domingo, 20 de mayo de 2018

Japón sin rumbo: Día 6 - Kamakura

Hoy hacía fresquete cuando nos levantamos. Dormimos en el apartamento Villa Kamakura. Algo pequeño el baño, entra mucha luz, pero muy bien relación calidad precio. No había desayuno ni nada que se le pareciese, pero nos levantamos y nos fuimos a un supermercado cercano a coger algo que comer y nos bajamos a dar un pequeño paseo a la playa. La marea estaba baja y pudimos ver la arena de la zona, muy negra. Estaba cubierta de conchas y algo de basura, la verdad. Eso sí, conchas en cantidades industriales, no hacía falta revolver la arena para ver caracolas, almejas, ostras... Estuvimos un rato, pero no mucho. La arena estaba bastante mojada y no hacía mucho calor.
 
 
Salimos de allí camino de los templos de la zona. Lo primero fue parar en una tienda de dulces tradicionales que los hacía allí artesanalmente. Una maravilla de sitio.
De allí subimos al primer templo del día, el Santuario de Goryo. Acabamos allí casi por casualidad. Hay una cantidad casi incontable de templos en la zona. Antes de entrar nos quedamos viendo como pasa el tren local, que es una preciosidad. Nada mejor que unas imágenes para describir el templo.

A continuación nos fuimos a uno de los templos principales de la zona, el Hase-dera. Aquí si que se notaba ya más la afluencia de turistas. En el primero solo vimos turistas locales, pero una vez nos acercamos a los más conocidos, la cosa cambia. Paramos a comer algo más por la calle, una especie de Takoyaki pero en vez de pulpo con sardinas pequeñas. Muy rico.
Seguimos hacia el templo y lo recorremos un buen rato, viendo las estatuas y los mini templos de los que está compuesto.

 
Desde allí vamos a la principal atracción de Kamakura, el buda gigante. Se supone que es el buda más grande de Japón al aire libre. Es bastante imponente y es una maravilla que lo hayan levantado hace setecientos cincuenta años, pero no me llegó demasiado. Y eso que visitamos el interior de la estatua, pero no se, realmente no me llegó. La nota curiosa de la visita fue que se me acercaron unos niños japoneses que tenían como trabajo del cole hablar con extranjeros y hacerles preguntas en inglés. Una vez terminado el cuestionario, me pidieron hacerme una foto con ellos que la profesora sacó.
Desde cerca del buda, salía un camino de senderismo por el medio de la montaña en dirección a Kita-Kamakura. Y allí fuimos, los tres aventureros, caminado por el bosque, subiendo muchos escalones al principio y caminando entre árboles por un camino lleno de raíces que había que sortear. Cloe se lo pasó de maravilla con esta pequeña aventura, trepando, bajando y rodeada de naturaleza. Eso le encanta. Por el camino de senderismo, de vez en cuando, algún templo. Nos perdimos muchos porque a veces están medio escondidos, pero aún así tropezábamos con templos casi sin querer. Muy recomendable la ruta, no es que sea trivial pero la ha hecho una niña de 5 años, eh?
 
 
Casi finalizando la ruta visitamos el templo de Jochi-ji. Rodeado de un muro de bambú, encierra varios templos y un imponente cementerio. Además de una casa de té que merece la pena fotografiar.
 
 
Un tanto cansados de templos, decidimos variar la ruta del resto del día. Eran ya las cuatro de la tarde y algunos templos ya estaban cerrando. Cogimos el tren y nos fuimos entonces a Enoshima, una isla cercana. Comunicada a tierra por un puente, paseamos primero un poco por la playa. Cuando vimos que el sol ya amenazaba con ponerse, caminamos a la isla y atravesamos el pueblo hasta el santuario. Es curioso porque la subida son unos cuantos (bastantes) escalones bastante empinados pero puedes pagar para subir en una escalera mecánica, cosa que no hicimos. Una vez cruzado el santuario seguimos caminando hasta el faro de la cima. Pagamos la entrada y subimos hasta arriba para poder tener unas preciosas vistas de la puesta de sol y del monte Fuji que se divisaba en la lontananza. Nos quedamos un buen rato observando la vista de la propia isla y de los pueblos cercanos.
 
Tras un buen rato bajamos de vuelta al pueblo que hay pegado a la isla y cenamos allí en un restaurante coreano unos platos de carne. Desde allí nos separamos porque yo necesitaba hacer una compra de adaptadores para nuestros enchufes y Bea se llevó a Cloe a la bañera. 

Japón sin rumbo: Día 5 - Harajuku

Hoy dejábamos el apartamento de Tokyo. Esta noche dormimos en Kamakura, al sur de Tokyo en la playa. Me apetecía ir a Harajuku porque hace dos años estuvimos, pero muy tarde. Quería ir con tiempo. Así que hoy nos levantamos, cogimos algo para desayunar, y salimos camino de la estación de JR homónima. Al llegar dejamos la maleta y nos fuimos a pasear, primero por la famosa Takeshita Dori.
Supuestamente, algún día, Takeshita Dori, cercana al parque de Yoyogi, fue una de las cunas de las subculturas japonesas. Aquí venía la gente a comprar esos vestidos que llaman tanto la atención. La ropa más loca, las tendencias más arriesgadas, aquí. Marcas de todo el mundo visitaban la calle y sacaban ideas. De eso ahora mismo queda cerca de cero. Las tiendas de cosas para turistas de todos lados. Las tiendas de ropa de todos lados. Mucha gente, nada de chicha. Si cuando fuimos hace dos años nos pareció meh, en dos años la cosa ha ido a peor. Japón en los últimos cinco años ha pasado de diez millones de turistas al año a tener cerca de treinta. Y eso en los sitios neurálgicos se tiene que notar. Ahora es todo mucho más fácil para hacer turismo en Japón, internet ha contribuido mucho a ello. Cuando planificamos el viaje hace 7 años todo era complicado. Nada de Google Translate, nada de Google Maps. Perderse era lo normal. Nada de menús en inglés en los restaurantes. Ahora es todo más sencillo, lo que implica que hay más gente. Y oye, es lo que hay. Yo se que soy parte del problema. Yo soy uno de esos treinta millones.

De esta parte, que realmente no me gusta, salimos a la zona que buscaba. Cruzando la calle tenemos la zona de Harajuku St. La cosa aquí cambia. Si, hay muchas marcas internacionales, pero está lleno de tiendecitas locales. Es como cambiar de mundo, de los edificios altos y las calles más o menos ordenadas, al caos. Casitas sin mucho orden aparente, siguiendo callejuelas estrechas.

Pasadizos entre calles que aparecen de la nada siguiendo escaleras. Rebuscamos, pero sobre todo paseamos. Bea y Cloe se toman una soda dentro de un recipiente con forma de bombilla mientras dos chicas locales graban una reseña del sitio con unos amigos, con pinta de irlo a subir a youtube. Muy profesional. Comemos por la zona. De nuevo, en general turístico pero con pinceladas buenas. Me tomo unos udón de vicio, que riconudez. Cloe se come unas gyozas y Bea tempura. Bien en general, sin alardes pero bien.
Seguimos callejeando. Esto es bastante grande, y parece haber algo de estructura, con excepciones claro. La calle de las tiendas de zapatillas, la de la ropa de segunda mano, y así... Salimos de la zona hacia Omotesando, una arteria comercial enorme que termina en Shibuya, en su famoso cruce. Entramos en una juguetería de la zona, Kiddy Land, pero sin comprar gran cosa. Estamos ya un poco saturados. Pegado a Kiddyland está Cat Alley, otra calle comercial entre casitas. Esta parece que es la zona de la ropa de montaña y surf. Las tiendas principales de Burton, Patagonia, Columbia... Entre ellas, pequeñas tiendas de mochilas, curiosidades y comida. Comida y bebida, por doquier.
Volvemos hacia donde habíamos dejado las maletas no sin percatarnos de que los cat cafe y los dog café ya son agua pasada en el barrio. Vemos bares de serpientes, buhos, puercoespines... Tremendo. Se les va. Mucho.

Terminamos con Tokyo y cogemos un par de trenes para llegar a Kamakura. Nuestro alojamiento está bastante cerca de la zona del Buda gigante, pero decidimos parar a cenar cerca de la estación principal porque son cerca de las ocho y en estos pueblos es ya tarde. Terminamos cenando en Minemoto Komachi-dōri (este lo encontré en Google Maps así que tengo el nombre). Oye, muy bien. Cenamos en un reservado unos menús con un poco de todo. Chawanmushi, soba, arroz, sopa... La parte principal de mi plato era lengua de ternera a la parrilla y la de Bea era sashimi, pero eran bien completos. Mención especial para mi tofu, que sí, sabía a algo. Buenísimo.

Tras salir del restaurante cogimos un pequeño tranvía local y llegamos a nuestro alojamiento, a escasos metros de la playa. Mañana visitaremos la zona. Chao!

viernes, 18 de mayo de 2018

Japón sin rumbo: Día 4 - Ueno y Akihabara

Otro día estupendo en Tokyo. Sol pero sin muchísimo calor. El primer objetivo del día de hoy es ir a una super tienda de juguetes en el barrio de Ueno, muy cerca de la estación. El problema es que abre a las 11 de la mañana y todavía es pronto. Decidimos dar otro paseo por el barrio de Yanaka y buscar que desayunar. Del barrio ya os hablé. Resumiendo, muy tradicional, local, y con una pizca de turisteo. Supongo que en 5 años estará ya destrozado, pero ahora mismo merece la pena pasear por él. Paramos a comer unos dulces y completamos el pequeño paseo parando en una tienda de tés y cerámica. Muy chula y con muchas cosas que comprar, pena del poco sitio en la maleta.








Desde allí cogimos la Yamanote, la mejor compañera del viajero en Tokyo, camino de Ueno. Yo creo que es imposible en Tokyo pasar hambre o sed. Bea y yo ya tenemos la coña, cuando tenemos sed, de chascar los dedos tres veces mientras seguimos caminando. Antes de la tercera vez hay una máquina expendedora de bebidas a la vista. Decimos "tengo sed", y aparecen. Comida hay en todos lados. Desde pequeños restaurantes a cientos de sitios con lo que Cloe llama "gorrinaditas". Que si galletitas, dulces, panes, bollos... Lo que se os ocurra. Paramos en una panadería en Ueno, en la estación, en la que Bea alucinó porque colocas los dulces con una bandeja transparente sobre una superficie que los escanea y te dice lo que pagas. Suponemos que reconoce la forma o algo en el bollito, porque embalaje no tenía.





Salimos hacia la juguetería y la verdad es que aquí poco que contar. Dos horas viendo juguetes y más juguetes, de todos los colores. Un tanto saturados nos fuimos a la calle. Empezamos a subir la calle comercial más famosa de la zona, Ameya-Yokochō. Seguimos buscando unos zapatos que nos ayuden para la lluvia y seguimos sin encontrar. Además yo tengo un problema de tallas en Japón. Comprando marcas extranjeras todo va bien, pero si quiero algo japonés de verdad, local, no encuentro tallas. Lo más grande una 43 me dicen hoy. Vaya, dije yo conteniendo mi frustración, recórcholis, esto no puede ser. 

Tras dar unas vueltas comemos en un sitio meh, pasable. Cada vez parece más complicado comer en las zonas turísticas de la ciudad. Sinceramente sólo han pasado dos años desde la última vez que vinimos y creo que el turismo se ha incrementado mucho. Con ello se incrementan las trampas para turistas y se hace más complicado moverse por las zonas típicas. Hay mucho sitio escondido y hay que tratar de evitar las zonas clave, pero a veces el tiempo aprieta y no hay remedio. Comimos un poco de sashimi regulero, unos yakitoris y un takoyaki del montón. Además otra de las cosas que ves en estos sitios es que la comida se homogeiniza y hay las mismas cosas una y otra vez. Curry, sashimi, takoyaki, katsudon... Comida para turistas, la que ya conocen para no arriesgar.

Seguimos por la calle un buen rato, caminando hasta Akihabara. Allí el bullicio de siempre. Locurón. Ruido. Música. Pantallas gigantes. Leds. Chichas atrayendo clientela a los Maido cafés. Anime. Pantallas gigantes emitiendo trailers de anime. Videojuegos. Salones de recreativas. Gachapón. Máquinas de gancho. Ropa de videojuegos. Cosplay. Cientos y cientos de tiendas. Gente. Mucha Gente. Bullicio por doquier. Figuras. Akihabara.



Agotados sentenciamos que Akiba está muy bien para comprar, pero no es gran sitio para comer. Nos volvemos al barrio. Llegando decidimos que estamos cansados y mañana dejamos el alojamiento, así que hay que preparar la maleta. Optamos por coger unos bentos en un supermercado y a dormir, que ya va siendo hora.

Japón sin rumbo: Día 3 - Mikado game centre e Ikebukuro

Bonito día hoy en Tokyo. Calor de ese del que ya no nos acordamos, con una brisa fresca y sin demasiada humedad. Salimos de casa con un primer objetivo, el Mikado Game Centre.

Aquellos que me conozcáis, o que seáis seguidores del blog, sabéis de mi pasión por los videojuegos. Por los modernos, pero también por los antigüos. Una mezcla de nostalgia, de sensaciones pasadas que evocan aquellos tiempos en los que la atracción del bar era aquella recreativa. Eso que las nuevas generaciones ya no vivirán, el estar echando una partida y que venga algún desconocido a retarte. El que la gente se agolpe alrededor de aquella máquina y que los expertos te dieran consejos de como pasar aquél lugar, sin poder consultarlo en ningún otro lugar. Bueno, eso y los que trataban de robarte mientras jugabas, pero esos recuerdos ya los borras más.



Volvamos al tema, que me desvío. Hace unos días, viendo algún vídeo sobre Japón para preparar el viaje, descubrí un salón de recreativas en Tokyo que está especializado en las máquinas de las que disfrutaba mi generación. El listado es bieeeen largo, con algunos ejemplos excepcionales; Nemesis, Out Run, Space Harrier, Power Drift, Pulstar, Starblade, Marble Madness, Wonder Boy, Captain Comando, Aliens VS Predator, Fatal Fury... Una gozada. Además de clásicos había alguna cosa más moderna y una pequeña selección de pinballs, que siempre me han gustado mucho. Nos llevamos a Cloe y nos pasamos la mañana casi entera disfrutando todos de las recreativas. Lo dicho, si os gustan, no lo dudéis. Los arcades cuestan generalmente unos 100 yen por partida.





Desde allí nos fuimos a coger la Yamanote de nuevo y acabamos en Ikebukuro. Este barrio se está convirtiendo en una especie de mini Akihabara, con una pujante zona de tiendas de anime y grandes almacenes de electrónica. No es ni de lejos tan espectacular como Akihabra, pero digamos que es menos circo. Hay muchos grandes almacenes con lo último en electrónica y zonas con grandes tiendas de anime como Animate. Dimos primero un pequeño paseo por el barrio parando en un Book-off a hacer una comprita y buscando unos zapatos que nos protejan de futuras lluvias, que aunque parezca mentira en Singapur no tenemos zapatos para la lluvia. Allí si llueve mucho llevamos cosas que se mojen y sequen rápido y listo.
 





Comimos en una hamburguesería hawaiana. Se que no es muy propio, pero la verdad es que los platos de cera nos entraron por el ojillo. Así que unas ricas hamburguesas en el Sunshine City Mall que disfrutamos los tres con muchas ganas. Allí nos quedamos un ratete dando vueltas y haciendo mini compras. A Bea le alucinan las tiendas de todo a 100 yen, hay de todo. Así se nos pasó media tarde. Cuando nos aburrimos de estar encerrados, salimos a la calle de nuevo y deambulamos. Entramos en el Animate a mirar y alucinar. Lo que nos encanta de hacer compras en Tokyo es que entras en un centro comercial y no está lleno de cadenas. La mayor parte son tiendecitas que venden cosas distintas o que son muy difíciles de conseguir incluso en un sitio como Singapur. Así que tras sentarnos un rato para tomar la merienda, volvimos a un mini centro comercial en el que había desde una pequeña tienda de merchandising de Marvel a una de Evangelion, pasando por otras de vestidos de Gothic Lolita, un corner de estética rave y un café de dedicado a Bobobo. Al lado del café, un grupo hacía una performance que no terminamos de entender muy bien.





 

Al salir de este último intento, nos fuimos a buscar donde cenar. Terminamos el día en un restaurante de cinta transportadora de sushi, poniéndonos finos a nigiris y gunkan. Tras la copiosa cena, Yamanote y a la cama.

domingo, 13 de mayo de 2018

Japón sin rumbo: Día 1 y 2 - Museo Ghibli y Yanaka

Hacía tiempo que no hacíamos un viaje largo. Bueno, eso si consideramos que cambiar de país de residencia no es un viaje, aunque algo si que lo parezca. Pero esto son vacaciones, de las de verdad. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid... digoooo que Singapur está relativamente cerca de Japón, nos hemos ido un par de semanas al país del sol naciente.

Y esta vez vamos sin rumbo. Nada de hiperplanificar. De hecho, a día de hoy, no sabemos lo que haremos mañana. Queremos un poco de todo. Ciudades, pueblos, lo que sea. Pero tenemos claro que sin agobios, sin querer hacer ni ver mil cosas. Simplemente callejeando y dando vueltas. Así que, con esa perspectiva, reservamos un vuelo a Osaka desde Singapur. Directo y solo 6 horas, nada de las 20 que lleva llegar desde Coruña. Unos días después de reservar el vuelo me dice Bea: "oye, ¿y si miras de coger entradas para el museo Ghibli?". Dicho y hecho. El día que abren la venta de las entradas estaba yo ahí, refrescando la ventana del navegador. Durante veinte minutos pelando hasta que fui capaz de conseguirlas. Para el día siguiente al vuelo. Auch.

Pues nada, ahí estábamos el día doce de mayo, cogiendo un vuelo de una aerolínea de bajo coste (Scoot) y volando seis horas hasta Osaka. Un vuelo sin incidentes en un avión la mar de cómodo. Una vez salimos del aeropuerto, canjeamos el Japan Rail Pass y nos cogimos un tren a la estación de Shin-Osaka, para luego coger un Shinkansen a Tokio, para luego coger la Yamanote line y llegar al apartamento reservado cerca de la estación de Tottori. Muuchas horas después, pero bueno, la verdad es que fue bastante bien. Sólo pudimos coger un poco de comer antes de subirnos al primer tren, pero en el segundo ya nos comimos un tradicional bento. Así que tras un buen baño, a la cama. Día de viaje y toma de contacto con la eficiencia japonesa. Tan a gusto.

Hoy amaneció con el cielo gris plomizo. Las previsiones eran de lluvia, un fastidio. Aprovechando que todavía no llovía nos fuimos a dar una vuelta por el barrio de Yanaka. La verdad es que hay turistas, sí, pero muchísimos menos que en otras zonas de Tokio.  El barrio es una maravilla. Escondidas entre sus callejuelas encontramos tiendas muy especializadas en pequeñas cosas, de eso que todavía hay en Japón. Desde la que vendía todo cosas relacionadas con gatos, la de las postales 3D de papel, la que vendía galletas artesanales, la de los zapatos de marca desconocida, la que tuesta su propio café. Esto entre templos y cementerios budistas y un ambiente de barrio muy relajado. Con sus pequeñas izakayas y sus mini restaurantes con muy buena pinta.  Eso y el parque infantil con su reloj a la vieja usanza.
 






Y así pasó la mañana, deambulando. Decidimos ir andando parte del camino hacia el museo Ghibli. Nuestra entrada era a las 4 de la tarde (tienen horarios) y el trayecto pasa por Shinjuku. Así que paramos allí para dar un paseo, comprar unos sellos y buscar donde comer. No me preguntéis como se llama el sitio porque el nombre estaba en japonés y no sale en el GMaps (maldición). Maravillosa comida por un precio ridículo, no puedo decir más de mis udón.



Cloe nos sorprendió durante el paseo. Estábamos delante de una máquina de bebidas con muchas cosas en japonés con buena pinta. En esto Cloe nos dice "quiero agua y es esa botella de ahí porque el último carácter es agua en mandarín". Los kanjis japoneses tienen origen chino y, aunque la palabra en cada idioma se lee diferente, el significado del carácter es el mismo. Tras comprobarlo con google, sí, el carácter es el de agua 水. Manda narices, yo que pensaba que la niña no aprendería nada de mandarín y parece que poco a poco va aprendiendo cosas. ¡Bien por ella!


Lloviendo y lloviendo cogimos el tren hasta la estación de Mitaka, donde se coge el bus hasta el museo. La lluvia deslucía un tanto todo, pero qué le vamos a hacer. Nos hubiera gustado dar un paseo con calma por la zona, pero no pudo ser. Del museo pocas fotos hicimos porque está prohibidísimo hacer fotos dentro. Sólo os puedo contar que no os va a defraudar si sois seguidores de Miyazaki. Está muy basado en contar como es el proceso de desarrollo de una película de animación. Primero enseña la base de como se originó la animación, con algo tan sencillo como mover páginas o el efecto estroboscópico. Después enseña muchos trabajos originales de los fondos de las películas del estudio. Son una pasada. Poder ver esos pequeños cuadros pintados a mano y poder admirar los trazos. Podría pasarme horas allí parándome en cada uno. Luego explica  como se hacen los acetatos que es lo que está animado sobre esos fondos y como es el proceso desde el storyboard hasta el resultado final. Y todo eso en preciosas salas decoradas hasta el último detalle.


 Y el gatobus. Eso a Cloe le entusiasmó. Un gatobus de peluche como de cinco metros, lleno de duendes del polvo, en el que niños en grupos podían jugar un rato. Dos veces fue, y diez más habría ido si no cerrasen el museo a las seis. Eso y una réplica de la cocina de Totoro. Sólo dos horas, pero podría haber sido alguna más si hubiésemos podido. Muy muy recomendable si sois fans de la animación japonesa. Ya sólo por el edificio en si mismo y la magia que desprende, merece la pena.


Al salir de allí, poco más hicimos. Volvimos hacia Shinjuku y dimos vueltas cerca de la estación. Hacía un día de perros con una lluvia desapacible. Decidimos cenar en una Izakaya en los bajos de un centro comercial y meh, normalita del todo. La gyozas ricas, eso sí, y la cerveza Kirin sabe distinta en este país. A años luz de la que llega a España o Singapur. Y con eso ya solo tocó volver a casa un baño y a descansar.