domingo, 30 de diciembre de 2018

Nueva Zelanda en caravana - Auckland

La última entrada de cada viaje del blog es siempre la más difícil. Siempre cuesta escribir sobre el final de un viaje, y el último día, a última hora, dices "ya lo haré". Así que dos semanas después de haber vuelto, aquí estamos, escribiendo el último día.

Nos levantamos a eso de una hora de carretera de Auckland. Desayunamos algo rapidito y cogimos carretera, despidiéndonos del rural y dirigiéndonos hacia la mayor ciudad de Nueva Zelanda. Aquí si que ya encontramos autopistas de muchos carriles y muchos coches. De nuevo, Nueva Zelanda, suburbios y coches por doquier. Y en la ciudad conducen bastante mal. Así que, resultado, acordeones en la autopista que provocaban caravanas. Macho, si el coche de delante está frenando, para que aceleras para luego frenar? Si es que...




Pero nada, tras un rato de atasco, llegamos a la marina de la ciudad. Dejamos la caravana aparcada en uno de los muelles, el muelle Z, donde encontramos un sitio en el que por 20 NZD pudimos aparcar 24h (y luego dormir). Desde allí, en quince minutos de caminata, estábamos en la parte icónica de la marina. A ver, que decir, no está mal. Es una marina un tanto copia de la de Sydney, pero menos chula. Muchos barcos bonitos por doquier, muchos de ellos alquilables para dar una vuelta o ir a una isla cercana. Barcos para ir a ver delfines y ballenas, sin tener que irse muy lejos ya. Desde allí empezamos a subir por la zona de Albert Street, nucleo comercial de la ciudad. Sin ser una ciudad de rascacielos, si hay edificios altos en esa zona. El típico distrito de negocios con consultoras, bancos, aseguradoras... La ciudad urbanísticamente es un tanto caos, con calles saliendo por doquier sin una estructura que se podría presuponer de una ciudad tan moderna. Siendo de épocas similares, de nuevo, Sydney me parece mucho más organizada. La ciudad adolece también de ser una ciudad para coches, como todo en este país. Muchas autopistas y calles anchas por doquier. Aún así, la ciudad tiene su encanto (y muchas cuestas). Subimos por Emily Place y nos encontramos con una pequeña plaza con cuatro o cinco metrosideros (un árbol local, el pohutukawa) que la cubrían. Enooooooormes.



Dimos otra vuelta buscando otro comic para Cloe y dando vueltas por la zona. A nivel compras bastante chula, mucha tienda pequeña con cosas especiales. En ese aspecto, la verdad es que la ciudad está bastante bien. Continuamos hacia Aotea square, donde paramos a ¿comer? unos gofres con helado en un sitio llamado Oko Dessert Kitchen. Bastante bien, pero nada de fliparse. Los pasteles tenían una pinta de morirse, que conste.


Seguimos cuesta arriba tratando de llegar a una tienda llamada Heroes for Sale, así que seguimos subiendo cuestas para llegar hacia la calle Ponsonby, zona de tiendas y restaurantes hipsters. Por el camino todo nos recuerda a Estados Unidos. Las tiendas, la forma de las calles, la arquitectura en general. Bea me decía que había muchas cosas que le recordaban a San Francisco en esta ciudad. las cuestas, las casas (aunque falte esa parte de arquitectura icónica de la ciudad americana). Bajamos por Ponsonby con las tiendas ya cerrando. Todo cierra en este país a eso de las seis, o, como mucho, siete de la tarde. Bajamos hacia Victoria park, donde había muchísima gente jugando distintos partidos de rugby touch (sin contacto) en el que la gente jugaba en equipos mixtos. Había decenas de partidos a la vez, todo muy serio con árbitros. Como si hubiera ligas disputándose, nada de pachangas de amiguetes. Paramos en el parque infantil y Cloe estuvo columpiándose y haciendo equilibrios en una barra que había para eso.


Continuamos, cerrando un poco el círculo, hacia la torre de comunicaciones de Auckland. Dimos una vuelta final buscando donde cenar y estábamos tan cansados que acabamos en una cadena de hamburguesas local llamada Burger Fuel. Digamos que OK y ya, nada realmente remarcable. Volvimos ya cansados y algo tristes de tener que irnos hacia la caravana, dando un último paseo por la marina.


A la mañana siguiente nos levantamos muy pronto. Había que devolver la caravana y teníamos que vaciar los depósitos de aguas, cambiar la bombona de gas y rellenar el depósito de gasolina. Otra vez mucho tráfico lento, aunque íbamos en dirección contraria a la ciudad. Entregamos la caravana de Wilderness Motorhomes y el proceso fue súper sencillo. En veinte minutos habíamos acabado y un taxi, pagado por ellos, nos estaba llevando al aeropuerto (a unos 5 minutos nada más).

Nuestra experiencia con Wilderness ha sido casi inmejorable. Lo único mejorable, algún detallito, como que la barbacoa que nos dieron estaba en un estado muy mejorable, pero como nota general sería un nueve y medio. La caravana que nos alquilaron era fabulosa, cómoda y nada difícil de conducir. Un lujazo. Y el servicio cuando tuvimos problemas con la tubería de aguas grises fue de 10. Son algo caros, pero el servicio es la caña.

Llegamos al aeropuerto pronto porque había que hacer unas gestiones. El vuelo lo compré con Singapore Airlines, así que el vuelo de Air New Zealand era un vuelo de código compartido. Eso implica que no pude elegir asiento con antelación. Así que el sistema nos había colocado repartidos por todo el avión. Tras hablar con la gente de reservas, me dijeron que lo arreglara en el mostrador de check in. Tras unos quince minutos de suspense, ya que el avión estaba lleno, pudimos hacer el viaje de vuelta juntos y en un asiento muy cómodo ya que nos pusieron en el sitio reservado para cunas de bebé. De diez la compañía la verdad.


Así que tras unas once horas de viaje de vuelta, llegamos por fin a Singapur, cansados y con ganas de repetir Nueva Zelanda en un futuro.

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