Hoy esperábamos un día de agüa por las previsiones de tiempo que leíos en internet y al principio la cosa parecía que apuntaba a eso. Salimos del hotel casi a las 11 lloviendo fino pero lloviendo, a fin de cuentas. Según nos fuimos acercando a la costa la cosa mejoraba así que decidimos parar en Biarritz a comer rapidito para seguir camino.
Llegamos a Biarritz, aparcamos, y nos fuimos a buscar una pastelería. Acabamos en una especie de pastelería con algunos platos de restaurante y con ciento cincuenta años de historia llamada Miremont.
Allí comimos un par de quiches y dos pasteles de postre de quitar el hipo. Desde el salon se podía ver, mediante una cristalera, la playa. Tras comer bajamos a la playa, que estab llena de gente haciendo surf, a tocar el mar, y haber tocado el Mediterráneo y el Cantábrico en menos de 24h.
Tras salir de allí, carretera y más carretera. A eso de las 20:30 llegamos a casa a desmontar las maletas y las compras, y hacer un foto finish de ellas, aunque no pudíeramos meter todo y que parte de las cosas que salen son para regalar.
El coche se ha portado muy bien, aunque tras los más de 7000 km y menos de un 6 de consumo, el pobre ya está pidiendo su primera revisión de los 20.000 km.
Por lo de emás el viaje se ha acabado, sin saber que pasará y cuando podremos volver a hacer una locura semejante. Para despedirnos, la ruta aquí.
Comenzó siendo un blog dedicado a cubrir, según se iba produciendo, nuestro primer viaje en coche a otro país, para acabar siendo el blog donde almacenamos nuestros recuerdos y mantenemos informada a la gente del discurrir de nuestros viajes.
domingo, 25 de octubre de 2009
Día 22: Valence - Pont Du Gard - Nimes - Aigues Mortes - Gruissan - Pau
Vaya día el de hoy. Segun nos levantamos vemos que hace un pedazo de día y 20ºC, un lujazo de día de sol que parecía un bonito día de Junio. Salimos de hotel en las afueras de Valence hacia el sur, al mediterráneo, y como nosotros, otras mil personas. La autopista estaba atestada de gente que se dirigía al campo y a la costa, y especialmente lo que más vimos fueron bicis colgadas de la parte de atras de los coches. Así que carretera abajo, con Bea repasando la guía de Francia, acabamos en el Pont Du Gard.
El Pont Du Gard es un acueducto romano, del que solo queda una parte, y que en su día fue mucho más grande. Sa sabe que cada kilómetro sólo tenía 34cm de pendiente para hacer que el agua corriesa. A día de hoy en acueducto sólo mide unos 150 metros, pero sigue siendo impresionante él y el paraje que lo rodea, de piedra blanca caracterísitca de esta zona, el río cargado de vida, los bosques de arbustos...
Tras aparcar (que sepáis que te cascan 5€ por aparcar estés el tiempo que estés) nos fuimos a pasear un rato, al solete, viendo el puente que hay debajo del acueducto, los bonitos edificios de las orillas, y acercándonos al río ue estaba lleno de alevines luchando con la corriente. En fin, un sitio muy bonito por el que hay decenas de rutas para pasear si se viene con tiempo.
Desde allí nos dirigimos a Nimes, ciudad que fue muy importante en época romana y dónde una de sus cosas más famosas es la todavía conservada mansión del emperador Augusto. Nada más llegar la ciudad decepciona y parece bastante fea. Cuando dimos con la zona la cosa cambia aunque hubo, por primera vez en el viaje, disparidad de criterios.
A Bea le gustó bastante callejear por el centro, por sus calles peatonales entre casas estrechas, su canal y el parque que lo rodea y las placitas de la zona. A mi me parece una ciudad que tiene dos calles bonitas y el resto feo, así que no me parece gran cosa. Así que paramos a comprar algo en un pastelería (un par de quiches lorraine) para ir comiendo e hicimos una compra de macarrons para llevarnos a Coruña, que todavía no habíamos comprado.
Salimos de Nimes en dirección a Aigues Mortes, en la Camarga. La Camarga es una zona de canales y humedales famosa en Francia por la sal de sus salinas, por sus toros y caballos, y por los flamencos rosas. Llegamos al pueblo, fuertemente fortificado porque, aunque no está en la costa, tiene canales que llevan a ella y por ello fue, originariamente, el principal puerto del mediterráneo. De hecho la gente partía desde él a las cruzadas. Nada más llegar nos dirigimos al puerto a coger un barco que nos llevaba por los canales.
La ruta era de dos horas y costaba 10€, así que nos tiranos a la piscina y nos metimos en él. La verdad es que la cosa no estuvo mal, pero una vez metidos en el barco nos dimos cuenta que muchas de las cosas que veíamos desde él se podían ver en coche, así que fue un poco pérdida de tiempo y un poco largo. La primera hora u hora y cuarto nos lo pasamos bastante bien viendo toros y flamencos, el resto del tiempo fue aburido.
En fin, que nos bajamos del barco y nos fuimos a pasear algo por el pueblo y, sin ser la leche, si que mola pasear por sus calles. Bea se compró un crepe de nutella para merendar y yo me pasee por las tiendas de cosas de la zona y acabé comprando un poco de arroz negro con muy buena pinta. El pueblo estaba en fuiestas y se veía gente con la cara pintada y casetas de feria, pero con lo que no contábamos fue conque estaban poniendo vallas de encierro. Así que, como se nos hacía tarde nos dirgimos al coche con intención de tocar el mediterráneo a tocar el mar. Cuando salíamos, de repente, de una de las puertas traseras del pueblo vemos como sale un toro y tropieza con un coche de la carretera haciendole un buen bollo en la puerta y como sale detrás de él un tipo a caballo con una vara, vaya susto nos llevamos! Rodeamos el pueblo, con algo de miedo por aquello de que nos fastidien el coche y tengamos que lidiar con los franceses y nos fuimos a la costa cercana a tocar el agua en la playa. Por el camino paramos al borde de la carrtera a ver cerca los flamencos rosas. Son la leche de bonitos, la verdad.
La verdad es que se estaba muy muy bien. Hacía todavía algo de calor, el agua estaba templada y la puesta de sol era preciosa . Nos reíamos al acordarnos que era sábado y que el martes habíanos estado en una playa del mar del norte. Paseamos un poco por la orilla y fuimos al coche que era ya tardísimo. Y vaya si era tarde, yo pensaba que estábamos más cerca de Pau y resulta que todavía nos faltaban 400 km y ya eran las siete de la tarde y nos quedaban cosas por hacer.
En fin, menos mal que uno es duro conduciendo, porque si no íbanos de cachas. Así que arrancamos hacia Pau con intención de parar en un supermercado a hacer nuestra última compra de comida francesa y cargar el coche de "productos básicos".
Asá que, anocheciendo ya, con una puesta de sol naranja preciosa, paramos en Narbonne en un carrefour a cargar el carro. Cuando acabamos de compra dijimos (bueno, más bien dije yo que soy el goloso), y si nos vamos a cenar a la costa? Así que nada, de perdidos al río, cogimos el GPS, le pusimos que buscase restaurantes de pescado y cuando vimos 5 juntos y vimos que era la costa, allí nos fuimos a hacer el guiri. Llegamos a un pueblo, con un puerto deportivo muy chulo y resguardado y con muchos restaurantes, aunque muchísimos estaban cerrados. Eran ya las nueve y media y temimos que no nos dieran de cenar, pero no hubo problemas. Terminamos cenando muy muy bien. Bea se tomó una terrine de vieira de primero y unos choquitos a la parrilla (los más ricos de esa forma que he tomado en mi vida) con unas verduritas de acompañamiento. De postre una tartaleta de nerengue con crema que era la leche. Yo comí de primero diez ostras (5 de una clase y 5 de otra) que venían acompañadas de pan de molde oscuro, limón y vinagre de vino con chalotas, que la verdad estaba muy bien como alternativa al limón. De segundo tomé un filete de salmonete y otro de loup de mer acompañados de una ontañita de tomates con cebolla bien pochados y otra de calabacín y calabaza. De pre-postre un poco de queso blanco no identificado que estaba riquísimo y de postre un tiramisú. Llenos como ceporros nos dirigimos al coche a hacer 350 km a las 11 de la noche. Eso se llama exprimir las vacaciones! En fin, que llegamos a Pau a eso de las 2 y media, menos mal que esta noche nos dan un hora más de sueño. Mañana llegaremos cuando lleguemos a Coruña y va a dar risa vernos bajar todo lo que tenemos en el maletero. La ruta, aqui
El Pont Du Gard es un acueducto romano, del que solo queda una parte, y que en su día fue mucho más grande. Sa sabe que cada kilómetro sólo tenía 34cm de pendiente para hacer que el agua corriesa. A día de hoy en acueducto sólo mide unos 150 metros, pero sigue siendo impresionante él y el paraje que lo rodea, de piedra blanca caracterísitca de esta zona, el río cargado de vida, los bosques de arbustos...
Tras aparcar (que sepáis que te cascan 5€ por aparcar estés el tiempo que estés) nos fuimos a pasear un rato, al solete, viendo el puente que hay debajo del acueducto, los bonitos edificios de las orillas, y acercándonos al río ue estaba lleno de alevines luchando con la corriente. En fin, un sitio muy bonito por el que hay decenas de rutas para pasear si se viene con tiempo.
Desde allí nos dirigimos a Nimes, ciudad que fue muy importante en época romana y dónde una de sus cosas más famosas es la todavía conservada mansión del emperador Augusto. Nada más llegar la ciudad decepciona y parece bastante fea. Cuando dimos con la zona la cosa cambia aunque hubo, por primera vez en el viaje, disparidad de criterios.
A Bea le gustó bastante callejear por el centro, por sus calles peatonales entre casas estrechas, su canal y el parque que lo rodea y las placitas de la zona. A mi me parece una ciudad que tiene dos calles bonitas y el resto feo, así que no me parece gran cosa. Así que paramos a comprar algo en un pastelería (un par de quiches lorraine) para ir comiendo e hicimos una compra de macarrons para llevarnos a Coruña, que todavía no habíamos comprado.
Salimos de Nimes en dirección a Aigues Mortes, en la Camarga. La Camarga es una zona de canales y humedales famosa en Francia por la sal de sus salinas, por sus toros y caballos, y por los flamencos rosas. Llegamos al pueblo, fuertemente fortificado porque, aunque no está en la costa, tiene canales que llevan a ella y por ello fue, originariamente, el principal puerto del mediterráneo. De hecho la gente partía desde él a las cruzadas. Nada más llegar nos dirigimos al puerto a coger un barco que nos llevaba por los canales.
La ruta era de dos horas y costaba 10€, así que nos tiranos a la piscina y nos metimos en él. La verdad es que la cosa no estuvo mal, pero una vez metidos en el barco nos dimos cuenta que muchas de las cosas que veíamos desde él se podían ver en coche, así que fue un poco pérdida de tiempo y un poco largo. La primera hora u hora y cuarto nos lo pasamos bastante bien viendo toros y flamencos, el resto del tiempo fue aburido.
En fin, que nos bajamos del barco y nos fuimos a pasear algo por el pueblo y, sin ser la leche, si que mola pasear por sus calles. Bea se compró un crepe de nutella para merendar y yo me pasee por las tiendas de cosas de la zona y acabé comprando un poco de arroz negro con muy buena pinta. El pueblo estaba en fuiestas y se veía gente con la cara pintada y casetas de feria, pero con lo que no contábamos fue conque estaban poniendo vallas de encierro. Así que, como se nos hacía tarde nos dirgimos al coche con intención de tocar el mediterráneo a tocar el mar. Cuando salíamos, de repente, de una de las puertas traseras del pueblo vemos como sale un toro y tropieza con un coche de la carretera haciendole un buen bollo en la puerta y como sale detrás de él un tipo a caballo con una vara, vaya susto nos llevamos! Rodeamos el pueblo, con algo de miedo por aquello de que nos fastidien el coche y tengamos que lidiar con los franceses y nos fuimos a la costa cercana a tocar el agua en la playa. Por el camino paramos al borde de la carrtera a ver cerca los flamencos rosas. Son la leche de bonitos, la verdad.
La verdad es que se estaba muy muy bien. Hacía todavía algo de calor, el agua estaba templada y la puesta de sol era preciosa . Nos reíamos al acordarnos que era sábado y que el martes habíanos estado en una playa del mar del norte. Paseamos un poco por la orilla y fuimos al coche que era ya tardísimo. Y vaya si era tarde, yo pensaba que estábamos más cerca de Pau y resulta que todavía nos faltaban 400 km y ya eran las siete de la tarde y nos quedaban cosas por hacer.
En fin, menos mal que uno es duro conduciendo, porque si no íbanos de cachas. Así que arrancamos hacia Pau con intención de parar en un supermercado a hacer nuestra última compra de comida francesa y cargar el coche de "productos básicos".
Asá que, anocheciendo ya, con una puesta de sol naranja preciosa, paramos en Narbonne en un carrefour a cargar el carro. Cuando acabamos de compra dijimos (bueno, más bien dije yo que soy el goloso), y si nos vamos a cenar a la costa? Así que nada, de perdidos al río, cogimos el GPS, le pusimos que buscase restaurantes de pescado y cuando vimos 5 juntos y vimos que era la costa, allí nos fuimos a hacer el guiri. Llegamos a un pueblo, con un puerto deportivo muy chulo y resguardado y con muchos restaurantes, aunque muchísimos estaban cerrados. Eran ya las nueve y media y temimos que no nos dieran de cenar, pero no hubo problemas. Terminamos cenando muy muy bien. Bea se tomó una terrine de vieira de primero y unos choquitos a la parrilla (los más ricos de esa forma que he tomado en mi vida) con unas verduritas de acompañamiento. De postre una tartaleta de nerengue con crema que era la leche. Yo comí de primero diez ostras (5 de una clase y 5 de otra) que venían acompañadas de pan de molde oscuro, limón y vinagre de vino con chalotas, que la verdad estaba muy bien como alternativa al limón. De segundo tomé un filete de salmonete y otro de loup de mer acompañados de una ontañita de tomates con cebolla bien pochados y otra de calabacín y calabaza. De pre-postre un poco de queso blanco no identificado que estaba riquísimo y de postre un tiramisú. Llenos como ceporros nos dirigimos al coche a hacer 350 km a las 11 de la noche. Eso se llama exprimir las vacaciones! En fin, que llegamos a Pau a eso de las 2 y media, menos mal que esta noche nos dan un hora más de sueño. Mañana llegaremos cuando lleguemos a Coruña y va a dar risa vernos bajar todo lo que tenemos en el maletero. La ruta, aqui
sábado, 24 de octubre de 2009
Día 21: Müllheim - Freiburg - Lyon - Valence
Hoy nos levantanos y llovía a cántaros. Menos mal que las previsiones decían que sólo iba a llover por esta parte y que lo gordo del día que sería cruzar hacia el sur estaría acompañado de mejor tiempo. Así que nada, bajamos a desayunar y salimos del hotel con dirección a Freiburg, la que podría considerarse la capital de la selva negra por tamaño y situación. La idea no era realmente verla, por falta de tiempo, si no hacer una pequeña compra en Alemania para llevar de vuelta a casa. Ya sabés, cosas básicas como fiambre, galletas o cerveza. El problema y lo que nos retrasó fue el hecho de que en el gps los supermercados que nos venían eran supermercados descuento, muy populares en Alemenaia y que entre ellos cuentan con el lidl. No es mala cosa para el día a día, pero cuando uno quiere cosas particulares no es interesante. Así que dimos vueltas, cosa que nos valió para ver la ciudad un poco por encima y, al fin, dimos con un super. Cargamos el coche más de esos productos básicos que mencionaba y partimos camino de Suiza, ya que teníamos francos suizos que gastar en más... productos básicos!
Así pues, volvimos a atravesar Suiza por el interior. Decidimos parar en Yverdon-les-bains a hacer la compra, esta vez en un Migros. Gastamos los francos suizos que teníamos básicamente en cecinas varias (en Suiza hay mil tipos de ellas y todas riquísimas y sin nada de grasa), quesos y poco más. Bueno, compramos para el viaje una bebida muy extraña de hierbas suizas y para nada más dieron los francos. Así que nada, cogimos más carretera y a media tarde llegamos a Lyon.
La primera impresión que tuvimos es que es otra ciudad en la que es un cristo entrar con el coche. La gente va mangada, hay bicis que pasan de todo y unos atascos de narices. Eso sí, mucho mejor que Estrasburgo, que era un infierno. En fin, que aparcamos al lado de correos, en el centro (1er arrondisment) y nos pusimos a pasear sin conocer la ciudad.
En primer lugar cogimos una calle comercial que atravesaba el barrio en dirección a una estación. Por el camino terminé mi compra de vinos con un Medoc y un Borgoña de la Côte-D'or que encontré en una tienda. Cuando llegamos al final de la calle había unos puestos de productores locales con cosas con muy buena pinta, pero al final no compramos nada. Seguimos paseando, esta vez en dirección a la catedral y curzamos el Saona caminando por su orilla hasta llegar a ella, siendo observados por un bello edificio desde lo alto de la montaña.
Esperábamos encontrarla cerrada pero había misa y estaba abierta. Entramos corriendo y, al menos, pudimos verla aunque no se podía pasear.
Saliendo de la catedral paseamos por el viejo Lyon entre cafés y restaurantes que ofrecían productos típicos de la ciudad (cosas como pies de cerdo o salchichas de estómago). Cuando nos cansamos cruzamos el río hacia el centro otra vez y acabamos en un restaurante cenando en una terraza. La cena no estuvo mal a nivel culinario, pero fue un desastre a nivel servicio. Tardaron, literalmente, media hora entre el primero y el segundo. De primero Bea tomó un cocktail de gambas y yo un salmón marinado con eneldo. De segundo Bea tomó un filet mignon y yo una salchcicha lyonesa llamada Andoullette, que sabía como a una mezcla de lacón y oreja y que dentro la carne no estaba picada, si no que había trozos grandes. Un poco enfadados nos fuimos hacia el coche y hoy dormimos en Valence, para mañana poder tocar el mediterráneo antes de dormir en Pau camino ya de España. La ruta, aquí.
Así pues, volvimos a atravesar Suiza por el interior. Decidimos parar en Yverdon-les-bains a hacer la compra, esta vez en un Migros. Gastamos los francos suizos que teníamos básicamente en cecinas varias (en Suiza hay mil tipos de ellas y todas riquísimas y sin nada de grasa), quesos y poco más. Bueno, compramos para el viaje una bebida muy extraña de hierbas suizas y para nada más dieron los francos. Así que nada, cogimos más carretera y a media tarde llegamos a Lyon.
La primera impresión que tuvimos es que es otra ciudad en la que es un cristo entrar con el coche. La gente va mangada, hay bicis que pasan de todo y unos atascos de narices. Eso sí, mucho mejor que Estrasburgo, que era un infierno. En fin, que aparcamos al lado de correos, en el centro (1er arrondisment) y nos pusimos a pasear sin conocer la ciudad.
Esperábamos encontrarla cerrada pero había misa y estaba abierta. Entramos corriendo y, al menos, pudimos verla aunque no se podía pasear.
Saliendo de la catedral paseamos por el viejo Lyon entre cafés y restaurantes que ofrecían productos típicos de la ciudad (cosas como pies de cerdo o salchichas de estómago). Cuando nos cansamos cruzamos el río hacia el centro otra vez y acabamos en un restaurante cenando en una terraza. La cena no estuvo mal a nivel culinario, pero fue un desastre a nivel servicio. Tardaron, literalmente, media hora entre el primero y el segundo. De primero Bea tomó un cocktail de gambas y yo un salmón marinado con eneldo. De segundo Bea tomó un filet mignon y yo una salchcicha lyonesa llamada Andoullette, que sabía como a una mezcla de lacón y oreja y que dentro la carne no estaba picada, si no que había trozos grandes. Un poco enfadados nos fuimos hacia el coche y hoy dormimos en Valence, para mañana poder tocar el mediterráneo antes de dormir en Pau camino ya de España. La ruta, aquí.
jueves, 22 de octubre de 2009
Día 20: Thionville - Metz - Strasbourg - Riquewihr - Colmar - Müllheim
Otro día más se nos volvieron a pegar las sábanas y salimos del hotel a las 10:00. El hotel y sus alrededores fueron magníficos.
El día amaneció con el cielo gris y encapotado y con unos 12ºC de temperatura y como se nos había hecho tarde nos fuimos a Metz, descartando ir a Luxemburgo aunque sólo fuera a pisar otro país más. Arrancamos hacia Metz para desayunar algo y cuando llegamos vimos que era muy comlicado aparcar y me comecé a agobiar por lo tarde que era (ansioso que es uno). Dado que uno de mis objetivos principales del viaje era ir a Alsacia, recorrimos un rato Metz en coche y nos fuimos a Estrasbourg. Prometimos volver a Metz con más calma en otro momento, ya que la ciudad parece encantadora, con muchas callejuelas empedradas una catedral enorme y el río Mosela recorriéndola por el medio.
Alsacia me atraía y atrae mucho. Es una región fuertemente marcada por su dualidad entre Alemania y Francia. Ha cambiado de manos tantas veces que sus habitantes han terminado por sentirse más alsacianos que cualquier otra cosa. Para que os hagaís una idea, fue francesa hasta la guerra franco-prusiana a finales del XIX, pasó a ser francesa tras la primera guerra mundial, volió a ser alemana durante la ocupación, y a diferencia del resto de Francia sus jóvenes fueron reclutados para servir como alemanes en el ejército. Tras el fin de la segunda guerra mundial ha vielto a ser francesa.
Así, Estrasburgo conjunga edificios majestuosos propiamente franceses, con edificios de entramados de madera y tejados típicamente alemanes. Lo primero que sentí al llegar a Estrasburgo fue lo caótico de su circulación. Si os agobia conducir, por favor, dejad el coche en un P+R y no lo metáis en el centro. Conjugad un centro histórico con callejuelas de un úico sentido donde para recorrer una distancia de 150 metros en línea recta he terminado haciendo 800. A eso sumadle que los parkings del centro son pequeños y estaban llenos, y si fuera poco hay que andar pendiente de las hordas de ciclistas y peatones que no respetan las normas (se saltan semáforos, cruzan sin mirar, se ponen a charlar en medio de la calle sin importarles nada que estés allí...).
Así que, tras casi 40 minutos de dar vueltas aparcamos a unas manzanas de la catedral en el parking de un hospital.
La ciudad vieja es preciosa, rodeada por un canal, conjuga como ya comenté edificios alemanes con franceses. En la comida pasa algo parecido, hay puestos con pretzels y vino caliente como si estuvieras en Alemania, y en el mismo puesto de pretzels, te sirven crepes. En fin, que aparcamos y paramos en una pastelería y Bea de compró una pizza de anchoas y yo un pastel de manzana y almendra que se me caía el alma al suelo de lo bueno que estaba, y más con el hambre que traía. Nada más cruzar el río compramos sendos pretzels, el de Bea con queso. Caminamos un ratillo en dirección a la catedral, viendo puestos de comida por doquier. La catedral de Estrasburg es enorme, y también altísima, llevamos unos días que parece de coña lo altas que son. Entramos y volvimos a ver, por segunda vez en el viaje, el nuevo método de recaudación de la iglesia, pagar por los focos. Si quieres ver bien una parte del templo (un retablo, por ejemplo), tienes que meter dinero para que funcionen los focos que lo iluminan. Es un poco cachondeo, la verdad.
En fin, que nos maravillamos de la catedral, alucianando sobre todo con un pedazo de reloj astronómico que hay dentro. Salimos y dimos otro paseo, en el que nos perdimos un poco y un chico, muy majo él, al vernos dar vueltas con el gps en la mano, nos preguntó si necesitábamos ayuda y nos indicó el camino. Gracias a él fuimos directos al coche y salimos camino de Riquelwhir.
Entre Strasbourg y Colmar, se hacen algunos de los mejores vinos blancos del mundo, y si les preguntas a los franceses, los mejores. Así que salimos de la autopista para recorrer una carretera, llamada "Route du vin", e ir recorriendo pueblecitos. En los carteles de cada pueblo hay un cartel que pone algo como "Ville Fleurie", que viene diciendo lo bonita (o almenos cargado de flores) que está el pueblo. Y es que estos pueblos franceses, de nombres alemanes, se caracterizan por tener las casas, de entramados de madera, pintadas de colores vivos y con grandes geranios colgados de los balcones. Otra cosa que marca la zona son los campos enormes de viñedos de sus colinas, que cuando nosotros estábamos llegando se fue despejando el día y sobre ellos caía una luz brillante entre nubes que acentuaba sus colores dorados y marrones. Recorrimos un par de pueblos antes de aparcar en Riquewihr, el más famoso.
El pueblo es precioso, de calles empedradas, y a día de hoy es poco más que una calle, aunque en el pueblo se pueden ver dibujos de como fue el pueblo, amurallado y con foso. A día de hoy es un poco guirilandia, lleno de tiendas de souvenirs, aunque por suerte los souvenirs de este sitio no son llaveritos ni bolas de nieve de sitios tropicales, si no vino y comida. No hay mas que sitios para comprar vinos de alsacia, panes de especias, salchichones y quesos. Para mi es la releche, aunque de tanta saturación, y como nos pareció un poco un sitio dedicado a explotar turistas, pasamos de comprar nada. Eso si, pasabas por algunos sitios y había un olor a vino delicioso, ya que de hecho ya estaban vendiendo los primeros vinos de esta cosecha. Lo único que quise probar es el mosto que vendía un señor en la calle (a precio de oro, 1€ el vasito). Eso, si, he de reconocer que es el mejor mosto que he probado en mi vida, de hecho había comenzado a fermentar y se veían algunas burbujas en él.
Partimos de allí hacia Colmar y en el camino paré en una bodega llamada Bestheim donde me aprivisoné de unos cuantos blancos (uno de unva Riesling y otro de Gewurztraminer) y un espumoso de la zona, que aquí se llama cremant.
Tras las compras nos dirigimos a Colmar, en el que sólo paramos a aprovisionarnos en un supermercado para la cena, que Bea estaba bastante cansada. Otro pueblo que promete, pero queda para otra visita por la zona, que caerá fijo pero con más calma. Esta noche dormimos en Alemania, que se duerme mejor y más barato en la selva negra que en Francia, y cenamos un poco de pan, unas patatas de bolsa que en vez de fritas estan hechas al grill, un poco de jamón de savoia, un queso de los vosgos y otro de savoia. De postre, yogur de castañas, que estaba delicioso. Es el segundo que me tomo en el viaje, el primero fue en Suiza. No se realmente como ninguna marca no lo saca en España, al menos en temporada. La ruta de nuevo aquí.
El día amaneció con el cielo gris y encapotado y con unos 12ºC de temperatura y como se nos había hecho tarde nos fuimos a Metz, descartando ir a Luxemburgo aunque sólo fuera a pisar otro país más. Arrancamos hacia Metz para desayunar algo y cuando llegamos vimos que era muy comlicado aparcar y me comecé a agobiar por lo tarde que era (ansioso que es uno). Dado que uno de mis objetivos principales del viaje era ir a Alsacia, recorrimos un rato Metz en coche y nos fuimos a Estrasbourg. Prometimos volver a Metz con más calma en otro momento, ya que la ciudad parece encantadora, con muchas callejuelas empedradas una catedral enorme y el río Mosela recorriéndola por el medio.
Alsacia me atraía y atrae mucho. Es una región fuertemente marcada por su dualidad entre Alemania y Francia. Ha cambiado de manos tantas veces que sus habitantes han terminado por sentirse más alsacianos que cualquier otra cosa. Para que os hagaís una idea, fue francesa hasta la guerra franco-prusiana a finales del XIX, pasó a ser francesa tras la primera guerra mundial, volió a ser alemana durante la ocupación, y a diferencia del resto de Francia sus jóvenes fueron reclutados para servir como alemanes en el ejército. Tras el fin de la segunda guerra mundial ha vielto a ser francesa.
Así, Estrasburgo conjunga edificios majestuosos propiamente franceses, con edificios de entramados de madera y tejados típicamente alemanes. Lo primero que sentí al llegar a Estrasburgo fue lo caótico de su circulación. Si os agobia conducir, por favor, dejad el coche en un P+R y no lo metáis en el centro. Conjugad un centro histórico con callejuelas de un úico sentido donde para recorrer una distancia de 150 metros en línea recta he terminado haciendo 800. A eso sumadle que los parkings del centro son pequeños y estaban llenos, y si fuera poco hay que andar pendiente de las hordas de ciclistas y peatones que no respetan las normas (se saltan semáforos, cruzan sin mirar, se ponen a charlar en medio de la calle sin importarles nada que estés allí...).
Así que, tras casi 40 minutos de dar vueltas aparcamos a unas manzanas de la catedral en el parking de un hospital.
La ciudad vieja es preciosa, rodeada por un canal, conjuga como ya comenté edificios alemanes con franceses. En la comida pasa algo parecido, hay puestos con pretzels y vino caliente como si estuvieras en Alemania, y en el mismo puesto de pretzels, te sirven crepes. En fin, que aparcamos y paramos en una pastelería y Bea de compró una pizza de anchoas y yo un pastel de manzana y almendra que se me caía el alma al suelo de lo bueno que estaba, y más con el hambre que traía. Nada más cruzar el río compramos sendos pretzels, el de Bea con queso. Caminamos un ratillo en dirección a la catedral, viendo puestos de comida por doquier. La catedral de Estrasburg es enorme, y también altísima, llevamos unos días que parece de coña lo altas que son. Entramos y volvimos a ver, por segunda vez en el viaje, el nuevo método de recaudación de la iglesia, pagar por los focos. Si quieres ver bien una parte del templo (un retablo, por ejemplo), tienes que meter dinero para que funcionen los focos que lo iluminan. Es un poco cachondeo, la verdad.
En fin, que nos maravillamos de la catedral, alucianando sobre todo con un pedazo de reloj astronómico que hay dentro. Salimos y dimos otro paseo, en el que nos perdimos un poco y un chico, muy majo él, al vernos dar vueltas con el gps en la mano, nos preguntó si necesitábamos ayuda y nos indicó el camino. Gracias a él fuimos directos al coche y salimos camino de Riquelwhir.
Entre Strasbourg y Colmar, se hacen algunos de los mejores vinos blancos del mundo, y si les preguntas a los franceses, los mejores. Así que salimos de la autopista para recorrer una carretera, llamada "Route du vin", e ir recorriendo pueblecitos. En los carteles de cada pueblo hay un cartel que pone algo como "Ville Fleurie", que viene diciendo lo bonita (o almenos cargado de flores) que está el pueblo. Y es que estos pueblos franceses, de nombres alemanes, se caracterizan por tener las casas, de entramados de madera, pintadas de colores vivos y con grandes geranios colgados de los balcones. Otra cosa que marca la zona son los campos enormes de viñedos de sus colinas, que cuando nosotros estábamos llegando se fue despejando el día y sobre ellos caía una luz brillante entre nubes que acentuaba sus colores dorados y marrones. Recorrimos un par de pueblos antes de aparcar en Riquewihr, el más famoso.
El pueblo es precioso, de calles empedradas, y a día de hoy es poco más que una calle, aunque en el pueblo se pueden ver dibujos de como fue el pueblo, amurallado y con foso. A día de hoy es un poco guirilandia, lleno de tiendas de souvenirs, aunque por suerte los souvenirs de este sitio no son llaveritos ni bolas de nieve de sitios tropicales, si no vino y comida. No hay mas que sitios para comprar vinos de alsacia, panes de especias, salchichones y quesos. Para mi es la releche, aunque de tanta saturación, y como nos pareció un poco un sitio dedicado a explotar turistas, pasamos de comprar nada. Eso si, pasabas por algunos sitios y había un olor a vino delicioso, ya que de hecho ya estaban vendiendo los primeros vinos de esta cosecha. Lo único que quise probar es el mosto que vendía un señor en la calle (a precio de oro, 1€ el vasito). Eso, si, he de reconocer que es el mejor mosto que he probado en mi vida, de hecho había comenzado a fermentar y se veían algunas burbujas en él.
Partimos de allí hacia Colmar y en el camino paré en una bodega llamada Bestheim donde me aprivisoné de unos cuantos blancos (uno de unva Riesling y otro de Gewurztraminer) y un espumoso de la zona, que aquí se llama cremant.
Tras las compras nos dirigimos a Colmar, en el que sólo paramos a aprovisionarnos en un supermercado para la cena, que Bea estaba bastante cansada. Otro pueblo que promete, pero queda para otra visita por la zona, que caerá fijo pero con más calma. Esta noche dormimos en Alemania, que se duerme mejor y más barato en la selva negra que en Francia, y cenamos un poco de pan, unas patatas de bolsa que en vez de fritas estan hechas al grill, un poco de jamón de savoia, un queso de los vosgos y otro de savoia. De postre, yogur de castañas, que estaba delicioso. Es el segundo que me tomo en el viaje, el primero fue en Suiza. No se realmente como ninguna marca no lo saca en España, al menos en temporada. La ruta de nuevo aquí.
Día 19: Saint Riquier - Amiens - Reims - Épernay - Thionville
Hoy tardamos bastante en salir del hotel, dado que teníamos que reorganizar maletas ya que andamos ya con poco sitio en el maletero debido a las compras acumuladas en dos semanas y media de viaje. La mañana amaneció lluviosa y con unos 12ºC en Saint Riquier. Salimos del hotel admirando la fachada de la iglesia del pueblo, muy bonita ella, parecida en estilo a la de la propia Amiens. De hecho, cuando bajé al coche vi a un autobús parar delante, a la gente hacer fotos, y al bus arrancar y desaparecer. En fin, que el día estaba algo desagradable, pero nada serio ya que la lluvia era fina y paraba cada cierto tiempo. Así pues, arrancamos hacia Amiens.
Amiens es una ciudad que recibió muchos daños en la primera guerra mundial (ya os hablé de la batalla del Somme, cerquita de aquí, pues en Amiens hubo batallas también) y que por ello no tiene un marcado casco antigüo. Aparcamos el coche al lado de la catedral y entramos. La catedral , patrimonio de la humadidad de la UNESCO; es la catedral más alta de las catedrales góticas del SXIII y, si bien por fuera impresiona su altura, por dentro es donde impresiona más, ya que hay que poner el cuello en una postura muy muy forzada para poder ver el techo que hay sobre uno.
Si bien su interior es bueno, no llega al nivel de catedrales cercanas similares como Reims, y he de decir que hemos visto interiores mucho más bonitos, aunque seguro que durante la guerra sufrió daños. Lo otro que impresiona de la catedral es su pórtico, repleto de estatuas. Como el hotel no tenía desayuno y casi no habíamos desayunado, decidimos comer a la hora francesa, a eso de las 12:30. Paramos e una brasserie y comimos dos menus del dia consistentes en un pollo con fideos y un pescado que no identificamos, con arroz. Los dos estaban bastante buenos, aunque no me pregunteis que llevaban las salsas que no fui capaz de identificar los ingredientes. De postre tomamos una creme caramel y una mousse de chocolate. Cogimos el coche camino de Reims, ya que andaba con antojo de ver las cavas del champagne, descritas en el libro del que os he hablado anteriormente.
La idea original era ir a las cavas del campagne Pommery, porque había leído que eran magníficas y por lo que supone la historia de Pommery en el champagne. Llegamos y nos llevamos un chasco, porque eran las 16:00 y no había tour en inglés hasta las 17:30. ¿Que hacer en ese tiempo muerto? Se iba a hacer tarde y decidimos desistir e ir a Épernay, sede de varias grandes casas de champagne a ver otra casa, Mercier, que sabía organizaba visitas sin previa cita, ya que muchas casas te obligan a pedir cita con anterioridad. Antes de irnos curioseamos la tienda, pero dado que no habíamos probado el champagne decidimos desistir de la compra. Partimos pues hacia Épernay bajo una lluvia fina y persistente. Al llegar a la avenue del champagne ya vimos a muchas grandes casas alineadas en la avenida. Moet-Chandon, Pol Roger, y hacia el final, Mercier. El champagne Mercier es muy popular en Francia y sabíamos que las cavas estaban bien preparadas para la visita. Lo malo es que la única visita a la que llegábamos era en francés y nos decían que esperando al día siguiente la tendríamos en castellano. Como ya íbamos a dormir en Metz, decidimos que no había tiempo y que la veríamos en francés, y por lo menos ver las cavas y respirar el aroma del champagne haciéndose.Bajamos por un ascensor a las cavas viendo através de un cristal maquetas de escenas representativas del champagne. 15 metros más abajo, nos llevaron en una especie de tren sobre ruedas, que se conducía sólo, por las cavas. Circulando por ellas pudimos ver miles de botellas apiladas, el sistema para darles la vuelta, a la gente trabajando y un laberinto de pasillos larguísimos a 10ºC y 90% de humedad constantes todo el año.
Subimos a la cata del champagne y, la verdad, el Mercier brut básico no nos pareció demasiado bueno. Habiendo probado cavas de calidad (el Privat, que es excelente y vale 18€ la botella) nos sentimos decepcionados. Viendo que había muchos más champagnes que elegir le pedimos a la guia si podíamos probar alguno más. Descubrimos en ese momento que el champagne que no indica nada está hecho con mezclas de vino de distintas años, lo que lo hace de más baja calidad. Probamos un champagne rosado del mismo tipo que el anterior y nos gustó algo más, pero no fue hasta que probamos el Mercier Vintage 2004 cuando vimos la luz. Este si nos gustó bastante más, así que nos llevamos una botella, y con ganas de comprar alguna otra botella de otra casa. Le pedí a Bea que eligiera otra bodega, aunque ya eran las 17:30 y me daba que las bodegas estaban cerrando. Bea eligió parar en Moet-Chandon, así que aparcamos.
Segun entramnos ya vemos de que palo va la bodega, todo es fashion y te venden la moto de que son los mejores vendiéndote mil accesorios (hasta fundas de portátil vendían), pasando por varios tipos de copa de diseños firmados por diseñadores famosos. En fin, que echanos un ojo a un Moet-Chandon vintage 2002, pero como no había forma de probarlo y nos daba algo de repelús la imagen de la casa nos fuimos a buscar una tienda donde pudiéramos escoger varios de varias bodegas. Recorrimos el pueblo por sus calles empedradas y finalmente encontramos una tiendecita un tanto extraña, regentada por una viejecita de unos 75 años, con una cara muy simpática y un montón de champagnes, desde los asequibles hasta botellas de 800€ al lado de cosas como coca cola y red bull. Era un tanto extraño pero la viejecita nos enseño la carta de champagnes y escogimos. Por oídas sabía el el champagne Pol Roger era bueno así que fuimos a ciegas a por una botella de su brut 1999, a ver que tal sale y que tal aguanta el viaje. Lo que nos alucinó de la tienda es que el champagne de Moet-Chandon que habíamos visto en la bodega, en esta tienda era 6€ más barato, manda narices! Antes de irnos del pueblo paramos en un salon de té a tomar un sencha, una menta, una Creme Brulee de café y un Carte Noire (un pastel de chocolate con muy buena pinta).
El resto del día transcurió en la carretera camino del hotel en Thionville, metido en el medio de un parque de 24 hectáreas y bastante barato para la zona. Estamos al lado de Luxemburgo y no se si iremos a tocar campana o no, ya que mañana toca seguir con los vinos, ya que nos vamos a Alsacia. La ruta de nuevo, al final del post.
Amiens es una ciudad que recibió muchos daños en la primera guerra mundial (ya os hablé de la batalla del Somme, cerquita de aquí, pues en Amiens hubo batallas también) y que por ello no tiene un marcado casco antigüo. Aparcamos el coche al lado de la catedral y entramos. La catedral , patrimonio de la humadidad de la UNESCO; es la catedral más alta de las catedrales góticas del SXIII y, si bien por fuera impresiona su altura, por dentro es donde impresiona más, ya que hay que poner el cuello en una postura muy muy forzada para poder ver el techo que hay sobre uno.
Si bien su interior es bueno, no llega al nivel de catedrales cercanas similares como Reims, y he de decir que hemos visto interiores mucho más bonitos, aunque seguro que durante la guerra sufrió daños. Lo otro que impresiona de la catedral es su pórtico, repleto de estatuas. Como el hotel no tenía desayuno y casi no habíamos desayunado, decidimos comer a la hora francesa, a eso de las 12:30. Paramos e una brasserie y comimos dos menus del dia consistentes en un pollo con fideos y un pescado que no identificamos, con arroz. Los dos estaban bastante buenos, aunque no me pregunteis que llevaban las salsas que no fui capaz de identificar los ingredientes. De postre tomamos una creme caramel y una mousse de chocolate. Cogimos el coche camino de Reims, ya que andaba con antojo de ver las cavas del champagne, descritas en el libro del que os he hablado anteriormente.
La idea original era ir a las cavas del campagne Pommery, porque había leído que eran magníficas y por lo que supone la historia de Pommery en el champagne. Llegamos y nos llevamos un chasco, porque eran las 16:00 y no había tour en inglés hasta las 17:30. ¿Que hacer en ese tiempo muerto? Se iba a hacer tarde y decidimos desistir e ir a Épernay, sede de varias grandes casas de champagne a ver otra casa, Mercier, que sabía organizaba visitas sin previa cita, ya que muchas casas te obligan a pedir cita con anterioridad. Antes de irnos curioseamos la tienda, pero dado que no habíamos probado el champagne decidimos desistir de la compra. Partimos pues hacia Épernay bajo una lluvia fina y persistente. Al llegar a la avenue del champagne ya vimos a muchas grandes casas alineadas en la avenida. Moet-Chandon, Pol Roger, y hacia el final, Mercier. El champagne Mercier es muy popular en Francia y sabíamos que las cavas estaban bien preparadas para la visita. Lo malo es que la única visita a la que llegábamos era en francés y nos decían que esperando al día siguiente la tendríamos en castellano. Como ya íbamos a dormir en Metz, decidimos que no había tiempo y que la veríamos en francés, y por lo menos ver las cavas y respirar el aroma del champagne haciéndose.Bajamos por un ascensor a las cavas viendo através de un cristal maquetas de escenas representativas del champagne. 15 metros más abajo, nos llevaron en una especie de tren sobre ruedas, que se conducía sólo, por las cavas. Circulando por ellas pudimos ver miles de botellas apiladas, el sistema para darles la vuelta, a la gente trabajando y un laberinto de pasillos larguísimos a 10ºC y 90% de humedad constantes todo el año.
Subimos a la cata del champagne y, la verdad, el Mercier brut básico no nos pareció demasiado bueno. Habiendo probado cavas de calidad (el Privat, que es excelente y vale 18€ la botella) nos sentimos decepcionados. Viendo que había muchos más champagnes que elegir le pedimos a la guia si podíamos probar alguno más. Descubrimos en ese momento que el champagne que no indica nada está hecho con mezclas de vino de distintas años, lo que lo hace de más baja calidad. Probamos un champagne rosado del mismo tipo que el anterior y nos gustó algo más, pero no fue hasta que probamos el Mercier Vintage 2004 cuando vimos la luz. Este si nos gustó bastante más, así que nos llevamos una botella, y con ganas de comprar alguna otra botella de otra casa. Le pedí a Bea que eligiera otra bodega, aunque ya eran las 17:30 y me daba que las bodegas estaban cerrando. Bea eligió parar en Moet-Chandon, así que aparcamos.
Segun entramnos ya vemos de que palo va la bodega, todo es fashion y te venden la moto de que son los mejores vendiéndote mil accesorios (hasta fundas de portátil vendían), pasando por varios tipos de copa de diseños firmados por diseñadores famosos. En fin, que echanos un ojo a un Moet-Chandon vintage 2002, pero como no había forma de probarlo y nos daba algo de repelús la imagen de la casa nos fuimos a buscar una tienda donde pudiéramos escoger varios de varias bodegas. Recorrimos el pueblo por sus calles empedradas y finalmente encontramos una tiendecita un tanto extraña, regentada por una viejecita de unos 75 años, con una cara muy simpática y un montón de champagnes, desde los asequibles hasta botellas de 800€ al lado de cosas como coca cola y red bull. Era un tanto extraño pero la viejecita nos enseño la carta de champagnes y escogimos. Por oídas sabía el el champagne Pol Roger era bueno así que fuimos a ciegas a por una botella de su brut 1999, a ver que tal sale y que tal aguanta el viaje. Lo que nos alucinó de la tienda es que el champagne de Moet-Chandon que habíamos visto en la bodega, en esta tienda era 6€ más barato, manda narices! Antes de irnos del pueblo paramos en un salon de té a tomar un sencha, una menta, una Creme Brulee de café y un Carte Noire (un pastel de chocolate con muy buena pinta).
El resto del día transcurió en la carretera camino del hotel en Thionville, metido en el medio de un parque de 24 hectáreas y bastante barato para la zona. Estamos al lado de Luxemburgo y no se si iremos a tocar campana o no, ya que mañana toca seguir con los vinos, ya que nos vamos a Alsacia. La ruta de nuevo, al final del post.
miércoles, 21 de octubre de 2009
Día 18: Brussels - Bugge - Oostende - Calais - Saint Riquier
Volvemos a coger camino. Nos levantamos y Bea reorganizó como pudo las maletas para que cupiera todo y no cargáramos con muchas bolsas. Como el cansancio aprieta nos levantamos algo tarde y a las 10:30 salimos del hotel, con un pedazo de dia de sol y 12ºC. Partimos hacia la estación a dejar las maletas en consigna tras pagar 4€ por un armario enorme donde cupo todo. La idea de hoy a primera hora era pura gula. Como en el hotel no dan desayuno, cogimos un tranvía hacia la zona de la Grande Place para desayunar un gofre, que los de aquí saben el doble de ricos, no se que le echan. Así que, ni cortos ni perezosos, acogimos el tram y nos plantamos, poco después, delante de un puesto de gofres para zamparnos uno con chocolate (Bea) y otro con fresas y chocolate (yo). Los dos por 6,60€ , vamos, si me apuras son más caros en España, y os aseguro que no escatiman ni con las fresas ni con el chocolate. Mientras los zampábamos paseábamos por las galerías Saint Hubert admirando lo bonita que es, con su tejado de cristal y metal y sus esculturas.
Paseamos hasta la Grande Place para volver a admirarla. Es la tercera vez que estoy en ella sigo viendo detalles por todos lados, haría falta un día sentado en el medio para poder ver todo lo que tiene que ofrecer. Para mi es la plaza mayor más bonita que he visto en mi vida, buscaré otra mejor, no lo dudéis.
Antes de irnos, fuimos a lo seguro. Tenía antojo de llevarme una caja de bombones del mismo chocolatero al que fuimos al última vez. No se si las hay mejores en Brussel, pero a mi estos me flipan con mayúsculas. No soy un gran admirador del chocolate (aunque me gusta muchas veces prefiero otras cosas de postre), pero estos bombones son otra cosa, puedes comerte uno y paladearlo media hora.
Tras hacer la compra y flipar Bea en el escaparate de una joyería con lo baratos que son los diamantes en Bélgica, partimos a coger el tren en la estación camino de Brugge, deseando que el coche estubiera bien, aunque suponiendo que sí. Por el camino, seguí con el libro, del que ya me falta poco para acabar. Llegamos al coche y, sólo un poco de polvo lo cubría debido a unas obras próximas. La verdad es que ha sido una feliz idea dejarlo en el P+R, ya que la idea original era dejarlo en Brussel, y nos hubiera costado 80€ de parking. Dejándolo en Brugge ns ha costado sólo 13€, incluyendo en ese dinero el día que pasamos en la ciudad viendo los canales y el bus hasta el centro de los dos, una ganga vamos. Cogemos el coche decididos a seguir la costa hasta Calais.
Así, partimos hacia Oostende, que viene siendo algo así como el Benidorm de Bélgica, pero con una iglesia preciosa. No paramos mucho en Oostende, pero si lo suficiente para dejar el coche en la playa (que está en plena ciudad) y bajar a tocar la arena repleta de conchas y el mar, que algo ya se echaba de menos. Bea estuvo un rato cogiendo conchas pequeñas y raras y yo acosándola haciéndole fotos mientras lo hacía.
Sólo paramos un ratillo y seguimos camino por la costa, mientras comíamos unas gominolas riquísimas que habíamos capturado en la estación en Brussel. Seguimos una costa que era toda playa y dunas, repletas de vegetación (tanta que la arena sólo se intuía) y de restos de edificaciones de la segunda guerra mundial (antiáreos, cañones y bunkers). Antes de salir de Bélgica paramos en un supermercado a hacer algo de compra autóctona pero no se que habría pasado que aquello parecía sacado de una película de desastres, ya que no había casi nada. Así que atrapamos lo poco que pudimos de allí, que vino siendo algo de salchichón de las ardenas, queso chimay, unas cervezas que volverán conmigo a Coruña y unos mejillones típicos de Bélgica.
Seguimos carretera con intención de ver el puerto de Calais y la costa que lo sigue hacia el sur. Sinceramente no me esperaba que Calais fuera tan bonito. Me esperaba una ciudad fronteriza, industrial, repleta de caminones y autopistas y sin alma. Lo que ví fue algo muy distinto, una ciudad con bonitos edificios históricos (especialmente alucinante el ayuntamiento, con una torre con reloj que tenia un aire al Big Ben). Aparcamos en un lateral del puerto, en la entrada de la playa y me bajé a hacer unas pocas fotos del espigón y de los ferries que salían y llegaban.
Unos franceses de unos 60 años se acercaron curiosos al civic porque no le veian la manilla de la puerta trasera. La verdad, ya hay varios modelos que tienen la manilla oculta, pero parece ser que nunca se habían fijado. Cuando les enseñé donde estaba, alucinaron xD. La verdad es que en el viaje hemos visto muy pocos civics, podría decir que en Coruña es muy muy fácil ver uno, pero por Europa llevamos contados 16 (muchas horas de carretera!), y sólo 2 de cinco puertas, lo cual, tras unos 4300 km que llevamos de viaje es bastante poco.
En fin, que salimos de allí por la costa, por carreteritas que nos enseñaban un paisaje precioso, de colinas onduladas y costas con dunas azotadas por el viento. Cuando dejamos de poder ir por la costa nos dirigimos hacia el hotel , en Saint Riquier al ladito mismo de una iglesia preciosa y muy cerca de Amiens, que veremos mañana para visitar la catedral. Por el camino paramos en un área de descanso que nos permitió ver la desembocadura del Somme.
El Somme es famoso porque marcó una de las batallas más sangrientas de la primera guerra mundial. Baste decir que el primer día de la misma perdieron la vida 50.000 soldados ingleses bajo el fuego alemán. En total en la batalla perdieron la vida un millón de soldados. Cuesta imaginar esa cifra de muertos en un franja de terreno de unos 30 km de largo... En fin, que hoy hemos vuelto a la carretera, así que vuelve a haber ruta aquí.
Paseamos hasta la Grande Place para volver a admirarla. Es la tercera vez que estoy en ella sigo viendo detalles por todos lados, haría falta un día sentado en el medio para poder ver todo lo que tiene que ofrecer. Para mi es la plaza mayor más bonita que he visto en mi vida, buscaré otra mejor, no lo dudéis.
Antes de irnos, fuimos a lo seguro. Tenía antojo de llevarme una caja de bombones del mismo chocolatero al que fuimos al última vez. No se si las hay mejores en Brussel, pero a mi estos me flipan con mayúsculas. No soy un gran admirador del chocolate (aunque me gusta muchas veces prefiero otras cosas de postre), pero estos bombones son otra cosa, puedes comerte uno y paladearlo media hora.
Tras hacer la compra y flipar Bea en el escaparate de una joyería con lo baratos que son los diamantes en Bélgica, partimos a coger el tren en la estación camino de Brugge, deseando que el coche estubiera bien, aunque suponiendo que sí. Por el camino, seguí con el libro, del que ya me falta poco para acabar. Llegamos al coche y, sólo un poco de polvo lo cubría debido a unas obras próximas. La verdad es que ha sido una feliz idea dejarlo en el P+R, ya que la idea original era dejarlo en Brussel, y nos hubiera costado 80€ de parking. Dejándolo en Brugge ns ha costado sólo 13€, incluyendo en ese dinero el día que pasamos en la ciudad viendo los canales y el bus hasta el centro de los dos, una ganga vamos. Cogemos el coche decididos a seguir la costa hasta Calais.
Así, partimos hacia Oostende, que viene siendo algo así como el Benidorm de Bélgica, pero con una iglesia preciosa. No paramos mucho en Oostende, pero si lo suficiente para dejar el coche en la playa (que está en plena ciudad) y bajar a tocar la arena repleta de conchas y el mar, que algo ya se echaba de menos. Bea estuvo un rato cogiendo conchas pequeñas y raras y yo acosándola haciéndole fotos mientras lo hacía.
Sólo paramos un ratillo y seguimos camino por la costa, mientras comíamos unas gominolas riquísimas que habíamos capturado en la estación en Brussel. Seguimos una costa que era toda playa y dunas, repletas de vegetación (tanta que la arena sólo se intuía) y de restos de edificaciones de la segunda guerra mundial (antiáreos, cañones y bunkers). Antes de salir de Bélgica paramos en un supermercado a hacer algo de compra autóctona pero no se que habría pasado que aquello parecía sacado de una película de desastres, ya que no había casi nada. Así que atrapamos lo poco que pudimos de allí, que vino siendo algo de salchichón de las ardenas, queso chimay, unas cervezas que volverán conmigo a Coruña y unos mejillones típicos de Bélgica.
Seguimos carretera con intención de ver el puerto de Calais y la costa que lo sigue hacia el sur. Sinceramente no me esperaba que Calais fuera tan bonito. Me esperaba una ciudad fronteriza, industrial, repleta de caminones y autopistas y sin alma. Lo que ví fue algo muy distinto, una ciudad con bonitos edificios históricos (especialmente alucinante el ayuntamiento, con una torre con reloj que tenia un aire al Big Ben). Aparcamos en un lateral del puerto, en la entrada de la playa y me bajé a hacer unas pocas fotos del espigón y de los ferries que salían y llegaban.
Unos franceses de unos 60 años se acercaron curiosos al civic porque no le veian la manilla de la puerta trasera. La verdad, ya hay varios modelos que tienen la manilla oculta, pero parece ser que nunca se habían fijado. Cuando les enseñé donde estaba, alucinaron xD. La verdad es que en el viaje hemos visto muy pocos civics, podría decir que en Coruña es muy muy fácil ver uno, pero por Europa llevamos contados 16 (muchas horas de carretera!), y sólo 2 de cinco puertas, lo cual, tras unos 4300 km que llevamos de viaje es bastante poco.
En fin, que salimos de allí por la costa, por carreteritas que nos enseñaban un paisaje precioso, de colinas onduladas y costas con dunas azotadas por el viento. Cuando dejamos de poder ir por la costa nos dirigimos hacia el hotel , en Saint Riquier al ladito mismo de una iglesia preciosa y muy cerca de Amiens, que veremos mañana para visitar la catedral. Por el camino paramos en un área de descanso que nos permitió ver la desembocadura del Somme.
El Somme es famoso porque marcó una de las batallas más sangrientas de la primera guerra mundial. Baste decir que el primer día de la misma perdieron la vida 50.000 soldados ingleses bajo el fuego alemán. En total en la batalla perdieron la vida un millón de soldados. Cuesta imaginar esa cifra de muertos en un franja de terreno de unos 30 km de largo... En fin, que hoy hemos vuelto a la carretera, así que vuelve a haber ruta aquí.
martes, 20 de octubre de 2009
Día 17: London - Brussels
Hoy nos levantamos con un imposible, hacer en menos de un día (el tren partía a las 18:30 así que a las 18:00 había que estar en la estación) lo que no habíamos podido hacer en los otros tres. Sabiendo que no era factible, tratamos de acabar con las compras y visitar algo por el camino. Desayunamos por última vez en el hotel (The Kingsley, reservado mediante voayage privee, altamente recomendable) y charlamos algo con una camarera española que nos dijo que había ido de vacaciones a Londres y poco después se vino a trabajar. Y es que Londres engancha mucho!
Partimos pues con intención de ir hacia Knightsbridge para que Bea viera si encontraba los zapatos Ecco perdidos que había visto en Alemania. También teníamos intención de ir a Harrods porque andábamos buscando una maleta que sustituyera a nuestro trolley heredado que está muy muy hecho polvo. Así pues, cogimos el metro y nos plantamos en Knightbridge a eso de las 10:30, tras dejar las maletas en la consigna del hotel. Tras bajarnos Bea vio otra tienda Kipling y entró a curiosear los precios y, con las coñas, acabamos llevándonos una maleta muy chula y no muy cara. Pasamos por la tienda Ecco y no había los zapatos que buscaba Bea, ni la talla de los que quería yo, así que nos fuimos a dar un paseo por Hyde Park.
La verdad es que el parque acojona de lo grande y bonito que es, y más en otoño, con los árboles con las hojas de color dorado que caen suavemente y son arrastradas por el viento. Paseamos un ratillo y Bea estuvo jugando con las ardillas bajo un árbol dándoles unos pistachos que habíamos traído, son tan majas!. Después paseamos hasta el estanque del parque donde, esta vez, se pegó con unos patos.
Paseamos por el parque para ir a hacer unos recados en Oxford Street y luego cruzamos Mayfair para ver donde viven los ricos y poderosos, amén de mil oficinas y tiendas de cosas de lujo y pasamos por delante de la embajada americana, blindada a más no poder. Tras curiosear por Selfridges (unos grandes almacenes muy majos donde curioseamos un libro de casas construidas en árboles que eran un alucine) bajamos por Bond Street viendo los escaparates de las tiendas de los diseñadores más famosos (y caros) del mundo. Tras eso, ración de joyas carísimas en los escapartes acercándonos ya a Picadilly Street. Allí, otro de los objetivos del día, Fortnum & Manson, una tienda de delicatessens. Hicimos unas compras allí y bajamos a PIcadilly Circus a que Bea pudiera hacer compras en Lillywhites. Tras entrar entre la marabunta de gente consiguió llegar a la planta de mujer, donde no encontró nada, pero dentro de ella había un apartado subiendo unas escaleras que llevaba a una parte de outdoor. Allí encontró una ropa térmica neozelandesa de lana de merino ultracara y super rebajada. La ropa es la leche, hasta te viene un código de tracking para que busques en su web y te digan de que rebaño de ovejas viene la lana de tu ropa! La marca se llama Icebreaker. Tras eso nos fuimos a una tienda de comida japonesa llamada Japan Centre, que en Denodo se conoce bien ya que hicimos una vez un pedido enorme que cuando llegó parecía que era navidad. Allí hicimos también alguna compra y decidimos que era tarde y comimos allí.
Para comer decidimos tomar un par de tazones de ramen, con fideos udon (el de Bea de cerdo y el mio de calamares y gambas). De postre unos pasteles japoneses de arroz glutinoso llamados Mochis, uno de ellos de fresa y el otro de te verde. De bebida cogimos en el super una bebida hecha con leche y melón ruiquísima. Tras comer en muy poco tiempo, ya que era muy tarde, fuimos al último destino del día, Forbidden Planet, tienda freak por excelencia de Londres. Allí compré unas cuantas cosas y ya salimos corriendo hacia el hotel a recoger las maletas.
Por lo demás poco que contar, continué leyendo en el tren el libro que me dejó Fini (La guerra del vino) que me está resultando muy muy interesante y que va a hacer que acabe parando en alguna que otra bodega por el camino de vuelta. Por otro lado decir que nos da nucha pena cada vez que nos vamos de Londres. A mi es una ciudad que me encanta y que me transmite mucha energía positiva. Ya no es solo la cantidad de cosas para hacer, si no que es todo muy vertiginoso. Volveremos y espero no tardar mucho, ya que nos quedan mil cosas por hacer. Por último comentar que el eurostar está muy muy bien y es ultra cómodo, y que el hotel que cogemos en Brussel (Apartahotel Brussels Midi) es muy bueno para su precio y lo caros que son los hoteles en la ciudad. Con lo buenos que son los trenes en Bélgica, es muy planteable hacer base en este hotel en Bruselas y recorrer desde allí las ciudades en tren, saliendo cada día y volviendo por la noche.
Partimos pues con intención de ir hacia Knightsbridge para que Bea viera si encontraba los zapatos Ecco perdidos que había visto en Alemania. También teníamos intención de ir a Harrods porque andábamos buscando una maleta que sustituyera a nuestro trolley heredado que está muy muy hecho polvo. Así pues, cogimos el metro y nos plantamos en Knightbridge a eso de las 10:30, tras dejar las maletas en la consigna del hotel. Tras bajarnos Bea vio otra tienda Kipling y entró a curiosear los precios y, con las coñas, acabamos llevándonos una maleta muy chula y no muy cara. Pasamos por la tienda Ecco y no había los zapatos que buscaba Bea, ni la talla de los que quería yo, así que nos fuimos a dar un paseo por Hyde Park.
La verdad es que el parque acojona de lo grande y bonito que es, y más en otoño, con los árboles con las hojas de color dorado que caen suavemente y son arrastradas por el viento. Paseamos un ratillo y Bea estuvo jugando con las ardillas bajo un árbol dándoles unos pistachos que habíamos traído, son tan majas!. Después paseamos hasta el estanque del parque donde, esta vez, se pegó con unos patos.
Paseamos por el parque para ir a hacer unos recados en Oxford Street y luego cruzamos Mayfair para ver donde viven los ricos y poderosos, amén de mil oficinas y tiendas de cosas de lujo y pasamos por delante de la embajada americana, blindada a más no poder. Tras curiosear por Selfridges (unos grandes almacenes muy majos donde curioseamos un libro de casas construidas en árboles que eran un alucine) bajamos por Bond Street viendo los escaparates de las tiendas de los diseñadores más famosos (y caros) del mundo. Tras eso, ración de joyas carísimas en los escapartes acercándonos ya a Picadilly Street. Allí, otro de los objetivos del día, Fortnum & Manson, una tienda de delicatessens. Hicimos unas compras allí y bajamos a PIcadilly Circus a que Bea pudiera hacer compras en Lillywhites. Tras entrar entre la marabunta de gente consiguió llegar a la planta de mujer, donde no encontró nada, pero dentro de ella había un apartado subiendo unas escaleras que llevaba a una parte de outdoor. Allí encontró una ropa térmica neozelandesa de lana de merino ultracara y super rebajada. La ropa es la leche, hasta te viene un código de tracking para que busques en su web y te digan de que rebaño de ovejas viene la lana de tu ropa! La marca se llama Icebreaker. Tras eso nos fuimos a una tienda de comida japonesa llamada Japan Centre, que en Denodo se conoce bien ya que hicimos una vez un pedido enorme que cuando llegó parecía que era navidad. Allí hicimos también alguna compra y decidimos que era tarde y comimos allí.
Para comer decidimos tomar un par de tazones de ramen, con fideos udon (el de Bea de cerdo y el mio de calamares y gambas). De postre unos pasteles japoneses de arroz glutinoso llamados Mochis, uno de ellos de fresa y el otro de te verde. De bebida cogimos en el super una bebida hecha con leche y melón ruiquísima. Tras comer en muy poco tiempo, ya que era muy tarde, fuimos al último destino del día, Forbidden Planet, tienda freak por excelencia de Londres. Allí compré unas cuantas cosas y ya salimos corriendo hacia el hotel a recoger las maletas.
Por lo demás poco que contar, continué leyendo en el tren el libro que me dejó Fini (La guerra del vino) que me está resultando muy muy interesante y que va a hacer que acabe parando en alguna que otra bodega por el camino de vuelta. Por otro lado decir que nos da nucha pena cada vez que nos vamos de Londres. A mi es una ciudad que me encanta y que me transmite mucha energía positiva. Ya no es solo la cantidad de cosas para hacer, si no que es todo muy vertiginoso. Volveremos y espero no tardar mucho, ya que nos quedan mil cosas por hacer. Por último comentar que el eurostar está muy muy bien y es ultra cómodo, y que el hotel que cogemos en Brussel (Apartahotel Brussels Midi) es muy bueno para su precio y lo caros que son los hoteles en la ciudad. Con lo buenos que son los trenes en Bélgica, es muy planteable hacer base en este hotel en Bruselas y recorrer desde allí las ciudades en tren, saliendo cada día y volviendo por la noche.
Día 16: London
Nuestro tercer día en Londres amaneció con el sol asomando entre las nubes. Vaya suerte que no nos llueva en Londres, no nos lo podemos creer!. Desayunamos de nuevo y nos cercioramos de lo que le dije a Bea ayer de que uno de los camareros del hotel era español a pesar de que ayer hablé con él en inglés. Salimos camino de otro mercado que me había recomendado Felix, al igual que el de Burough, el de Brick Lane.
Para llegar hasta allí cogimos el metro, pero estos fines de semana andan en obras y cierran varias estaciones, así que nos tuvimos que bajar antes y pasear un rato por la city. Brick Lane es un conocido mercado del East End donde se ha congregado una gran catidad de gente de Bangladesh. Antes de Brick Lane, donde hay varios mercados, está el mercado de Spitafields, remodelado y de aspecto más moderno, y que varios días a la semana se llena de puestos.
Realmente a mi estos son los sitios donde me gusta comprar en Londres. Está repleto de puestos donde la gente vende sus diseños, muchas cosas hechas a mano, cosas originales y con mucho mérito. Compramos un par de cosillas, unas camisetas muy originales y un objeto decorativo que es un pequeño árbol hecho de aluminio que centellea con la luz de las velas. Está hecho a mano y nos lo vendió el artista que lo hizo, son las cosas que mola comprar en los puestos callejeros. Cruzamos el mercado camino de Brick Lane recorriendo más mercados. Realmente hay de todo, aunque la parte que mas nos gustó de la calle fue la más cercana a Spitafields, donde lo que se vende son cosas de diseño a precios razonables (camisetas a 15 GBP, por ejemplo) y comida exótica. Según te vas alejando hacia el norte la cosa se va convirtiendo un mercadillo con cosas de marca falsificadas y cosas que parecen sacadas de los contenedores. Dimos un paseo buscando comida para llevar y lo primero que nos llamó la atención fue unos japoneses haciendo Takoya , unas bolas de pulpo que era algo que queríamos probar hace ya mucho tiempo.
Nos cogimos 8 para parobarlas, regadas de salsa de soja y mayonesa de wasabi, una delicia! Tras dar otra vuelta cogí en un puesto marroquí un tajine de pollo con cus cus, que estaba bien pero no impresionaba. Lo más típico de la zona hubiera sido comer en un restaurante de comida hindú de Bangladesh, y realmente por lo que se dice son buenísimos todos y muy baratos, pero no andamos con tiempo para nada, es una pena. Salimos de Brick Lane en bus hacia el sur, camino de la torre de londres.
La torre de londres, pegada al puente de la torre es una fortaleza medieval que lleva ahí desde el SXII y en la que han sucedido muchas cosas en la vida de las monarquías británicas. Lo primero el clavo de la entrada (17 GBP por cabeza).
Por lo demás no había colas ni demasiada gente, y el sol asomaba lo que se agradecía. Dentro de la torre hay un poco de todo, los famosos cuervos (que los alimentan porque se dice que cuando no haya cuervos en la torre se acabará la monarquía), se puede ver la vista desde las murallas, algo de armamento medieval, un poco de la vida en la torre, como eran las torres que servían de prisión para los prisioneros famosos, y lo más impresionante, las joyas de la corona, Realmente impresiona la pasta que tenía y tiene esta gente, las joyas acojonan por la cantidad y el tamaño de las piedras, incluyendo el diamante más grande del mundo.
Cuando nos cansamos de la torre nos fuimos de vuelta al centro. Con la parada de bus atestada nos fuimos a coger el metro sólo para darnos cuenta de que la estación estaba cerrada por las dichosas obras. Así que, viendo que la parada estaba llena de gente y que los buses se iban sin poder meter a todo el mundo, hicimos la jugada de coger un DLR (que también está incluido en la travelcard) para ir una parada hacia atrás y coger otro DLR hacia Bank y allí coger el metro hacia Picadilly. En Picadilly la idea era ir a Lillyswhite, una tienda super barata de deportes en la que la gente sale con sacos (literalmente) de la tienda.
Compré unos tenis superbaratos en la tienda y nos cerró antes de que Bea pudiera mirar nada para ella. Decidimos dar un paseillo antes de cenar por Pically Street hacia Knightsbridge. Por el camino me di cuenta que tenía el nivel de tarta bajo y me compré una tartaleta de fresas con crema que fue una delicia como merienda y Bea se tomó un chocolate caliente, que ya empezaba a refrescar. Caminamos por la calle anocheciendo hasta que nos cansamos y cogimos el 19 desde cerquita de Harrods hasta el hotel antes de bajar a cenar.
La mala noticia del día es que el italiano al que quería ir cerraba los domingos, así que hubo que buscar alternativas. Al final tanto buscar restaurantes en Londres y no fui a ninguno, ya que al final no da tiempo a nada. Bajamos hasta el extremo de Covent Garden, ya que en Shaftsbury Avenue, que bordea la zona, tiene muchos restaurantes. Era un poco tarde para cenar ya y, al ser domingo, había muchos cerrados. Al final acabamos en un Thai cenando estupendamente. De entrante nos tomamos un sutido que traía un par de entrantes de cada tipo con tres salsas y no me preguntéis que era cada uno que entre que no me acuerdo y que alguno ni sabiamos que era... De segundo tomamos una langosta con una salsa de curri riquísima y pollo con salsa de lemongrass acojonante. Llenos como ceporros tras pagar 40 libras (ni 25€ por cabeza y tomando langosta, como mola esta ciudad) nos fuimos a cama que mañana queremos hacer mil cosas y no da tiempo a todo en esta ciudad.
Para llegar hasta allí cogimos el metro, pero estos fines de semana andan en obras y cierran varias estaciones, así que nos tuvimos que bajar antes y pasear un rato por la city. Brick Lane es un conocido mercado del East End donde se ha congregado una gran catidad de gente de Bangladesh. Antes de Brick Lane, donde hay varios mercados, está el mercado de Spitafields, remodelado y de aspecto más moderno, y que varios días a la semana se llena de puestos.
Realmente a mi estos son los sitios donde me gusta comprar en Londres. Está repleto de puestos donde la gente vende sus diseños, muchas cosas hechas a mano, cosas originales y con mucho mérito. Compramos un par de cosillas, unas camisetas muy originales y un objeto decorativo que es un pequeño árbol hecho de aluminio que centellea con la luz de las velas. Está hecho a mano y nos lo vendió el artista que lo hizo, son las cosas que mola comprar en los puestos callejeros. Cruzamos el mercado camino de Brick Lane recorriendo más mercados. Realmente hay de todo, aunque la parte que mas nos gustó de la calle fue la más cercana a Spitafields, donde lo que se vende son cosas de diseño a precios razonables (camisetas a 15 GBP, por ejemplo) y comida exótica. Según te vas alejando hacia el norte la cosa se va convirtiendo un mercadillo con cosas de marca falsificadas y cosas que parecen sacadas de los contenedores. Dimos un paseo buscando comida para llevar y lo primero que nos llamó la atención fue unos japoneses haciendo Takoya , unas bolas de pulpo que era algo que queríamos probar hace ya mucho tiempo.
Nos cogimos 8 para parobarlas, regadas de salsa de soja y mayonesa de wasabi, una delicia! Tras dar otra vuelta cogí en un puesto marroquí un tajine de pollo con cus cus, que estaba bien pero no impresionaba. Lo más típico de la zona hubiera sido comer en un restaurante de comida hindú de Bangladesh, y realmente por lo que se dice son buenísimos todos y muy baratos, pero no andamos con tiempo para nada, es una pena. Salimos de Brick Lane en bus hacia el sur, camino de la torre de londres.
La torre de londres, pegada al puente de la torre es una fortaleza medieval que lleva ahí desde el SXII y en la que han sucedido muchas cosas en la vida de las monarquías británicas. Lo primero el clavo de la entrada (17 GBP por cabeza).
Por lo demás no había colas ni demasiada gente, y el sol asomaba lo que se agradecía. Dentro de la torre hay un poco de todo, los famosos cuervos (que los alimentan porque se dice que cuando no haya cuervos en la torre se acabará la monarquía), se puede ver la vista desde las murallas, algo de armamento medieval, un poco de la vida en la torre, como eran las torres que servían de prisión para los prisioneros famosos, y lo más impresionante, las joyas de la corona, Realmente impresiona la pasta que tenía y tiene esta gente, las joyas acojonan por la cantidad y el tamaño de las piedras, incluyendo el diamante más grande del mundo.
Cuando nos cansamos de la torre nos fuimos de vuelta al centro. Con la parada de bus atestada nos fuimos a coger el metro sólo para darnos cuenta de que la estación estaba cerrada por las dichosas obras. Así que, viendo que la parada estaba llena de gente y que los buses se iban sin poder meter a todo el mundo, hicimos la jugada de coger un DLR (que también está incluido en la travelcard) para ir una parada hacia atrás y coger otro DLR hacia Bank y allí coger el metro hacia Picadilly. En Picadilly la idea era ir a Lillyswhite, una tienda super barata de deportes en la que la gente sale con sacos (literalmente) de la tienda.
Compré unos tenis superbaratos en la tienda y nos cerró antes de que Bea pudiera mirar nada para ella. Decidimos dar un paseillo antes de cenar por Pically Street hacia Knightsbridge. Por el camino me di cuenta que tenía el nivel de tarta bajo y me compré una tartaleta de fresas con crema que fue una delicia como merienda y Bea se tomó un chocolate caliente, que ya empezaba a refrescar. Caminamos por la calle anocheciendo hasta que nos cansamos y cogimos el 19 desde cerquita de Harrods hasta el hotel antes de bajar a cenar.
La mala noticia del día es que el italiano al que quería ir cerraba los domingos, así que hubo que buscar alternativas. Al final tanto buscar restaurantes en Londres y no fui a ninguno, ya que al final no da tiempo a nada. Bajamos hasta el extremo de Covent Garden, ya que en Shaftsbury Avenue, que bordea la zona, tiene muchos restaurantes. Era un poco tarde para cenar ya y, al ser domingo, había muchos cerrados. Al final acabamos en un Thai cenando estupendamente. De entrante nos tomamos un sutido que traía un par de entrantes de cada tipo con tres salsas y no me preguntéis que era cada uno que entre que no me acuerdo y que alguno ni sabiamos que era... De segundo tomamos una langosta con una salsa de curri riquísima y pollo con salsa de lemongrass acojonante. Llenos como ceporros tras pagar 40 libras (ni 25€ por cabeza y tomando langosta, como mola esta ciudad) nos fuimos a cama que mañana queremos hacer mil cosas y no da tiempo a todo en esta ciudad.
lunes, 19 de octubre de 2009
Día 15: London
Hoy tocaba levantarse pronto e ir a hacer turismo tras dedicarnos ayer sólo a comprar y a hacer el guiri. De momento comentaros que estamos teniendo mucha suerte con el clima, ya que no nos ha llovido en Londres y no lo va a hacer estos días que vamos a estar aquí. Así pues, a eso de las 9:30, ya bien desayunados, arrancamos por la calle High Holborn hacia la catedral de St. Paul. Por el camino vamos recorriendo algunos sitios emblemáticos de la City y viendo que el sábado por la mañana no hay nadie por las calles de Londres si no vas a los sitios turísitcos.
St Paul ya desde fuera impresiona bastante, pero es por dentro donde impresiona más. Pagamos la entrada gustosamente (10 GBP que se quedaron en 8 por unos descuentos que teniamos) ya que es la propia Iglesia la que financia el mantenimento de la catedral sin que el Estado le suelte un duro.
Por dentro de la catedral no pude hacer fotos, y es una pena, por eso he tenido que pasar por el aro y pagar un par de postales. Es una catedral extraña, porque se hace raro que la Iglesia venere tanto a tantos héroes de guerra que tienen tantas muertes bajo sus pies. En la cetedral hay enterrada gente como el almirante Nelson o soldados y oficiales destacados de la segunda guerra mundial, ya que tiene hasta una capilla dedicada a los héroes de esa guerra con un libro con los nombres de todos los aliados caídos. Lo que más impresiona de su interior es la cúpula, la segunda más grande del mundo. Alrededor de la cúpula el techo está cubierto de pinturas ornamentales. Bajo la catedral una cripta tiene a más muertos todavía que abajo, así como una cafetería y una tienda, como si de un museo normal y no de un edificio religioso se tratase. Subimos de la cripta con intención de subir a la cúpula y ver las vistas de Londres, debemos ser adictos a los escalones... La primera parada ya me acojona bastante (me dan miedo ciertas alturas) pero aguanto. Una pasarela bordea el interior de la cúpula y se puede ver la catedral desde arriba. La curiosidad de esa sala llamada la sala de los susurros, es que se supone que susurras a un lado y al lado opuesto se oye amplificado. Desistimos de probar porque había 50 personas haciendo lo mismo y me da que así la cosa no funciona bien.
Seguimos subiendo y por fin vimos los tejados de casi todo Londres, ya que sólo nos miraban por encima los rascacielos.
Dimos una vuelta arededor para fijarnos en detalles de la vista y bajamos. Al llegar abajo la nota curiosa es que estaba empezando una misa anglicana y la estaba oficiando una sacerdotisa, ya que los anglicanos ordenan mujeres. Salimos de St Paul camino del mercado de Burough, que está cerca de St Paul, cruzando el Támesis por el Millenium Bridge, que va de St Paul a la Tate Modern. El mercado de Burough es un mercado de comida que tiene la mejor comida de todo Londres, las cosas de agricultura orgánica, las delicatessens... Lo que no nos esperábamos es que aparte de eso había cientos, y creo que soy literal, de sitios con comida para llevar. Los que nos conozcáis ya sabréis lo que me gusta la comida y la cocina, y para mi esto era muy cercano al paraiso. Ya según llegamos vi mostradores repletos de setas frescas de temporada, quesos de mil sitios de leche cruda, mermeladas caseras, panes, bizcochos... Además en todos los sitios te ofrecian para probar. Hasta le pregunté a un dependiente si el Stilton (queso azul inglés) que vendía aguantaba sin nevera... Como era de leche cruda me dijo que sólo debía estar un par de días sin nevera, una pena porque si no venía cargado de queso, que estaba impresionantemente bueno.
Al final sólo compramos un poco de muesli con arándanos orgánico, que era de lo poco que podíamos llevarnos y estamos enganchados. En fin, que en medio de esta orgía de ingredientes llegamos a donde estaba la comida para llevar. No sabíamos a que atender y al final primero tomamos para abrir boca una bebida con yogur indú (Mango Lassi) y luego acabamos tomando fish & chips de un pescado llamado Rock que estaba muy bueno. Lo peor de todo es que estábamos llenísimos y no nos cabía nada de comida y seguíamos con ganas de comernos todo aquello que tenía tan buena pinta. En fin, que de postre acabamos con un somoothie que tenía mil frutas distintas y decidimos ir hasta la Tate Modern.
En la Tate Modern aguantamos bien poco. En fin, que el arte moderno no es para nosotros, que no lo sabemos apreciar. Así que, como Bea estaba muy derrotada (ya pesan los días de viaje) fuimos al hotel a descansar un poco antes de bajar de nuevo al centro. Tras descansar un ratillo nos fuimos a ver si encontrábamos un abrigo para Bea, que andaba con algo de frío porque no se trajo la cazadora de nieve y vino con la vaquera. Así que vuelta a Oxfor Street, que a esas horas era de lo poco abierto un sábado (que los comercios normales cierran antes los sábados). Acabamos en una cadena japonesa con nombre coñero en español (uniqlo) dónde no encontró abrigo pero sí una camiseta térmica y un par de cosillas más. Continuamos caminando y bajamos por Regent Street camino de Picadilli (donde acaba todo el mundo a esas horas y es un hormiguero). Lo que sí nos quedó claro es que las inglesas no tienen frío, porque hacía una rasca de narices e iban todas con muy poca ropa. Paramos a cenar algo rápido por el soho en una pizzería (una pizza de champiñones y boletus y otra pizza de rúcula y aceitunas) antes de pasear y tantear el ambiente de la zona que nos apasiona. Como o teníamos ganas de meternos en un club ni en un bar y los pubs ya estaban cerrando acabamos en un sitio al que tenía ganas de volver, el Funland Arcade, ateriormente conocido como Sega Arcade, que es una sala recreativa de las que ya no hay por aquí, y esta tiene 3 pisos. Hicimos el tonto un buen rato, flipamos con la gente que jugaba al Dance Dance Revolution y no se les veía mover las piernas de lo rápido que jugaban. Con las coñas nos dio las una y algo y nos fuimos hasta el hotel andando a descansar hasta el día siguiente.
St Paul ya desde fuera impresiona bastante, pero es por dentro donde impresiona más. Pagamos la entrada gustosamente (10 GBP que se quedaron en 8 por unos descuentos que teniamos) ya que es la propia Iglesia la que financia el mantenimento de la catedral sin que el Estado le suelte un duro.
Seguimos subiendo y por fin vimos los tejados de casi todo Londres, ya que sólo nos miraban por encima los rascacielos.
En la Tate Modern aguantamos bien poco. En fin, que el arte moderno no es para nosotros, que no lo sabemos apreciar. Así que, como Bea estaba muy derrotada (ya pesan los días de viaje) fuimos al hotel a descansar un poco antes de bajar de nuevo al centro. Tras descansar un ratillo nos fuimos a ver si encontrábamos un abrigo para Bea, que andaba con algo de frío porque no se trajo la cazadora de nieve y vino con la vaquera. Así que vuelta a Oxfor Street, que a esas horas era de lo poco abierto un sábado (que los comercios normales cierran antes los sábados). Acabamos en una cadena japonesa con nombre coñero en español (uniqlo) dónde no encontró abrigo pero sí una camiseta térmica y un par de cosillas más. Continuamos caminando y bajamos por Regent Street camino de Picadilli (donde acaba todo el mundo a esas horas y es un hormiguero). Lo que sí nos quedó claro es que las inglesas no tienen frío, porque hacía una rasca de narices e iban todas con muy poca ropa. Paramos a cenar algo rápido por el soho en una pizzería (una pizza de champiñones y boletus y otra pizza de rúcula y aceitunas) antes de pasear y tantear el ambiente de la zona que nos apasiona. Como o teníamos ganas de meternos en un club ni en un bar y los pubs ya estaban cerrando acabamos en un sitio al que tenía ganas de volver, el Funland Arcade, ateriormente conocido como Sega Arcade, que es una sala recreativa de las que ya no hay por aquí, y esta tiene 3 pisos. Hicimos el tonto un buen rato, flipamos con la gente que jugaba al Dance Dance Revolution y no se les veía mover las piernas de lo rápido que jugaban. Con las coñas nos dio las una y algo y nos fuimos hasta el hotel andando a descansar hasta el día siguiente.
domingo, 18 de octubre de 2009
Día 14: Brussels - London
Nos levantamos bien pronto para coger el tren y poder desayunar antes. Cogimos la maleta y nos dirigimos a la estación, parando a coger un café y un bollo. Tras pasar los controles rutinarios nos metimos en el Eurostar, y dos horas más tarde (a las 10:30 hora londinense), estábamos ya en Londres.
La verdad es que esta ciudad me apasiona, porque a noto cargada de energía, de gente de todos lados que va y viene, todo el mundo moviéndose a un ritmo frenético. Fuimos al hotel (al ladito del museo británico) a dejar las maletas y bajamos a comprar el portátil a Totenham Court Road, a dos manzanas del hotel, la calle más típica para comprar cosas electrónicas en esta ciudad. La verdad es que la mitad de la tiendas son casi mercadillos. Te asaltan preguntando por si te interesa algo y, como en muchas cosas tienen los mismos precios, si no te lo pueden bajar te regalan cosas. Estuvimos buscando una hora y media un portátil que se adaptara exactamente a lo que buscara (más de 1024x600 de resolución y mucha batería). Esuvimos curioseando un Vaio que no era demasiado caro y que cumplía lo de la resolución, pero la batería era pequeña y terminamos descartándolo, y eso que nos regalaban de todo por comprarlo (una funda, un ratón externo y un pen de 2GB). Acabé desistiendo de lo de la resolución y al final acabamos comprando un Asus EEPC 1005HA, que si bien de resolución no va fino, la batería le dura muchísimo. La verdad es que muy pocas tiendas de la zona tenían Asus, casi todas se iban a otras marcas (Sony, Acer, Toshiba y Sony).
En fin, que cuando acabamos de comprar el portátil, como todavía era pronto para ir al hotel nos pateamos Oxford Street buscando los zapatos de Bea. Al final encontró la tienda de la marca que buscaba, pero le dijeron que los que ella quería son de la temporada pasada y que no los iba a encontrar. Recorrió la tienda y vio otros bonitos que se compró. A la vuelta había mega descuentos en una tienda Clarks, así que allí se compró el segundo par del día, dando por finalizada la búsqueda de los zapatos. Antes de volver al hotel nos paramos a comer en un sushi bar que ya conocíamos (Cape Town Fish Market) para coger fuerzas suficientes para volver caminando al hotel.
Como ya estábamos extenuados descansamos un ratillo antes de volver a bajar caminando (es lo bueno de la situación del hotel). Bajamos de compras a la zona del covent garden y al final he comprado yo algo de ropa. En una tienda bastante fashion de una marca llamada Superdry me he comprado un abrigo nada mal de precio. Lo mejor de estas tiendas del Covent Garden es la musica que ponen. Entrar en una tienda y que esté sonando Arcade Fire aumenta sus posibilidades de venderme algo... Seguimos caminando por el Covent Garden sin rumbo fijo viendo tiendas de cosas de diseño hasta que cerró todo a las 19:00 y nos fuimos al Soho a buscar donde cenar.
Tras dar algunas vueltas acabamos haciendo algo típico que todavía no habíamos hecho, cenar en Chinatown. Buscando un poquillo acabamos en un comedor en un segundo piso comiendo un par de pinzas de buey rebozadas y fritas, una lubina al vapor con salsa de gengibre y cebolleta y el imprescindible pollo al limón. Llenos acabamos y nos volvimos caminando al hotel para hacer la digestión y levantarnos pronto mañana.
La verdad es que esta ciudad me apasiona, porque a noto cargada de energía, de gente de todos lados que va y viene, todo el mundo moviéndose a un ritmo frenético. Fuimos al hotel (al ladito del museo británico) a dejar las maletas y bajamos a comprar el portátil a Totenham Court Road, a dos manzanas del hotel, la calle más típica para comprar cosas electrónicas en esta ciudad. La verdad es que la mitad de la tiendas son casi mercadillos. Te asaltan preguntando por si te interesa algo y, como en muchas cosas tienen los mismos precios, si no te lo pueden bajar te regalan cosas. Estuvimos buscando una hora y media un portátil que se adaptara exactamente a lo que buscara (más de 1024x600 de resolución y mucha batería). Esuvimos curioseando un Vaio que no era demasiado caro y que cumplía lo de la resolución, pero la batería era pequeña y terminamos descartándolo, y eso que nos regalaban de todo por comprarlo (una funda, un ratón externo y un pen de 2GB). Acabé desistiendo de lo de la resolución y al final acabamos comprando un Asus EEPC 1005HA, que si bien de resolución no va fino, la batería le dura muchísimo. La verdad es que muy pocas tiendas de la zona tenían Asus, casi todas se iban a otras marcas (Sony, Acer, Toshiba y Sony).
En fin, que cuando acabamos de comprar el portátil, como todavía era pronto para ir al hotel nos pateamos Oxford Street buscando los zapatos de Bea. Al final encontró la tienda de la marca que buscaba, pero le dijeron que los que ella quería son de la temporada pasada y que no los iba a encontrar. Recorrió la tienda y vio otros bonitos que se compró. A la vuelta había mega descuentos en una tienda Clarks, así que allí se compró el segundo par del día, dando por finalizada la búsqueda de los zapatos. Antes de volver al hotel nos paramos a comer en un sushi bar que ya conocíamos (Cape Town Fish Market) para coger fuerzas suficientes para volver caminando al hotel.
Como ya estábamos extenuados descansamos un ratillo antes de volver a bajar caminando (es lo bueno de la situación del hotel). Bajamos de compras a la zona del covent garden y al final he comprado yo algo de ropa. En una tienda bastante fashion de una marca llamada Superdry me he comprado un abrigo nada mal de precio. Lo mejor de estas tiendas del Covent Garden es la musica que ponen. Entrar en una tienda y que esté sonando Arcade Fire aumenta sus posibilidades de venderme algo... Seguimos caminando por el Covent Garden sin rumbo fijo viendo tiendas de cosas de diseño hasta que cerró todo a las 19:00 y nos fuimos al Soho a buscar donde cenar.
Tras dar algunas vueltas acabamos haciendo algo típico que todavía no habíamos hecho, cenar en Chinatown. Buscando un poquillo acabamos en un comedor en un segundo piso comiendo un par de pinzas de buey rebozadas y fritas, una lubina al vapor con salsa de gengibre y cebolleta y el imprescindible pollo al limón. Llenos acabamos y nos volvimos caminando al hotel para hacer la digestión y levantarnos pronto mañana.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)