, que bien se come en este país. Damos un paseito hasta el metro y a casa a dormir. Mañana, ¡excursión!

Al otro lado del mundo: Día 11 - Calles cubiertas de Kioto

Salimos del apartamento de Tokio corriendo para llegar al tren de las 10 hacia Kioto. Cuando digo corriendo fue corriendo, porque llegábamos muy justos. Hoy activamos el JR pass. El JR pass es un pase de tren que compran todos los viajeros que van a Japón. Es algo caro, el nuestro fueron 220€ por una semana de viajes ilimitados dentro de la compañía JR. Lo que parece caro no lo es tanto cuando un viaje de Tokio a Kioto son ya unos 80€, así que a un par de excursiones que hagas ya compensa mucho. La pequeña pega es que no te permite acceder a los trenes JR más rápidos, los Shinkansen Nozomi (los ultimísimos trenes bala) pero sí a los demás trenes bala. De Tokio a Kioto sale un Nozomi ¡cada 10 minutos!. Los Shinkansen que podíamos coger salen cada media hora, así que no queríamos tardar mucho en salir de la ciudad. Desde allí a Kioto son dos horas y media para un trayecto de unos 600 km.

Llegamos a Kioto con una previsión de un día lluvioso. Cuando llegamos vimos en el radar meteorológico (como mola tener internet en el móvil) que teníamos sobre media hora para que empezase a llover de lo lindo.


Visto lo visto decidimos no ir a la casa que teníamos reservada (eran unos 20 minutos) y dejamos las maletas en las taquillas de la estación. Desde ahí ya había buscado un plan para el día lluvioso de hoy así que nos fuimos al mercado de Nishiki, que es cubierto. Hasta allí fuimos andando. Lo que me habían contado de esta ciudad es muy cierto. Mezcla zonas bastante feas, de arquitectura setentera japonesa con zonas muy chulas. Aún así, callejeando desde la estación, vimos muchas cosas curiosas. Templos preciosos que salen de la nada en esas zonas (esta ciudad está llenísima de ellos), pequeñas casas tradicionales incrustadas que a veces son tiendas muy pequeñas de artesanía, muchas cosas chulas.

El mercado estaba lleno de olores.



Había puestos con comida preparada, pescaderías, muchos sitios con encurtidos (aquí son muy tradicionales y de muy buena calidad), puestos de dulces... Muchas cosas interesantes. Lo de los encurtidos en Japón es curioso, realmente nosotros somos un poco cutres y sólo los hacemos con aceitunas, cebolletas, pepinillos y poco más.



El abanico de cosas que se encurten en este país es 10 veces más amplio. Paramos a comer en una cafetería del mercado. Bea se tomó un bento (una bandeja que mezcla varios tipos de comida) con 9 platos distintos acompañada por arroz, sopa y un mochi de anko. Probamos por primera vez la piel de tofu, un plato muy tradicional de Kioto. Marcos se surtió de un conjunto de especialidades de pastel de arroz, Chema se comió una sopa con fideos y yo unos udon que estaban muy muy ricos. Para rematar probamos el granizado típico de aquí (básicamente un bloque de hielo grande del que rallan hielo muy finito y le echan sirope) y mi ma lo rico que está. El hielo se empapa y coge muchísimo sabor.

Desde allí, mientras seguía lloviendo, nos pasamos la tarde por las calles comerciales cubiertas de la zona. La que más nos gustó fue Teramachi, nos parecía que había mejores tiendas. La zona no está colonizada por ninguna marca de las que hay en las calles comerciales de cualquier ciudad del mundo. Ni un Zara, H&M ni similares. Muchas tiendas pequeñas, artesanía, ropa de marcas pequeñas japonesas, zapaterías, tiendas de manga (es alucinante la cantidad de manga que se produce y consume en Japón) y algún que otro todo a 100.





Nos pasamos la tarde callejeando a cubierto y terminamos con los pies detrozados. Y para rematar, otro Book Off con una suerte menor. Cansados y todavía teniendo que ir a por las maletas decidimos buscar algo de cena para llevar a la casa y cenar todos juntos allí antes de ir a por el equipaje mientras arreciaba la lluvia.

Llegamos a la casa que habíamos cogido en arirbnb y flipamos. ¡Es enorme! Es una casa tradicional de dos plantas y muchas de las habitaciones tienen suelos de tatami. Es preciosa. Cenamos y descansamos un poco antes de ir a por las maletas. Cansados y con necesidad de descansar, apagamos hoy el despertador.

domingo, 15 de mayo de 2016

Al otro lado del mundo: Día 10 - Shinjuku y Roppongi

Último día completo en Tokio. Mañana nos vamos a Kioto en tren y hoy era el último día que íbamos a pasar en esta alucinante ciudad llena de marcianadas. Hoy el día estaba más fresco que estos últimos, pero seguíamos estando con una temperatura agradable. Bajamos a coger el tren y nos plantamos en Shinjuku. Hoy queríamos subir a algún mirador (pena de no poder subir a nuestra azotea, que son 60 pisos y nos valía). El típico y barato es subir al ayuntamiento (es gratis) pero como es domingo está cerrado. Decidimos pasar la mañana por los alrededores de la estación de tren, que está repleto de edificios modernos muy chulos y mucho ambiente de compras por la calle. Muchas de las calles están cortadas al tráfico. Hay una cosa que es cierta en Tokio, y es que hacer cosas el fin de semana se vuelve más complicado que por semana. No es como otras ciudades que dices "voy a pillar uno y si puedo dos fines de semana porque hay tal o cual mercadillo o actividad". No lo hagais en Tokio, no es que se vuelva imposible, pero todo lleva más tiempo y a veces haya tal cantidad de gente que agobia. Pues nada, nos quedamos dando vueltas por la zona.



Paramos todos en una tienda de todo a 100... yens. Mi ma, alucinamos con la calidad de las cosas que había dentro en la tienda. Cargamos con pequeñas cosas que en otras tiendas, con calidad similar, cuestan 4 o 5 veces más. Entramos en un Book Off de nuevo y Bea se pasó media mañana haciendo compras en un Uniqlo, una cadena de ropa japonesa de precios estilo Zara. Es curioso lo de esta cadena porque en Londres tiene tiendas pero debe tener la centésima parte de lo que tiene en Japón, y no exagero.

En fin, que terminamos comiendo frente al Uniqlo en un sitio llamado Lion's Club que tenía varios pisos cada uno con un estilo. Elegimos uno japonés y comimos caballa ahumada, calamar seco a la parrilla, un poco de pollo frito, unos tallarines y una tempura. La cosa salió por unos 45€.

Salimos del restaurante con intención de llevar a Cloe a unos jardines de la zona, el Shinjuku Gyoen National Park. Por el camino paramos a coger postre y a hacer unas compras urgentes (Chema ya andaba sin sitio en la maleta y necesitaba otra a la orden de ya). Cuando llegamos a los jardines... cerrados. Mira que fue raro, porque una cosa es cerrarlos y otra que cierren a las cuatro y media, vaya horas. En fin, que nos quedamos sin jardines. Decidimos irnos pues a Roppongi, para ir al mirador de la torre Mori en Roppongi Hills, un centro comercial/zona residencial muy moderna de la ciudad.


Llegamos en metro y nos dirigimos al observatorio. En la planta 52 vimos por primera vez la ciudad desde las alturas. Impresiona. No hay nada más que edificios en todo lo que alcanza la vista (y alcanza mucho). Vamos identificando lo que es cada cosa, que poco a poco vamos conociendo la ciudad.


En la sala de observación, una exposición de Sailor Moon, un anime que también se emitió en España hace años y que en Japón es ultra popular. Echamos un ojo a la exposición y subimos a la cubierta del edificio, para ver las vistas sin un cristal por delante. La vista era mejor todavía, pero hacía bastante viento frío.



Dada la escasez de parques infantiles en la ciudad, queríamos impepinablemente llevar a Cloe al parque infantil que hay cerca de Roppongi Hills, el Robot Park. No es que fuera el parque más espectacular del mundo, pero dado que no hay casi ninguno, este nos pareció la bomba. Eran simplemente una pasarela con unos 8 toboganes, un tobogán larguísimo hecho con un mogollón de barras metalicas con rodamientos y unos robots con muelles por debajo. Poca cosa pero la niña se lo pasa teta y nosotros también bajando por el tobogán, que se baja a toooda leche por él. Decidimos quedarnos a cenar en Roppongi Hills y acertamos.


Fuimos a un restaurante chino muy chulo llamado Blue Lilly. Mi ma, acertamos de pleno. Unos dim sum deliciosos, una carne de cerdo con arroz y salsa que era mmmm (la carne era panceta pura), Bea se tomó una carne de ternera brutal y cayéron también unos tallarines salteados. Lo único flojo del conjunto fueron los rollitos de pasta de marisco, que no eran nada especial y menos para lo caros que eran. Por lo demás, un lujazo de cena. Nos vamos de vuelta a casa a cerrar las maletas dando un pequeño paseo hasta la estación y disfrutando de una noche agradable en una ciudad que nos ha gustado muy mucho.

sábado, 14 de mayo de 2016

Al otro lado del mundo: Día 9 - Asakusa y Akihabara (y 3)

Hoy nos levantamos un poco más tarde para poder recuperar fuerzas. Llevamos varios días madrugando para poder ir de excursión y hoy decidimos que había que dormir un rato. Hoy hace 23º aunque la sensación térmica es superior debido a la humedad. Nuestro objetivo hoy es un locurón, nos vamos al mayor festival que se hace en el templo Senso-ji en Asakusa, el Sanja Matsuri. Tenemos una estación de metro muy cerquita que nos deja muy pegados al templo, y ahí vamos. Eso sí, no vamos solos, el tren va a reventar de gente que se baja allí. La estación está muy ordenada, con líneas en el suelo que marcan que ancho del pasillo se puede ocupar para ir a una dirección y que parte para otra. Así que vamos en manada hacia las calles que llevan al templo.

Allí lo primero que vemos es que el gran farol que adorna el torii de entrada está recogido.



Como es de papel lo pliegan. Las calles que llevan al templo tienen puestos permanentes que hoy están a reventar. Empezamos a curiosear en ellas. Muchas tiendas de artesanía, de souvenirs, muchas pastelerías... Paramos en la primera y me tomo un dorayaki de helado de te verde y pasta de judías. Cloe y Bea disfrutan de un par de helados.


Todo tiene muuuuy buena pinta. De repente, vemos a lo lejos un pequeño altar que se acerca a saltitos. Espera, no viene uno, ¡vienen muchos! La policía abre paso en la atestada calle echando a la gente hacia los lados. En procesión vienen oleadas sucesivas de pasos. Delante de ellos viene gente ataviada a modo tradicional, que va por colores como si fueran cofradías. Cada cierto tiempo un carromato con gente tocando tambores y flautas y algún que otro altar pequeñito llevado por niños.



Cada vez que acarrean un altar van llevándolo de un lado al otro de la calle, subiéndolo y bajándolo mientras gritan "Asa-kusa, Asa-kusa, Asa-kusa". De vez en cuando paran y sujetan el altar sólo con los hombros mientras levantan los brazos en alto y gritan. El ambiente es festivo y la gente se lo pasa bomba y acompañan el ritmo con palmas.
Nos lo pasamos muy bien viendo pasar los templos portátiles. Seguimos hacia el tempo y es completamente imposible entrar, está atestado. Nos dedicamos a pasear por los alrededores que están llenos de puestos de comida.


Necesitamos sentarnos así que buscamos alejarnos un poco. Los alrededores del templo están dominados por la gente de las cofradías, que bebe animadamente o incluso se montan una mesa en plena calle y se dedican a comer y beber allí. Este festival es una romería en toda regla.


Tras unas cuantas vueltas terminamos en un sitio de ramen de cerdo. La comida estaba deliciosa, pero era colesterol en vena. Básicamente casi todos comimos un caldo de cerdo que sabía como a lacón. Por encima nos pusieron unos trozos que básicamente era panceta enrollada curada, unas pocas espinacas, alga nori y fideos. Bea y yo pedimos unasa gyozas para que la niña las comiera. El arroz... era gratis. así, como suena. Había una arrocera a la entrada y sírvase usted mismo.

Salimos de allí con intención de hacer una visita rápida a Akihabara. La idea era hacer algo que aún no habíamos tenido tiempo de hacer: ir a una sala de recreativas. El problema que tenemos es que a partir de las seis la niña no puede entrar en las salas, nos enteramos cuando intentamos entrar el otro día. Siempre he sido fan de los videojuegos y los salones recreativos es algo que se ha perdido y que a los nostálgicos nos da pena. Quizás es porque fue parte de nuestra infancia y era una forma de socializar. Recordamos con nostalgia aquellas partidas al Street Figher 2 en las que uno se ponía a jugar y escuchaba un "¿puedo entrar?" mientras alguien dejaba una moneda de 25 pesetas en la máquina. Sabías que si perdías estabas fuera así que la presión era máxima. Siempre había gente viendo como jugabas y de ahí salían conversaciones de como pasar tal o cual juego o charlas con gente desconocida. Japón es de los pocos (si no el único) país del mundo en el que los salones recreativos siguen vigentes, y a lo grande. Así que  había aque ir y Akihabara es la meca de todo eso. Entramos en uno de Sega cerca de la estación y nos pusimos a jugar a juegos musicales. Marcos y yo nos pusimos luego a echar un Initial D, un juego de coches de una serie de anime. Salimos de allí y nos dirigimos a dar una mini vuelta por el barrio antes de ir a ver a la sala de máquinas de Taito. Allí nos turnamos ya, porque Cloe estaba durmiendo. La estrella de la sala fue, sin duda, la recreativa nueva de Star Wars, en una cabina con una pantalla gigante que cubría todo tu campo de visión.


Pensábamos hacer más cosas que quedarnos por Akihabara pero fue imposible. Teníamos que ir a buscar un par de cosas y cubrir algunos encargos y se nos hizo tardísimo. El tiempo no llega a nada en esta ciudad. Nos fuimos a cenar a un sitio aleatorio, como siempre. Terminamos en una tercera planta de un edificio, cerca de la estación. Allí, en un reservado, encargando la comida con una tablet en japonés, pedimos unas cuantas cosas para probar. Un pescado a la parrilla (resultó ser sardina), otro sin identificar, calamar, yakitori variados de pollo (uno resultó ser de piel y otro de hígado), sashimi, una especie de croquetas raras y un surtido de salchichas (que terminaron siendo unas vulgares salchichas occidentales). La cosa salió por unos 65€ los 5. De allí ya volvimos para casa, no sin hacer otra compra para el desayuno, como casi cada día, en el combini de al lado del apartamento,

viernes, 13 de mayo de 2016

Al otro lado del mundo: Día 8 - Monte Takao y Kunitachi

Hoy toca un día fuera de los recorridos turísticos típicos. Esther y su marido Akihiro nos llevaron de excursión al monte Takao, que es un destino popular de senderismo para la gente de la ciudad pero en el que no suelen verse muchos turistas occientales. Nos lleva un rato conseguir encontrarnos porque nuestro tren no para en su parada, pero nada grave. Hoy hace un día estupendo para el senderismo, unos 26º y a la sombra refresca lo justo. Llegamos tras un una hora y media total de viaje hasta nuestro destino.



Según llegamos la primera zona de la ascensión ya promete. Tiendas con dulces, con soba (un tipo de fideos de trigo sarraceno muy populares en Japón) caseros, algo de material de senderismo y muchas máquinas con bebidas que harán falta a lo largo del día. La primera parte de la subida, la más dura, la hacemos por medios mecánicos. Chema, Esther y Akihiro se llevan a Cloe en el funicular mientras los demás subimos en un telesilla. La ascensión es super divertida. El telesilla no tiene barra delantera pero es raro, porque va a algo así como metro y medio del "suelo". Lo pongo entre comillas porque el suelo muchas veces está mucho más abajo pero hay una red de seguridad. Curioso.

Llegamos a menos de la mitad de la subida y seguimos el resto del camino andando tras reencontrarnos. La subida está llena de naturaleza. Árboles sagrados marcados con cuerdas anudadas a su tronco (uno de ellos apodado el pulpo estaba rodeado de estatuas de pulpo), muchas flores y excursiones de niños japoneses que pasaban saludando en inglés.


Al cabo de un rato de subida paramos a comer, porque en la subida hay varios sitios con restaurantes, con máquinas de vending y con baños. Así funciona esto en Tokio. Comimos en un tatami descalzos, esta vez de rodillas/de lado/como pudimos.
Hoy tocaban soba/sopas y estaba todo muy rico aunque a Cloe no le gustó demasiado porque ella quiere arroz y la pasta no es lo suyo.

Seguimos subiendo y, de repente, aparece un templo. Uno de esos templos sintoistas con varios edificios y muchas formas de sacarte el dinero. Al final estos templos tienen estatuas a las que echar dinero para conseguir fortuna, templos con amuletos, mil tradiciones para dar buena suerte y fortuna.


De hecho, una forma de honrar a los dioses es echar una moneda, algo así como las velitas de pago de nuestras iglesias. Por como compra la gente tiene pinta de ser un buen negocio. Seguimos la subida hasta la cima, nos queda un buen repecho de escaleras que hacemos con Cloe durmiendo y nosotros haciendo de porteadores.






La subida termina en la cima mientras contemplamos las montañas y, al fondo, un poco escondido pero a la vista, el monte Fuji.


Muy muy satisfechos de haber podido ver el Fuji y del buen tiempo que tuvimos comenzamos la bajada. Todo estaba muy tranquilo ya y daba gusto. La única pena que nos quedaba era no haber podido ver una ardilla voladora pero son muy esquivas y no suelen poder verse por la ruta principal. Corriendo un poco al final, conseguimos bajar por el funicular para poder llegar rápido abajo. Cuando llegamos a la parte de abajo de Takao ya habían cerrado las tiendas y nos perdimos las compras de dulces, otra vez será. Cogimos otra vez el tren y bajamos en la parada de Kunitachi, que es dónde Esther y Akihiro viven.

En Kunitachi no os puedo contar demasiado. La zona que vimos, los alrededores de la estación y la avenida de la universidad, molan. Los extrarradios de Tokio no es que sean zonas residenciales y punto. Pensad que hablamos de una ciudad de 40 millones de personas en la que Kunitachi son 75.000 personas. Aquí hay vida, hay una universidad, hay tiendas y hay muchos restaurantes. Damos una vuelta por la avenida principal y vemos muchas tiendas especiales: una librería, tiendas de productos de importación, supermercados con productos caros, muchas cafeterías con gente joven charlando. Todo esto en un paseo agradable, en una calle llena de cerezos que Esther nos dice que es muy muy bonita en el Hanami. Comemos antes de nada unos pasteles de una pastelería local que estaban muy buenos. Tras el paseo vamos a cenar a un restaurante especializado en gyozas, un tipo de empanadilla nacida en China y muy popular en Japón. Cuando vemos los precios de las gyozas (250 yens, unos 2€) por 6, cuando en Coruña hemos llegado a pagar 8€ por 4, se nos cae el alma al suelo.
Comemos unos menús con gyozas acompañados de ramen, arroz, pollo rebozado y una especie de sopa gelatinosa de tofu con carne picada. Todo estaba muy rico y fue muy barato, unos 6000 yens (48€) comer los 6.

Esther y Akihiro nos acompañaron hasta la estación y nos despedimos sin saber si los podríamos volver a ver antes de que finalice el viaje. El lunes nos vamos a Kioto y no sabemos a que hora llegaremos el domingo de la semana que viene. Nos despedimos un poco tristes por no saber cuando los podremos volver a ver y nos fuimos a hacer una hora y poco de tren para llegar a casa y hoy descansar medianamente pronto que falta nos hace.