viernes, 25 de mayo de 2018

Japón sin rumbo: Día 11 - Himeji

Hacía tiempo que quería ir al castillo de Himeji. En Japón hay bastantes castillos del periodo Edo (que comenzó en 1603), pero casi ninguno es original. Casi todos son reconstrucciones, por diversos motivos. Generalmente o bien los derribaron terremotos, o bien incendios, o bien la segunda guerra mundial se cebó con ellos. Estos castillos tienen una arquitectura muy singular, única en el mundo, y para un amante de la historia bélica como yo es una vergüenza no visitar el mejor. Y el mejor es el de Himeji.

El castillo de Himeji es patrimonio de la humanidad, y no es sólo que sea un castillo original (aunque ha sufrido varias restauraciones), si no que conserva todo lo que rodea al castillo. Las reconstrucciones de otros castillos suelen simplemente levantar el torreón, lo más característico. El de Himeji conserva toda la muralla, los edificios adyacentes, etc. Es el recinto del castillo completo, incluyendo donde vivía la gente. Además es visitable por dentro.

Pues un soleado día de mayo, salimos de Kyoto en el tren bala y 45 minutos después estábamos en Himeji. Nada más llegar, caminamos hacia el castillo por una de esas calles comerciales japonesas cubiertas. Hicimos una parada técnica en una sala de recreativas. Algo cortito, pero lo suficiente para echarme unas partidas a un juego de coches con unos adolescentes japoneses que se habían saltado el colegio y una a los taikos. Ains, estas estampas de salón recreativo son tan de los 90 en España. En fin, nostalgia aparte, caminamos hasta el castillo haciendo unas compras de dulces para coger fuerzas. Cloe y Bea habían desayunado en el tren, yo me estaba reservando para algún dulce local pero hoy no tuve mucha suerte. El castillo ya desde lejos impresiona, la verdad.







Una vez dentro del recinto, lo primero fue subir al torreón. Las escaleras son... delicadas. Muy muy inclinadas, requiere algo de esfuerzo subirlas. Todo esto descalzo, claro está, porque hay que quitarse los zapatos al entrar. Por dentro el castillo está vacío, pero se puede recorrer y hay muchas explicaciones, también en inglés, de para qué servía cada estancia. Además, se  puede ver como son las tejas y los adornos de las mismas. Bajamos, con mucho cuidado de nuevo, y salimos al patio central. Desde allí, fuimos a lo que antiguamente era un lugar de defensa y servicio, el largo pasillo. Una vez recorrido todo, salimos ya de vuelta al pueblo. Era algo tarde, Cloe necesita dormir bastante así que no damos salido pronto por las mañanas de los hoteles. Además el castillo lleva su tiempo recorrerlo.

Buscamos donde comer, a las cuatro de la tarde, y parece tarea imposible. Sólo cafés con cosas meh y el resto todo cerrado. Muy tarde para comer y temprano para cenar. Así que cogimos unos bentos en la estación para comer por el camino. Bentos curiosos porque en vez de ser ya preparados, cogías la bandeja, la rellenabas tú de cosas y te cobraban al peso. Muy chulo. Comimos pues en el tren, larga tradición japonesa, volviendo a Kyoto.


Eran ya las cinco pasadas. A esas horas los templos ya están cerrados. Ir de compras no nos apetecía, así que volvimos a uno de los templos más bonitos de la ciudad, que además no cierra: Fusimi Inari Taisa. Que bonito es este templo y que maravilla poder disfrutarlo sin estar hasta los topes de gente. Hicimos media subida entre los toriis rojos que tan famoso hacen a este templo. Volvimos cuando ya era casi de noche y, como las chicas estaban cansadas, nos fuimos al súper, cogimos algo de cena y nos fuimos a descansar al hotel.

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