lunes, 30 de mayo de 2011

Un viaje muy especial, Big Sur (día 22)

Volvemos hacia la costa y vuelve el sol, aunque no el calor. El termómetro marca 17ºC cuando salimos del hotel y si bien al sol se está estupendamente donde pega el viento hace algo de frío. Cogemos el coche y nos dirigimos hacia la costa. Desde King City el camino más rápido es atravesar unas montañas y así lo hacemos. Cuando llevamos unos 15 Km por la carrtera vemos una señal de que nos aproximamos a un fuerte del ejército americano y pensamos que nos mandarían dar la vuelta pero la carretera, al llegar al punto de control, ponía que estaba abierta al tráfico y no había nadie en la garita. Así que atravesamos con el coche un fuerte que usa para entrenarse el ejército. Cada dos por tres había carteles que rezaban "velocidad máxima 10 mph en caso de haber tropas en formación en el campo". Alucinante. Estábamos cruzando un campo de entrenamiento donde había todo tipo de terrenos (hierba alta, árboles, ríos...) y veíamos de vez en cuando blancos de tiro. Cuando salimos del fuerte nos encontramos de repente con un bosque protegido y una carretera montañosa que ofrecía unas vistas espectaculares. Uno de los mejores momentos del día fue salir de una curva de la montaña y ver el mar y las nubes y no saber donde estaba el horizonte. ¿Donde acababa el mar y empezaba el cielo? Nunca lo sabremos...

Desde las montañas bajamos hacia la carretera número uno. Ya os habíamos hablado de ella, es la carretera que recorre la costa desde Los Angeles hasta San Francisco.  En esta zona va pegadísima al mar, pudiendo ver los acantilados a un lado y las montañas al otro. La carretera en general es ancha y no tiene curvas fastidiadas así que se rueda por ella cómodamente. Cada dos por tres hay sitios para parar y observar el paisaje y así hacemos. Cuando llega la hora de comer no sabemos donde parar. No hay pueblos en esta zona, así que habría que buscar algún chiringuito de carretera, que tampoco abundan. De repente, nos llega el aroma a barbacoa. Paramos en una mini gasolinera y le preguntamos al empleado y nos dice que se come estupendamete. Echamos un ojo a la barbacoa y tiene muy buena pinta. Así que allí paramos, en unas mesas improvisadas delante de una barbacoa al aire libre donde un cocinero con sombrero de vaquero hace costillas de cerdo, carne de ternera, pollo, salmón y salchichas. Escogemos pollo y cerdo y nos los sirven acompañado de un guiso de alubias, un trozo de maíz cocido y una rodaja de sandía. Lo acompañamos de una limonada casera recién hecha. Todo ello por el módico precio de 33$, unos 23€ por los dos. ¡Baratísimo!

Con el estómago lleno seguimos camino hasta Monterey, no sin antes parar en un playa de arena tosca en la que Bea por fin pudo meter los pies en el Pacífico. La arena además de ser tosca estaba algo sucia porque la gente hacía hogueras en ella. Aparcamos en Monterey en un parking con intención de ver el acuario, que a Bea le chiflan. El pueblo es algo turísitico de más, pero aún así es bonito. A mi me recordó mucho a la película Jóvenes Ocultos. Como me picaba la curiosidad lo he mirado y la rodaron casi completamente en Santa Cruz, un pueblo cercano, así que muy desencaminado no iba. El acuario no está mal, pero no es tampoco la octava maravilla. Si habéis estado en algún acuario importante (Lisboa, Barcelona, Valencia, Brest...) la verdad es que solo iría si tenéis mono de uno. Lo mejor para mi la parte de la exposición temporal de medusas y de caballitos de mar. Caminamos un poco por el paseo que rodea al acuario parando a comprar una especie de sugus caseros que son típicos de aquí y que los haya de, literalmente, mil sabores. Seguimos carretera camino de San Francisco que es donde dormimos esta noche.

Por el camino pasamos por unas zonas de dunas gigantes que estaban cubiertas casi completamente de vegetación y no parecían moverse mucho debido a ello. La carretera se volvió a pegar a la costa y decidimos parar a ver la puesta de sol. Que bonito es estar en una playa viendo el sol ponerse en el horizonte. No éramos los únicos, os lo puedo asegurar. En cuanto se puso el sol seguimos hasta el hotel, hicimos el check in y nos fuimos a cenar. Buscando con el móvil acabamos en un japonés muy auténtico en San Mateo, a unos 10 Km del hotel. El restaurante estaba lleno de japoneses, la decoración era demencial (paredes cubiertas de fotos de clientes, un tren en el techo, carteles de comida y de sakes...) y los camereros jocosos. Tuvimos que esperar unos 10 minutos ya que el local estaba lleno y nos decía el camarero "hay una mesa que ya acabó, pero es que no paran de hablar :-)". La comida impresionate. Yo me tomé un cuenco enorme de sashimi con arroz en el fondo y un poco de lechuga y sopa de miso de acompañante. Bea se tomó unos pinchos de pulpo, unos gyozas y un bol de tempura con arroz. Llenísimos nos dirigimos al hotel a dormir.

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