Dada mi
metedura de pata del día anterior, hoy toca ver grandes ciudades alemanas. El hotel de
Koblentz era el primero desde que llegamos a Suiza que no tenía desayuno, así que partimos camino de
Bonn a buscar algo que comer.
Bonn, capital de Alemania desde la separación de Alemania hasta que cayó el muro, es una ciudad moderna y parece muy bien organizada. De mañana sentimos mucho frío, 3ºC marcaba el termómetro. Según entramos en
Bonn ya vemos una ciudad distinta a ninguna ciudad española, con grandes avenidas, jalonada de edificios de oficinas de diseño rodeados de árboles y con una vía doble de tranvía con una parada cada pocos metros. Aparcamos en una zona azul y pusimos el máximo tiempo (1 hora) para parar a desayunar y pasear un rato.

Una cosa que nos pareció curiosa de
Bonn es que había muchas avispas, que se paseaban por las panaderías sin que nadie les hiciera mucho caso. Tomamos unos bollos y
Bea cogió un chocolate caliente para no tener frío en las manos a pesar de los guantes que llevábamos. La verdad es que al sol se estaba muy bien, pero en cuanto te metías en la sombra y corría algo de viento gélido la cosa empeoraba bastante. Callejeamos un rato y vimos por el medio de la ciudad algunos edificios imperiales antes de dirigirnos a
Köln a ver la catedral y las tiendas de su calle principal.
Según nos acercábamos a la ciudad siguiendo el
Rhein, veíamos ya de lejos la imponente catedral, que mide 150 metros de alto.

Aparcamos en un
parking cerquita de ella, en los bajos de la tienda de instrumentos musicales más grande de
europa. Caminamos decididos hacia el monumento, aunque antes
vimos un Media
Markt y fuimos a curiosear portátiles y precios, por si veíamos algo
verdaderamente interesante. Antes de entrar en la catedral propiamente dicha decidimos subir a la torre, con dos narices! 500! 500 y pico escalones empinados por una escalera muy estrecha de caracol más tarde, llegamos arriba para ver la ciudad desde las alturas. La vista era chula por el río, ancho e imponente, las decenas de iglesias que salpicaban allí y allá la vista, pero por lo demás la ciudad parecía algo fría y carente de
personalidad. Eso sí, cada nada había árboles, en grupos, a lo largo de las calles... Bajamos corriendo para ver el interior de la catedral, cuya altura y vidrieras daban una luz mágica de tonos rosas y amarillos al bello órgano (otro más).
Todo alrededor, como no, tumbas! Están
obsesionados estos alemanes... Nada más salir cogimos la
larguísima calle de compras y fuimos en busca de unos zapatos para
Bea, lo que de momento resulta misión imposible. Fuimos picando aquí y allí, alucinando de ver las panaderías con unas 2000 berlinesas (como los
donuts pero sin agujero) en el mostrador. Cuando se hizo tarde y nos estábamos aburriendo partimos hacia
Dusseldorf.
En
Dusseldorf teníamos hotel (el
Am Wherhahn) en el centro y al llegar, la impresión de la ciudad no fue muy buena. Nos pareció otra ciudad más de calles anchas y edificios modernos. Craso error, el dueño del hotel sabía español y nos
contó por donde había que ir y que la ciudad tenía mucha vida y que había marcha hasta tarde todos los días. No parece Alemania! Bajamos caminando hacia la ciudad vieja por una calle llena de tiendas de lujo. Según nos acercábamos a la ciudad vieja, ya veíamos terrazas y más terrazas de bares y restaurantes. Y sí, en Alemania ponen terrazas siempre que no llueve, aunque haga mucho frío. Eso sí, ponen unas estufas de gas enormes. Otra cosa que debéis saber de Alemania es que la iluminación de la calle es muy
tenue, lo justo para no matarte, así que en cuanto se hace de noche no se ve un
pijo, pero queda todo muy bonito y ahorran una pasta. En fin, que tras mucho patear y esquivar restaurantes españoles (hay un huevo) encontramos lo que buscábamos, una auténtica cervecería alemana, con su cerveza de fabricación propia, su plato de codillo enorme (pero de la leche) con puré de patatas increible y
chucrutte, sus alemanes.

Pedimos
Bea y yo cerdo, yo el afamado codillo y
Bea un pedazo enorme de chuleta de cerdo ahumada. Por 32€ nos pusimos para atrás con los platos y la cerveza,
tanta cantidad era que ni con ayuda de
Bea dimos acabado el codillo. En fin, que nos fuimos a bajar la comida paseando por la ciudad camino del hotel y la verdad es que era espectacular el
ambientazo que había. La pequeña ruta del día,
aquí.
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