viernes, 25 de mayo de 2018

Japón sin rumbo: Día 10 - Kifune y Kurama

Solazo por la mañanita. Ganas de tortitas. Sin haberlo deseado me ha salido un pareado. Salimos pues buscando un café donde tomar tortitas. En nuestro hotel nos han dado un listado de un mogollón de cosas en los alrededores, así que acabamos, tras andar casi 15 minutos, en el café Rhinebeck. Estuvimos un rato comiendo unas tortitas enormes los tres. Estaban buenas, pero creo que las de Kamakura van ganando.

Tras coger energía, cogimos bus y luego un tren camino de Kifune. Otra vez me quedo al lado de la cabina en el tren disfrutando del camino. Este tren es muy famoso durante el otoño, porque pasa por muchas zonas de cedros, alguna de ella famosísima, que se ponen preciosas con esos tonos rojos y anaranjados. Nada más llegar cogemos un bus camino de la zona de templos que nos evita los primeros 20 minutos de caminata.




La carretera es muy estrecha y serpentea entre los edificios. En el río vemos una de las cosas famosas de Kifune, los sitios para comer sobre el río. Sí, he dicho sobre. Colocan tatamis sobre el río y encima ponen las mesas. Y ahí comes, tan pancho, fresquito. Lo dejamos para luego. Primero visitar los templos.

Subimos la cuesta y la naturaleza nos impresiona. Muchos árboles enormes. Cedros y pinos, sobre todo. Algunos con carteles que dicen que tienen 1000 años. Muchos de ellos hay que mirar muy arriba para verlos enteros.







El río baja despacio con alguna que otra cascada ocasional. En el primer templo cumplimos con la tradición de comprar un papel de fortuna que sólo se ve una vez lo mojas. Cumplido el ritual se anuda el papel para que la fortuna se cumpla o se desecha si no nos ha gustado. Este quedó atado. Seguimos camino. Los templos tienen unas escaleras preciosas jalonadas por farolillos rojos. Y, otra vez, mucha naturaleza.

Bajamos a comer sobre el río. Toda una experiencia. Cocina kaiseki, muy rica aunque esta vez un tanto escasa. Comimos en el Kibune Nakayoshi, para que os sirva de referencia. Disfrutamos de todo el tiempo allí, viendo pasar el río, tocando el agua, oyéndolo fluir, y comiendo, claro está.





Ahora tocaba la parte cansada del día. Entre Kibune y Kurama hay una ruta de senderismo por el medio de la montaña. Había que pagar una pequeña entrada, es la primera vez que nos pasa. La ruta lleva unos 90 minutos y es una auténtica maravilla. Aviso para navegantes, es más dura desde Kibune a Kurama que al revés, porque en el lado de Kurama en la subida se puede coger un funicular que ahorra gran parte del esfuerzo. Nosotros lo hicimos por el lado duro, pero merece la pena. Otra vez raíces de árboles por doquier asomando sobre el terreno. Cuidadín con esas ramas, que es fácil tropezar. Entre los árboles pequeños altares sintoistas. Bajamos otra vez bajo una luz amarilla impresionante que proyectaba sombras preciosas. Nos ha encantado.

 








Una vez en Kurama, cogemos ya el tren camino de Kyoto. En media hora estábamos tomando la merienda y dividiéndonos. Cloe estaba cansada así que me fui para casa con ella y Bea bajó de compras a la zona del mercado de Nishiki.

Cuando Bea volvió, decidimos ir a cenar a un sitio de Yakiniku frente al hotel. Esto viene siendo que te traen unas brasas, escoges la carne que quieras, y te la haces allí. Nada innovador. La diferencia es que en Japón los cortes son muy distintos y en los sitios baratos abunda la casquería. Así que comimos cosas más normales como lomo y panceta de cerdo, pero también lengua de ternera. Muy rico todo.

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