viernes, 18 de mayo de 2018

Japón sin rumbo: Día 3 - Mikado game centre e Ikebukuro

Bonito día hoy en Tokyo. Calor de ese del que ya no nos acordamos, con una brisa fresca y sin demasiada humedad. Salimos de casa con un primer objetivo, el Mikado Game Centre.

Aquellos que me conozcáis, o que seáis seguidores del blog, sabéis de mi pasión por los videojuegos. Por los modernos, pero también por los antigüos. Una mezcla de nostalgia, de sensaciones pasadas que evocan aquellos tiempos en los que la atracción del bar era aquella recreativa. Eso que las nuevas generaciones ya no vivirán, el estar echando una partida y que venga algún desconocido a retarte. El que la gente se agolpe alrededor de aquella máquina y que los expertos te dieran consejos de como pasar aquél lugar, sin poder consultarlo en ningún otro lugar. Bueno, eso y los que trataban de robarte mientras jugabas, pero esos recuerdos ya los borras más.



Volvamos al tema, que me desvío. Hace unos días, viendo algún vídeo sobre Japón para preparar el viaje, descubrí un salón de recreativas en Tokyo que está especializado en las máquinas de las que disfrutaba mi generación. El listado es bieeeen largo, con algunos ejemplos excepcionales; Nemesis, Out Run, Space Harrier, Power Drift, Pulstar, Starblade, Marble Madness, Wonder Boy, Captain Comando, Aliens VS Predator, Fatal Fury... Una gozada. Además de clásicos había alguna cosa más moderna y una pequeña selección de pinballs, que siempre me han gustado mucho. Nos llevamos a Cloe y nos pasamos la mañana casi entera disfrutando todos de las recreativas. Lo dicho, si os gustan, no lo dudéis. Los arcades cuestan generalmente unos 100 yen por partida.





Desde allí nos fuimos a coger la Yamanote de nuevo y acabamos en Ikebukuro. Este barrio se está convirtiendo en una especie de mini Akihabara, con una pujante zona de tiendas de anime y grandes almacenes de electrónica. No es ni de lejos tan espectacular como Akihabra, pero digamos que es menos circo. Hay muchos grandes almacenes con lo último en electrónica y zonas con grandes tiendas de anime como Animate. Dimos primero un pequeño paseo por el barrio parando en un Book-off a hacer una comprita y buscando unos zapatos que nos protejan de futuras lluvias, que aunque parezca mentira en Singapur no tenemos zapatos para la lluvia. Allí si llueve mucho llevamos cosas que se mojen y sequen rápido y listo.
 





Comimos en una hamburguesería hawaiana. Se que no es muy propio, pero la verdad es que los platos de cera nos entraron por el ojillo. Así que unas ricas hamburguesas en el Sunshine City Mall que disfrutamos los tres con muchas ganas. Allí nos quedamos un ratete dando vueltas y haciendo mini compras. A Bea le alucinan las tiendas de todo a 100 yen, hay de todo. Así se nos pasó media tarde. Cuando nos aburrimos de estar encerrados, salimos a la calle de nuevo y deambulamos. Entramos en el Animate a mirar y alucinar. Lo que nos encanta de hacer compras en Tokyo es que entras en un centro comercial y no está lleno de cadenas. La mayor parte son tiendecitas que venden cosas distintas o que son muy difíciles de conseguir incluso en un sitio como Singapur. Así que tras sentarnos un rato para tomar la merienda, volvimos a un mini centro comercial en el que había desde una pequeña tienda de merchandising de Marvel a una de Evangelion, pasando por otras de vestidos de Gothic Lolita, un corner de estética rave y un café de dedicado a Bobobo. Al lado del café, un grupo hacía una performance que no terminamos de entender muy bien.





 

Al salir de este último intento, nos fuimos a buscar donde cenar. Terminamos el día en un restaurante de cinta transportadora de sushi, poniéndonos finos a nigiris y gunkan. Tras la copiosa cena, Yamanote y a la cama.

domingo, 13 de mayo de 2018

Japón sin rumbo: Día 1 y 2 - Museo Ghibli y Yanaka

Hacía tiempo que no hacíamos un viaje largo. Bueno, eso si consideramos que cambiar de país de residencia no es un viaje, aunque algo si que lo parezca. Pero esto son vacaciones, de las de verdad. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid... digoooo que Singapur está relativamente cerca de Japón, nos hemos ido un par de semanas al país del sol naciente.

Y esta vez vamos sin rumbo. Nada de hiperplanificar. De hecho, a día de hoy, no sabemos lo que haremos mañana. Queremos un poco de todo. Ciudades, pueblos, lo que sea. Pero tenemos claro que sin agobios, sin querer hacer ni ver mil cosas. Simplemente callejeando y dando vueltas. Así que, con esa perspectiva, reservamos un vuelo a Osaka desde Singapur. Directo y solo 6 horas, nada de las 20 que lleva llegar desde Coruña. Unos días después de reservar el vuelo me dice Bea: "oye, ¿y si miras de coger entradas para el museo Ghibli?". Dicho y hecho. El día que abren la venta de las entradas estaba yo ahí, refrescando la ventana del navegador. Durante veinte minutos pelando hasta que fui capaz de conseguirlas. Para el día siguiente al vuelo. Auch.

Pues nada, ahí estábamos el día doce de mayo, cogiendo un vuelo de una aerolínea de bajo coste (Scoot) y volando seis horas hasta Osaka. Un vuelo sin incidentes en un avión la mar de cómodo. Una vez salimos del aeropuerto, canjeamos el Japan Rail Pass y nos cogimos un tren a la estación de Shin-Osaka, para luego coger un Shinkansen a Tokio, para luego coger la Yamanote line y llegar al apartamento reservado cerca de la estación de Tottori. Muuchas horas después, pero bueno, la verdad es que fue bastante bien. Sólo pudimos coger un poco de comer antes de subirnos al primer tren, pero en el segundo ya nos comimos un tradicional bento. Así que tras un buen baño, a la cama. Día de viaje y toma de contacto con la eficiencia japonesa. Tan a gusto.

Hoy amaneció con el cielo gris plomizo. Las previsiones eran de lluvia, un fastidio. Aprovechando que todavía no llovía nos fuimos a dar una vuelta por el barrio de Yanaka. La verdad es que hay turistas, sí, pero muchísimos menos que en otras zonas de Tokio.  El barrio es una maravilla. Escondidas entre sus callejuelas encontramos tiendas muy especializadas en pequeñas cosas, de eso que todavía hay en Japón. Desde la que vendía todo cosas relacionadas con gatos, la de las postales 3D de papel, la que vendía galletas artesanales, la de los zapatos de marca desconocida, la que tuesta su propio café. Esto entre templos y cementerios budistas y un ambiente de barrio muy relajado. Con sus pequeñas izakayas y sus mini restaurantes con muy buena pinta.  Eso y el parque infantil con su reloj a la vieja usanza.
 






Y así pasó la mañana, deambulando. Decidimos ir andando parte del camino hacia el museo Ghibli. Nuestra entrada era a las 4 de la tarde (tienen horarios) y el trayecto pasa por Shinjuku. Así que paramos allí para dar un paseo, comprar unos sellos y buscar donde comer. No me preguntéis como se llama el sitio porque el nombre estaba en japonés y no sale en el GMaps (maldición). Maravillosa comida por un precio ridículo, no puedo decir más de mis udón.



Cloe nos sorprendió durante el paseo. Estábamos delante de una máquina de bebidas con muchas cosas en japonés con buena pinta. En esto Cloe nos dice "quiero agua y es esa botella de ahí porque el último carácter es agua en mandarín". Los kanjis japoneses tienen origen chino y, aunque la palabra en cada idioma se lee diferente, el significado del carácter es el mismo. Tras comprobarlo con google, sí, el carácter es el de agua 水. Manda narices, yo que pensaba que la niña no aprendería nada de mandarín y parece que poco a poco va aprendiendo cosas. ¡Bien por ella!


Lloviendo y lloviendo cogimos el tren hasta la estación de Mitaka, donde se coge el bus hasta el museo. La lluvia deslucía un tanto todo, pero qué le vamos a hacer. Nos hubiera gustado dar un paseo con calma por la zona, pero no pudo ser. Del museo pocas fotos hicimos porque está prohibidísimo hacer fotos dentro. Sólo os puedo contar que no os va a defraudar si sois seguidores de Miyazaki. Está muy basado en contar como es el proceso de desarrollo de una película de animación. Primero enseña la base de como se originó la animación, con algo tan sencillo como mover páginas o el efecto estroboscópico. Después enseña muchos trabajos originales de los fondos de las películas del estudio. Son una pasada. Poder ver esos pequeños cuadros pintados a mano y poder admirar los trazos. Podría pasarme horas allí parándome en cada uno. Luego explica  como se hacen los acetatos que es lo que está animado sobre esos fondos y como es el proceso desde el storyboard hasta el resultado final. Y todo eso en preciosas salas decoradas hasta el último detalle.


 Y el gatobus. Eso a Cloe le entusiasmó. Un gatobus de peluche como de cinco metros, lleno de duendes del polvo, en el que niños en grupos podían jugar un rato. Dos veces fue, y diez más habría ido si no cerrasen el museo a las seis. Eso y una réplica de la cocina de Totoro. Sólo dos horas, pero podría haber sido alguna más si hubiésemos podido. Muy muy recomendable si sois fans de la animación japonesa. Ya sólo por el edificio en si mismo y la magia que desprende, merece la pena.


Al salir de allí, poco más hicimos. Volvimos hacia Shinjuku y dimos vueltas cerca de la estación. Hacía un día de perros con una lluvia desapacible. Decidimos cenar en una Izakaya en los bajos de un centro comercial y meh, normalita del todo. La gyozas ricas, eso sí, y la cerveza Kirin sabe distinta en este país. A años luz de la que llega a España o Singapur. Y con eso ya solo tocó volver a casa un baño y a descansar.

lunes, 9 de abril de 2018

The Southern Ridges

The Southern Ridges son un conjunto de parques al sur de Singapur. Es una buena caminata, no demasiado exigente, pero hacer el circuito completo si puede ser largo de más si no estamos acostumbrados a caminar. Yo tenía muchas ganas de ello, así que un día de buena mañana salimos de casa en dirección a la parada de Harbourfront (Circle line). Esa parada es muy bulliciosa y frecuentada porque es la del, quizás, mayor centro comercial de Singapur: Vivo City. Además, es la puerta de entrada a otra de esas atracciones turísticas de Singapur, la isla de Sentosa. Sobre ella ya hablaré en otra entrada posterior, porque a pesar de ser un sitio muy turístico, tiene cosas interesantes, sobre todo para los más pequeños. Para una información detallada sobre rutas, el gobierno de Singapur tiene un PDF para descargar aquí.

Una vez llegamos a Harbourfront, en vez de dirigirnos hacia el centro comercial, cruzamos la calle y comenzamos la ascensión. El primer parque a visitar es Mount Faber park. Este es, quizás, el único frecuentado por turistas. Se puede subir en coche y hay un telecabina que nos lleva desde la cima a Sentosa. Es uno de los puntos más altos de Singapur y nos permite tener una vista para hacernos una idea de los que es el puerto y su inmensidad. Para mi hay que subir a pie, yendo en cualquier otro medio nos perdemos una preciosa subida. En Singapur encontraréis dos tipos de espacios naturales dentro de la categoría de parques: los que diríamos son parques propiamente dichos (como Botanic gardens, o Gardens by the bay), completamente artificiales y modelados para ser bonitos (como cualquier parque del mundo) y los que tratan de respetar la vida salvaje y son más reservas naturales que otra cosa. Mount Faber es una mezcla. La cima es un parque pero todo lo que lo rodea es algo completamente natural. La subida discurre por un camino rodeado de selva. Y sí, hay serpientes peligrosas en estos sitios pero vuestras probabilidades de ver una son tendentes a cero. Son muy sensibles a las vibraciones y como hay gente pasando continuamente, escapan de los caminos desde muy pronto por la mañana.






Una vez en la cima del parque podemos disfrutar de las vistas y recuperar un tanto el aliento. Si os apetece comer cuando subáis, en la cima hay un restaurante en la estación del telecabina, pero no es gran cosa y los precios son caros.




Desde el parque descendemos un pelín hacia un sitio que me parece una maravilla arquitectónica: Henderson Waves. Es un puente peatonal que conecta Mount Faber con Telok Blangah Hill Park. Su estructura llena de partes curvas y ondulaciones me parece brillante.





Una vez cruzado, podemos disfrutar de la selva en el mencionado Telok Blangah Hill Park. El recorrido se realiza por puentes a la altura de la copa de los árboles, pudiendo en varios puntos del recorrido bajar al suelo y seguir el camino por abajo. 






En esta zona podéis encontraros de vez en cuando con macacos. Nosotros todavía no hemos tenido la suerte, pero ojo con ellos, que no son mascotas y puede que les apetezca quedarse con vuestras cosas. Esta zona es muy buena para observar pájaros. En Singapur a veces pierde uno la noción de donde se está. Por muy domesticado que esté todo, estamos en la selva. Hay más de 400 especies de pájaros en Singapur y aunque en muchas zonas la biodiversidad está amenazada, sigue siendo espectacular. El recorrido es una maravilla y lo disfrutamos de verdad. 

Cuando llegamos al otro lado, el hambre comenzó a apretar. Decidimos dar un pequeño desvío de la ruta oficial y dirigirnos a Gillman Barracks. Esta zona hace años eran barracones del ejército y ahora mismo ha sido reconvertida a un conjunto de galerías de arte y restaurantes. Allí nos fuimos para comer en The Handlebar, un bar motero en el que puedes aparcar la moto en la propia puerta y el coche en el parking. Si andáis por la zona y no os importa hacer un desvío, es muy muy recomendable. Tienen las mejores hamburguesas que he probado hasta ahora en Singapur, una delicia. 



Allí comimos los tres como bestias pardas, pero aún nos quedaba hueco para un helado. Así que allí al lado nos fuimos a Creamier, una heladería / cafetería. 





La zona es muy tranquila y es una delicia disfrutar de ello en una ciudad tan bulliciosa como esta. Descansados ya, seguimos camino que aun quedaban parques que recorrer. 

Cruzando frente a Guillman Barracks, o directamente siguiendo el camino, tenemos Hort Park. Para cruzar Alexandra Road, lo mejor es hacerlo por el puente peatonal de Alexandra Arch. Es otro puente muy chulo que por la noche gana en esplendor con la iluminación. Todo este recorrido que os estoy contando está iluminado hasta las doce de la noche y Singapur es un país ultra seguro, así que hacerlo de noche es una opción como otra cualquiera (y es más fresco, lo cual es un punto). Hort Park es otro concepto completamente distinto. Es un parque sobre horticultura, para enseñar sobre el cultivo de plantas y enseñarnos plantas típicas de Singapur. 




Está bien, es bonito y hay parques infantiles, pero quizás sea el más prescindible de ellos. Un sitio para recorrer y descansar (es plano casi en su totalidad), antes de enfrentarnos al final del recorrido, Kent Ridge Park. Hay una ruta alternativa que evita seguir hacia Hort Park y Kent Ridges y baja hacia Labrador Nature Reserve. Cuando lo hagamos os lo contaré con detalle.

Kent Ridge es, otra vez, un parque con zonas de selva. Es un poco mezcla. Al principio hay que volver a subir desde Hort Park, y la pendiente es considerable. Una vez arriba se puede disfrutar otra vez de las vistas. 




Quizás lo más importante del parque sean sus lagunas, que cuentan con una gran biodiversidad, siendo lo más importante las especies de libélulas que las habitan. Contando con el desvío, caminamos casi unos doce kilómetros, a un ritmo descansado y sin muchas prisas. Este recorrido es una versión "light" de lo que podremos encontrar si nos dirigimos hacia el centro de la isla. Muy recomendable si tenéis ganas de caminar y no os importa sudar.

Ya iba siendo hora

Sí, ya se que hablé de si hacer otro blog o si seguir con este para contaros nuestras andanzas por Singapur. La verdad es que si no se escribe todos los días, esto es lo que acaba pasando. Meses sin tener un rato para poder contaros como vamos. ¿Y de que hablo ahora? Han pasado tantas cosas...

Así que hoy, un festivo por la mañana, me he levantado con ganas de escribir. Una entrada para introducir lo que espero que sean varias entradas dedicadas a Singapur y sobre todo, tratando de contaros esos sitios que puede que salgan en las guías, pero muy hacia el final. Porque cuando uno habla de Singapur, la gente se queda con Gardens by the bay, el Marina Bay Sands, el Merlion y cuatro cosas más. La gente te dice que la ciudad es eso y poco más. Cosas del turismo de masas. Foto delante del hotel: check. Foto en los jardines: check. Y así. Ojo, que esos sitios me gustan, pero eso es solo la fachada. El verdadero Singapur son los parques, los barrios, los hawker center (y no, no hablo de La Pau Sat ni del de Newton, ambos sitios para turistas), los mercados, las reservas naturales... De eso hablaremos en sucesivas entradas.


Sobre la vida aquí, nos vamos adaptando. Tras mucho mucho mucho buscar, Bea encontró un buen piso. Podemos decir que vivimos muy bien; con calor todo el año pero llevadero una vez se pasan los primeros quince días. La zona en la que vivimos es un barrio de los más populosos de Singapur. Un barrio con su vida de barrio, lleno de gente local y de sitios para gente local. Con muchas zonas verdes y un montón de equipamientos. Con el metro a tres minutos andando de la puerta de casa sólo 35 minutos me separan de la puerta del trabajo, algo muy razonable en una gran ciudad.


Para que Cloe se integrase y se adaptase a la vida local, tratamos de buscar un colegio para gente de aquí, evitando colegios internacionales. Los hay muy buenos, pero creemos que eso la haría vivir en una burbuja de expatriados. El problema que tuvimos fue que los colegios para su edad tenían dos horas de siesta después de la comida. ¡Eso para Cloe es imposible! Es muy activa, si la ponemos a dormir durante el día, por la noche no la daríamos metido en cama a una hora razonable. Así que tras mucho buscar, y buscar, y buscar, Bea encontró el sitio. Un colegio sin esa obligación y con un programa con muy buena pinta. Y ahí lleva ya un par de meses, aprendiendo a la vez dos idiomas: inglés y mandarín. El mandarín, contra todo pronóstico, le gusta mucho. Aún no ha aprendido casi nada, pero le encanta la sonoridad y pronuncia muy bien, dicen los locales. En inglés ya se va defendiendo y es perfectamente capaz de interactuar con otros niños. Va progresando y cada día nos sorprende más.


Yo ahora mismo estoy muy a gusto en el trabajo. He aumentado mi carga de responsabilidad y de vez en cuando tengo que viajar. En el tiempo que llevo aquí he estado en Kuala Lumpur, Bangkok, Perth, Sydney y Melbourne. Es la dificultad inherente de cambiar para este lado del mundo. La verdad es que es algo duro alejarse de la familia unos días, pero va con el puesto. Al menos nunca me voy más de cinco días.


Durante estos meses nos hemos dedicado a explorar la isla, disfrutar de la piscina, hacer barbacoas con nuevos amigos, ir a museos y exposiciones temporales, llevar a Cloe a parques acuáticos, ferias y zonas de juego increíbles y seguir aprendiendo inglés (con sus particularidades locales). Todo eso además de los dos principales entretenimientos nacionales, que son comer y ir de compras. La oferta culinaria es inmensa y no pasa una semana sin probar nuevos platos, tanto locales como de todo el mundo. Así que seguiremos explorando, no solo Singapur, si no toda la zona en general. Este año caerán un par de viajes que esperamos sean espectaculares y que también compartiremos como siempre aquí. ¡Estad atentos!


lunes, 13 de noviembre de 2017

Una nueva vida: Singapur.

Vale, esto es un blog de viajes. Pero es que estos primeros días en nuestra nueva vida han sido exactamente eso, un viaje. Omitiré pues los detalles relativos a las dificultades del visado, de los agobios de última hora, de las duras despedidas. Porque según se iba acercando el momento de marchar, las lágrimas querían salir. Llevábamos toda la vida viviendo en un estrecho margen de 50 km y ahora nos hemos ido a vivir lejos, muy lejos.

Singapur. Aún resuena en mi cabeza cuando nos lo propusieron. Mi ma. Que esto no era irse a algún punto de Europa. Era irse a 12.000 km de distancia, dejar lejos a la familia y amigos y meterse de cabeza en una nueva vida. De cero. La gente nos decía "que valientes sois". Yo siempre les repetía lo mismo. Valiente es el que coge lo poco que tiene y arranca. Valiente es el que no tiene más remedio que cruzar el mundo para poder dar de comer a su familia. Lo nuestro era muy fácil. Me voy con la misma empresa para la que trabajo y me dan muchas facilidades. Lo nuestro es, simplemente, una aventura controlada. A todo el mundo le decía lo mismo, que esto era como hacer puenting. El 99,9999999% de las veces la cuerda no se rompe, es adrenalina pero controlada.

Y así, hace una semana exactamente, nos despedimos de la gente, guardamos nuestros bártulos y salimos camino al sudeste asiático. Tenemos toda la intención de hacer un blog sobre el día a día de un expatriado aquí, pero veremos en donde queda eso. Buscando información sobre los pasos a dar en Singapur he visto realmente muy poco en español y no demasiado en inglés, así que espero que algún día lo que pongamos sirva de ayuda. Pero no es la intención con la que escribo hoy, si no la de contar unos días de viaje, obviando todo lo demás. Comencemos.


Salimos de Coruña un lunes por la tarde. Con Vueling. Sí, es que no aprendemos. No hubo otra opción por la premura con la que conseguimos los billetes. Y como no, nos la liaron. Se acabó el sitio en cabina y una de los equipajes de mano iba directo a Singapur. ¿Seguro que lo mandáis directo?, les dije. Sí sí, me dijeron. Pues no, se quedó en Londres. Pero bueno, fue un mal menor porque teníamos una maleta de mano no indispensable (excepto para caso de catástrofe). Al final llegar, llegó. Dos días después. Tras tener un plácido vuelo a Londres, estuvimos casi cuatro horas esperando en Heathrow por el vuelo de verdad. Trece horas después, muy cansados, llegamos a Singapur. Muy tranquilo este vuelo también, la verdad. Tras pasar por las vicisitudes de la maleta, pasar inmigración (ja) y demás, cogimos un taxi de siete plazas para llegar al apartamento. Salimos de Coruña a 12ºC y llegamos a Singapur a las ocho, ya de noche, a 30ºC. ¡Vaya cambio!

Esa noche dejamos todo en el apartamento y no fuimos a dar una vuelta por la zona. No teníamos sueño porque dormimos algo en el avión. No me suele gustar hacerlo, pero es complicado no aburrirse durante casi trece horas. El apartamento está en la zona de Orchard Road, que viene siendo la calle comercial más importante de Singapur. Y eso es mucho decir. Es una calle, no de tiendas, si no de centros comerciales. En uno de ellos, en la cuarta planta, está en Japan Food Town, un conjunto de restaurantes pequeños japoneses. Ahí paramos a cenar algo de ramen, uno poco de pollo frito, gyozas y takoyaki.



Al día siguiente, miércoles ya, nos levantamos y mientras gestionaba papeles, nos pusimos a caminar por la ciudad. Empezamos por un lado del distrito financiero y su estación más importante (Raffles Place) y desde ahí fuimos a la zona de los muelles del río: Clarke Quay y Boat Quay. Hacía sol y el calor y la humedad eran muy altos. Unos 31ºC y un 85% de humedad. Paseamos por el río hasta que hicimos una comida rápida para seguir por el otro lado. En Clarque Quay hay una zona de marcha que tenía pinta de estar a tope por las noches pero que a las tres de la tarde estaba desierta. Desde ahí fuimos al Merlion, la estatua más famosa de la ciudad, mitad pez, mitad león. Ya era necesario sentarse al menos un rato. Mientras estábamos allí unas chicas chinas nos pidieron hacerse una foto con Cloe, que les parecía lo más bonito del mundo (con buen criterio, que vamos a decir). Estas cosas me habían advertido ya que eran lo más común en algunas zonas de asia y ya nos pasó el año pasado en Japón también.



Tras descansar segumos caminando por toda la marina hasta llegar al Gardens by the bay, pegaditos al famoso Marina Sands. Ese que sale siempre en Callejeros Viajeros, el que tiene una picina en el tejado y el tejado une tres rascacielos. En los jardines estuvimos paseando un rato y son muy impresionantes. Fuimos con Cloe al parque infantil que tiene dos zonas. Una es para que los niños se mojen y chapoteen y la otra es un parque de aventuras. Mil sitios para trepar, toboganes espectaculares, y mucha diversión. Terminamos cenando en un café del parque, en el que Cloe cayó rendida. No es para menos, había caminado casi 8 km nuestra campeona.

Tras despertase un poquito, fuimos a ver los jardines iluminados de noche. Son una preciosidad. Pena que no dejasen subir a la plataforma más tarde de las ocho y media de la noche. No le encuentro mucha explicación porque las luces se encienden a las siete y algo, así que dejar sólo una hora y media de noche para verlas iluminadas desde arriba me parece un error. Quien sabe, quizás sea cosa de que quieran que te dejes el dinero en el casino de al lado en vez de estar allí. Ahí acabó el día, con Cloe en el colo rendida y todos de camino a casa. Al día siguiente había que ir a trabajar.

Jueves. Mi primer trabajo en un rascacielos y conocer a una nueva compañera de trabajo. Bea y Cloe se quedan por el centro dando vueltas por los centros comerciales subterráneos (hay kilómetros, literalmente). Llueve, y mucho. Estamos en temporada de lluvias y aquí cuando llueve, llueve de verdad. Poco que contar de este jueves, la verdad.

El viernes al salir de trabajar bajamos de compras con Cloe. Queríamos comprarle algo para que se lo pasara bien así que estuvimos por el centro de Orchard flipando con la arquitectura y con que ya estuvieran encendidas todas las luces de Navidad (una central eléctrica, luz arriba, luz abajo) y que se escuchasen villancicos en cada tienda. Cenamos en un café japonés en el que lo que más apetecía era tomar los postres de matcha. Aquí me gustaría comentar que en este país tienen mucha admiración por los productos japoneses. Hay restaurantes de comida japonesa en todos lados, los supermercados tienen una sección de comida japonesa, hay tiendas que son sólo de productos de allí. Para ellos es sinónimo de calidad y se nota. Para nosotros, con lo que nos gusta la comida japonesa, es un placer. Tocaba descansar y que llegase el fin de semana.

Menudo fin de semana, mi madre. El sábado nos levantamos algo tarde. Yo estaba muy muy cansado y se ve que las niñas también. Se nos hizo algo tarde por vicisitudes del destino y nos fuimos a pasar la tarde al museo de arte y ciencia de Singapur, el ArtScience Museum. ¡Que gran elección!



No soy nada fan del arte moderno, pero este, este demostraba lo que se puede hacer para llegar a la gente. Según entrabas en la exposición había un tobogán, sin límite de edad, para grandes y mayores. Sobre él, una proyección de grutas y animales. Al tirarte, iban explotando, haciendo sonidos y luces según chocabas con ellas. Cloe alucinaba. A continuación, había una superficie en la que, moviendo unas formas, se modificaba el paisaje y como se comportaban diversos medios de transporte. Sencillo, pero a Cloe le gustó mucho.

La estrella de la exposición era un muro donde se proyectaba algo. No lo entendíamos muy bien al principio, hasta que nos dimos cuenta. Había unas plantillas para escoger. Un bus, un ovni... y un mogollón de ceras para colorear. Hacías tu diseño, lo llevabas a un lado de la pantalla y lo escaneabas. Así tu dibujo aparecía en la pantalla y comenzaba a moverse de un lado a otro, en 3D.


Imaginaos como se queda una niña de cuatro años cuando ve, en una pantalla gigante, su autobús con su nombre. Siguiendo con la diversión, había un sitio con pelotas inchables de colores, que cambiaban de color al golpearlas. Aquello parecía sacado de jackass, con todo el mundo dándose guarrazos con ellas y pasándoselo bien. Niños y adultos. Todo el mundo feliz.


Para rematar, una instalación que nos pareció preciosa. Tiras de leds, espejos y música. Todo en conjunto para que todo el mundo hiciera "halaaaaaaaa". Cambios de luz, brillos, oscuridad, música. Me quedaba el día entero ahí, pero ya estaba cerrando. Echamos un ojo a los otros dos pisos, pero las exposiciones eran mucho más pequeñas y sosas. Aun así, volvería mil veces ahí, y con la niña no os digo. No había pase anual, pero nos hicieron el precio para residentes, así que no fué muy caro. Desde ahí nos dimos un paseo por la zona del centro comercial del Marina Sands.


Paramos en la sucursal singapurina de Hamleys y le cogimos a Cloe un juguete. Ha dejado muchos en Coruña por su propia voluntad y hay que comprarle alguno aquí para que juegue y se divierta. Cansados, paramos a cenar comida japonesa, again. Esta vez la estrella fue un bol de arroz con sashimi y huevas de salmón. Para rematarlo tenía por encima huevas de erizo como para parar un tren. Casi me levanto y aplaudo.

El domingo nos levantamos algo antes. Desayunamos/Comimos en una panadería al estilo europeo. Unos sandwiches de roast beef y una salchicha con hojaldre. Todo salud. Pero es que lo que nos esperaba era una buena caminata y requería calorías. Nos fuimos a los Botanic Gardens, un parque inmenso.


El parque mide unos 2,5 km de largo y está dividido en varias zonas diferenciadas. Es uno de los tres parques del mundo que son patrimonio de la humanidad, lo cual dice mucho de él. No tengo palabras para describirlo. Su variada vegetación, su zonas verdes amplias, su anfiteatro natural donde escuchar conciertos sobre la hierba...




Destaca sobremanera su jardín de orquídeas, lo único de pago del parque. Son sólo 5 SGD (unos 3€) y merece muchísimo la pena. Te puedes pasar horas viendo cada uno de los tipos de ellas y eso que hay una parte en mejora que estará en obras hasta el 2019.



La idea era acabar la tarde en el parque infantil que hay al otro extremo de los Botanic Gardens, el Jacob Balla's Childrens Garden. Por el camino nos encontramos una feria infantil con actividades, música, juegos y comida. Lo malo es que como llovió mucho por la mañana, el campo estaba algo embarrado. Seguimos al jardín y la verdad es que mola mucho. Hay muchos recovecos, con actividades diferentes. El parque no es sólo un conjunto de juegos infantiles si no que está dedicado a enseñarles a los niños la ciencia sobre las plantas y los animales. Si vuestros niños son capaces de soportar el calor de Singapur, es un lugar para ir sin dudarlo un segundo. Todo el parque, no sólo la parte infantil, les va a alucinar.

Terminamos el día del domingo, muertos de cansancio, repitiendo lugar para cenar. Es triste que con la cantidad de sitios que hay aquí, innumerables, repitamos sitio. Pero es que estaba todo muy rico y nos queda al lado de casa. Así que nada, a volver a cenar comida japonesa.

Como comenzaba la entrada, aún nos sentimos turistas. Salvando que voy a trabajar, lo que hacemos es más turismo que otra cosa. No nos preocupamos de tener la nevera llena, no cocinamos, no limpiamos (el primer mes estamos en un apartamento con limpieza)... Os seguiremos contando sin duda, sea en este blog o en otro, nuestras aventuras por esta remota zona del mundo.