Otro día más se nos volvieron a pegar las sábanas y salimos del hotel a las 10:00. El hotel y sus alrededores fueron magníficos.
El día amaneció con el cielo gris y encapotado y con unos 12ºC de temperatura y como se nos había hecho tarde nos fuimos a Metz, descartando ir a Luxemburgo aunque sólo fuera a pisar otro país más. Arrancamos hacia Metz para desayunar algo y cuando llegamos vimos que era muy comlicado aparcar y me comecé a agobiar por lo tarde que era (ansioso que es uno). Dado que uno de mis objetivos principales del viaje era ir a Alsacia, recorrimos un rato Metz en coche y nos fuimos a Estrasbourg. Prometimos volver a Metz con más calma en otro momento, ya que la ciudad parece encantadora, con muchas callejuelas empedradas una catedral enorme y el río Mosela recorriéndola por el medio.
Alsacia me atraía y atrae mucho. Es una región fuertemente marcada por su dualidad entre Alemania y Francia. Ha cambiado de manos tantas veces que sus habitantes han terminado por sentirse más alsacianos que cualquier otra cosa. Para que os hagaís una idea, fue francesa hasta la guerra franco-prusiana a finales del XIX, pasó a ser francesa tras la primera guerra mundial, volió a ser alemana durante la ocupación, y a diferencia del resto de Francia sus jóvenes fueron reclutados para servir como alemanes en el ejército. Tras el fin de la segunda guerra mundial ha vielto a ser francesa.
Así, Estrasburgo conjunga edificios majestuosos propiamente franceses, con edificios de entramados de madera y tejados típicamente alemanes. Lo primero que sentí al llegar a Estrasburgo fue lo caótico de su circulación. Si os agobia conducir, por favor, dejad el coche en un P+R y no lo metáis en el centro. Conjugad un centro histórico con callejuelas de un úico sentido donde para recorrer una distancia de 150 metros en línea recta he terminado haciendo 800. A eso sumadle que los parkings del centro son pequeños y estaban llenos, y si fuera poco hay que andar pendiente de las hordas de ciclistas y peatones que no respetan las normas (se saltan semáforos, cruzan sin mirar, se ponen a charlar en medio de la calle sin importarles nada que estés allí...).
Así que, tras casi 40 minutos de dar vueltas aparcamos a unas manzanas de la catedral en el parking de un hospital.
La ciudad vieja es preciosa, rodeada por un canal, conjuga como ya comenté edificios alemanes con franceses. En la comida pasa algo parecido, hay puestos con pretzels y vino caliente como si estuvieras en Alemania, y en el mismo puesto de pretzels, te sirven crepes. En fin, que aparcamos y paramos en una pastelería y Bea de compró una pizza de anchoas y yo un pastel de manzana y almendra que se me caía el alma al suelo de lo bueno que estaba, y más con el hambre que traía. Nada más cruzar el río compramos sendos pretzels, el de Bea con queso. Caminamos un ratillo en dirección a la catedral, viendo puestos de comida por doquier. La catedral de Estrasburg es enorme, y también altísima, llevamos unos días que parece de coña lo altas que son. Entramos y volvimos a ver, por segunda vez en el viaje, el nuevo método de recaudación de la iglesia, pagar por los focos. Si quieres ver bien una parte del templo (un retablo, por ejemplo), tienes que meter dinero para que funcionen los focos que lo iluminan. Es un poco cachondeo, la verdad.
En fin, que nos maravillamos de la catedral, alucianando sobre todo con un pedazo de reloj astronómico que hay dentro. Salimos y dimos otro paseo, en el que nos perdimos un poco y un chico, muy majo él, al vernos dar vueltas con el gps en la mano, nos preguntó si necesitábamos ayuda y nos indicó el camino. Gracias a él fuimos directos al coche y salimos camino de Riquelwhir.
Entre Strasbourg y Colmar, se hacen algunos de los mejores vinos blancos del mundo, y si les preguntas a los franceses, los mejores. Así que salimos de la autopista para recorrer una carretera, llamada "Route du vin", e ir recorriendo pueblecitos. En los carteles de cada pueblo hay un cartel que pone algo como "Ville Fleurie", que viene diciendo lo bonita (o almenos cargado de flores) que está el pueblo. Y es que estos pueblos franceses, de nombres alemanes, se caracterizan por tener las casas, de entramados de madera, pintadas de colores vivos y con grandes geranios colgados de los balcones. Otra cosa que marca la zona son los campos enormes de viñedos de sus colinas, que cuando nosotros estábamos llegando se fue despejando el día y sobre ellos caía una luz brillante entre nubes que acentuaba sus colores dorados y marrones. Recorrimos un par de pueblos antes de aparcar en Riquewihr, el más famoso.
El pueblo es precioso, de calles empedradas, y a día de hoy es poco más que una calle, aunque en el pueblo se pueden ver dibujos de como fue el pueblo, amurallado y con foso. A día de hoy es un poco guirilandia, lleno de tiendas de souvenirs, aunque por suerte los souvenirs de este sitio no son llaveritos ni bolas de nieve de sitios tropicales, si no vino y comida. No hay mas que sitios para comprar vinos de alsacia, panes de especias, salchichones y quesos. Para mi es la releche, aunque de tanta saturación, y como nos pareció un poco un sitio dedicado a explotar turistas, pasamos de comprar nada. Eso si, pasabas por algunos sitios y había un olor a vino delicioso, ya que de hecho ya estaban vendiendo los primeros vinos de esta cosecha. Lo único que quise probar es el mosto que vendía un señor en la calle (a precio de oro, 1€ el vasito). Eso, si, he de reconocer que es el mejor mosto que he probado en mi vida, de hecho había comenzado a fermentar y se veían algunas burbujas en él.
Partimos de allí hacia Colmar y en el camino paré en una bodega llamada Bestheim donde me aprivisoné de unos cuantos blancos (uno de unva Riesling y otro de Gewurztraminer) y un espumoso de la zona, que aquí se llama cremant.
Tras las compras nos dirigimos a Colmar, en el que sólo paramos a aprovisionarnos en un supermercado para la cena, que Bea estaba bastante cansada. Otro pueblo que promete, pero queda para otra visita por la zona, que caerá fijo pero con más calma. Esta noche dormimos en Alemania, que se duerme mejor y más barato en la selva negra que en Francia, y cenamos un poco de pan, unas patatas de bolsa que en vez de fritas estan hechas al grill, un poco de jamón de savoia, un queso de los vosgos y otro de savoia. De postre, yogur de castañas, que estaba delicioso. Es el segundo que me tomo en el viaje, el primero fue en Suiza. No se realmente como ninguna marca no lo saca en España, al menos en temporada. La ruta de nuevo aquí.
1 comentario:
Esto del yogur de castañas también me parece raro a mí. Está buenísimo y tiene tantas posibilidades... no lo entiendo.
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